Emilio Arcuri, a lo largo de los años, se le había conocido como el mejor partido para las mujeres jóvenes y solteras de la élite. Era alegre, extrovertido y pasional, no se limitaba a los placeres de la vida o a explorar.
Era, como las mujeres le decían, él único pez a escoger en el mar. Pero él, empeñado en que había encontrado al amor de su vida en aquella joven e inexperta mesera que derramó café en su chaqueta, se dedicó única y exclusivamente a ella; a amarla y llenarla de todos los excesos que pudiera permitirle el dinero.
Una noche, luego de meses de conocerse y entregarse el uno a la otra hasta rayar los límites, decidió dar el siguiente paso. Compró un anillo de compromiso valorado en más de diez mil euros e informó a su familia la decisión tan inesperada que había tomado, aunque fuesen precisamente ellos los primeros en creer que no era una buena idea, sobre todo su madre, Emperatriz Arcuri, quien no había dado el visto bueno desde el principio de la relación.
Pero ya estaba hecho, Emilio no se retractaría y Bianca Leone sería su esposa. Le pediría que se casara con él y ella daría el sí porque estaban eternamente enamorados el uno de la otra.
Nadie iba a impedirlo, excepto ella misma…
M*****a sea, si tan solo no hubiese sido tan ciego y hubiese puesto más atención a lo que se rumoreaba de ella, no habría quedado como un gran y jodido imbécil.
Y es que el problema no estaba en que ella lo hubiese rechazado, no, porque probablemente habría dicho que sí y entonces él jamás se habría enterado de que le estaban jugando al dedo en la boca todo ese tiempo.
El problema, en realidad, estaba a su lado… cogiéndola de la mano.
Y se veían tan felicidad.
¡Tan felices como él y ella, joder!
¡¿O tan felices como ella se había encargado de que así lo pareciera?!
Devastado, con el corazón hecho pedazos y el orgullo arrastrado por la suela de sus zapatos, estrujó el ramo de flores con indignación y guardó el anillo haciéndose una promesa la cual se encargaría de cumplir por el resto de su existencia.
No volvería a permitir que nadie le viese la cara de imbécil nunca más, y si alguien, en su remota consciencia lo intentaba, deseará no haberse cruzado en su camino jamás.
Emilio, con el corazón roto, se había hecho a sí mismo un hombre frio y por demás calculador, anclándose a un trabajo que absorbía la mayor parte de sus pensamientos y que ayudaba a esa desesperante necesidad de olvidar.Olvidarse de ella, de lo que le hizo y la forma en la que humilló su hombría y dignidad.Ahora no se aferraba a nada ni a nadie; todas, a excepción de su madre y hermanas menores, eran iguales o similares, buscando fortunas que maquillaran sus vidas de vanidades. No volvería a enamorarse, eso era un hecho, no volvería a pensar en poner un maldito anillo de compromiso en el dedo de ninguna otra ingrata, no señor, esa locura no volvería a cometerla jamás.Ya había perdido una vez y no se arriesgaría a una segunda, no mientras siguiera manteniendo su corazón dentro de una fortaleza.Pero algo dentro de él cambió ese día de noviembre…— Emilio, ¿estás escuchándome? — la voz de Luca, su mejor amigo y doctor de la familia, lo trajo de regreso a la conversación que intentaba
Cuando le informaron que la joven se encontraba en perfecto estado y que había sido trasladada a una de las habitaciones de la clínica, no lo pensó demasiado y fue hasta ella, decidido a encararla. Que no creyese que lo iba a engañar, no señor, él ya estaba curado de eso y no tenía la mínima intención de saberse burlado una vez más. Grecia se tensó contra el respaldo de la camilla cuando lo miró, allí, de píe, bajo el marco de la puerta… observándola como si fuese a comérsela de un solo bocado. Carajo, era tan pequeña y delicada, ¿cómo es que una mujercita así podía ser una trepadora… una cualquiera? La joven seguía observándolo silenciosa, con esos ojos marrones atormentados, asustados incluso. — Hola — musitó bajito, fue la primera en hablar al notar su mutismo. En realidad, se había quedado perplejo, esa mujer era capaz de hipnotizar al mundo entero. Pasó saliva, dando un paso al frente, inseguro de sí mismo, ¿qué le pasaba? ¿Desde cuándo una mujer de su calaña lo desconcertaba
Emilio la escuchó atento, en silencio, mirando como aquella pequeña y rosada boca se movía conforme todas las palabras que inventaba, mientras tanto, ella trataba de explicar todo a detalle y rogaba que fuese suficiente para que ese hombre no tomara represalias contra ella, pues todo lo que estaba diciendo no era más que la verdad.Una verdad que les cambiaba la vida para siempre… a ambos.Al principio, cuando esos hombres y mujer le hicieron aquella descabellada propuesta, su respuesta fue un total y definitivo «no», ¿cómo podría ser ella partícipe de algo tan horrible… e ilegal? Pero bastó una cruel y peligrosa amenaza para que una mujer joven y sin protección como ella aceptara tan macabro plan sin remedio, pues no quería que las personas a su alrededor pagaran las consecuencias, sobre todo Fabio, su hermano, quien de por sí estaba ya metido en serios problemas con el narcotráfico.Se lo dejaron dicho y escrito, había un hombre en la barra al que debía seducir — cosa que se le daba
Emilio llamó en seguida a una enfermera, y aunque la jovencita se negó asegurando que ya se sentía bien, no quiso arriesgarse, pues estaba más pálida que un papel, además, su peso no ayudaba… ¿es que no se alimentaba lo suficiente?Apartó la vista de esa bruja — como ya se había acostumbrado a llamarla en su mente — y se cruzó de brazos esperando a que la revisaran. Le tomaron el pulso, sacaron sangre y le dieron unos analgésicos para dolor de cabeza, pues fue el único síntoma que dijo presentar en ese momento.Una hora más tarde, después de haber compartido miradas silenciosas pero cargadas de muchísima electricidad, la misma enfermera les informó que el doctor Valente los esperaba en su consultorio.Emilio la siguió todo el tiempo de cerca, sin apartar la vista de ese escuálido y pequeño cuerpecito, Dios, ¿cómo podría crecer un hijo dentro de ella? Era tan delgada que de verdad asustaba.Ruborizada, la futura madre entró al consultorio.Luca ya los esperaba con los análisis sobre e
Grecia sintió un extraño cosquilleo en el estómago cuando salió de la consulta con hematólogo y descubrió a Emilio junto a la puerta del consultorio; tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y guardaba un gesto serio, casi imperturbable.— ¿Cómo ha ido? — preguntó en seguida, estudiándola, como si esperara encontrar la respuesta en su pequeño cuerpo…. o como si de verdad no pudiera ser capaz de apartar la vista de ella.Esa mujer era como una hechicera, una total bruja.— Ahora debo ir con el ginecólogo — informó con voz pausada, tímida.— Si, pero te he preguntado cómo ha ido con el hematólogo, no tu itinerario.La muchacha lo miró con aprensión, ¿cómo podía ser así de déspota… tirano?— Bueno, eso queda fuera del asunto del bebé… no creo que le importe — susurró sorprendente claridad. Emilio se paralizó por un segundo tras escucharla y tensó la mandíbula, reafirmando su opinión sobre ella.Y es que encima de que estaba intentando tener una pizca de amabilidad,
El trayecto a donde sea que fueran transcurrió en absoluto silencio. Ella no se atrevía a mirarlo, a dirigirle la palabra o preguntar a donde la llevaba, tan solo se arrinconó junto a la ventana cruzada de brazos y observó como la lluvia poco a poco menguaba.Por su lado, Emilio había estado observándola desde que subió al auto, atrapado en ella, en su particular belleza, en la ternura e inocencia que reflejaba, que lo envolvía, Dios, se sentía como si una entidad poderosa lo hubiese ligado a ella sin opción a resistirse.Estaba idiotizado por esa mujercita de cuerpo delgado… y enfurecido.Agh, esa bruja… ¿cómo podía actuar así, tan indiferente, tan inocente? ¿es que no entendía la magnitud de su problema?Lo que había hecho podría costarle al menos cinco años de cárcel, ¿si quiera pensó en eso? Y si lo hizo, ¿no le importó?Llevaba a una criatura inocente en su vientre, una que fácilmente podría ser suya, joder, y aunque no recordara con suficiente claridad lo que pasó esa noche, bas
El departamento ya estaba listo para recibirlos, pues él se había encargado con una sola llamada de que así fuera.Hortensia, la mujer encargada de mantener el orden de aquel lugar, atendió a detalle las peticiones de su jefe y se encargó en seguida de acondicionar aquella habitación con todo lo que la joven huésped pudiese necesitar, desde toallas calientes, sábanas limpias y jabón de tocador de diferentes olores y características, no sabía a lo que pudiese ser alérgica y él no querría correr con gastos médicos; no porque no tuviese con qué, al contrario, disponía de una fortuna que ni en dos vidas conseguiría gastarse, sino porque esa mujercita ya padecía una condición lo suficientemente delicada como para añadirle otra.Con ese cuerpo tan flacucho, no sabía si lo resistiría.Con ella aun dormida en sus brazos, no se detuvo hasta que llegó a la cama, apartó el cobertor como pudo y ahí la recostó con suma delicadeza; la observó y anheló, de verdad que parecía un ser encantado, mágico
La besó de forma intensa, insensata y despiadada.Se hizo de su boca sin reparo alguno y la invadió con hambre voraz; decisión, firmeza.Dios, no podría detenerse, ni ahora ni nunca. El sabor de su lengua era infinitamente placentero, lo encendía todo por dentro, lo sacudía y avivaba.Ella si quiera se resistía, lo que le gustó más, pues disfrutaba de él y de su contacto, de su calidez. Lo recibió con total y amplia plenitud, entregada, y aunque al principio se sintió desconcertada por el arrebato, no puso señalamientos o peros, simplemente se dejó ir.Su aliento era agradable, pensó; sabía a menta, a limpio, y sus labios... uhm, eran tan firmes y seductores. Le gustaban, le gustaban muchísimo.Emilio no dudó, la empujó más contra su cuerpo y la apresó allí, complacido. Pasó una mano por su cadera, por su trasero y muslos, necesitando pegarla aún más contra el resultado de una excitación previamente despertada. Metió una mano debajo de su camisa y tocó su piel, si, era tan suave como