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54. Quiero estar a solas contigo

El amanecer los sorprendió entre sonrisas dulces y miradas cargadas de deseo.

— No fue un sueño — musitó ella, somnolienta.

Emilio sonrió y capturó su cadera, pegándola a él para así poder darle ese delicioso beso de buenos días en los labios; no se cansaba de probarla, ella era dulce a toda hora.

— No, brujita, no lo fue, aquí estoy… aquí estamos — le dijo, hechizado con su angelical belleza — ¿tienes hambre?

— Muchísima

— Bien, tomaremos una ducha juntos y entonces saldremos a comer lo que quieras, ¿te parece? — la muchacha asintió más que entusiasmada, verdaderamente feliz.

Tomaron esa ducha entre caricias fugaces, gemidos y suspiros; no hicieron nada, y aunque en serio se deseaban con locura, él prefirió no correr el riesgo de lastimarla y salieron de allí más que encendidos.

— ¿Emilio…? — su vocecita dulce hizo que se girara.

— ¿Qué pasa, brujita? — le preguntó, acercándose y aprovechando para darle un pequeño pico que ella recibió con las mejillas de color cereza.

— Yo ya no ten
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