— He escuchado lo que hablaban tú y tu madre — dijo ella, al fin, después de varios minutos de silencio e indiferencia por parte de ambos.Emilio, aunque le daba la espalda, era plenamente consciente de su cercanía. Bastaba con simplemente darse la vuelta, alcanzarla en dos pequeñas zancadas y tomarla del cuello para así besarla como siempre lo había hecho; desmedidamente.Respiró profundo.— Es por eso que estás actuando de este modo — asumió, serio, mirando su pequeño y delgado cuerpo en el reflejo del ventanal.La muchacha pasó saliva, y pese a los nervios, una parte de ella estaba decidida.— No, no tiene nada que ver, pero… creo que ella tiene razón — musitó, jugando con el dobladillo de su camisa, mirando desde su posición a ese hombre duro que ahora se negaba a mirarla a los ojos. Tomó una respiración y continuó —; lo mejor será que yo...— ¡No, no te atrevas a decirlo! — zanjó él, en seguida, interrumpiéndola de tajo y dándose la vuelta como un felino.La muchacha pestañeó atu
El siguiente par de días no había sido muy diferente a ese.En las cenas, donde era inevitable toparse, apenas e intercambiaban monosílabos; sin embargo, una noche, cansado de su indiferencia, Emilio intentó hacer más amena la noche.— ¿Cómo te has sentido? — le preguntó, con el pulso disparado y la mirada puesta en ese pequeño cuerpecito al otro extremo de la mesa.La muchacha, sin esperar que esa noche fuese distinta al resto, alzó la vista por unos cortos segundos y volvió a su plato, casi lo acababa.— Bien — respondió, ingiriendo un par de zanahorias que esperaba, de verdad, acabarse pronto.No mentía, esos últimos días había descansado suficientemente y ya no se sentía tan exhausta como las primeras veces.— Eso me alegra… ¿sigues tomando tus medicamentos? — continuó.— Si — consiguió contestar, serena, aunque por dentro una parte de ella estuviese acelerada.Emilio tomó una respiración profunda y negó con la cabeza; cansada ya de la situación, no lo soportaba, estaba quemándose
Esa noche, su maldito olor se había quedado impregnado en cada rincón como si todo se hubiese confabulado para hacerle perder el juicio. Destrozó, sin miramientos, cualquier cosa que haya quedado allí de ella. Ese desgraciado champú con aroma a frambuesas. Esas benditas sábanas blancas en las que tiernamente se envolvía cada noche y despertaba cada mañana. Las arrancó del colchón, arrugó y tiró por las escaleras con el resto de las pocas pertenencias que había dejado. Para cuando entró la media noche, no se reconocía ya a sí mismo, así que golpeó el espejo en donde su propio reflejo le devolvía la mirada y se dejó caer en el sofá con los nudillos rotos, y cuando no fue suficiente, tomó del minibar un par de botellas de bourbon y bebió hasta que su recuerdo se le borrara de la puta mente… lo que jamás consiguió. La mañana siguiente despertó con un dolor de cabeza que jamás había sentido; se había quedado incómodamente dormido en aquel sofá, sujetando, sin saber muy bien en que mome
Se veía tan diferente al hombre de aquellas últimas semanas que incluso su propia secretaria pudo notarlo.— Puedes irte a casa, Olivia — le dijo, sin mirarla, ella otra vez se había quedado allí hasta casi pasadas las nueve, pendiente de cualquier cosa.La muchacha asintió sin remedio y apagó la última luz encendida del edificio antes de despedirse con un “buenas noches” que él apenas y respondió audiblemente.Emilio recargó la cabeza contra el respaldo de la silla y suspiró. Su vida, desde la última vez que la vio, se fue desmoronando de a poco. Había pasado una semana y tres días desde entonces; lo sabía muy bien.En varias oportunidades había querido y llamar y preguntar por ella, saber cómo estaba, si comía sus alimentos o si necesitaba algo de lo que él mismo se encargaría de hacerle llegar, pero antes de antes de alguien pudiese ser capaz de contestar, colgaba; era lo mejor, pues él no estaba listo para confesar algo que ella deseaba escuchar, así que debía dejarla en paz y no
En la mansión Arcuri lo estaban preparando todo para las fechas como cada año, las bebidas, el decorado y los regalos debajo del árbol. Hacía años que Emilio no participaba en la dinámica, así que a las mujeres de la casa les alegró tener a esa muchacha allí para ese año.Fabio llegó con un par de regalos para todos, los dejó debajo del árbol y se quedó a cenar mientras que la casa era un caos de lado a lado. La familia Valente ya había confirmado su asistencia para el día siguiente, así que no faltaba nada más, excepto el angelito que decidieron poner en la corona del pino que incluía a la pequeña Arcuri como nueva miembro de la familia.Los honores se lo dejaron a la joven primeriza, pero, el árbol era tan grande que tuvo que necesitar un poco de ayuda.Fabio la tomó de las caderas con mucho respeto y no sin antes preguntarle. La muchacha asintió tímidamente y se alzó lo más que pudo mientras él la ayudaba y todos reían en compañía y le indicaban cual era el lado perfecto.Emilio hi
— No puedo creer que le hayas golpeado de ese modo — dijo ella, cruzada de brazos, ahora estaban en la habitación que solía ser de él, y a donde la había arrastrado para así poder hablar con ella.Emilio se tensó y volteó los ojos.— Yo soy quien no puede creer que todavía lo defiendas — dijo, un poco molesto.Grecia, que llevaba todo el rato de espaldas a él y con la mirada perdida en ese enorme jardín, negó con la cabeza y al fin se giró.— Estás sangrando… — musitó, preocupada, entró rápido al cuarto de baño y buscó cualquier cosa con la que pudiera limpiarlo, cuando regresó, él todavía estaba allí de pie, observándola moverse de un lado a otro — siéntate.Sin rechistar, obedeció.La muchacha se colocó en medio de sus piernas y con una delicadeza muy propia de ella, comenzó a curarle la herida que se abría desde el arco de su ceja hasta el inicio de la sien.El italiano colocó las manos en sus caderas y la miró desde su perspectiva, absorto en ese bendito aroma a frambuesas que cad
— Señoras y señores, bienvenidos a nuestro baile de beneficencia anual — escuchó a su madre decir, detrás del micrófono, luciendo pulcra y elegante como solía ser —. Caballeros, los números de cuenta coinciden con la etiqueta de las jóvenes en sus vestidos… ¡el precio más alto abre el primer baile!— Un baile con la sexy embarazada de rojo — escuchó a un hombre susurrar, dando un paso al frente y tecleando su móvil.Emilio se irguió, maldición.La única embarazada sexy de rojo que estaba allí era ella y, por nada del mundo, iba a permitir que un jodido imbécil bailara con ella, muchísimo menos que la tocara, eso sí que no, primero, debía pasar por encima de él.Sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta, la miró por un par de segundos y tecleó unos jugosos ceros antes de enviar el dinero a la cuenta correspondiente. Un par de minutos después, el hombre miró extrañado la pantalla, una luz roja indicaba que la joven seleccionada ya no estaba disponible; había sido ganada por alguien más.
La vio entre un grupo de personas en las que intentaba hacerse un pequeño camino y cruzó el jardín.Con el pulso disparado y el corazón a punto de perforarle el pecho como un jodido desquiciado, empujó varios cuerpos y la siguió con la mirada.— ¡Grecia! — gritó, pero ella no se detuvo, al menos no hasta que escuchó esas palabras y el alma se le cayó a los pies — ¡Te amo!Por un segundo, se quedó lívida, allí, parada, de espaldas a él, sintiendo que de pronto las rodillas le comenzaban a fallar. Entre abrió la boca para tomar una bocanada de aliento y se llevó la mano intuitivamente al vientre.No, estaba alucinando, el encuentro que acababan de tener hace minutos la estaba haciendo escuchar cosas que…— Grecia, te amo… — volvió a escuchar, y se giró lentamente.Ese hombre estaba allí, ese del que estaba irremediablemente enamorada; abriéndole, así, sin más, su corazón. Él la observaba con las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón, nervioso, asustado, deseando que no fu