Grecia no respondió, la vergüenza la había enmudecido en su totalidad, así que solo abrió ligeramente la puerta y sacó una parte de su brazo. Emilio, al mirar cómo le temblaba hasta el último de sus dedos, no pudo evitar sonreír y negó con el pecho inflado. En serio que era demasiado tierna o lo fingía bastante bien, ya ni sabía... ¡quería comérsela! Con las mejillas y la naricita aun sonrojada, cerró la puerta detrás de sí y se colocó la camisa. Curiosa, estrujó la tela y se la pegó a la nariz, inmediatamente el aroma la llenó, olía a masculinidad, a una deliciosa fragancia que únicamente podría usar un hombre tan varonil como él y la misma que no había podido sacarse de la cabeza desde la noche en que lo conoció. Le tomó un par de minutos colocársela y abrió la puerta, tímida, sonrojada a más no poder. Emilio estaba en frente de la chimenea, dándole la espalda y concentrado en como el fuego de la chimenea crepitaba. — Gracias — musitó la joven embarazada, había sido tan silencio
Emilio no logró conciliar el sueño esa noche, ¿y cómo carajos podría si la sabía a un par de habitaciones lejos de la suya? Ya no sabía que pensar o sentir al respecto, pero la urgente necesidad de estar cerca de ella a cada momento, cobraba más intensidad.Saltó fuera de la cama como un resorte, se dio una ducha rápida e hizo una única llamada a Olivia; su secretaria, ella sabría qué hacer con lo encomendado y el silencio que debía guardar referente al tema tan delicado que le comentó.La joven rubia, asombrada, pero en marcha, comenzó a moverse.Grecia despertó cuando el alba comenzaba a pintar de naranja el balcón; había tenido un sueño tan reparador y placentero que de verdad consideró la idea de quedarse en la cama un poco más de tiempo, aunque no acostumbraba, pues le gustaba madrugar.Sacó los pies fuera de la cama y los calzó con aquellas pantuflas que encontró en el baño la noche anterior. Abrió las puertas del balcón, en seguida, la brisa fresca la envolvió, olía a tierra hú
Grecia bajó las escaleras sabiéndose observada y sintiendo que el corazón le latía desbocado, ¿y cómo no? Jamás en su vida nadie la había contemplado como ese hombre lo hacía… cómo si ella fuese la única en un millón.— Estoy lista — logró decir, acalorada, al final de las escaleras.Emilio asintió cauto y señaló el interior del elevador sin dejar de observarla.— Te queda hermoso ese vestido — le dijo, sorprendiéndola y sorprendiéndose a sí mismo.«Dios, Emilio… ¿qué te pasa?», se dijo, de verdad que ya ni se reconocía.La jovencita le pasó por el lado, ruborizándose, absorbiendo todo su aroma a hombre.— Gracias… tú te miras muy bien — y no mentía, la verdad es que se veía guapísimo, más de lo que le hubiese gustado reconocer. Esa mañana había sustituido aquel rígido traje de firma por pantalones de mezclilla y sueter de temporada.Sonrió con disimulo, pues nunca creyó que vería a un hombre de su talla usar tenis blancos.Leonardo los llevó a un bonito restaurante en el centro de la
Recorrieron un par de calles en el auto, conociendo, explorando, pues aquella jovencita de ojos de almendra y boquita de corazón se asombraba con cada esquina, puestito y avenida; Emilio sonrió, satisfecho, sintiendo como un pequeño aguijonazo le sacudía el pecho.Dios, se percibía a sí mismo como un idiota contemplándola la mayor parte del tiempo, debía parar, así que sacó su móvil y se dignó a responder un par de correos pendientes y contestar una que otra llamada con socios y posibles inversionistas extranjeros.El trabajo era la mejor parte de su vida, pues era un ser humano que sobre pensaba demasiado y eso lo mantenía a raya, sobre todo ahora que existía una mujercita embarazada con la que compartía el mismo techo.Grecia, aun impresionada con todo lo que tenía por ofrecerle aquella ciudad, lo escuchó hablar en diferentes idiomas, desde el inglés y portugués hasta el español y mandarín, todos se le daban a la perfección, lo que lo convertía en un hombre de lo más fascinante, cul
Los celos, las chispas y el cosquilleo… todo junto crispando en su interior. La joven camarera sirvió dos suculentos platos de pasta y panecillos de ajo en frente de ellos, no solo colocando dos copas de agua con una sonrisita pegada a los labios, sino que sus grandes y operados pechos bailaban a escasos centímetros del rostro de Emilio. Romperían su camisita de uniforme en cualquier momento y entonces se los ofrecería, Dios, estaba segura que sí, era mujer, inexperta, pero mujer al fin y al cabo y era capaz de notar las intenciones en cualquier otra, y las de ella… ¡eran bastante explicitas! Emilio lo percibió todo, desde las mejillas sonrojadas de su compañera hasta los pechos inflados de la rubia camarera, a quien no prestó atención más de un segundo, pues todo de él estaba embelesado únicamente en las lagunas recelosas de la primera. Sonrió, divertido. — Si necesita algo más, hágamelo saber, por favor… le atenderé encantada — le dijo la rubia, consiguiente únicamente un asenti
La abstinencia de las últimas horas solo había logrado que se sintiera irremediablemente desesperado por tenerla, si, desesperado por tener a esa brujita debajo de su cuerpo, presa, suya… ¡muy suya!Llegados a ese punto — de no retorno —, ya no sabía qué diablos le pasaba con ella, pero, ese fuego que lo invadía cada vez que la tenía cerca no hacía más que intensificarse, por ende, debía actuar en consecuencia de sus instintos o terminar quemándose.Grecia recibió el impacto de sus labios con los ojos bien abiertos, confundida, contrariada; percibiendo como un repentino calor se extendía por sus piernas, brazos… ¡su cuerpo entero! Dios, se sentía tan bien, tan irreal, tan… tan… incorrecto.Se alejó en seguida, con la respiración contenida y el corazón desbocado.— No vuelva a hacer eso — musitó, angustiada por lo que había despertado ese beso y por lo que ya no podía controlar en su interior.— Si, lo volveré a hacer y te volverá a gustar.La cogió de la muñeca y la atrajo de regreso
No tenía intenciones de salir de aquella habitación nunca más, y lo decía en serio, nada haría que cruzara esa puerta, excepto el pequeño crujir que sacudió su estómago a esas horas de la noche.El hambre no esperaba, y ella, mejor que nadie, lo sabía.Bajo en puntilla las escaleras, trémula, en silencio, no esperaba — ni deseaba — tener que encontrarse con Emilio, al menos no por esa noche, ni la siguiente… ni la que vendría después.Se sentía avergonzada por su comportamiento… ¿cómo pudo haberse dejado arrastrar de ese modo por un sentimiento tan… tan…? Dios, ya ni siquiera sabía cómo describirlo, pero de algo si estaba segura, ese hombre la hacía evocar todas las emociones que pudiesen existir... ¡JUNTAS!Todo estaba en penumbras, excepto la cocina, así que supuso que alguien ya estaba allí y contempló en seguida la idea de regresarse, pues no quería compartir el mismo espacio con él, se negaba rotundamente.No tenía intenciones de salir de aquella habitación nunca más, ni aunque l
Ella no se decidió, y aunque insistía en aquellas estúpidas manzanas, Emilio se colocó un delantal y se metió de lleno a la cocina.Transcurrieron los minutos y así mismo la noche.Había sentido afición por la gastronomía con apenas doce años. Cuando terminó el colegio, se tomó un año sabático de la universidad y realizó un par de cursos en el exterior, al volver, se dedicó de lleno a su carrera de finanzas y lo dejó de lado.Era la primera vez que volvía a cocinar en años y no estaba muy seguro de como sentirse respecto a eso, pues también era la primera vez que lo hacía para alguien que no fuesen sus hermanas o madre.«En serio, ¿qué le había hecho esa bruja descarada?… Todo y más» pensó mientras negaba con la cabeza y sonreía decepcionado de sí mismoGrecia lo observó todo el tiempo en silencio, atrapada en esa masculinidad y porte que la hacían suspirar nerviosa. La agilidad que tenía con el cuchillo era extraordinaria; parecía un profesional moviéndose de un lado a otro.Le gusta