El rumor de los neumáticos… y el de una lluvia próxima. Leonardo miró a esa chiquilla de ojos azules y profundos a través del espejo retrovisor y cayó en cuenta de algo; quería prolongar el tiempo junto a ella un poco más. Se detuvo en un semáforo, pensó rápido y viró en la dirección opuesta que ella le había dado hacía un rato — misma que ya sabía con ojos cerrados — De pronto, en medio de la bruma y el cosquilleo que le hacía sentir su colonia en el interior de su estómago, notó que no se dirigían a su apartamento en el centro de Milán. Pestañeó. — ¿A dónde vamos? — preguntó, tímida. Él volvió a mirarla a través del espejo retrovisor y extendió una sonrisa en su cara. — Iré a comer algo y tú me acompañarás, muero de hambre — no mentía, ese día solo había la pasta que pidió en la cafetería que quedaba cerca de su universidad y nada más. A diferencia de ella, él era un hombre con bastante apetito. — Pero… yo debo llegar a casa. — ¿Por qué? ¿Te espera alguien? — preguntó, sabía
Se terminó de secar el cabello con una toalla y se acercó despacio; quería hacer el mínimo ruido. La estudió más de cerca y tocó su pulso, era débil, pero respiraba, y es que con lo delgada que de verdad era no estaba seguro de que se hubiese quedado dormida o desmayado por lo poco que comía.¿Cuánto debía pesar? ¿40 kilos? ¿Quizás menos? Podría ser.Sacudió la cabeza y dejó de pensar en tonterías. No estaba bien hacerlo y mucho menos tenía derecho a opinar sobre su cuerpo o su peso.Oteó el televisor que reposaba junto al televisor de la sala y luego miró a través de la ventana; eran apenas las siete y fuera todavía llovía a cántaros. Decidió dejarla dormir un rato, además, lucía un poco pálida y ojerosa esas últimas semanas, seguro necesitaba ese descanso.Tomó una colcha del otro sofá y la cobijó hasta los hombros sin poder evitar absorber ese delicioso aroma a banana que parecía ser muy particular en ella… y que le gustaba. Sonrió como un tonto, como un pequeño, reconociendo una v
Fue consciente de que despertaba la mañana del siguiente día con las costillas pegadas a la espalda y un dolor de cabeza terrible que estaba seguro se lo llevarían los mil demonios por la mala postura. Y si bien era de verdad un hombre con humor un poco de perros, ese día no lo sería, no al saber que cuando decidiera abrir los ojos e incorporarse, esa chiquilla estaría allí, detrás de la puerta, dormida en su cama.Se desperezó entre quejas y maldiciones ahogadas, luego oteó el reloj y descubrió que eran las siete con treinta.Mierd4. Ella tenía clase pronto.Se levantó como un resorte, se colocó la misma camisa que se había quitado la noche anterior para dormir en ese incómodo sofá y se lavó la cara para terminar de despertarse. Media hora después, había preparado una tontería de desayuno y lo llevaba en una charola hasta su habitación, esa donde ella dormía, o eso creía… hasta que abrió la puerta.Las sábanas estaban revueltas y la cama estaba… vacía. ¿Qué diablos? ¿Se había escabul
La intensidad con la que su boca asaltó la suya, la desorientó por un momento, aunque no lo suficiente como para no hacerla responder. Su lengua, tímida e inexperta, fue a su busca, poco a poco, con más valentía.Gimió quedamente mientras lo probaba, a su ritmo; lento y con pausasLeo sonrió ante el recibimiento, y pese a ser plenamente consciente de la idiotez que estaba cometiendo, no se detuvo, contrario a eso, la arrastró hasta la puerta de su piso. Allí la apresó, y es que ni aunque quisiera tenía escapatoria. Claro, no la obligaría, eso sí que no, pero estaba tan a gusto siendo poseída por su boca que no hubo modo de apartar un pensamiento tan posesivo y primitivo.— Las llaves… — gruñó, capturando su labio para luego descender por su cuello. Ella le dio espacio al tiempo que pestañeaba atolondrada — ¿Dónde están?— Mi… mi…. — intentaba decir, pero estaba ofuscada. Todo eso era algo nuevo para ella, y maravilloso también — mi mochila — soltó al fin.En menos de nada, mientras la
Tan pronto llegó a su apartamento, abrió la nevera y sacó dos latas de cerveza. Una se la tomó de un solo trago y la otra la acompañó con un cigarrillo en la terraza.Más tarde, todavía no podía dar crédito y aceptar lo que había estado a punto de ocurrir entre ellos. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Es que acaso quería darle más motivos a su padre para que pensara que todo el asunto de ser guardaespaldas no era más que un juego? Sí, eso haría si cruzaba esa línea con esa chiquilla que se suponía, de una forma u otra, era su cliente.Eso no podía estar ocurriéndole a él, no con ella. ¿Cómo carajos lo solucionaba? Esa chiquilla rubia le gustaba, le gustaba mucho y no había forma de que se la pudiera sacar de la cabeza así sin más.Fue por otro par de cervezas y una nueva cajetilla de cigarros. Había fumado más de lo que acostumbraba, pero le daba igual, después de lo ocurrido — o lo que estuvo a punto de ocurrir con ella esa noche — lo necesitaba.Eran las nueve cuando su móvil vibró en el bol
¿Una cita? No, que quedara claro que no lo era. Se dijo de forma seria mientras la esperaba.Todo ese asunto al que se había estado arrastrando los últimos días sin medir consecuencia, le parecía tan incorrecto como necesario. La forma en la que se estaban dando las cosas, su ingenuidad, su espíritu frágil, en realidad… todo de ella, solo estaban haciendo que sus ganas por estar cerca de rubia, y besarla también, aumentaran de forma escandalosa.Dios, lo estaba enloqueciendo. ¿Qué le había hecho esa chiquilla para traerlo así? Solo le atraía, eso lo había desde un principio, pero ahora… ahora las cosas estaban realmente tomando otro rumbo, uno que no sabría — cuando llegara el momento — como detener.Veinte minutos después, ella salió. Estaba nerviosa, más de lo que acostumbraba a estar. La sola idea de saber que iba a verlo se incrustó en su sistema y no la abandonó en ningún segundo de espera. Se despidió de su amiga Pía en la entrada y esta miró a ese hombre guapo unos cuantos años
¿Debería llamar a Emilio? Fue una de las preguntas que se hizo mientras parecía hacer una zanja en aquella maldit4 sala de espera. Llevaba casi una hora desde que la ingresaron a urgencias. ¿Por qué diablos nadie le decía nada de ella?— ¿Es usted familia de la paciente? — la voz de una mujer lo hizo girarse; se trataba de una enfermera. Lo miró desde la puerta por la que se la habían llevado con ojos indagadores.El muchacho pasó saliva y se acercó a paso apresurado.— Sí, no, bueno, yo soy su… novio — joder, otra vez mintiendo sobre eso. Al carajo, ¿qué más daba? Eso ahora no era lo importante, sino ella… esa chiquilla de ojos azules que lo tenía completamente embelesado y sin remedio alguno.— Puede pasar a verla — le indicó con una sonrisa.— Pero… ¿ella está bien? — deseó saber en seguida — ¿Qué fue lo que pasó?— Eso lo sabremos tan pronto nos entreguen los resultados — mientras lo guiaba a su habitación le explicó un par de detalles a tomar en cuenta, pues su bajo peso no pasó
Ni bien cerró la puerta de su apartamento cuando volvió a besarla; tomándola nuevamente por sorpresa y arrancándole un tierno gemido que terminó ahogado en sus labios.Con sus manos firmemente sujetando su cintura, la arrastró al interior hasta que llegaron a la habitación. Con movimientos torpes, abrió la puerta, la tomó de los pequeños muslos y la sentó sobre la superficie de un mueble de madera que tenía allí para después encender la luz.— ¿Puedes… puedes tenerla apagada? — le preguntó ella con voz infantil, tremendamente tierna.— Ni hablar — gruñó él — quiero verte mientras te tomo como mía.Su cuerpo era probablemente el problema… para ella, pues a él le importaba un comino, ella era simplemente perfecta, así y como fuera, con más kilos o kilos menos, daba igual. Esa rubia era más que un cuerpo esquelético, era… era… maldición, era una locura todo lo que se le venía a la mente cuando pensaba en ella.— Por favor… — suplicó.Él se alejó de sus labios de forma brusca — dejándolos