Emilio la escuchó atento, en silencio, mirando como aquella pequeña y rosada boca se movía conforme todas las palabras que inventaba, mientras tanto, ella trataba de explicar todo a detalle y rogaba que fuese suficiente para que ese hombre no tomara represalias contra ella, pues todo lo que estaba diciendo no era más que la verdad.
Una verdad que les cambiaba la vida para siempre… a ambos.
Al principio, cuando esos hombres y mujer le hicieron aquella descabellada propuesta, su respuesta fue un total y definitivo «no», ¿cómo podría ser ella partícipe de algo tan horrible… e ilegal? Pero bastó una cruel y peligrosa amenaza para que una mujer joven y sin protección como ella aceptara tan macabro plan sin remedio, pues no quería que las personas a su alrededor pagaran las consecuencias, sobre todo Fabio, su hermano, quien de por sí estaba ya metido en serios problemas con el narcotráfico.
Se lo dejaron dicho y escrito, había un hombre en la barra al que debía seducir — cosa que se le daba completamente fatal; pues ella era dulce, tímida, casi mágica —, conseguir que la llevase a la habitación del hotel donde se hospedaba y entregarse a él como cual joven enamorada.
Y lo hizo, pero algo salió mal esa noche, ella no recordaba con suficiente claridad y solo supo que cumplió su cometido cuando las manchas de sangre en aquellas sábanas blancas fueron demasiado esclarecedoras.
Había entregado su primera vez a ese hombre, y lo había hecho cuando lo único que podía recordar de la noche anterior era como se arrepentía en el último momento, entonces… ¿cómo carajos fue que sucedió? No, se negaba, lloraba, no podía ser posible; se sentía asqueada, desdichada.
Se había arrinconado contra el respaldo de la cama, desnuda, temblando de pies a cabeza. El hombre a su lado seguía inconsciente, suplicó, en silencio, que al tocarlo, por favor estuviese vivo.
Sollozó, si, lo estaba… ¡estaba vivo, respiraba! Dios santo, ¿qué le habían hecho? ¿Qué le habían hecho a ella también? ¿Cómo era posible que no recordara nada?
De repente, una camarera tocó la puerta de la habitación esa mañana, era parte de todo esto, pues la dejó ir sin presunciones porque sabía que los desalmados que la habían arrastrado a esto, la vigilarían y buscarían cuando ya estuviese gestando al hijo de ese desconocido.
Vomitó ni bien había llegado a su departamento, la situación la superó; se sentía humillada, adolorida, avergonzada. Lloró todo lo que pudo, grito, pataleó, se encerró en el baño y se restregó la piel queriendo arrancársela con sus propias manos.
Las semanas pasaron y no se sintió mejor, al contrario, la rabia y la culpa la perseguían por todos lados, se sabía observada, también sabía que se trataba de ellos, pues la seguían a sol y a sombra.
Poco después, aparecieron los primeros síntomas; leves mareos que le dificultaban trabajar y nauseas matutinas. Asustada, sabía lo que eso significaba, Dios… lo sabía muy bien. Estaba embarazada, llevaba en su vientre al hijo de un hombre que si quiera sabía su nombre o de donde era.
Una noche, detrás de la puerta de uno de los cubículos de vestimenta en el bar que trabajaba, escuchó hablar de «Las sombras» y lo que hacían, a que se dedicaban.
Se llevó las manos a la boca, horrorizada, bastó atar cabos para saber que eran los mismos que la habían empujado a tan deplorable situación.
«Las sombras», como se hacían llamar, era una pequeña mafia local que venía llevando a cabo un negocio de extorsión familiar entre un padre y un hijo recién nacido. Reclutaban mujer jóvenes, atractivas y con potencial para gestar, entonces, le asignaban a un hombre para embarazarse de ellos en una noche, luego de que la criatura naciera, negociaban entregarlo a cambio de una pequeña jugosa cantidad de dinero.
Si, era una monstruosidad, incluso algo difícil de creer, no era posible que el mundo estuviese tan podrido y existiesen personas capaces de jugar con la vida de un recién nacido, pero era real, «Las sombras» existían y podía estar segura que la buscaban.
Emilio miró a la mujer en frente de él y enarcó las cejas, perplejo, sorprendido por su nivel de imaginación, de descaro… ¡cinismo!
¿De verdad lo creían tan idiota, tan imbécil como para tragarse semejante cuento?
No le creyó ni una sola palabra, ni el padre nuestro ni nada, por supuesto que no.
¿Quién en su sano juicio creería semejante historia tan macabra?
«Las sombras»
¡Qué ridiculez, por Dios!
Aquello era lo más absurdo que había escuchado jamás en su vida, lo más vi, lo más descabellado. Era un simple y tonto rompecabezas que ella misma se había inventado de camino a roma, un cuento para asustar niños, una treta, si, debía serlo… ¿cómo podía ser de otro modo?
Esa mujer no tenía vergüenza alguna, y pensar que en un momento sintió compasión por ella cuando la vio así, toda flacucha y desaliñada, tan inocente… ¡tan tierna!
— Lo que más me ofende es que de verdad pienses que te voy a creer esta patraña — el ácido de su voz la hizo alzar la mirada, él ya la esperaba, contenido, indignado por esas lágrimas de cocodrilo que de pronto inundaron sus ojos.
«Jodida embustera», gruñó en lo más profundo, ¿cómo podía seguir sosteniendo esa farsa?
Grecia se limpió la primera lágrima derramada con el dorso de su mano y negó con la cabeza, comprendiendo que de lo confesado ese hombre no le había creído ni medio palabra.
— Le he dicho que no estoy mintiendo, si regreso a Cerdeña ellos nos quitaran a nuestro hijo.
«Nuestro hijo», se encendió ante esa idea, desbordado, no podía tener un hijo con esa mujer, se negaba, rechazaba la idea, pero… ¿y si era verdad? Por supuesto, lo del hijo, porque semejante historia nadie podría creérsela.
Que poca inteligencia, hubiese preferido mil veces que admitiera lo que había hecho, quizás, así, no se sentiría tan insultado.
— Entonces, ellos, «las sombras», esperan nueve meses a que la criatura nazca y me chantajean con una buena cantidad de dinero para entregármelo, ¿no es así? — preguntó, corroborando.
— Es justamente lo que le he dicho.
— Y encima esperas que te compadezca y te crea — negó con la cabeza, bufando de enojo.
La muchacha le clavó una mirada dolorosa, rota, y es que lo peor era que lo entendía, entendía perfectamente esa postura, pues nadie entra a la vida de alguien confesándole que espera un hijo suyo y encima contándole una historia que desde el punto de vista de cualquiera parecería descabellada, sin sentido.
Pero una parte de ella, esa que la hacía humana, esperaba que al menos protegiese a su hijo, ella no importaba, lo que pasara con su vida ya era de segundo plano, solo le interesaba que su hijo naciese a salvo y lejos, muy lejos de los planes malvados de esos delincuentes.
— Solo dime una cosa — la miró, juzgándola —, esto de cazar a un millonario y embarazarte… ¿fue idea tuya o hay alguien más detrás de todo esto?
— Ya se lo he dicho, ellos, las sombras…
— ¡Deja de mentir de una buena m*****a vez y habla con la verdad! — bramó, encolerizado, al borde, al límite.
La joven negó con la cabeza, se sentía exhausta, acabada, sin fuerzas para seguir defendiéndose. Encogió las piernas y la pegó hasta su pecho, como si de ese modo pudiera protegerse a sí misma de toda esa crueldad que la perseguía.
Emilio, preso de toda esa rabia que lo cegaba, se acercó a ella y la obligó a mirarlo tomándolo por el mentón. Ella lo hizo en seguida, asustada, amedrentada.
— Si dices la verdad, si hay alguien detrás de todo esto ayudándote, te aconsejo que hables, podrían reducirte algunos de prisión si cooperas — le dijo esta vez, más calmado, atrapado en esos ojos avellanas que lo encandilaban, que le gustaban…
«Maldita sea, de verdad, Emilio… ¿qué diablos pasa contigo?»
— No dirás nada más — pronunció con voz baja, pero claramente harto.
— Usted ha tomado una decisión sobre mí.
Emilio negó son decepción, se rendía, así, sin más, prefería mantener su mentira que redimirse a los hechos.
— Increíble — negó soberbio, sin poder creerlo… se rendía, así, sin más, prefería mantener su mentira que redimirse a los hechos, tal y como la mujer su pasado había intentado hacerlo cuando lo buscó, pero fue muy tarde, su corazón ya no la quería de vuelta —. Eres una magnifica actriz, eres una…
Tensó la mandíbula y apretó los ojos por un desesperante segundo.
— Quiero que sepas, Grecia, que hasta aquí llegó tu numerito y no verás ni un céntimo de euro por mi parte
— Quiero que sepas, Grecia, que hasta aquí llegó tu numerito y no verás ni un céntimo de euro por mi parte — le clavó una mirada endiablada —; sin embargo, te daré el maldito beneficio de la duda con respecto a ese niño, nada más, pero te haré una promesa y escúchala muy bien, porque lo que Emilio Arcuri promete, lo cumple…
«Si el hijo que llevas en tu vientre resulta ser mío, te garantizo que nacerá, será protegido y amado… en cuanto a ti, lo siento mucho, no podrás verlo jamás».
La muchacha lo miró aterrada, turbada, y no tanto por la sentencia o el dictamen de sus palabras, sino por la sola idea de tener que imaginarse alejada de su hijo, de la única razón que la mentía entera, y es que luego de lo que pasó esa noche y la forma en la que eventualmente ocurrieron los hecho, jamás podría volver a ser la misma… jamás podría volver a tener un solo motivo con el que anclarse a la vida.
— Usted no puede hacerme eso, por favor, no puede alejarme de mi hijo… — se incorporó mareada, asfixiada.
Emilio se enderezó en cuanto ella redujo el espacio que los separaba; en seguida, se abrumó, su cercanía provocaba en él cosas de las que no le gustaría admitir en voz alta.
Dios, le crispaba los nervios… ¡la existencia!
— ¿Qué no puedo? — la miró con altivez, burlándose, repasándola de cuerpo entero y maquillando las terribles ansias que esa mujercita de verdad le procuraba — Si ese hijo es mío te aseguro que crecerá como lo que es… y una mujer como tú, no consentiré que sea su madre.
— Diga lo que quiera de mí, insúlteme si eso le hace sentir mejor, pero soy la madre de ese niño y eso no podrá cambiarlo, ni usted, ni nadie.
Se echó a reír, indignado… enfurecido.
— No tienes idea de lo que puede llegar a hacer el dinero.
— El dinero no lo es todo en la vida.
— ¿Y eso lo pensabas mientras te metías en mi cama? — la silenció de tajo, y tras esa pequeña victoria, se dispuso a salir de allí de orgulloso.
— Para que sepa, yo me arrepentí en el último momento… — confesó, provocando que Emilio se detuviera de súbito en frente de la puerta.
Se giró con el pulo disparado, frenético.
— ¿Qué dices?
— Me arrepentí — esta vez, habló con más firmeza, aunque le temblaran las rodillas… el cuerpo entero —. Yo no quería acostarme con usted, y así como no recuerda lo que de verdad sucedió esa noche, yo tampoco lo hago… no sé cómo pudo pasar, en serio, pero si estoy ahora mismo en esta situación fue por qué pequé de ingenua, de tonta.
— Sorprendente, ahora intentas eximirte de los hechos — aplaudió asombrado —. Tienes un poder de convencimiento y victimismo casi pródigo… ¿Qué intentas decir, eh? ¿que yo abusé de ti?
— No, yo no…
— Ya he tenido suficiente contigo, pagarás por esto.
Ni bien cogió el pomo de la puerta cuando escuchó un quejido, se giró en seguida, arrugando la frente al ver que ella se llevaba las manos al vientre. Emilio se alertó de inmediato y corrió hasta ella intuyendo que se desplomaría si no hacía algo para evitarlo.
Si, estaba enojado, con ella y con su mentira, pero no era un desalmado para permitir que perdiera el conocimiento o se hiciera daño en el proceso, mucho menos si el hijo en su vientre podría ser suyo.
— ¡Suélteme! — Le gruñó la joven, con lágrimas, intentando zafarse sin éxito—. No finja que le importa.
Emilio la escudriñó molesto, de hecho, hirviendo de rabia.
— Tienes razón, no me importas, en lo absoluto, pero dices llevar a mi hijo en tu vientre y no consentiré que nada malo le pase hasta corroborar que sea cierto… o en su defecto, desmentirte
— Yo no miento — rezongó con la mirada escondida él volteó los ojos porque su vocecita rota lo seguía fastidiando.
— Eso ya lo veremos… bruja — eso último lo gruñó sin que ella pudiese escucharlo.
Entonces, la condujo hasta la cama con los dedos apretados alrededor de su cintura y la obligó a sentarse, preocupado y evidentemente molesto por haber tenido que recurrir al contacto, diablos… ¡no la soportaba… no soportaba a esa bruja descarada!
Emilio llamó en seguida a una enfermera, y aunque la jovencita se negó asegurando que ya se sentía bien, no quiso arriesgarse, pues estaba más pálida que un papel, además, su peso no ayudaba… ¿es que no se alimentaba lo suficiente?Apartó la vista de esa bruja — como ya se había acostumbrado a llamarla en su mente — y se cruzó de brazos esperando a que la revisaran. Le tomaron el pulso, sacaron sangre y le dieron unos analgésicos para dolor de cabeza, pues fue el único síntoma que dijo presentar en ese momento.Una hora más tarde, después de haber compartido miradas silenciosas pero cargadas de muchísima electricidad, la misma enfermera les informó que el doctor Valente los esperaba en su consultorio.Emilio la siguió todo el tiempo de cerca, sin apartar la vista de ese escuálido y pequeño cuerpecito, Dios, ¿cómo podría crecer un hijo dentro de ella? Era tan delgada que de verdad asustaba.Ruborizada, la futura madre entró al consultorio.Luca ya los esperaba con los análisis sobre e
Grecia sintió un extraño cosquilleo en el estómago cuando salió de la consulta con hematólogo y descubrió a Emilio junto a la puerta del consultorio; tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y guardaba un gesto serio, casi imperturbable.— ¿Cómo ha ido? — preguntó en seguida, estudiándola, como si esperara encontrar la respuesta en su pequeño cuerpo…. o como si de verdad no pudiera ser capaz de apartar la vista de ella.Esa mujer era como una hechicera, una total bruja.— Ahora debo ir con el ginecólogo — informó con voz pausada, tímida.— Si, pero te he preguntado cómo ha ido con el hematólogo, no tu itinerario.La muchacha lo miró con aprensión, ¿cómo podía ser así de déspota… tirano?— Bueno, eso queda fuera del asunto del bebé… no creo que le importe — susurró sorprendente claridad. Emilio se paralizó por un segundo tras escucharla y tensó la mandíbula, reafirmando su opinión sobre ella.Y es que encima de que estaba intentando tener una pizca de amabilidad,
El trayecto a donde sea que fueran transcurrió en absoluto silencio. Ella no se atrevía a mirarlo, a dirigirle la palabra o preguntar a donde la llevaba, tan solo se arrinconó junto a la ventana cruzada de brazos y observó como la lluvia poco a poco menguaba.Por su lado, Emilio había estado observándola desde que subió al auto, atrapado en ella, en su particular belleza, en la ternura e inocencia que reflejaba, que lo envolvía, Dios, se sentía como si una entidad poderosa lo hubiese ligado a ella sin opción a resistirse.Estaba idiotizado por esa mujercita de cuerpo delgado… y enfurecido.Agh, esa bruja… ¿cómo podía actuar así, tan indiferente, tan inocente? ¿es que no entendía la magnitud de su problema?Lo que había hecho podría costarle al menos cinco años de cárcel, ¿si quiera pensó en eso? Y si lo hizo, ¿no le importó?Llevaba a una criatura inocente en su vientre, una que fácilmente podría ser suya, joder, y aunque no recordara con suficiente claridad lo que pasó esa noche, bas
El departamento ya estaba listo para recibirlos, pues él se había encargado con una sola llamada de que así fuera.Hortensia, la mujer encargada de mantener el orden de aquel lugar, atendió a detalle las peticiones de su jefe y se encargó en seguida de acondicionar aquella habitación con todo lo que la joven huésped pudiese necesitar, desde toallas calientes, sábanas limpias y jabón de tocador de diferentes olores y características, no sabía a lo que pudiese ser alérgica y él no querría correr con gastos médicos; no porque no tuviese con qué, al contrario, disponía de una fortuna que ni en dos vidas conseguiría gastarse, sino porque esa mujercita ya padecía una condición lo suficientemente delicada como para añadirle otra.Con ese cuerpo tan flacucho, no sabía si lo resistiría.Con ella aun dormida en sus brazos, no se detuvo hasta que llegó a la cama, apartó el cobertor como pudo y ahí la recostó con suma delicadeza; la observó y anheló, de verdad que parecía un ser encantado, mágico
La besó de forma intensa, insensata y despiadada.Se hizo de su boca sin reparo alguno y la invadió con hambre voraz; decisión, firmeza.Dios, no podría detenerse, ni ahora ni nunca. El sabor de su lengua era infinitamente placentero, lo encendía todo por dentro, lo sacudía y avivaba.Ella si quiera se resistía, lo que le gustó más, pues disfrutaba de él y de su contacto, de su calidez. Lo recibió con total y amplia plenitud, entregada, y aunque al principio se sintió desconcertada por el arrebato, no puso señalamientos o peros, simplemente se dejó ir.Su aliento era agradable, pensó; sabía a menta, a limpio, y sus labios... uhm, eran tan firmes y seductores. Le gustaban, le gustaban muchísimo.Emilio no dudó, la empujó más contra su cuerpo y la apresó allí, complacido. Pasó una mano por su cadera, por su trasero y muslos, necesitando pegarla aún más contra el resultado de una excitación previamente despertada. Metió una mano debajo de su camisa y tocó su piel, si, era tan suave como
Grecia no respondió, la vergüenza la había enmudecido en su totalidad, así que solo abrió ligeramente la puerta y sacó una parte de su brazo. Emilio, al mirar cómo le temblaba hasta el último de sus dedos, no pudo evitar sonreír y negó con el pecho inflado. En serio que era demasiado tierna o lo fingía bastante bien, ya ni sabía... ¡quería comérsela! Con las mejillas y la naricita aun sonrojada, cerró la puerta detrás de sí y se colocó la camisa. Curiosa, estrujó la tela y se la pegó a la nariz, inmediatamente el aroma la llenó, olía a masculinidad, a una deliciosa fragancia que únicamente podría usar un hombre tan varonil como él y la misma que no había podido sacarse de la cabeza desde la noche en que lo conoció. Le tomó un par de minutos colocársela y abrió la puerta, tímida, sonrojada a más no poder. Emilio estaba en frente de la chimenea, dándole la espalda y concentrado en como el fuego de la chimenea crepitaba. — Gracias — musitó la joven embarazada, había sido tan silencio
Emilio no logró conciliar el sueño esa noche, ¿y cómo carajos podría si la sabía a un par de habitaciones lejos de la suya? Ya no sabía que pensar o sentir al respecto, pero la urgente necesidad de estar cerca de ella a cada momento, cobraba más intensidad.Saltó fuera de la cama como un resorte, se dio una ducha rápida e hizo una única llamada a Olivia; su secretaria, ella sabría qué hacer con lo encomendado y el silencio que debía guardar referente al tema tan delicado que le comentó.La joven rubia, asombrada, pero en marcha, comenzó a moverse.Grecia despertó cuando el alba comenzaba a pintar de naranja el balcón; había tenido un sueño tan reparador y placentero que de verdad consideró la idea de quedarse en la cama un poco más de tiempo, aunque no acostumbraba, pues le gustaba madrugar.Sacó los pies fuera de la cama y los calzó con aquellas pantuflas que encontró en el baño la noche anterior. Abrió las puertas del balcón, en seguida, la brisa fresca la envolvió, olía a tierra hú
Grecia bajó las escaleras sabiéndose observada y sintiendo que el corazón le latía desbocado, ¿y cómo no? Jamás en su vida nadie la había contemplado como ese hombre lo hacía… cómo si ella fuese la única en un millón.— Estoy lista — logró decir, acalorada, al final de las escaleras.Emilio asintió cauto y señaló el interior del elevador sin dejar de observarla.— Te queda hermoso ese vestido — le dijo, sorprendiéndola y sorprendiéndose a sí mismo.«Dios, Emilio… ¿qué te pasa?», se dijo, de verdad que ya ni se reconocía.La jovencita le pasó por el lado, ruborizándose, absorbiendo todo su aroma a hombre.— Gracias… tú te miras muy bien — y no mentía, la verdad es que se veía guapísimo, más de lo que le hubiese gustado reconocer. Esa mañana había sustituido aquel rígido traje de firma por pantalones de mezclilla y sueter de temporada.Sonrió con disimulo, pues nunca creyó que vería a un hombre de su talla usar tenis blancos.Leonardo los llevó a un bonito restaurante en el centro de la