Fue consciente de que despertaba la mañana del siguiente día con las costillas pegadas a la espalda y un dolor de cabeza terrible que estaba seguro se lo llevarían los mil demonios por la mala postura. Y si bien era de verdad un hombre con humor un poco de perros, ese día no lo sería, no al saber que cuando decidiera abrir los ojos e incorporarse, esa chiquilla estaría allí, detrás de la puerta, dormida en su cama.Se desperezó entre quejas y maldiciones ahogadas, luego oteó el reloj y descubrió que eran las siete con treinta.Mierd4. Ella tenía clase pronto.Se levantó como un resorte, se colocó la misma camisa que se había quitado la noche anterior para dormir en ese incómodo sofá y se lavó la cara para terminar de despertarse. Media hora después, había preparado una tontería de desayuno y lo llevaba en una charola hasta su habitación, esa donde ella dormía, o eso creía… hasta que abrió la puerta.Las sábanas estaban revueltas y la cama estaba… vacía. ¿Qué diablos? ¿Se había escabul
La intensidad con la que su boca asaltó la suya, la desorientó por un momento, aunque no lo suficiente como para no hacerla responder. Su lengua, tímida e inexperta, fue a su busca, poco a poco, con más valentía.Gimió quedamente mientras lo probaba, a su ritmo; lento y con pausasLeo sonrió ante el recibimiento, y pese a ser plenamente consciente de la idiotez que estaba cometiendo, no se detuvo, contrario a eso, la arrastró hasta la puerta de su piso. Allí la apresó, y es que ni aunque quisiera tenía escapatoria. Claro, no la obligaría, eso sí que no, pero estaba tan a gusto siendo poseída por su boca que no hubo modo de apartar un pensamiento tan posesivo y primitivo.— Las llaves… — gruñó, capturando su labio para luego descender por su cuello. Ella le dio espacio al tiempo que pestañeaba atolondrada — ¿Dónde están?— Mi… mi…. — intentaba decir, pero estaba ofuscada. Todo eso era algo nuevo para ella, y maravilloso también — mi mochila — soltó al fin.En menos de nada, mientras la
Tan pronto llegó a su apartamento, abrió la nevera y sacó dos latas de cerveza. Una se la tomó de un solo trago y la otra la acompañó con un cigarrillo en la terraza.Más tarde, todavía no podía dar crédito y aceptar lo que había estado a punto de ocurrir entre ellos. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Es que acaso quería darle más motivos a su padre para que pensara que todo el asunto de ser guardaespaldas no era más que un juego? Sí, eso haría si cruzaba esa línea con esa chiquilla que se suponía, de una forma u otra, era su cliente.Eso no podía estar ocurriéndole a él, no con ella. ¿Cómo carajos lo solucionaba? Esa chiquilla rubia le gustaba, le gustaba mucho y no había forma de que se la pudiera sacar de la cabeza así sin más.Fue por otro par de cervezas y una nueva cajetilla de cigarros. Había fumado más de lo que acostumbraba, pero le daba igual, después de lo ocurrido — o lo que estuvo a punto de ocurrir con ella esa noche — lo necesitaba.Eran las nueve cuando su móvil vibró en el bol
¿Una cita? No, que quedara claro que no lo era. Se dijo de forma seria mientras la esperaba.Todo ese asunto al que se había estado arrastrando los últimos días sin medir consecuencia, le parecía tan incorrecto como necesario. La forma en la que se estaban dando las cosas, su ingenuidad, su espíritu frágil, en realidad… todo de ella, solo estaban haciendo que sus ganas por estar cerca de rubia, y besarla también, aumentaran de forma escandalosa.Dios, lo estaba enloqueciendo. ¿Qué le había hecho esa chiquilla para traerlo así? Solo le atraía, eso lo había desde un principio, pero ahora… ahora las cosas estaban realmente tomando otro rumbo, uno que no sabría — cuando llegara el momento — como detener.Veinte minutos después, ella salió. Estaba nerviosa, más de lo que acostumbraba a estar. La sola idea de saber que iba a verlo se incrustó en su sistema y no la abandonó en ningún segundo de espera. Se despidió de su amiga Pía en la entrada y esta miró a ese hombre guapo unos cuantos años
¿Debería llamar a Emilio? Fue una de las preguntas que se hizo mientras parecía hacer una zanja en aquella maldit4 sala de espera. Llevaba casi una hora desde que la ingresaron a urgencias. ¿Por qué diablos nadie le decía nada de ella?— ¿Es usted familia de la paciente? — la voz de una mujer lo hizo girarse; se trataba de una enfermera. Lo miró desde la puerta por la que se la habían llevado con ojos indagadores.El muchacho pasó saliva y se acercó a paso apresurado.— Sí, no, bueno, yo soy su… novio — joder, otra vez mintiendo sobre eso. Al carajo, ¿qué más daba? Eso ahora no era lo importante, sino ella… esa chiquilla de ojos azules que lo tenía completamente embelesado y sin remedio alguno.— Puede pasar a verla — le indicó con una sonrisa.— Pero… ¿ella está bien? — deseó saber en seguida — ¿Qué fue lo que pasó?— Eso lo sabremos tan pronto nos entreguen los resultados — mientras lo guiaba a su habitación le explicó un par de detalles a tomar en cuenta, pues su bajo peso no pasó
Ni bien cerró la puerta de su apartamento cuando volvió a besarla; tomándola nuevamente por sorpresa y arrancándole un tierno gemido que terminó ahogado en sus labios.Con sus manos firmemente sujetando su cintura, la arrastró al interior hasta que llegaron a la habitación. Con movimientos torpes, abrió la puerta, la tomó de los pequeños muslos y la sentó sobre la superficie de un mueble de madera que tenía allí para después encender la luz.— ¿Puedes… puedes tenerla apagada? — le preguntó ella con voz infantil, tremendamente tierna.— Ni hablar — gruñó él — quiero verte mientras te tomo como mía.Su cuerpo era probablemente el problema… para ella, pues a él le importaba un comino, ella era simplemente perfecta, así y como fuera, con más kilos o kilos menos, daba igual. Esa rubia era más que un cuerpo esquelético, era… era… maldición, era una locura todo lo que se le venía a la mente cuando pensaba en ella.— Por favor… — suplicó.Él se alejó de sus labios de forma brusca — dejándolos
Mierd4, realmente lo había hecho.Esa rubia acababa de ser deliciosamente suya y no existía ni siquiera un gramo de arrepentimiento en él. ¿Y ahora… qué diablos se suponía que debía hacer?Asumir como un hombre las consecuencias de sus actos, eso era lo único sensato por hacer, además, esa chiquilla se le acababa de meter bajo la piel y no había modo de que pudiera resistirse a eso; quería volver a repetir con ella, sí, la quería otra vez gimiendo bajo su cuerpo, sollozando de placer.Llegó a la farmacia y compró lo que ella le había mandado en un mensaje de texto, era una pequeña lista, por lo que no demoró en obtener su pedido.Cuando regresó, la encontró observando una de las fotografías que reposaban junto al televisor. Se notaba que se había duchado, pues tenía el cabello lacio y húmedo sobre sus hombros, además estaba usando una camisa suya que le quedaba un poco más arriba de las rodillas, siendo tremendamente infantil y tierna; no pudo evitar sonreír atontado mientras cerraba
Ara entró a cada una de sus clases sin poder concentrarse del todo. Todavía podía evocar sus labios sobre los suyos, besándola de una forma única; Dios, nunca nadie volvería a besarla ni mucho menos tocarla de la forma en la que él lo hacía, y es que si cerraba los ojos, podía rápidamente transportarse al momento en el que se entregaba como suya.No tenía ni la menor idea de cómo él lo lograba; sin embargo, le gustaba, le gustaba muchísimo como la hacía sentir.Sonrió tímidamente, anhelando repetir ese encuentro; deseando que fuesen las siete para así poder verlo y volver a estar con él.Como a eso de las cinco, en un pequeño receso de treinta minutos que tuvo antes de su clase de museografía, recordó lo que esa chica le había dicho temprano. ¿De verdad era millonario? No es como si eso le importara, en su apartamento se veía que vivía cómodo, incluso mejor de lo que pudiera vivir un guardaespaldas normal, pero… ¿Millonario? ¿Un heredero de la élite? No pudo contener su curiosidad y n