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El corazón del guardaespaldas: 10. Eso fue asombroso

Ni bien cerró la puerta de su apartamento cuando volvió a besarla; tomándola nuevamente por sorpresa y arrancándole un tierno gemido que terminó ahogado en sus labios.

Con sus manos firmemente sujetando su cintura, la arrastró al interior hasta que llegaron a la habitación. Con movimientos torpes, abrió la puerta, la tomó de los pequeños muslos y la sentó sobre la superficie de un mueble de madera que tenía allí para después encender la luz.

— ¿Puedes… puedes tenerla apagada? — le preguntó ella con voz infantil, tremendamente tierna.

— Ni hablar — gruñó él — quiero verte mientras te tomo como mía.

Su cuerpo era probablemente el problema… para ella, pues a él le importaba un comino, ella era simplemente perfecta, así y como fuera, con más kilos o kilos menos, daba igual. Esa rubia era más que un cuerpo esquelético, era… era… maldición, era una locura todo lo que se le venía a la mente cuando pensaba en ella.

— Por favor… — suplicó.

Él se alejó de sus labios de forma brusca — dejándolos
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