— Estás loca, no voy a hacer eso — musitó, agobiada, mirando como su bebé comenzaba a llorar entre sus brazos.Dios, quería tanto calmarlo. Se incorporó, y aunque sintió una pequeña e incómoda punzada en la parte baja de su vientre, no le importó, quería alcanzarlo y tomarlo.Victoria sonrió con fingida pena y retrocedió un par de pasos, entonces sacó un arma del bolsillo de su chaqueta y apuntó su frente.— Sí que lo harás — amenazó con una sonrisa de triunfo y luego desvió la dirección de la pistola y la colocó en la pequeña y débil cabecita de un Romano que no paraba de llorar —… o apretaré el gatillo y le arrancaré el alma a tu mocoso en frente de tus propias narices.— No, por favor, haré lo que me pides, lo haré — prometió, desesperada… entonces, miró la sombra de uno de los hombres de seguridad a través de la ventana haciéndole una seña de calma.Emilio había tomado el ascensor cuando reconoció en ese uniforme de enfermera a Victoria, así que no dudó en comunicarse con Leonardo
La sala de espera de aquella clínica se había convertido en solo dolor y mutismo, en una madre que había rezado por la vida de su hijo y una mujer que miraba la puerta de aquel quirófano como si fuese inalcanzable, demasiado lejana.En diferentes oportunidades había intentado atravesarla, pero con eso solo había conseguido perder el conocimiento un par de veces; y es que nada de ella soportaba la idea de no saber de él, de no verle, tocarle… saber si había sobrevivido a tan terrible impacto.— Romano se ha quedado dormido ya — le había informado una de sus cuñadas.La muchacha asintió con la vista todavía clavada en ese pasillo por el que se lo llevaron. Se mesó el cabello y pasó saliva en un intento desesperado por no volver a tratar de empujar esa fuerte y se le fuese negado el acceso.Leonardo dejó de mirar a las mujeres que habitaban en aquella sala de espera y se alejó donde nadie pudiese verle, prendió la pantalla del móvil y negó con la cabeza; todavía no tenía respuestas.Unas
— Lamento que no le hayan avisado, lo habíamos despertado del coma hacía ya un rato y solo estábamos esperando a que reaccionara — le informó la enfermera tan pronto acudió a su llamado, y es que cuando escuchó la voz de su hombre y luego nada, se llenó de pánico.Era un hombre valiente y había luchado los últimos días con una fuerza poco creíble, le dijo el doctor, quien también estaba en la habitación. Un accidente como ese eso habría tenido las peores consecuencias; sin embargo, era normal que los pacientes se aferraran a la vida cuando había algo que todavía les pedía luchar.Grecia se llevó la mano a la boca para contener el sollozo, no podía creerlo.Emilio movió los párpados, escuchaba voces, lejanas, pero allí estaban, muy de cerca, sobre todo la de su hada encantada; esa no podría confundirla jamás.— Acérquese, será lo primero que querrá ver cuando reaccione por completo — le instó el doctor antes de salir y fue lo que hizo.Se acercó con temor, nerviosa, como si fuese la pr
Aranza tomó la mano de su hermano mayor y lo miró con los ojos llenos de lágrimas contenidas; pero bien que eran de felicidad.— Jamás creí que volvería a tener a mi hermano mayor de regreso — musitó la jovencita —. Es increíble ver el hombre tan maravilloso en el que te has convertido, primero eres padre y ahora… esto, wow, Em, vas a casarte.— Voy a casarme con la mujer de mi vida — recordó la propuesta y su pecho se inflo de gozo, de alegria.— Si, la mujer de tu vida — asintió ella, feliz por la idea, cuando le dijo lo que tenía en mente muy temprano esa mañana, no lo pensó dos veces y saltó de la cama, arregló todo muy pronto y le llevó demasiados modelos de anillos a escoger; uno sencillo pero bastante costoso fue la elección — Grecia es una buena chica, lo supe desde la primera vez. Es la correcta, sé que serán una hermosa familia y te prometo que seré una excelente cuñada y tía también.— Eso lo sé, ven aquí — la rodeó en un muy afectuoso abrazo y después se alejó para mirarla
Cuando su guardaespaldas le pidió un momento a solas después de pasar una increíble tarde con su mujer y su hijo, no se esperó en lo absoluto algo como eso.— ¿Renunciar? — le preguntó, no estaba seguro de haber escuchado bien — ¿De qué diablos va esto? No entiendo Leonardo, explícate.El muchacho, quien se había mantenido inescrutable desde que entró, lo miró directo a los ojos.— Solo…, acepte mi renuncia, señor, por favor.El italiano negó con la cabeza y se pellizcó el entrecejo antes de tomar el sobre, abrirlo y sacar una hoja blanca de su interior que esperaba al menos diese razones de una decisión tan absurda como esa. No encontró nada.— Esto es ridículo, no puedo simplemente firmar tu renuncia, eres mi jefe de seguridad, el encargado de salvaguardar mi hogar, mi familia. ¿Por qué ibas a querer irte? ¿Es el sueldo?El muchacho pasó saliva y negó.— El sueldo es lo de menos, señor, además, cobro mucho más de lo que cualquiera en esta profesión pudiese aspirar.— Con más razón p
Tres meses después de que dieran el “sí, quiero” ante la ley, se llevó a cabo la boda religiosa.Todo el proceso fue un sueño hecho realidad que ambos disfrutaron muchísimo. Con ayuda de las personas que los querían lograron que cada mínimo detalle fuese algo mágico y un suceso para recordar.La luna de miel no fue menos diferente, al contrario, Emilio no escatimó en gastos y lo comenzó a preparar todo desde que se le metió la idea en la cabeza de llevarla a recorrer los países que fuesen posibles durante un mes y se encargó meticulosamente de que su pasaporte y el resto de sus papeles estuviesen listos para firmar una noche antes de la ceremonia.La sorpresa se la dio al amanecer después de convertirse oficialmente en marido y mujer ante los ojos y la aprobación de dios. Tenía todo un pequeño equipaje listo y apenas le dio tiempo para sorprenderse y alegrarse por el maravilloso regalo de bodas que le estaba haciendo su ahora guapísimo esposo.— Yo no tengo un regalo para ti — musitó
SINOPSISAra es ternura y belleza, también fragilidad. Es esa línea entre lo dulce y lo amargo que sabe que no debe cruzar, pero lo hace. Es la hermana pequeña de su jefe, a la que debe cuidar, la intocable, la que su moral no le permite ni siquiera mirar, desear, pero ¿adivinen qué? Jodidamente lo hace.Leonardo está seguro de no tener espacio en su corazón para nada más que su carrera, sabe que si ha acatado la orden de cuidarla y protegerla debe mantenerse profesional, pero, si es así… ¿por qué diablos ella duerme cada noche, después de la universidad, semidesnuda en su cama?Es, sin lugar a dudas, un hombre de honor que se exige demasiado, es serio y reservado. Es todo aquello por lo que su padre está decepcionado y abochornado. Un hijo de la élite, ¡¿guardaespaldas?! ¡Por favor! Debería ser médico como su hermano o arquitecto como su madre.
Se suponía que lo tenía todo bajo control… hasta ese día.También se suponía que debía cuidarla, que no debía permitir que ese imbécil respirara en el mismo sitio que ella lo hacía, pero allí estaba, luego de un año, perturbando su tranquilidad.Leonardo había leído encarecidamente la información que le había proporcionado Emilio, su jefe, aquella primera semana de abril. Lo que leyó no fue para nada agradable, pero necesario… necesario para estar seguro de que no iba a consentir que nadie — sin excepciones — rompiera su corazón otra vez.Trastorno de la conducta alimentaria.La chiquilla a la que había aceptado cuidar y por la que habían nacido sentimientos indebidos a principios del año pasado, padecía de una afección que no había escuchado jamás en su vida, pero que se dedicó a investigar a fondo con la ayuda de alguien cercano.Todo lo antes mencionado no habría salido a relucir si el idiota que la introdujo a eso no se le hubiese acercado.— ¿Pastelito? — le escuchó decir a travé