Grecia bajó las escaleras sabiéndose observada y sintiendo que el corazón le latía desbocado, ¿y cómo no? Jamás en su vida nadie la había contemplado como ese hombre lo hacía… cómo si ella fuese la única en un millón.— Estoy lista — logró decir, acalorada, al final de las escaleras.Emilio asintió cauto y señaló el interior del elevador sin dejar de observarla.— Te queda hermoso ese vestido — le dijo, sorprendiéndola y sorprendiéndose a sí mismo.«Dios, Emilio… ¿qué te pasa?», se dijo, de verdad que ya ni se reconocía.La jovencita le pasó por el lado, ruborizándose, absorbiendo todo su aroma a hombre.— Gracias… tú te miras muy bien — y no mentía, la verdad es que se veía guapísimo, más de lo que le hubiese gustado reconocer. Esa mañana había sustituido aquel rígido traje de firma por pantalones de mezclilla y sueter de temporada.Sonrió con disimulo, pues nunca creyó que vería a un hombre de su talla usar tenis blancos.Leonardo los llevó a un bonito restaurante en el centro de la
Recorrieron un par de calles en el auto, conociendo, explorando, pues aquella jovencita de ojos de almendra y boquita de corazón se asombraba con cada esquina, puestito y avenida; Emilio sonrió, satisfecho, sintiendo como un pequeño aguijonazo le sacudía el pecho.Dios, se percibía a sí mismo como un idiota contemplándola la mayor parte del tiempo, debía parar, así que sacó su móvil y se dignó a responder un par de correos pendientes y contestar una que otra llamada con socios y posibles inversionistas extranjeros.El trabajo era la mejor parte de su vida, pues era un ser humano que sobre pensaba demasiado y eso lo mantenía a raya, sobre todo ahora que existía una mujercita embarazada con la que compartía el mismo techo.Grecia, aun impresionada con todo lo que tenía por ofrecerle aquella ciudad, lo escuchó hablar en diferentes idiomas, desde el inglés y portugués hasta el español y mandarín, todos se le daban a la perfección, lo que lo convertía en un hombre de lo más fascinante, cul
Los celos, las chispas y el cosquilleo… todo junto crispando en su interior. La joven camarera sirvió dos suculentos platos de pasta y panecillos de ajo en frente de ellos, no solo colocando dos copas de agua con una sonrisita pegada a los labios, sino que sus grandes y operados pechos bailaban a escasos centímetros del rostro de Emilio. Romperían su camisita de uniforme en cualquier momento y entonces se los ofrecería, Dios, estaba segura que sí, era mujer, inexperta, pero mujer al fin y al cabo y era capaz de notar las intenciones en cualquier otra, y las de ella… ¡eran bastante explicitas! Emilio lo percibió todo, desde las mejillas sonrojadas de su compañera hasta los pechos inflados de la rubia camarera, a quien no prestó atención más de un segundo, pues todo de él estaba embelesado únicamente en las lagunas recelosas de la primera. Sonrió, divertido. — Si necesita algo más, hágamelo saber, por favor… le atenderé encantada — le dijo la rubia, consiguiente únicamente un asenti
La abstinencia de las últimas horas solo había logrado que se sintiera irremediablemente desesperado por tenerla, si, desesperado por tener a esa brujita debajo de su cuerpo, presa, suya… ¡muy suya!Llegados a ese punto — de no retorno —, ya no sabía qué diablos le pasaba con ella, pero, ese fuego que lo invadía cada vez que la tenía cerca no hacía más que intensificarse, por ende, debía actuar en consecuencia de sus instintos o terminar quemándose.Grecia recibió el impacto de sus labios con los ojos bien abiertos, confundida, contrariada; percibiendo como un repentino calor se extendía por sus piernas, brazos… ¡su cuerpo entero! Dios, se sentía tan bien, tan irreal, tan… tan… incorrecto.Se alejó en seguida, con la respiración contenida y el corazón desbocado.— No vuelva a hacer eso — musitó, angustiada por lo que había despertado ese beso y por lo que ya no podía controlar en su interior.— Si, lo volveré a hacer y te volverá a gustar.La cogió de la muñeca y la atrajo de regreso
No tenía intenciones de salir de aquella habitación nunca más, y lo decía en serio, nada haría que cruzara esa puerta, excepto el pequeño crujir que sacudió su estómago a esas horas de la noche.El hambre no esperaba, y ella, mejor que nadie, lo sabía.Bajo en puntilla las escaleras, trémula, en silencio, no esperaba — ni deseaba — tener que encontrarse con Emilio, al menos no por esa noche, ni la siguiente… ni la que vendría después.Se sentía avergonzada por su comportamiento… ¿cómo pudo haberse dejado arrastrar de ese modo por un sentimiento tan… tan…? Dios, ya ni siquiera sabía cómo describirlo, pero de algo si estaba segura, ese hombre la hacía evocar todas las emociones que pudiesen existir... ¡JUNTAS!Todo estaba en penumbras, excepto la cocina, así que supuso que alguien ya estaba allí y contempló en seguida la idea de regresarse, pues no quería compartir el mismo espacio con él, se negaba rotundamente.No tenía intenciones de salir de aquella habitación nunca más, ni aunque l
Ella no se decidió, y aunque insistía en aquellas estúpidas manzanas, Emilio se colocó un delantal y se metió de lleno a la cocina.Transcurrieron los minutos y así mismo la noche.Había sentido afición por la gastronomía con apenas doce años. Cuando terminó el colegio, se tomó un año sabático de la universidad y realizó un par de cursos en el exterior, al volver, se dedicó de lleno a su carrera de finanzas y lo dejó de lado.Era la primera vez que volvía a cocinar en años y no estaba muy seguro de como sentirse respecto a eso, pues también era la primera vez que lo hacía para alguien que no fuesen sus hermanas o madre.«En serio, ¿qué le había hecho esa bruja descarada?… Todo y más» pensó mientras negaba con la cabeza y sonreía decepcionado de sí mismoGrecia lo observó todo el tiempo en silencio, atrapada en esa masculinidad y porte que la hacían suspirar nerviosa. La agilidad que tenía con el cuchillo era extraordinaria; parecía un profesional moviéndose de un lado a otro.Le gusta
La mente de ella no voló muy lejos de lo que él pensaba, pues también imaginaba como era sentirlo dentro de ella y como era experimentar el mundo de la sexualidad con ese hombre que la hacía sentir un montón de sensaciones inconexas en su pecho, vientre y entrepierna. — Sabes muy bien — musitó él, pegado a su boca, sin poder dejar de besarla y así iniciar con todo lo que tenía listo para ella…. y con lo que ansiaba enterrarle. — Tú... — la pobre inhaló, Emilio no le daba tregua — Tú también sabes muy bien. Logró decir al final, turbada, rendida, excitada. Emilio sonrió satisfecho y metió una mano debajo de ese pedazo de pijama que ya comenzaba a fastidiarle muchísimo, lo quería fuera cuanto antes, pero, primero, la haría gemir un poco de placer. Capturó uno de sus frondosos pechos, y asombrado, fue él quien terminó gruñendo primero. Diablos, la muy atrevida no llevaba sujetador puesto. Empujó su cadera más contra él y masajeó ese pecho antes de darle un poco de atención al otro y
Lo ocurrido en esa cocina no había podido desequilibrarlo más.Se sentía enojado, si, enojado con ella, consigo mismo.«Maldita mujer…»Irritado, y con una excitación pasmada dentro de su pantalón, se frotó el rostro y bebió del trago que le había servido aquella joven camarera detrás de la barra, y a la que siquiera prestó atención cuando intentó seducirle con una insinuante sonrisa.Toda su atención estaba lejos de allí, en realidad, estaba en su departamento, en una mujer con un estúpido pijama de corazones y la cuál le había dejado con una erección de los mil demonios… ¿cómo era posible? Todas las mujeres, en serio, sin escatimar en números, suplicaban un mínimo de atención por su parte, y esa… esa descarada simplemente lo dejaba así, sin más, ¿cómo pudo atreverse?— Debe ser muy malo para que estés tomando de ese modo — la voz de su amigo Luca no lo tomó por sorpresa, pues él mismo le había llamado para quedaran allí.Se sentó a su lado, pidió lo mismo que él y le acompaño en sil