— ¿Qué haces? — preguntó ella, acababan de tomar juntos una ducha caliente después de la cena — ¿A dónde vas?Emilio terminó de colocarse el pantalón y se acercó hasta ella, acunó su barbilla y le dio un beso antes de sentarse en el borde y atraerla sobre sus piernas.— Tengo que salir — le dijo sin más, sabía que no debería ocultarle nada, pero ella estaba bastante próxima al parto y de verdad que la quería estable y sin complicaciones.— ¿Salir? Pero… ¿A dónde? — oteó el reloj en la veladora y luego volvió a mirarlo; eran pasadas las nueve.— Debo ir a un lugar, con una gente, regresaré antes de la media noche, ¿de acuerdo?Grecia negó, algo estaba pasando y no le gustaba para nada.— Emilio, dime la verdad, por favor, lo merezco.— Lo mereces todo, de eso no hay duda — apartó un mechón de cabello de su cuello y allí deposito un beso, luego otro y alguno más en la curva de su hombro, bajando de a poco, erizándola de cuerpo entero.— Sé lo que estás intentando hacer — musitó, débil,
Emilio se quitó la corbata y la arrojó a un lado tan pronto las puertas del ascensor se abrieron. Su semblante para ese momento estaba más que descompuesto y tenía el corazón desbocado, hasta que miró a su mujer sentada en las escaleras y sintió que el alma le regresaba al cuerpo.— ¡¿Qué ha pasado?! — preguntó a sus hombres, enérgico. Grecia se incorporó y corrió hasta él con una angustia terrible en el pecho — ¡¿Estás bien?! Dímelo — suplicó saber, desesperado.La muchacha asintió repetidas veces pero él no se conformó, se alejó un par de centímetros para así poder examinarla y la volvió a abrazar, besando una y otra vez su cabello castaño.— Dios mío, estás aquí, tuve tanto miedo — sollozó, aferrada como nunca a él, no quería soltarlo jamás.— Estoy aquí, mi amor, estoy aquí — intentó decir con ese terrible nudo que se había instalado en su garganta cuando recibió la llamada, y es que de solo imaginar que podía perderla se sintió enloquecido, capaz de acabar con todo por sus propio
Esperó encontrarla dormida cuando regresó a la habitación, lo que no fue así, ella estaba más que despierta y se irguió tan pronto lo vio.— ¿Por qué no duermes? — le preguntó con la toalla todavía enroscada a su cintura, un tanto serio.— No puedo dormir sabiendo que estás así — musitó, observándolo con gesto afligido.Emilio se terminó de colocar una camisa en frente de la cómoda y regresó a la cama con ella.— Escúchame — tomó su mano y la besó — tú y yo estamos bien, como pareja, como futuros padres, pero… — hizo una pausa y negó con la cabeza, de verdad que se sentía superado con ese día.— Pero… ¿qué? — insistió ella, tímida, acercándose más y descansando su cabeza contra su pecho, allí quería estar siempre, solo suplicaba porque él siguiera permitiéndoselo.— Cuando se trata de ti, de nuestra hija, de su seguridad, me siento asustado, ¿lo entiendes? Me siento como si no las mereciera y en algún momento fuese a perderlas — aquella confesión terminó por quebrarlo, ella lo escuchó
La mañana siguiente él despertó primero; como siempre, se alistó rápido y tuvo una reunión con Leonardo y el resto de sus hombres en la biblioteca, allí estuvieron por más de una hora y pudo comprobar que realmente la mujer que intentó persuadir al conserje — quien estaba ahora estable — para poder entrar al edificio era ella… era Victoria.— Señor, creo que es importante que esta información se la haga llegar al alcalde y a su gente — le dijo el joven guardaespaldas — ahora que tenemos un rostro, ellos sabrán por donde comenzar a buscarles.Emilio asintió, se pellizcó el entrecejo y asintió; no había podido pegar un ojo en toda la noche, si acaso un par de cabezazos y nada más.Su mujer lo había tenido en vela toda la noche, y si bien no se quejaba, los dos debían descansar y la propuesta que le hizo su jefe de seguridad esa misma mañana la contempló como buena posibilidad para estar lejos del edificio y dar también prioridad a la seguridad de ambos.Grecia despertó gracias a un tími
El equipo de seguridad entró primero, así que mientras se aseguraban de que todo estuviese completamente despejado y limpio, la parejita de enamorados esperaba entre beso y beso en el lobby privado que quedaba contiguo a la habitación.Más tarde, ya estaban instalados y con todo lo necesario para pasar un par de días en la suite, o al menos hasta que las cosas allí fuera se calmaran y fuese seguro volver a casa.— Me gusta, es lindo — dijo ella, admirando cada detalle y espacio de aquella enorme habitación.Emilio sonrió y la estrechó entre sus brazos para besarla, no se cansaba ni siquiera un poco de su sabor ni de la forma tan tímida y pasional que ella siempre lo recibía.Para el almuerzo pidieron servicio a la habitación. Leonardo se aseguró todo el tiempo de no dejar ingresar a nadie y proporcionarle él mismo todo lo que necesitaran, incluso cosas que estaban fuera de su jurisdicción pero que por supuesto hacía sin ningún problema.La cena no fue muy diferente, la pareja engullo
— Hijo, cálmate, todo saldrá bien — le pidió Emperatriz a su hijo, quien había estado intentando las últimas dos horas lograr que al menos tomara asiento. Pero no, el italiano se sentía capaz de hacer un escándalo allí mismo si nadie salía de la sala de parto y le daba razones de su mujer y su hija. Sus hermanas habían ido por un poco de café y allí aguardaban, a la espera, mirando el pasillo por el que se habían llevado a su cuñada y rogando que todo saliera bien. — ¿Cuánto dura un parto? — preguntó el futuro padre, mesándole el cabello y caminando de un lado a otro, histérico, nervioso, ansiando ya poder ver a su mujer. Emperatriz sonrió con ternura y se incorporó. — Puede duras de cuatro a ocho horas, incluso más, así que tranquilízate que es completamente normal. ¡¿Ocho horas?! Miró el reloj, apenas había pasado una y él se sentía como si hubiese sido una eternidad. — Señor Arcuri — otra hora desquiciante después, salió el doctor. — Dígame que pasa, ¿cómo está mi mujer? ¿Ya
— Estás loca, no voy a hacer eso — musitó, agobiada, mirando como su bebé comenzaba a llorar entre sus brazos.Dios, quería tanto calmarlo. Se incorporó, y aunque sintió una pequeña e incómoda punzada en la parte baja de su vientre, no le importó, quería alcanzarlo y tomarlo.Victoria sonrió con fingida pena y retrocedió un par de pasos, entonces sacó un arma del bolsillo de su chaqueta y apuntó su frente.— Sí que lo harás — amenazó con una sonrisa de triunfo y luego desvió la dirección de la pistola y la colocó en la pequeña y débil cabecita de un Romano que no paraba de llorar —… o apretaré el gatillo y le arrancaré el alma a tu mocoso en frente de tus propias narices.— No, por favor, haré lo que me pides, lo haré — prometió, desesperada… entonces, miró la sombra de uno de los hombres de seguridad a través de la ventana haciéndole una seña de calma.Emilio había tomado el ascensor cuando reconoció en ese uniforme de enfermera a Victoria, así que no dudó en comunicarse con Leonardo
La sala de espera de aquella clínica se había convertido en solo dolor y mutismo, en una madre que había rezado por la vida de su hijo y una mujer que miraba la puerta de aquel quirófano como si fuese inalcanzable, demasiado lejana.En diferentes oportunidades había intentado atravesarla, pero con eso solo había conseguido perder el conocimiento un par de veces; y es que nada de ella soportaba la idea de no saber de él, de no verle, tocarle… saber si había sobrevivido a tan terrible impacto.— Romano se ha quedado dormido ya — le había informado una de sus cuñadas.La muchacha asintió con la vista todavía clavada en ese pasillo por el que se lo llevaron. Se mesó el cabello y pasó saliva en un intento desesperado por no volver a tratar de empujar esa fuerte y se le fuese negado el acceso.Leonardo dejó de mirar a las mujeres que habitaban en aquella sala de espera y se alejó donde nadie pudiese verle, prendió la pantalla del móvil y negó con la cabeza; todavía no tenía respuestas.Unas