Emilio llamó en seguida a una enfermera, y aunque la jovencita se negó asegurando que ya se sentía bien, no quiso arriesgarse, pues estaba más pálida que un papel, además, su peso no ayudaba… ¿es que no se alimentaba lo suficiente?
Apartó la vista de esa bruja — como ya se había acostumbrado a llamarla en su mente — y se cruzó de brazos esperando a que la revisaran. Le tomaron el pulso, sacaron sangre y le dieron unos analgésicos para dolor de cabeza, pues fue el único síntoma que dijo presentar en ese momento.
Una hora más tarde, después de haber compartido miradas silenciosas pero cargadas de muchísima electricidad, la misma enfermera les informó que el doctor Valente los esperaba en su consultorio.
Emilio la siguió todo el tiempo de cerca, sin apartar la vista de ese escuálido y pequeño cuerpecito, Dios, ¿cómo podría crecer un hijo dentro de ella? Era tan delgada que de verdad asustaba.
Ruborizada, la futura madre entró al consultorio.
Luca ya los esperaba con los análisis sobre el escritorio, y por su semblante, no parecía tener buenas noticias. Le pidió a la joven que por favor se sentara y miró a Emilio sabiendo que su orgullo y carácter no le permitiría hacer lo mismo, así que se quedó detrás de ella cruzado de brazos, indiferente, aunque moría por escuchar lo que él tenía que decir y así acabar con aquel circo cuanto ante, diablos… ¡quería desenmascararla.
El doctor le hizo preguntas sobre su rutina durante las últimas semanas, entendiendo finalmente porque los resultados arrojaban aquel diagnóstico. Grecia, ajena a que Emilio la observaba con total devoción, respondió despacio y en monosílabos todo lo que a que Luca — como él mismo le había pedido que lo llamara —, le interesaba saber.
Avergonzada, reconoció que apenas y se alimentaba, pues las náuseas eran constantes y devolvía el estómago con demasiada frecuenta, sobre todo en las mañanas. La jovencita también confesó haber sufrido de migraña durante toda su adolescencia, y que ese malestar no había hecho más que intensificarse durante las últimas ocho semanas, justo el tiempo que llevaba gestando.
Emilio escuchó atento y serio a cada palabra, sorprendiéndose cada vez más con la nueva información que ella proporcionaba, ¿cómo era posible que no se cuidara en su estado? Dios, ¿es que si quiera se preocupaba por su propio hijo?
Negó con la cabeza; fastidiado, regañándose a sí mismo… ¿y a él que le importaba lo que ella hiciera con su cuerpo? Seguro era una de esas tantas mujeres que solo les importaba saberse físicamente bien, pero, si comprobaba que la criatura que crecía en su vientre era de verdad suya, ya se las vería después con él… ¡bruja vanidosa!
— De acuerdo a tu último periodo, tienes ocho semanas de embarazo… pero eso es algo que te explicará mejor el ginecólogo — reveló el doctor, aunque eso era algo que ya ella sabía, pues había buscado información por internet y encontró una tabla que la orientaba con las fechas.
Emilio apretó la mandíbula y se cruzó de brazos, sintiendo como el pulso de la dispara y la frente se le perlaba de sudor.
Saber que al menos no había mentido en cuanto al tiempo que llevaba de gestación, lo intranquilizaba, lo hacían sentir extrañamente confundido, pues todo lo que ella le había confesado hacía ya un rato podría ser verdad… no, no, ¿pero que decía? Una historia como aquella no tenía ni pies ni cabeza, solo eran inventos suyos para justificar la bajeza que le había hecho.
Era una perfecta inmoral, m****a, que idiota y burlado se sentía, pero más tonta ella, que no vería ni en céntimo de su fortuna, eso sí que no.
— Entonces, si los tiempos coinciden… ¿ese hijo podría ser mío? — preguntó, interviniendo en la conversación que aún mantenía ella con su amigo.
«Por supuesto que es tuyo», quiso gritarle, pero se contuvo, ya no valía la pena desgastarse con él, las pruebas al final demostrarían que no estaba mintiendo y que tendrían un hijo de ambos.
— Por el momento es imposible saberlo — le reveló el joven médico—, he hablado con un par de colegas y las condiciones por ahora no son las más favorables.
— Explícate — pidió, serio, pues aquel asunto le confería a él.
— ¿De qué condiciones habla, doctor? ¿Hay algo malo con mi bebé? ¿Está bien? — Preguntó la muchacha, respirando preocupación.
El doctor Valente se aclaró la garganta y pasó de un rostro a otro, en seguida, Emilio se incomodó, pues aquel gesto en su amigo no pudo pasar desapercibido, le conocía muy bien.
— El bebé es probable que esté bien, por el momento, la que no lo está eres tú — a la joven casi se le salió el corazón por la boca, pues sintió alivio y desesperación al mismo tiempo, volvía a rectificar que ella no importaba, pero su hijo… Dios, ¡su hijo no! — Verá, Grecia, los resultados no arrojaron buenos valores y estamos en presencia de una condición que no solo podría ser perjudicial para tu salud, sino que para el feto también.
La mujercita embarazada se aferró a la silla, asustada, y a Emilio… por alguna extraña razón, le conmovió saber que esa mujer presentaba al menos una pizca de humanidad por el bebé que llevaba en su vientre.
Se notaba que no lo veía únicamente como un negocio, o quizás, en medio de toda aquella historia que se le escapó de las manos, no le quedaba de otra que fingir muy bien, ya no sabía ni que pensar… esa mujer lo estaba enloqueciendo.
— De acuerdo con las pruebas — prosiguió —, mismas que se repitieron para descartar un falso diagnóstico, encontramos que presentas principios de anémica ferropénica.
Emilio se asombró, conocía muy bien aquella enfermedad. Aranza, su hermana menor, había estado en tratamiento por deficiencia de hierro durante años, pues cuando conseguían subir sus niveles de glóbulos rojos, estos bajaban a las pocas semanas. Habían sido días duros y de pocas mejorías… pero claro, que podía esperar de estar mujer si probablemente comía lo mismo que un pájaro.
— Anemia ferropénica… — murmuró la joven, jamás había escuchado dicho término — ¿eso qué significa?
— Significa que tus niveles de glóbulos rojos están por debajo de lo normal, y en tu caso, por tu inconciencia, puede ser perjudicial para el desarrollo del bebé — intervino Emilio, serio, indiferente… enojado, con ella, consigo mismo.
Luca miró todas y cada una de sus reacciones mientras hablaba, y además de rabia, descubrió preocupación, preocupación innata… aunque intentara maquillarla.
Para ese punto, ya había empezado a cuestionar los sentimientos de su amigo por esa muchacha, y es que jamás, no después de que esa mujer fría le rompiera el corazón, le había visto tan interesado en el bienestar de otra que no fuese su madre o alguna de sus hermanas.
Grecia ahogó una exclamación en su silla, asustada. Las lágrimas no tardaron en abordar sus ojitos y miró al doctor para comprobar que lo que le había dicho ese hombre era verdad, y pues su silencio, fue demasiado revelador.
— ¿Qué tengo que hacer para que mi bebé esté bien, doctor? — suplicó saber, con urgencia, haría lo que fuera, incluso si su propia vida corriera peligro.
Luca la miró sorprendido, tierno, realmente no podía creer que aquella jovencita correspondiera a las características tan desalmadas con las que la había descrito su amigo antes.
Parecía tan inocente que si quiera en un millón de años podría considerarla como un ser humano lleno de maldad, y si algo de verdad había en la historia que le contó Emilio, también debía haber una razón que la justificara.
En serio, esa joven era lo más parecido a un ser angelical, y que la mirase así, al italiano le sacó de quicio.
— No te preocupes, ya te he referido con un hematólogo y tú y bebé van a estar bien muy pronto — le aseguró, tranquilizándola.
— ¿Lo promete?
Sonrió.
— Se lo prometo, Grecia.
Emilio observó la escena contrariado, confundido… ¿enojado?
Esa mujer era una arribista, una cualquiera, y claro, como con él su plan no le había funcionado, no perdía el tiempo… bufó, ¿y a él que diablos le importaba lo que hiciera con su vida personal? Ella significaba menos que nada para él, jamás podría serlo, y una vez más, estaba intentando convencerse a sí mismo de eso.
Bruja, bruja… ¡mil veces bruja!
Solo apartó la vista de ella cuando la futura madre fue guiada por la enfermera a otro consultorio, así que, cuando él y Luca quedaron finalmente solos, este último notó la postura intranquila del otro.
— ¿Qué te pasa, Emilio? — le preguntó.
El aludido arrugó la frente y se cruzó de brazos en frente del enorme ventanal, ignorándolo… o fingiendo hacerlo. Caían las primeras gotas de lluvia de aquel día y la ciudad se movía caótica de un lado a otro.
— ¿Por qué me habría de pasar algo? — respondió con una pregunta, cosa que hacía cuando quería evadir algo, pero, para su pésima suerte, su amigo lo conocía muy bien.
— Venga, Emilio, sabes que eres demasiado transparente, se te nota hasta en los poros.
— No sé de lo que estás hablando — se excusó —, ella no me importa en lo absoluto.
Luca sonrió, sus sospechas acababan de empezar a cobrar más sentido.
— Si quiera la he mencionado
— Pero ibas a hacerlo — m*****a sea, solo se estaba hundiendo a sí mismo.
— Pareces un crío ahora mismo, lo sabes, ¿verdad?
Volteó los ojos, estaba empezando a enojarse en serio.
— Y tú pareces muy interesado en ella, ¿no crees? — cuestionó sin atreverse a apartar la mirada, y es que si lo hacía, Luca sería capaz de desmembrar sus sentimientos con una sola escaneada.
Lo conocía muy bien, m*****a sea, tan bien que no era un buen momento para ser su mejor amigo.
— Entonces es eso… ella te gusta — dijo a su lado, divertido, pues veintisiete años todavía era una edad para bromear, en realidad, cualquier edad lo era; de eso se trataba la vida y Luca sabía muy bien cómo vivirla.
— Deja de intentar sembrar semillas en tierra infértil, ¿quieres? — se había puesto de mil colores… Bah, ¿gustarle? Pues no, ni de cerca.
— Emilio, te conozco de toda la vida, ella te gusta y estás celoso porque familiarizo más conmigo que contigo.
Dios, si no se callaba ahora mismo podría olvidar que era su mejor amigo.
— Pero… ¿qué dices? ¿celoso yo? — bufó, los latidos de su corazón lo estaba traicionando.
— Si, celoso tú — siguió molestándolo, le gustaba verlo rojo como un tomate, pues había creído que su corazón ya estaba congelado.
— ¡Estas loco! — bramó irritado, ya no sabía dónde esconder las manos de lo nervioso que estaba — Me iré de aquí porque ahora mismo no te soporto.
— Vale, vale… solo estoy bromeando — dijo, ya un poco más serio —. Y para tu tranquilidad, ella no me gusta, solo intento ser empático con mis pacientes… cosa que deberías ser tú.
¡Esto era el colmo!
Lo miró encolerizado, aunque un tanto más relajado ahora que sabía que ella no le gustaba y podía ser únicamente suya, a su antojo, a su capricho, a su modo… pues ella se lo había buscado, ¿no?
Quería cazar un millonario, pero lo único que obtendría de él sería una eterna esclavitud en su cama.
— No pienso ser condescendiente con ella, ¿es que no lo recuerdas? ¡Esa… mujer me drogó y me usó!
— Joder, Emilio, puede que esté esperando un hijo tuyo.
— Un hijo que también podría ser de cualquiera — expuso, irritándole la idea —, además, ni te entiendo, dices que eres mi amigo y pareces estar más a favor de ella.
— ¿Y pues que quieres que haga? Actúas como si quisieras saltar encima de la pobre muchacha en cualquier momento… te tiene hasta miedo.
Bufó, pulverizándola.
— ¡Pobres mis cojones! — exclamó — Es una trepadora, una bruja, una inmoral… Dios, tengo tantos calificativos para ella que no me alcanzarían los dedos de las manos para describirla.
No podía más con la euforia, y es que pensar en ella, en lo que le había hecho, en lo que le provocaba cada vez que la tenía cerca… era como tener en el pecho una bomba de tiempo a punto de estallar.
M*****a sea, Emilio, deja de tenerla en tu cabeza y empieza a imaginarla en tu cama… porque es el único lugar en el que se merece estar.
Grecia sintió un extraño cosquilleo en el estómago cuando salió de la consulta con hematólogo y descubrió a Emilio junto a la puerta del consultorio; tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y guardaba un gesto serio, casi imperturbable.— ¿Cómo ha ido? — preguntó en seguida, estudiándola, como si esperara encontrar la respuesta en su pequeño cuerpo…. o como si de verdad no pudiera ser capaz de apartar la vista de ella.Esa mujer era como una hechicera, una total bruja.— Ahora debo ir con el ginecólogo — informó con voz pausada, tímida.— Si, pero te he preguntado cómo ha ido con el hematólogo, no tu itinerario.La muchacha lo miró con aprensión, ¿cómo podía ser así de déspota… tirano?— Bueno, eso queda fuera del asunto del bebé… no creo que le importe — susurró sorprendente claridad. Emilio se paralizó por un segundo tras escucharla y tensó la mandíbula, reafirmando su opinión sobre ella.Y es que encima de que estaba intentando tener una pizca de amabilidad,
El trayecto a donde sea que fueran transcurrió en absoluto silencio. Ella no se atrevía a mirarlo, a dirigirle la palabra o preguntar a donde la llevaba, tan solo se arrinconó junto a la ventana cruzada de brazos y observó como la lluvia poco a poco menguaba.Por su lado, Emilio había estado observándola desde que subió al auto, atrapado en ella, en su particular belleza, en la ternura e inocencia que reflejaba, que lo envolvía, Dios, se sentía como si una entidad poderosa lo hubiese ligado a ella sin opción a resistirse.Estaba idiotizado por esa mujercita de cuerpo delgado… y enfurecido.Agh, esa bruja… ¿cómo podía actuar así, tan indiferente, tan inocente? ¿es que no entendía la magnitud de su problema?Lo que había hecho podría costarle al menos cinco años de cárcel, ¿si quiera pensó en eso? Y si lo hizo, ¿no le importó?Llevaba a una criatura inocente en su vientre, una que fácilmente podría ser suya, joder, y aunque no recordara con suficiente claridad lo que pasó esa noche, bas
El departamento ya estaba listo para recibirlos, pues él se había encargado con una sola llamada de que así fuera.Hortensia, la mujer encargada de mantener el orden de aquel lugar, atendió a detalle las peticiones de su jefe y se encargó en seguida de acondicionar aquella habitación con todo lo que la joven huésped pudiese necesitar, desde toallas calientes, sábanas limpias y jabón de tocador de diferentes olores y características, no sabía a lo que pudiese ser alérgica y él no querría correr con gastos médicos; no porque no tuviese con qué, al contrario, disponía de una fortuna que ni en dos vidas conseguiría gastarse, sino porque esa mujercita ya padecía una condición lo suficientemente delicada como para añadirle otra.Con ese cuerpo tan flacucho, no sabía si lo resistiría.Con ella aun dormida en sus brazos, no se detuvo hasta que llegó a la cama, apartó el cobertor como pudo y ahí la recostó con suma delicadeza; la observó y anheló, de verdad que parecía un ser encantado, mágico
La besó de forma intensa, insensata y despiadada.Se hizo de su boca sin reparo alguno y la invadió con hambre voraz; decisión, firmeza.Dios, no podría detenerse, ni ahora ni nunca. El sabor de su lengua era infinitamente placentero, lo encendía todo por dentro, lo sacudía y avivaba.Ella si quiera se resistía, lo que le gustó más, pues disfrutaba de él y de su contacto, de su calidez. Lo recibió con total y amplia plenitud, entregada, y aunque al principio se sintió desconcertada por el arrebato, no puso señalamientos o peros, simplemente se dejó ir.Su aliento era agradable, pensó; sabía a menta, a limpio, y sus labios... uhm, eran tan firmes y seductores. Le gustaban, le gustaban muchísimo.Emilio no dudó, la empujó más contra su cuerpo y la apresó allí, complacido. Pasó una mano por su cadera, por su trasero y muslos, necesitando pegarla aún más contra el resultado de una excitación previamente despertada. Metió una mano debajo de su camisa y tocó su piel, si, era tan suave como
Grecia no respondió, la vergüenza la había enmudecido en su totalidad, así que solo abrió ligeramente la puerta y sacó una parte de su brazo. Emilio, al mirar cómo le temblaba hasta el último de sus dedos, no pudo evitar sonreír y negó con el pecho inflado. En serio que era demasiado tierna o lo fingía bastante bien, ya ni sabía... ¡quería comérsela! Con las mejillas y la naricita aun sonrojada, cerró la puerta detrás de sí y se colocó la camisa. Curiosa, estrujó la tela y se la pegó a la nariz, inmediatamente el aroma la llenó, olía a masculinidad, a una deliciosa fragancia que únicamente podría usar un hombre tan varonil como él y la misma que no había podido sacarse de la cabeza desde la noche en que lo conoció. Le tomó un par de minutos colocársela y abrió la puerta, tímida, sonrojada a más no poder. Emilio estaba en frente de la chimenea, dándole la espalda y concentrado en como el fuego de la chimenea crepitaba. — Gracias — musitó la joven embarazada, había sido tan silencio
Emilio no logró conciliar el sueño esa noche, ¿y cómo carajos podría si la sabía a un par de habitaciones lejos de la suya? Ya no sabía que pensar o sentir al respecto, pero la urgente necesidad de estar cerca de ella a cada momento, cobraba más intensidad.Saltó fuera de la cama como un resorte, se dio una ducha rápida e hizo una única llamada a Olivia; su secretaria, ella sabría qué hacer con lo encomendado y el silencio que debía guardar referente al tema tan delicado que le comentó.La joven rubia, asombrada, pero en marcha, comenzó a moverse.Grecia despertó cuando el alba comenzaba a pintar de naranja el balcón; había tenido un sueño tan reparador y placentero que de verdad consideró la idea de quedarse en la cama un poco más de tiempo, aunque no acostumbraba, pues le gustaba madrugar.Sacó los pies fuera de la cama y los calzó con aquellas pantuflas que encontró en el baño la noche anterior. Abrió las puertas del balcón, en seguida, la brisa fresca la envolvió, olía a tierra hú
Grecia bajó las escaleras sabiéndose observada y sintiendo que el corazón le latía desbocado, ¿y cómo no? Jamás en su vida nadie la había contemplado como ese hombre lo hacía… cómo si ella fuese la única en un millón.— Estoy lista — logró decir, acalorada, al final de las escaleras.Emilio asintió cauto y señaló el interior del elevador sin dejar de observarla.— Te queda hermoso ese vestido — le dijo, sorprendiéndola y sorprendiéndose a sí mismo.«Dios, Emilio… ¿qué te pasa?», se dijo, de verdad que ya ni se reconocía.La jovencita le pasó por el lado, ruborizándose, absorbiendo todo su aroma a hombre.— Gracias… tú te miras muy bien — y no mentía, la verdad es que se veía guapísimo, más de lo que le hubiese gustado reconocer. Esa mañana había sustituido aquel rígido traje de firma por pantalones de mezclilla y sueter de temporada.Sonrió con disimulo, pues nunca creyó que vería a un hombre de su talla usar tenis blancos.Leonardo los llevó a un bonito restaurante en el centro de la
Recorrieron un par de calles en el auto, conociendo, explorando, pues aquella jovencita de ojos de almendra y boquita de corazón se asombraba con cada esquina, puestito y avenida; Emilio sonrió, satisfecho, sintiendo como un pequeño aguijonazo le sacudía el pecho.Dios, se percibía a sí mismo como un idiota contemplándola la mayor parte del tiempo, debía parar, así que sacó su móvil y se dignó a responder un par de correos pendientes y contestar una que otra llamada con socios y posibles inversionistas extranjeros.El trabajo era la mejor parte de su vida, pues era un ser humano que sobre pensaba demasiado y eso lo mantenía a raya, sobre todo ahora que existía una mujercita embarazada con la que compartía el mismo techo.Grecia, aun impresionada con todo lo que tenía por ofrecerle aquella ciudad, lo escuchó hablar en diferentes idiomas, desde el inglés y portugués hasta el español y mandarín, todos se le daban a la perfección, lo que lo convertía en un hombre de lo más fascinante, cul