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52. Te suplico que me dejes recuperarte

La vio entre un grupo de personas en las que intentaba hacerse un pequeño camino y cruzó el jardín.

Con el pulso disparado y el corazón a punto de perforarle el pecho como un jodido desquiciado, empujó varios cuerpos y la siguió con la mirada.

— ¡Grecia! — gritó, pero ella no se detuvo, al menos no hasta que escuchó esas palabras y el alma se le cayó a los pies — ¡Te amo!

Por un segundo, se quedó lívida, allí, parada, de espaldas a él, sintiendo que de pronto las rodillas le comenzaban a fallar. Entre abrió la boca para tomar una bocanada de aliento y se llevó la mano intuitivamente al vientre.

No, estaba alucinando, el encuentro que acababan de tener hace minutos la estaba haciendo escuchar cosas que…

— Grecia, te amo… — volvió a escuchar, y se giró lentamente.

Ese hombre estaba allí, ese del que estaba irremediablemente enamorada; abriéndole, así, sin más, su corazón. Él la observaba con las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón, nervioso, asustado, deseando que no fu
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