Después de su última clase, lo buscó con la mirada en ese lugar donde solía parquearse, y al encontrarlo vacío, no puedo evitar desilusionarse.Su pecho se desinfló de a poco, pero decidió que eso no le robaría el aire, claro que no. Tomó un taxi y se fue a piso, era lunes y no tenía nada interesante que hacer ese día, salvo estudiar para sus exámenes.Pasó lo que quedaba de la tarde y el final de la noche a los pies de la cama, poniéndose al día con debes pendientes y adelantando otros.Cómo a eso de las nueve, se dejó caer sobre el colchón, recordando que no había comido desde qué… negó con la cabeza y se incorporó, revisó la nevera, no había nada allí, así que pidió algo por encargo y veinte minutos después ya tenía un par de waffles en la mesa que ni siquiera acabó la mitad.Encendió el televisor buscando distraerse, cambió de canales y regresó a los mismos, aburrida, así era su día… sin él, sin nada que hacer o con que entretenerse. Bufó, rendida, miró el móvil con la esperanza d
Tan pronto se alejaron del ruido de la música y ahora eran solo ellos dos, en la acera, Leonardo no soportó un segundo más lejos de la boca de esa chiquilla y la besó, saboreando su espíritu, su propia esencia.La rubia, al sentirlo pegada a ella de esa forma, pestañeó aturdida; sin embargo, también ansiaba probarlo, así que se levantó sobre sus puntillas e introdujo su lengua sabor cereza en su cavidad con una timidez que a él le pareció por demás increíble.Al ser bien recibido, se aferró a su cintura y la arrastró a un callejón cercano para así poder besarla por más tiempo. Con sus pulgares presionó sus caderas y la pegó más a su hombría.Ella se quejó, tierna, infantil, sin dejar de besarlo en ningún momento.Pasado un tiempo prudente, se separaron, pues necesitaban recobrar un poco el aliento.— No soporto estar lejos de ti un solo segundo, chiquilla, me vuelves loco — le confesó, pegando su frente a la suya.— Yo… yo tampoco — musitó ella, sonrojada, con los ojos bien abiertos y
Las semanas pasaron sin que alguno de los dos pudiera notarlo, inmersos en su burbuja, en ese mundo que habían creado juntos.Ella se quedaba en su apartamento con más frecuencia, cinco veces a la semana, y él, por su parte, adoraba tenerla por allí, deambulando con solo un camisón y ropa interior por demás tierna, engullendo o picoteando cualquier cosa que compraba para ambos.Ara se sentía cada vez más feliz a su lado; amada, cuidada y respetada. Y es que él la llevaba flotando a diario en una nube, una de la que no quería bajarse nunca, pues ahí era su único lugar seguro, de plenitud.Esas últimas semanas iba a clases a regañadientes, y aunque amaba su carrera, no quería por nada del mundo separarse de él, pues lo que estaban formando era algo maravilloso, especial para ella. Tras dar fin a su última materia, se había convertido en una rutina que él la esperara allí, parqueado frente a la universidad, cruzado de brazos y siendo el hombre más atractivo que volvería a conocer jamás.
Una hora después de haber llegado a ese mágico lugar, ella pintaba cerca del lago mientras él hacía salchichas en una parrilla eléctrica que había traído.— ¿Cómo vas con eso? — le preguntó después de haber estado cada uno en lo suyo. Llevaba una cerveza en la mano y un cigarrillo en la otra.— Muy bien, ya casi lo termino — musitó, retocando los últimos detalles.— ¿Puedo ver? — se acercó, sabía que ella era muy buena en lo que hacía, así que no esperaba menos que una verdadera obra de arte.Al tener la pintura en frente, se congeló, y no solo porque tenía razón cuando decía que sus manos hacía maravilla, sino porque su retrato estaba allí, cocinando salchichas.— ¿Me dibujaste? — inquirió, increíblemente asombrado.— Sí — admitió, acomodándose un mechón tras la oreja — aunque si no te gusta puedo…De pronto, sin que pudiese ser capaz de advertirlo, su mano firme la tomó de la cintura y un segundo más tarde ya su boca estaba sobre la suya.— Me encanta — aceptó él, contra sus labios,
¿Cómo algo así podía estar sucediendo? Pensó esa noche mientras intentaba por todos los medios quedarse dormido de una buena bendita vez. Es que a ver, se había cuidado, en cada encuentro se había asegurado de usar preservativos, no había momento en el que recordara que no.Put4 mierda. Ladeó la cabeza y la miró, molesto, aunque no con ella, por nada del mundo lo estaría, pues no era su culpa. De los dos, era él quien tomó la responsabilidad de protegerla, de estar protegidos ambos para que una cosa como esa no pasara, pero probablemente ya estaba pasando y ahora no tenía ni la menor idea de qué hacer.Por supuesto que se haría responsable en dado caso, eso ni dudarlo, daría la cara con su familia y se casaría con ella de ser precioso, prometiéndole con hechos una vida maravillosa a su lado, pero… maldición, era tan joven, apenas tenía diecinueve y un increíble futuro por delante, no podía jodérselo así, no cuando tenía tantas metas y sueños por cumplir, además, le faltaban un par de
Soltó una maldición y se mesó el cabello sin saber muy bien qué hacer.¿Qué carajos había sucedido con él? Agh, maldit4 sea, en serio, ¿cómo pudo perderle el rastro así? Eso únicamente le sucedía a un novato… o al imbécil que se había involucrado con la cría que suponía debía cuidar, no foll4r.Llevaba varios minutos conduciendo al destino donde el punto había marcado por última vez cuando una llamada entró. No la iba a contestar, no tenía cabeza para nada ni nadie en ese momento, pero, al darse cuenta de que se trataba de ella, se orilló y contestó de inmediato.— ¿Ara? — su voz sonó más preocupada y ansiosa de lo que se había escuchado jamás.— Hola — en cambio, la de ella, sonaba serena, tranquila, despreocupada — ¿Estabas llamándome?¿En serio le hacía esa pregunta? Por supuesto que estuvo llamándola.— ¿Dónde estás? — le exigió saber. ¿Cómo era posible que se escabullera así, sin más? Joder, ¿es que no sabía lo mucho que se preocupaba por ella? Ahora más, el doble, no, el triple.
Ni bien había tomado el pomo entre sus dedos cuando sus manos grandes y gruesas la tomaron firmemente de la cintura.— ¿Qué está mal contigo? — fue lo que le preguntó al girarla — Estamos hablando.Ella alzó la vista y lo miró con lágrimas agolpadas en sus ojos.— No, si estás molesto, no quiero hablar contigo — dijo, dolida, aunque indiferente a él todo el tiempo. No era justo la forma en como la estaba tratando.— Ara, esto es serio, necesitamos hablar — murmuró, intentando calmarse. Odiaba verla llorar — Es importante que…— No estoy embarazada — musitó ella, apartando la mirada y clavándola en algún punto que no fuese él.— ¿Qué…? — arrugó la frente. No entendía nada.— Me escuchaste, no estoy embarazada, ahora puedes dejar de estar molesto y no tratarme de la forma en la que llevas haciéndolo todo el día.Maldición, tenía razón, se había estado comportando como un idiota con ella y no se sentía orgulloso de ello. Todo el peso de la culpa cayó sobre él como toneladas, desinflándol
Entraba la noche del jueves cuando Pía le mandó un mensaje de texto. Era el cumpleaños de Elio y ella no había respondido a su invitación, así que el muchacho tuvo que acudir a su amiga para que la contactara.Leo la miró de pronto tensarse, acababa de salir del baño después de una ducha.— ¿Todo bien? — le preguntó.Ella alzó la vista, repasando embelesada su torso húmedo y desnudo antes de llegar a sus ojos.— Sí, bueno, Pía me ha mandado un mensaje de texto — musitó, todavía embobada con todo de él.— ¿Pasó algo malo? — quiso saber, ahora secándose el cabello con una toalla.— No, es solo que es el cumpleaños de Elio y me ha invitado.Él asintió, recordando en seguida quien era el dueño de ese nombre.— Vale, ¿quieres que te lleve? — le preguntó sin problema. Toda la semana la había pasado con él y era justo que se fuese a divertir un poco con sus amigos, incluso si uno de esos tenía un ojo puesto sobre ella.Decir que no sentía celos era lo mismo que decir que estaba mintiendo, pe