¿Debería llamar a Emilio? Fue una de las preguntas que se hizo mientras parecía hacer una zanja en aquella maldit4 sala de espera. Llevaba casi una hora desde que la ingresaron a urgencias. ¿Por qué diablos nadie le decía nada de ella?— ¿Es usted familia de la paciente? — la voz de una mujer lo hizo girarse; se trataba de una enfermera. Lo miró desde la puerta por la que se la habían llevado con ojos indagadores.El muchacho pasó saliva y se acercó a paso apresurado.— Sí, no, bueno, yo soy su… novio — joder, otra vez mintiendo sobre eso. Al carajo, ¿qué más daba? Eso ahora no era lo importante, sino ella… esa chiquilla de ojos azules que lo tenía completamente embelesado y sin remedio alguno.— Puede pasar a verla — le indicó con una sonrisa.— Pero… ¿ella está bien? — deseó saber en seguida — ¿Qué fue lo que pasó?— Eso lo sabremos tan pronto nos entreguen los resultados — mientras lo guiaba a su habitación le explicó un par de detalles a tomar en cuenta, pues su bajo peso no pasó
Ni bien cerró la puerta de su apartamento cuando volvió a besarla; tomándola nuevamente por sorpresa y arrancándole un tierno gemido que terminó ahogado en sus labios.Con sus manos firmemente sujetando su cintura, la arrastró al interior hasta que llegaron a la habitación. Con movimientos torpes, abrió la puerta, la tomó de los pequeños muslos y la sentó sobre la superficie de un mueble de madera que tenía allí para después encender la luz.— ¿Puedes… puedes tenerla apagada? — le preguntó ella con voz infantil, tremendamente tierna.— Ni hablar — gruñó él — quiero verte mientras te tomo como mía.Su cuerpo era probablemente el problema… para ella, pues a él le importaba un comino, ella era simplemente perfecta, así y como fuera, con más kilos o kilos menos, daba igual. Esa rubia era más que un cuerpo esquelético, era… era… maldición, era una locura todo lo que se le venía a la mente cuando pensaba en ella.— Por favor… — suplicó.Él se alejó de sus labios de forma brusca — dejándolos
Mierd4, realmente lo había hecho.Esa rubia acababa de ser deliciosamente suya y no existía ni siquiera un gramo de arrepentimiento en él. ¿Y ahora… qué diablos se suponía que debía hacer?Asumir como un hombre las consecuencias de sus actos, eso era lo único sensato por hacer, además, esa chiquilla se le acababa de meter bajo la piel y no había modo de que pudiera resistirse a eso; quería volver a repetir con ella, sí, la quería otra vez gimiendo bajo su cuerpo, sollozando de placer.Llegó a la farmacia y compró lo que ella le había mandado en un mensaje de texto, era una pequeña lista, por lo que no demoró en obtener su pedido.Cuando regresó, la encontró observando una de las fotografías que reposaban junto al televisor. Se notaba que se había duchado, pues tenía el cabello lacio y húmedo sobre sus hombros, además estaba usando una camisa suya que le quedaba un poco más arriba de las rodillas, siendo tremendamente infantil y tierna; no pudo evitar sonreír atontado mientras cerraba
Ara entró a cada una de sus clases sin poder concentrarse del todo. Todavía podía evocar sus labios sobre los suyos, besándola de una forma única; Dios, nunca nadie volvería a besarla ni mucho menos tocarla de la forma en la que él lo hacía, y es que si cerraba los ojos, podía rápidamente transportarse al momento en el que se entregaba como suya.No tenía ni la menor idea de cómo él lo lograba; sin embargo, le gustaba, le gustaba muchísimo como la hacía sentir.Sonrió tímidamente, anhelando repetir ese encuentro; deseando que fuesen las siete para así poder verlo y volver a estar con él.Como a eso de las cinco, en un pequeño receso de treinta minutos que tuvo antes de su clase de museografía, recordó lo que esa chica le había dicho temprano. ¿De verdad era millonario? No es como si eso le importara, en su apartamento se veía que vivía cómodo, incluso mejor de lo que pudiera vivir un guardaespaldas normal, pero… ¿Millonario? ¿Un heredero de la élite? No pudo contener su curiosidad y n
— Ara, escucha… — la tomó de la cintura apenas cruzó la puerta del restaurante y la hizo girarse para así poder ver esas lagunas azules. Se acababa de comportar como un idiota con ella y necesitaba desesperadamente enmendar su error.— Quiero irme a casa — musitó ella, indiferente, intentando esquivarlo sin resultado, pues él la tenía firmemente pegada a su torso.— Lo sé, pero hablaremos antes — decidió, luego, sin darle oportunidad a nada, la arrastró hasta el auto y allí la miró de nuevo — Micaela fue mi novia hace cuatro años.Ella al fin lo miró con ingenuidad, aunque retraída.— ¿Tu… novia? — quiso corroborar.— Sí, tuvimos una relación de dos años y luego se acabó — confesó, recordando amargamente los motivos.— Yo… yo no lo sabía.— Bueno, ahora lo sabes, y con respecto a lo otro…— Es lo que piensa todo el mundo, no tienes que intentar disculparte o algo por el estilo — murmuró, bajando la mirada.Él negó y acunó su barbilla.— No todo el mundo, no es lo que yo pienso.— Leon
Esa semana se vieron a diario. El martes, cuando despertó antes que ella, no tuvo muchos ánimos de preparar el desayuno, así que salió a comprar algo y entre un alimento y otro escogió algo que a ella pudiese gustarle. Desayunaron juntos en la cama, con las ventanas abiertas y un tímido sol pintando el interior de dorado cálido. Más tarde de esa mañana la llevó a su primera clase y se mantuvo cerca, aunque a veces iba a hacer sus cosas y encendía el dispositivo de rastreo o audio cuando sabía que se movía por el campus. El miércoles y el jueves no fue muy diferente; la misma rutina. Salía de la universidad y la pasaba buscando en su moto o en su convertible, picoteaban algo por allí y luego pasaban por una nueva muda de ropa a su piso antes de ir al suyo. Una vez cerraba la puerta, se deshacían de esa ropa que les estorbaba y se entregaban a ese deseo incontrolable que parecía quemarlos vivos. El viernes solo tuvo clases en la mañana, así que por la tarde hicieron planes de salir
La mañana siguiente despertó gracias a su llamada.— Buenos días, rubia — su voz ronca le hizo sentir mariposillas en el estómago.Sonrió, desperezándose de a poco.— Buenos días — contestó ella, feliz de escucharlo. Se habían quedado hablando toda la madrugada después de haber estudiado y no recordaba el momento exacto en el que se quedó dormida.— Estoy cerca de tu piso, te veo en diez.Ella contestó con un dulce “está bien” y luego colgaron. Se duchó rapidísimo y minutos más tarde ya se encontraba perfectamente arreglada. Tomó su mochilita y esperó impaciente el ascensor.Tan pronto salió del edificio en el que vivía, lo miró, sintiendo que el corazón comenzaba a latirle a toda máquina.El joven guardaespaldas sonrió al verla acercarse, también sintiendo que algo en su interior se movía con una fuerza sobrenatural cuando esa chiquilla estaba cerca de su radar automático. Iba enfundada en un vestidito de tirantes que le quedaba precioso, bastante femenino. El cabello lo llevaba suel
Quitándose un par de mechones del rostro; sonrió. Hacía mucho no iba a la playa y ese era uno de sus lugares favoritos en la vida.— Veo que aquí si te gusta — le dijo él, abriendo la puerta del copiloto para que pudiese bajar.Aceptando delicadamente su mano, fue lo que hizo.— Sí, sobre todo en esta temporada, no hay mucha gente — musitó, inhalando el aroma a sal marina.— Me alegra, chiquilla — la tomó de la cintura y le robó un beso que a ella la puso a suspirar. De verdad que se sentía increíblemente feliz, podía notarlo — Ven, vamos, mi hermano nos está esperando.— ¿Él ya sabía que veníamos? — quiso saber, dejándose guiar a través de un puente donde pasaba muy poca gente.— En realidad, de él fue la idea de venir.— ¿Por qué? — lo miró, intrigada.El joven guardaespaldas se detuvo y la capturó de la barbilla para que lo mirase directo a los ojos.— ¿Siempre preguntas todo, eh, rubia? — mordisqueó su labio de forma seductora y ella sonrió, tímida en su caparazón.— Solo soy curi