— ¿Cómo está? — le preguntó su hermano mayor tan pronto cerró la puerta de la habitación en la que ella descansaba.Todos allí se mostraron preocupados al verla así, tan frágil.— Está mejor, con lo que le administraste se ha quedado dormida en seguida.El joven doctor asintió.— ¿Y el dolor de cabeza?— Creo que eso fue lo que la hizo caer rendida — explicó, cabizbajo, preocupado por esa chiquilla.— Joder, hermano, ella no está bien — Stefano se acercó, dejando al resto atrás —. Un dolor de cabeza que no baje con lo que le administré es un claro indicio de su estado.— ¿Hablas de…? — pasó un trago, ni siquiera quería reconocerlo en voz alta.— Es más que obvio, y puede empeorar.— No la entiendo, la verdad, a veces come, a veces solo juega con la comida, muchas otras solo ingiere dos o tres plátanos, y estoy seguro de que eso es lo que come en todo el día — se dejó caer en un sillón frente a la ventana.Fuera la brisa corría y el mar estaba bravo, al igual que él.— ¿Tu jefe sabe de
Una lágrima la traicionó; una que se limpió en seguida, con rabia, celos, muchos celos.Jamás se había sentido de ese modo, jamás había experimentado una sensación de vacío en su interior como lo estaba haciendo en ese momento.No estaban haciendo nada malo, o al menos no en ese momento, pero estaban muy cerca el uno de la otra… tan cerca que podía sentir su interior quebrarse de a poco.Pasó un trago y retrocedió un paso, no se quedaría a ver lo que sucedía después, no si podía proteger su corazón del… ¿engaño?Leo retiró las manos de Micaela, que en ese momento intentaron rodearlo y alzó la mirada; fue entonces cuando la vio y los ojos se le abrieron como platos.— Mierd4, Ara — gruñó, apartándose lo más que pudo de su exnovia.Miró a través de la distancia que los separaba como los ojitos de esa rubia se convertían en dos lagunas a punto de desbordarse. Maldición, no, no, no era lo que parecía… aunque lo pareciese mucho.Micaela suspiró fastidiada, pues él había estado todo el rato
— Tranquila, chiquilla, estaremos bien — había estado él tratando de tranquilizarla desde que despertaron.Ella se movía inquieta por la habitación; su cuñada no solo estaba en la ciudad, sino que había ido a su piso y no la encontró, encima, era muy probable que estuviese con Emilio. Dios, ¿y ahora que haría? Jamás pensó que ese momento llegaría, al menos no tan pronto.Alzó la vista… ¿y él? ¿Qué le diría? ¿Por qué le sonreía como si nada le preocupara? No, no, su hermano iba a molestarse mucho, ella había ido a Milán a estudiar la universidad, no a enredarse con su guardaespaldas, mucho menos mantenerlo en secreto como si fuesen dos criminales.Leo la tomó por los hombros al ver que su ansiedad aumentaba y la obligó a mirarlo a los ojos. Esos ojos color olivo en los que ella fácilmente se perdía.— Hey, mírame, estaremos bien, ¿vale?— Pero…Él negó, silenciándola con un beso dulzón que pronto la hizo destensarse de hombros. Él tenía ese efecto en ella, era como un antídoto. Cuando
Después de su última clase, lo buscó con la mirada en ese lugar donde solía parquearse, y al encontrarlo vacío, no puedo evitar desilusionarse.Su pecho se desinfló de a poco, pero decidió que eso no le robaría el aire, claro que no. Tomó un taxi y se fue a piso, era lunes y no tenía nada interesante que hacer ese día, salvo estudiar para sus exámenes.Pasó lo que quedaba de la tarde y el final de la noche a los pies de la cama, poniéndose al día con debes pendientes y adelantando otros.Cómo a eso de las nueve, se dejó caer sobre el colchón, recordando que no había comido desde qué… negó con la cabeza y se incorporó, revisó la nevera, no había nada allí, así que pidió algo por encargo y veinte minutos después ya tenía un par de waffles en la mesa que ni siquiera acabó la mitad.Encendió el televisor buscando distraerse, cambió de canales y regresó a los mismos, aburrida, así era su día… sin él, sin nada que hacer o con que entretenerse. Bufó, rendida, miró el móvil con la esperanza d
Tan pronto se alejaron del ruido de la música y ahora eran solo ellos dos, en la acera, Leonardo no soportó un segundo más lejos de la boca de esa chiquilla y la besó, saboreando su espíritu, su propia esencia.La rubia, al sentirlo pegada a ella de esa forma, pestañeó aturdida; sin embargo, también ansiaba probarlo, así que se levantó sobre sus puntillas e introdujo su lengua sabor cereza en su cavidad con una timidez que a él le pareció por demás increíble.Al ser bien recibido, se aferró a su cintura y la arrastró a un callejón cercano para así poder besarla por más tiempo. Con sus pulgares presionó sus caderas y la pegó más a su hombría.Ella se quejó, tierna, infantil, sin dejar de besarlo en ningún momento.Pasado un tiempo prudente, se separaron, pues necesitaban recobrar un poco el aliento.— No soporto estar lejos de ti un solo segundo, chiquilla, me vuelves loco — le confesó, pegando su frente a la suya.— Yo… yo tampoco — musitó ella, sonrojada, con los ojos bien abiertos y
Las semanas pasaron sin que alguno de los dos pudiera notarlo, inmersos en su burbuja, en ese mundo que habían creado juntos.Ella se quedaba en su apartamento con más frecuencia, cinco veces a la semana, y él, por su parte, adoraba tenerla por allí, deambulando con solo un camisón y ropa interior por demás tierna, engullendo o picoteando cualquier cosa que compraba para ambos.Ara se sentía cada vez más feliz a su lado; amada, cuidada y respetada. Y es que él la llevaba flotando a diario en una nube, una de la que no quería bajarse nunca, pues ahí era su único lugar seguro, de plenitud.Esas últimas semanas iba a clases a regañadientes, y aunque amaba su carrera, no quería por nada del mundo separarse de él, pues lo que estaban formando era algo maravilloso, especial para ella. Tras dar fin a su última materia, se había convertido en una rutina que él la esperara allí, parqueado frente a la universidad, cruzado de brazos y siendo el hombre más atractivo que volvería a conocer jamás.
Una hora después de haber llegado a ese mágico lugar, ella pintaba cerca del lago mientras él hacía salchichas en una parrilla eléctrica que había traído.— ¿Cómo vas con eso? — le preguntó después de haber estado cada uno en lo suyo. Llevaba una cerveza en la mano y un cigarrillo en la otra.— Muy bien, ya casi lo termino — musitó, retocando los últimos detalles.— ¿Puedo ver? — se acercó, sabía que ella era muy buena en lo que hacía, así que no esperaba menos que una verdadera obra de arte.Al tener la pintura en frente, se congeló, y no solo porque tenía razón cuando decía que sus manos hacía maravilla, sino porque su retrato estaba allí, cocinando salchichas.— ¿Me dibujaste? — inquirió, increíblemente asombrado.— Sí — admitió, acomodándose un mechón tras la oreja — aunque si no te gusta puedo…De pronto, sin que pudiese ser capaz de advertirlo, su mano firme la tomó de la cintura y un segundo más tarde ya su boca estaba sobre la suya.— Me encanta — aceptó él, contra sus labios,
¿Cómo algo así podía estar sucediendo? Pensó esa noche mientras intentaba por todos los medios quedarse dormido de una buena bendita vez. Es que a ver, se había cuidado, en cada encuentro se había asegurado de usar preservativos, no había momento en el que recordara que no.Put4 mierda. Ladeó la cabeza y la miró, molesto, aunque no con ella, por nada del mundo lo estaría, pues no era su culpa. De los dos, era él quien tomó la responsabilidad de protegerla, de estar protegidos ambos para que una cosa como esa no pasara, pero probablemente ya estaba pasando y ahora no tenía ni la menor idea de qué hacer.Por supuesto que se haría responsable en dado caso, eso ni dudarlo, daría la cara con su familia y se casaría con ella de ser precioso, prometiéndole con hechos una vida maravillosa a su lado, pero… maldición, era tan joven, apenas tenía diecinueve y un increíble futuro por delante, no podía jodérselo así, no cuando tenía tantas metas y sueños por cumplir, además, le faltaban un par de