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61. No seas ese hombre frío otra vez

Emilio se quitó la corbata y la arrojó a un lado tan pronto las puertas del ascensor se abrieron. Su semblante para ese momento estaba más que descompuesto y tenía el corazón desbocado, hasta que miró a su mujer sentada en las escaleras y sintió que el alma le regresaba al cuerpo.

— ¡¿Qué ha pasado?! — preguntó a sus hombres, enérgico. Grecia se incorporó y corrió hasta él con una angustia terrible en el pecho — ¡¿Estás bien?! Dímelo — suplicó saber, desesperado.

La muchacha asintió repetidas veces pero él no se conformó, se alejó un par de centímetros para así poder examinarla y la volvió a abrazar, besando una y otra vez su cabello castaño.

— Dios mío, estás aquí, tuve tanto miedo — sollozó, aferrada como nunca a él, no quería soltarlo jamás.

— Estoy aquí, mi amor, estoy aquí — intentó decir con ese terrible nudo que se había instalado en su garganta cuando recibió la llamada, y es que de solo imaginar que podía perderla se sintió enloquecido, capaz de acabar con todo por sus propio
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