Cuando le informaron que la joven se encontraba en perfecto estado y que había sido trasladada a una de las habitaciones de la clínica, no lo pensó demasiado y fue hasta ella, decidido a encararla.
Que no creyese que lo iba a engañar, no señor, él ya estaba curado de eso y no tenía la mínima intención de saberse burlado una vez más.
Grecia se tensó contra el respaldo de la camilla cuando lo miró, allí, de píe, bajo el marco de la puerta… observándola como si fuese a comérsela de un solo bocado. Carajo, era tan pequeña y delicada, ¿cómo es que una mujercita así podía ser una trepadora… una cualquiera?
La joven seguía observándolo silenciosa, con esos ojos marrones atormentados, asustados incluso.
— Hola — musitó bajito, fue la primera en hablar al notar su mutismo.
En realidad, se había quedado perplejo, esa mujer era capaz de hipnotizar al mundo entero. Pasó saliva, dando un paso al frente, inseguro de sí mismo, ¿qué le pasaba? ¿Desde cuándo una mujer de su calaña lo desconcertaba al punto de paralizarlo?
Maldijo para sus adentro.
Luca entró en seguida detrás de él, ojeándolo con reprobación, pues le había advertido que no podía entrar allí y acosar a su nueva paciente.
— Hola, Grecia — le sonrió con amabilidad — una enfermera ha encontrado tu identificación en uno tus bolsillos, es ese tu nombre… ¿verdad?
«Grecia», repasó Emilio en su mente, ¿por qué diablos no le había dicho eso a él?
— Si — respondió tímida, sabiéndose observada por ese hombre.
— Bien, Grecia, yo soy el doctor Valente pero tú puedes decirme Luca, ¿te parece?
— Luca — mencionó, acordando.
Emilio volteó ojos, hirviendo dentro de sí mismo, ¿qué carajos había sido eso?
— Escucha, Grecia, te haré una valoración para descartar cualquier anomalía, y si no encontramos nada, podrás ir a casa y chequearte luego con tu ginecólogo de confianza, ¿quieres que la clínica lo llame?
— No, no… — negó en seguida —, creo que solo quiero ir a casa, ¿puedo… puedo solo irme?
Ir hasta roma había sido un error, lo supo en el instante en el que ese hombre, el padre de su hijo, la miró como un pequeño corderito sucio.
¿Qué podría esperar para su hijo…?
Ya vería como resolvía su vida.
— En ese caso, no puedo retenerte, pero te aconsejo que visites a tu médico tan pronto puedas.
Ella no tenía un médico, al menos no uno de confianza, pues desde que se enteró de su embarazo solo había podido chequearse una sola vez.
— Gracias — forzó una sonrisa e intentó incorporarse, en seguida, Emilio la tomó por el codo y la devoró con un solo vistazo.
— ¡Tú de aquí no te mueves! — gruñó, sintiendo como todo su ser latía por ese simple contacto.
— Emilio… — mencionó su amigo, con advertencia.
El aludido relajó los hombros y respiró profundo; necesitaba contenerse a sí mismo o perdería la compostura.
— Tenemos que hablar — dijo, no, exigió.
Esa mujer había llegado aquí a inventarle un hijo y ahora pretendía irse así como llegó, no iba a permitirlo, además de que tenía cuenta que saldar con él.
— Si estás en condiciones para hablar, adelante, de lo contrario nadie te obligará — le dijo Luca, haciéndola sentir un poco más segura en presencia de ese hombre.
Emilio negó con la cabeza, ¡no podía creerlo… su amigo a favor de la bruja esa! ¡Pero qué barbaridad!
— Estoy bien — aseguró, pero mentía, no lo estaba, no si ese hombre era toda una amenaza hirviendo dentro de ese maravilloso cuerpo fornido.
— Ya la escuchaste — miró a su amigo sin un soplo de culpabilidad — ¿nos dejas solos ahora o aparte de doctor también eres niñera?
Luca asintió sereno antes de dejarles.
En cuanto quedaron nuevamente solos, no supo por dónde empezar, pero que más fácil que hacerlo por el principio.
Se aflojó el nudo de su corbata y se arremangó la camisa hasta los codos.
— ¿De quién es ese hijo? — preguntó en seguida, sin titubeos ni tapujos.
— Mío — respondió ella, tranquila, con firmeza.
Emilio sonrió irónico, por supuesto que era suyo, pero podría ser de él también.
— No me tomes por idiota, sabes perfectamente a lo que me refiero.
— Lo sé, pero en vista de que usted no está muy seguro de lo que pasó esa noche ni mucho menos de su paternidad, aunque lo entiendo, créame, no quiero humillar a mi hijo antes de nacer.
Humillar, Dios, hablaba de humillar, ¡precisamente ella! La que lo había dejado en pelotas y únicamente con el documento de identidad en bolsillo de su chaqueta.
«Descarada»
— Hablas de lo que pasó en Cerdeña — no era una pregunta, pero el comentario sirvió para confirmar que se trataba de ella.
M*****a sea, si se había acostado con ella, estaba seguro, así que las posibilidades de que ese hijo fuese suyo cobraban fuerza.
— Escucha, Grecia — ancló las manos en los bordillos metálicos de la camilla y la miró fijamente —, los dos sabemos que este jueguito mal hecho se te cayó, querías cazar un millonario, y en efecto, yo soy uno, pero se te olvidó contar con algo más que eso; y es que a mí nadie… nadie, me ve la cara de imbécil.
— Yo no sabía quién era usted — se explicó.
— Claro, de repente te cruzas con un hombre que puede asegurarte el futuro, lo drogas, llevas a la cama y terminas embarazada por accidente… ¡y para colmo, te llevas su dinero! ¡Qué cliché!
La joven lo miró confundida, ¿por qué la acusaba de semejante cosa?
Ella no lo robó.
No era una ladrona.
Dios, mucho menos lo drogó.
— Las cosas sucedieron de otro modo, no sé por qué dice que lo drogué o robé, pero nada de eso es cierto, yo no cometí ningún delito, mi único error fue…
— Mira, no me interesa como hayan sucedido las cosas ni los planes mal habidos que hayas tenido, ahora mismo hay una criatura de por medio y quiero solucionar este problema antes de que se salga de mi control.
— ¿Problema? — arrugó la frente, ¿su hijo representaba un problema para él?
— Si, lo que hiciste puede costarte muchos años de cárcel, y si dices que estás esperando un hijo mío, no quiero que involucrar a la ley en esto, al menos no hasta que tenga una prueba de paternidad que confirme lo que dices, o en su defecto, te desmienta.
— Yo no estoy mintiendo, este hijo es suyo… — pasó saliva, ahora más asustada que antes.
Ese hombre no parecía titubear en cuanta decisión tomara.
Y era cierto, Emilio se había hecho a sí mismo un ser implacable, ruin, huraño; no le temblaba el pulso para tomar represalias y ella le había jugado al dedo en la boca como a un niño de nueve años.
— Ruega que lo sea, de lo contrario, no me importará que críes a ese hijo tras las rejas.
La muchacha quedó lívida tras escucharlo, no podías más con la humillación y amenazas a las que ese hombre la estaba sometiendo, no lo merecía, no merecía nada de esto.
Ella había sido una víctima, todo fue planeado para que se embarazara de él, pero no era su plan y negarse tampoco se lo habían dejado como opción, y es que si no participaba, toda la gente que a la que ella le tenía estima saldría muy lastimada.
Recurrió al sacrificio, a meterse a la cama con ese hombre que no recordaba nada, ella tampoco lo hacía, ahora comprendía un poco más por qué hablaba de drogas, probablemente a ella también le hicieron lo mismo y por eso no pudo hacer nada cuando se retractó a último segundo.
Los miró con los ojos empapados de lágrimas, jamás creyó que se vería atrapada en un asunto legal.
— Déjame explicarte — suplicó, llorosa, temblando de miedo —, te juro que nada de esto ha sido cosa mía.
Emilio negó, convencido de que quería embaucarlo.
Era como la mujer de su pasado; una trepadora, una cualquiera… ¡solo les importaba el cochino dinero!
— Ni una palabra, estás acabada, ¿me oyes? — tenía conocidos en la comisaria de Trevi que le debían ciertos favores, ellos sabrían que hacer llegado el momento.
Por ahora, no la quería ver más, no la soportaba, diablos, de repente detestaba estar compartiendo el mismo aire que ella. Tenía que salir de allí, solicitar una prueba de paternidad y sacarla de su vista en cuanto los resultados demostraran lo mentirosa y falsa que era.
— Espera — le pidió, casi saltó de la camilla y le detuvo por el brazo —, permíteme explicarte, por favor, luego aplícame el castigo que creas correspondiente.
Emilio se quedó muy quieto, impávido, con los ojos abiertos, viajando de los suyos hasta esa mano que ahora mismo lo tocaba. Dios, era suave, delicada, parecía estar hecha de lana.
Se zafó en seguida, mirándola curioso, intrigado.
Esa mujer tenía algo, algo que lo encendía, que lo sacaba de su autocontrol. Algo que lo enloquecía inexplicablemente.
Si, era atractiva, más de lo que le hubiese gustado admitir, y aunque había conocido mujeres hermosas a lo largo de sus años, incluyendo a aquella ingrata que lo había convertido en el hombre déspota que ahora era, había algo en ella que reclamaba demasiados «por qué» en su cabeza.
Diablos, era la primera vez, en mucho tiempo, que su corazón volvía a latir como un loco desesperado dentro de su pecho, era la primera vez que sentía como si ese condenado órgano quisiera abrirle la piel a jirones y largarse de allí corriendo.
¿Qué era todo eso…? ¿Qué le pasaba con esa escrupulosa mujer?
«Reacciona, Emilio, esta vez serás tú quien juegue y no tienes permitido perder»
— Habla — aceptó escucharla, con gesto indiferente, total, no cambiaría de opinión, ya conocía muy bien a las de su clase y como se manejaban.
Emilio la escuchó atento, en silencio, mirando como aquella pequeña y rosada boca se movía conforme todas las palabras que inventaba, mientras tanto, ella trataba de explicar todo a detalle y rogaba que fuese suficiente para que ese hombre no tomara represalias contra ella, pues todo lo que estaba diciendo no era más que la verdad.Una verdad que les cambiaba la vida para siempre… a ambos.Al principio, cuando esos hombres y mujer le hicieron aquella descabellada propuesta, su respuesta fue un total y definitivo «no», ¿cómo podría ser ella partícipe de algo tan horrible… e ilegal? Pero bastó una cruel y peligrosa amenaza para que una mujer joven y sin protección como ella aceptara tan macabro plan sin remedio, pues no quería que las personas a su alrededor pagaran las consecuencias, sobre todo Fabio, su hermano, quien de por sí estaba ya metido en serios problemas con el narcotráfico.Se lo dejaron dicho y escrito, había un hombre en la barra al que debía seducir — cosa que se le daba
Emilio llamó en seguida a una enfermera, y aunque la jovencita se negó asegurando que ya se sentía bien, no quiso arriesgarse, pues estaba más pálida que un papel, además, su peso no ayudaba… ¿es que no se alimentaba lo suficiente?Apartó la vista de esa bruja — como ya se había acostumbrado a llamarla en su mente — y se cruzó de brazos esperando a que la revisaran. Le tomaron el pulso, sacaron sangre y le dieron unos analgésicos para dolor de cabeza, pues fue el único síntoma que dijo presentar en ese momento.Una hora más tarde, después de haber compartido miradas silenciosas pero cargadas de muchísima electricidad, la misma enfermera les informó que el doctor Valente los esperaba en su consultorio.Emilio la siguió todo el tiempo de cerca, sin apartar la vista de ese escuálido y pequeño cuerpecito, Dios, ¿cómo podría crecer un hijo dentro de ella? Era tan delgada que de verdad asustaba.Ruborizada, la futura madre entró al consultorio.Luca ya los esperaba con los análisis sobre e
Grecia sintió un extraño cosquilleo en el estómago cuando salió de la consulta con hematólogo y descubrió a Emilio junto a la puerta del consultorio; tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y guardaba un gesto serio, casi imperturbable.— ¿Cómo ha ido? — preguntó en seguida, estudiándola, como si esperara encontrar la respuesta en su pequeño cuerpo…. o como si de verdad no pudiera ser capaz de apartar la vista de ella.Esa mujer era como una hechicera, una total bruja.— Ahora debo ir con el ginecólogo — informó con voz pausada, tímida.— Si, pero te he preguntado cómo ha ido con el hematólogo, no tu itinerario.La muchacha lo miró con aprensión, ¿cómo podía ser así de déspota… tirano?— Bueno, eso queda fuera del asunto del bebé… no creo que le importe — susurró sorprendente claridad. Emilio se paralizó por un segundo tras escucharla y tensó la mandíbula, reafirmando su opinión sobre ella.Y es que encima de que estaba intentando tener una pizca de amabilidad,
El trayecto a donde sea que fueran transcurrió en absoluto silencio. Ella no se atrevía a mirarlo, a dirigirle la palabra o preguntar a donde la llevaba, tan solo se arrinconó junto a la ventana cruzada de brazos y observó como la lluvia poco a poco menguaba.Por su lado, Emilio había estado observándola desde que subió al auto, atrapado en ella, en su particular belleza, en la ternura e inocencia que reflejaba, que lo envolvía, Dios, se sentía como si una entidad poderosa lo hubiese ligado a ella sin opción a resistirse.Estaba idiotizado por esa mujercita de cuerpo delgado… y enfurecido.Agh, esa bruja… ¿cómo podía actuar así, tan indiferente, tan inocente? ¿es que no entendía la magnitud de su problema?Lo que había hecho podría costarle al menos cinco años de cárcel, ¿si quiera pensó en eso? Y si lo hizo, ¿no le importó?Llevaba a una criatura inocente en su vientre, una que fácilmente podría ser suya, joder, y aunque no recordara con suficiente claridad lo que pasó esa noche, bas
El departamento ya estaba listo para recibirlos, pues él se había encargado con una sola llamada de que así fuera.Hortensia, la mujer encargada de mantener el orden de aquel lugar, atendió a detalle las peticiones de su jefe y se encargó en seguida de acondicionar aquella habitación con todo lo que la joven huésped pudiese necesitar, desde toallas calientes, sábanas limpias y jabón de tocador de diferentes olores y características, no sabía a lo que pudiese ser alérgica y él no querría correr con gastos médicos; no porque no tuviese con qué, al contrario, disponía de una fortuna que ni en dos vidas conseguiría gastarse, sino porque esa mujercita ya padecía una condición lo suficientemente delicada como para añadirle otra.Con ese cuerpo tan flacucho, no sabía si lo resistiría.Con ella aun dormida en sus brazos, no se detuvo hasta que llegó a la cama, apartó el cobertor como pudo y ahí la recostó con suma delicadeza; la observó y anheló, de verdad que parecía un ser encantado, mágico
La besó de forma intensa, insensata y despiadada.Se hizo de su boca sin reparo alguno y la invadió con hambre voraz; decisión, firmeza.Dios, no podría detenerse, ni ahora ni nunca. El sabor de su lengua era infinitamente placentero, lo encendía todo por dentro, lo sacudía y avivaba.Ella si quiera se resistía, lo que le gustó más, pues disfrutaba de él y de su contacto, de su calidez. Lo recibió con total y amplia plenitud, entregada, y aunque al principio se sintió desconcertada por el arrebato, no puso señalamientos o peros, simplemente se dejó ir.Su aliento era agradable, pensó; sabía a menta, a limpio, y sus labios... uhm, eran tan firmes y seductores. Le gustaban, le gustaban muchísimo.Emilio no dudó, la empujó más contra su cuerpo y la apresó allí, complacido. Pasó una mano por su cadera, por su trasero y muslos, necesitando pegarla aún más contra el resultado de una excitación previamente despertada. Metió una mano debajo de su camisa y tocó su piel, si, era tan suave como
Grecia no respondió, la vergüenza la había enmudecido en su totalidad, así que solo abrió ligeramente la puerta y sacó una parte de su brazo. Emilio, al mirar cómo le temblaba hasta el último de sus dedos, no pudo evitar sonreír y negó con el pecho inflado. En serio que era demasiado tierna o lo fingía bastante bien, ya ni sabía... ¡quería comérsela! Con las mejillas y la naricita aun sonrojada, cerró la puerta detrás de sí y se colocó la camisa. Curiosa, estrujó la tela y se la pegó a la nariz, inmediatamente el aroma la llenó, olía a masculinidad, a una deliciosa fragancia que únicamente podría usar un hombre tan varonil como él y la misma que no había podido sacarse de la cabeza desde la noche en que lo conoció. Le tomó un par de minutos colocársela y abrió la puerta, tímida, sonrojada a más no poder. Emilio estaba en frente de la chimenea, dándole la espalda y concentrado en como el fuego de la chimenea crepitaba. — Gracias — musitó la joven embarazada, había sido tan silencio
Emilio no logró conciliar el sueño esa noche, ¿y cómo carajos podría si la sabía a un par de habitaciones lejos de la suya? Ya no sabía que pensar o sentir al respecto, pero la urgente necesidad de estar cerca de ella a cada momento, cobraba más intensidad.Saltó fuera de la cama como un resorte, se dio una ducha rápida e hizo una única llamada a Olivia; su secretaria, ella sabría qué hacer con lo encomendado y el silencio que debía guardar referente al tema tan delicado que le comentó.La joven rubia, asombrada, pero en marcha, comenzó a moverse.Grecia despertó cuando el alba comenzaba a pintar de naranja el balcón; había tenido un sueño tan reparador y placentero que de verdad consideró la idea de quedarse en la cama un poco más de tiempo, aunque no acostumbraba, pues le gustaba madrugar.Sacó los pies fuera de la cama y los calzó con aquellas pantuflas que encontró en el baño la noche anterior. Abrió las puertas del balcón, en seguida, la brisa fresca la envolvió, olía a tierra hú