Los celos, las chispas y el cosquilleo… todo junto crispando en su interior. La joven camarera sirvió dos suculentos platos de pasta y panecillos de ajo en frente de ellos, no solo colocando dos copas de agua con una sonrisita pegada a los labios, sino que sus grandes y operados pechos bailaban a escasos centímetros del rostro de Emilio. Romperían su camisita de uniforme en cualquier momento y entonces se los ofrecería, Dios, estaba segura que sí, era mujer, inexperta, pero mujer al fin y al cabo y era capaz de notar las intenciones en cualquier otra, y las de ella… ¡eran bastante explicitas! Emilio lo percibió todo, desde las mejillas sonrojadas de su compañera hasta los pechos inflados de la rubia camarera, a quien no prestó atención más de un segundo, pues todo de él estaba embelesado únicamente en las lagunas recelosas de la primera. Sonrió, divertido. — Si necesita algo más, hágamelo saber, por favor… le atenderé encantada — le dijo la rubia, consiguiente únicamente un asenti
La abstinencia de las últimas horas solo había logrado que se sintiera irremediablemente desesperado por tenerla, si, desesperado por tener a esa brujita debajo de su cuerpo, presa, suya… ¡muy suya!Llegados a ese punto — de no retorno —, ya no sabía qué diablos le pasaba con ella, pero, ese fuego que lo invadía cada vez que la tenía cerca no hacía más que intensificarse, por ende, debía actuar en consecuencia de sus instintos o terminar quemándose.Grecia recibió el impacto de sus labios con los ojos bien abiertos, confundida, contrariada; percibiendo como un repentino calor se extendía por sus piernas, brazos… ¡su cuerpo entero! Dios, se sentía tan bien, tan irreal, tan… tan… incorrecto.Se alejó en seguida, con la respiración contenida y el corazón desbocado.— No vuelva a hacer eso — musitó, angustiada por lo que había despertado ese beso y por lo que ya no podía controlar en su interior.— Si, lo volveré a hacer y te volverá a gustar.La cogió de la muñeca y la atrajo de regreso
No tenía intenciones de salir de aquella habitación nunca más, y lo decía en serio, nada haría que cruzara esa puerta, excepto el pequeño crujir que sacudió su estómago a esas horas de la noche.El hambre no esperaba, y ella, mejor que nadie, lo sabía.Bajo en puntilla las escaleras, trémula, en silencio, no esperaba — ni deseaba — tener que encontrarse con Emilio, al menos no por esa noche, ni la siguiente… ni la que vendría después.Se sentía avergonzada por su comportamiento… ¿cómo pudo haberse dejado arrastrar de ese modo por un sentimiento tan… tan…? Dios, ya ni siquiera sabía cómo describirlo, pero de algo si estaba segura, ese hombre la hacía evocar todas las emociones que pudiesen existir... ¡JUNTAS!Todo estaba en penumbras, excepto la cocina, así que supuso que alguien ya estaba allí y contempló en seguida la idea de regresarse, pues no quería compartir el mismo espacio con él, se negaba rotundamente.No tenía intenciones de salir de aquella habitación nunca más, ni aunque l
Ella no se decidió, y aunque insistía en aquellas estúpidas manzanas, Emilio se colocó un delantal y se metió de lleno a la cocina.Transcurrieron los minutos y así mismo la noche.Había sentido afición por la gastronomía con apenas doce años. Cuando terminó el colegio, se tomó un año sabático de la universidad y realizó un par de cursos en el exterior, al volver, se dedicó de lleno a su carrera de finanzas y lo dejó de lado.Era la primera vez que volvía a cocinar en años y no estaba muy seguro de como sentirse respecto a eso, pues también era la primera vez que lo hacía para alguien que no fuesen sus hermanas o madre.«En serio, ¿qué le había hecho esa bruja descarada?… Todo y más» pensó mientras negaba con la cabeza y sonreía decepcionado de sí mismoGrecia lo observó todo el tiempo en silencio, atrapada en esa masculinidad y porte que la hacían suspirar nerviosa. La agilidad que tenía con el cuchillo era extraordinaria; parecía un profesional moviéndose de un lado a otro.Le gusta
La mente de ella no voló muy lejos de lo que él pensaba, pues también imaginaba como era sentirlo dentro de ella y como era experimentar el mundo de la sexualidad con ese hombre que la hacía sentir un montón de sensaciones inconexas en su pecho, vientre y entrepierna. — Sabes muy bien — musitó él, pegado a su boca, sin poder dejar de besarla y así iniciar con todo lo que tenía listo para ella…. y con lo que ansiaba enterrarle. — Tú... — la pobre inhaló, Emilio no le daba tregua — Tú también sabes muy bien. Logró decir al final, turbada, rendida, excitada. Emilio sonrió satisfecho y metió una mano debajo de ese pedazo de pijama que ya comenzaba a fastidiarle muchísimo, lo quería fuera cuanto antes, pero, primero, la haría gemir un poco de placer. Capturó uno de sus frondosos pechos, y asombrado, fue él quien terminó gruñendo primero. Diablos, la muy atrevida no llevaba sujetador puesto. Empujó su cadera más contra él y masajeó ese pecho antes de darle un poco de atención al otro y
Lo ocurrido en esa cocina no había podido desequilibrarlo más.Se sentía enojado, si, enojado con ella, consigo mismo.«Maldita mujer…»Irritado, y con una excitación pasmada dentro de su pantalón, se frotó el rostro y bebió del trago que le había servido aquella joven camarera detrás de la barra, y a la que siquiera prestó atención cuando intentó seducirle con una insinuante sonrisa.Toda su atención estaba lejos de allí, en realidad, estaba en su departamento, en una mujer con un estúpido pijama de corazones y la cuál le había dejado con una erección de los mil demonios… ¿cómo era posible? Todas las mujeres, en serio, sin escatimar en números, suplicaban un mínimo de atención por su parte, y esa… esa descarada simplemente lo dejaba así, sin más, ¿cómo pudo atreverse?— Debe ser muy malo para que estés tomando de ese modo — la voz de su amigo Luca no lo tomó por sorpresa, pues él mismo le había llamado para quedaran allí.Se sentó a su lado, pidió lo mismo que él y le acompaño en sil
Esa noche, Luca no ahondó en detalles por respeto a la joven y Emilio tampoco lo hizo por las mismas razones. Bebieron, rieron y compartieron recuerdos de la infancia de cada uno, justo como solían hacerlo en los viejos tiempos.«Su amigo volvía a sonreír… sonreír de verdad», fue lo que pensó el doctor Valente mientras se despedían.Emilio no llegó a dormir, o al menos eso fue lo que notó Grecia cuando cayó rendida poco antes de las cuatro de la madrugada, y en efecto, no lo hizo. El padre de su hijo estaba seguro de querer necesitar espacio, quizás por esa noche o un par de días más, no lo sabía, pero quería desesperadamente aclarar sus ideas y poner cada cosa en su sitio, y con ella, sabiéndola a una habitación lejos de la suya, no lo conseguiría, así que reservó la suite presidencial de su propio hotel y aprovechó para trabajar un poco.Dormir no era una opción, no si ella iba a escabullirse en sus propios sueños.Un par de horas después, cuando un tenue rayo de luz anunciaba el am
Por más rabia que hubiese sentido, no era un desalmado y tampoco se supo con el corazón para dejarla allí, incómoda y temblando de frío.— Que no se te haga costumbre, bruja malvada… ven aquí — susurró a un centímetro de sus labios mientras la cargaba en peso, deseando despertarla con un beso que llevaba el último par de días evocando.Subió hasta su habitación, la acomodó como pudo dentro de las sábanas y, preso de un arrebatador impulso, besó su frente; dejándola así, helada, pues ella lo había sentido desde el momento en el que la tomó entre sus fuertes brazos.No abrió los ojos, no hasta que escuchó la puerta cerrarse.Decir que el pulso no se le aceleró como un desquiciado, hubiese sido una gran mentira. Se mordió el labio inferior y ladeó una inevitable sonrisa antes de caer rendida otra vez.Esa noche, soñó con él… soñó que le quería.El amanecer cazó a Emilio fuera de la cama; inquieto. La noche anterior no había podido hablar con ella y las ansias lo carcomían por dentro, así