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66. Absoluta oscuridad

— Estás loca, no voy a hacer eso — musitó, agobiada, mirando como su bebé comenzaba a llorar entre sus brazos.

Dios, quería tanto calmarlo. Se incorporó, y aunque sintió una pequeña e incómoda punzada en la parte baja de su vientre, no le importó, quería alcanzarlo y tomarlo.

Victoria sonrió con fingida pena y retrocedió un par de pasos, entonces sacó un arma del bolsillo de su chaqueta y apuntó su frente.

— Sí que lo harás — amenazó con una sonrisa de triunfo y luego desvió la dirección de la pistola y la colocó en la pequeña y débil cabecita de un Romano que no paraba de llorar —… o apretaré el gatillo y le arrancaré el alma a tu mocoso en frente de tus propias narices.

— No, por favor, haré lo que me pides, lo haré — prometió, desesperada… entonces, miró la sombra de uno de los hombres de seguridad a través de la ventana haciéndole una seña de calma.

Emilio había tomado el ascensor cuando reconoció en ese uniforme de enfermera a Victoria, así que no dudó en comunicarse con Leonardo
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