El amanecer los sorprendió entre sonrisas dulces y miradas cargadas de deseo.— No fue un sueño — musitó ella, somnolienta.Emilio sonrió y capturó su cadera, pegándola a él para así poder darle ese delicioso beso de buenos días en los labios; no se cansaba de probarla, ella era dulce a toda hora.— No, brujita, no lo fue, aquí estoy… aquí estamos — le dijo, hechizado con su angelical belleza — ¿tienes hambre?— Muchísima— Bien, tomaremos una ducha juntos y entonces saldremos a comer lo que quieras, ¿te parece? — la muchacha asintió más que entusiasmada, verdaderamente feliz.Tomaron esa ducha entre caricias fugaces, gemidos y suspiros; no hicieron nada, y aunque en serio se deseaban con locura, él prefirió no correr el riesgo de lastimarla y salieron de allí más que encendidos.— ¿Emilio…? — su vocecita dulce hizo que se girara.— ¿Qué pasa, brujita? — le preguntó, acercándose y aprovechando para darle un pequeño pico que ella recibió con las mejillas de color cereza.— Yo ya no ten
En cuanto se alejó para recobrar el aliento, él la tomó de la cintura y le besó los labios, premiándola por tan maravilloso regalo, aunque por supuesto que iba a reprocharle lo que acababa de hacer.— Tuviste que apartarte cuando te lo pedí — le dijo, un poco serio, ella todavía estaba roja y su corazón palpitaba a un ritmo inusual.— ¿Por qué? Tú siempre lo haces.— Sí, pero ese soy yo, tú… tú eres un hada, no quiero corromperte, aunque por lo visto, ya lo he hecho — la miró con divertida reprobación.— ¿No… no te gustó que hiciera eso? — deseó saber, un tanto preocupada.Emilio sonrió y rozó sus labios de forma mágica, arrancándole un suspiro.— Por supuesto que me gustó, solo no me gusta que hagas algo únicamente porque me has visto hacerlo a mí.— Pero… a mí me gustó hacerlo — confesó, y aunque el sabor seguía siendo extraño, fue una experiencia que estaba segura de querer seguir repitiendo.— ¿Qué haré contigo eh?— Lo que quieras — dijo, atrevida y sonrojada.— ¿Lo que quiera? —
Emilio se volvió casi loco cuando recibió esa llamada y, aunque parte de él se había quedado lívida ante la idea de un terrible escenario, tuvo que reaccionar bastante rápido y dejarlo todo botado para regresar con su mujer tan rápido como pudiera.Se mantuvo pegado al teléfono durante todo el vuelo, esperando información que no lograba tranquilizarlo, no hasta saberla sana por sus propios medios.Dos horas después aterrizó, un auto ya lo esperaba en el aeropuerto y no perdió siquiera un segundo para ordenar que lo llevasen a la clínica; para ese punto, ya se había deshecho de su corbata y tenía los dos primeros botones de la camisa sueltos porque de lo contrario sentía que se ahogaría con sus propios miedos.Empujó las grandes puertas y buscó, en seguida, a alguien que le diese razón de su mujer y su hija. Estaba a punto de hacer un gran escándalo en aquel lugar cuando todo lo que le daban era monosílabos y detalles vacíos.— Necesito saber dónde puedo ver a mi mujer, no donde está —
— ¿Qué haces?— Estás enfermo, te llevaré a la cama — le dijo ella, preocupada, rodeando su torso firme mientras lo guiaba por las escaleras.— No quiero ir a la cama, además, soy yo quien debe cuidar de ti, lo que acabas de pasar…— Yo estoy bien — le aseguró con una dulce sonrisa— déjame que sea yo quien hoy cuide de ti.— ¿Tengo opciones? — preguntó, de verdad que estaba comenzando a sentirse muy mal.— No, ninguna, ahora vamos a la cama.— ¿Te meterás allí conmigo al menos? — deseó saber, divertido. La muchacha lo miró ruborizada y negó con la cabeza en reprobación — El paciente siempre tiene la razón y la última palabra, ¿sabías eso?— Ese es el cliente… Emilio — suspiró, sonriendo tímida.— Como sea, la cama se sentirá vacía sin ti y necesito abrazarte para recargar fuerzas.— Yo no soy una fuente de energía.— La mía sí, brujita… la mía si — le besó la sien mientras la rodeaba con sus brazos y acariciaba ese pequeño trasero que muy bien encajaba en las palmas de sus manos. Lo a
Después de esa fiebre que lo mantuvo en cama por casi una semana entera, hacerle el amor a su mujer y tomar una ducha fría supo que le sentaría muy bien, así que cuando la tuvo desnuda y dispuesta como quería, entrelazó su mano a la suya y la llevó a la ducha para llenarla de besos y mimos; se lo merecía, había sido un paciente bastante caprichoso ese último par de días.Comenzó con un reguero de besos en su cuello que despertó esa increíble sexualidad que emanaba de cada uno de sus poros, mientras bajaba de a poco, ella gemía en aprobación y le daba acceso a todo su ser; quería — necesitaba — sentirse tomaba por ese hombre que día a día la mantenía ilusionada, enamorada.— Estoy tan necesitado de ti — le susurró él, erizándola como solía hacerlo cuando le hablaba con ese tono tan masculino, seductor — dime que de verdad estás lista y continuaré, de lo contrario…— Estoy lista, por favor, muy lista — casi suplicó que siguiera con esa voz de hada que a él lo enloquecía y echó la cabeza
Ya se había duchado y cambiado de ropa cuando su mujer despertó y lo miró desde la cama que ahora compartían juntos con ojitos adormilados.— Buenos días — musitó, sonriendo tierna, desperezándose de a poco.— Buenos días — contestó él mientras caminaba directo hasta ella y besaba su frente — ¿cómo dormiste?— Muy bien, ¿a dónde vas? — deseó saber, olía a gel de ducha y esa barba que había crecido el último par de días estaba perfectamente rebajada; haciéndolo lucir unos años más joven. Dios, no podía creer que ese hombre guapísimo fuese suyo en toda la extensión de la palabra.— Los investigadores quieren verme, tienen noticias — informó, acariciando su cabello de forma tierna y robándole un casto beso de los labios que ella recibió más que contenta con los ojos cerrados — me encontraré con ellos en la oficina.— ¿Puedo ir? — preguntó y él respondió sí, casi de inmediato.Se alistó en seguida y se encontraron en el vestíbulo, donde él la recibió con uno de esos deliciosos besos que a
— ¿Qué haces? — preguntó ella, acababan de tomar juntos una ducha caliente después de la cena — ¿A dónde vas?Emilio terminó de colocarse el pantalón y se acercó hasta ella, acunó su barbilla y le dio un beso antes de sentarse en el borde y atraerla sobre sus piernas.— Tengo que salir — le dijo sin más, sabía que no debería ocultarle nada, pero ella estaba bastante próxima al parto y de verdad que la quería estable y sin complicaciones.— ¿Salir? Pero… ¿A dónde? — oteó el reloj en la veladora y luego volvió a mirarlo; eran pasadas las nueve.— Debo ir a un lugar, con una gente, regresaré antes de la media noche, ¿de acuerdo?Grecia negó, algo estaba pasando y no le gustaba para nada.— Emilio, dime la verdad, por favor, lo merezco.— Lo mereces todo, de eso no hay duda — apartó un mechón de cabello de su cuello y allí deposito un beso, luego otro y alguno más en la curva de su hombro, bajando de a poco, erizándola de cuerpo entero.— Sé lo que estás intentando hacer — musitó, débil,
Emilio se quitó la corbata y la arrojó a un lado tan pronto las puertas del ascensor se abrieron. Su semblante para ese momento estaba más que descompuesto y tenía el corazón desbocado, hasta que miró a su mujer sentada en las escaleras y sintió que el alma le regresaba al cuerpo.— ¡¿Qué ha pasado?! — preguntó a sus hombres, enérgico. Grecia se incorporó y corrió hasta él con una angustia terrible en el pecho — ¡¿Estás bien?! Dímelo — suplicó saber, desesperado.La muchacha asintió repetidas veces pero él no se conformó, se alejó un par de centímetros para así poder examinarla y la volvió a abrazar, besando una y otra vez su cabello castaño.— Dios mío, estás aquí, tuve tanto miedo — sollozó, aferrada como nunca a él, no quería soltarlo jamás.— Estoy aquí, mi amor, estoy aquí — intentó decir con ese terrible nudo que se había instalado en su garganta cuando recibió la llamada, y es que de solo imaginar que podía perderla se sintió enloquecido, capaz de acabar con todo por sus propio