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43. Oficina, besos y… ¿una brujita celosa?

Después de haber proporcionado a los investigadores la información necesaria con su frágil voz, quedaron solos.

— Me duele un poco la cabeza… ¿puedo irme a dormir? — le preguntó despacito.

Emilio, por supuesto, no lo dudó y tomó su mano, le besó el dorso con delicadeza absoluta y la llevó hasta su habitación. Una vez allí, la metió bajo las cobijas y le acarició la mejilla bajo su mirada dulce y atenta.

— Iré por un par de analgésicos, ¿me esperas? — musitó con un roce cálido sobre su frente.

La muchacha asintió como una chiquilla y se mordió el labio inferior tras verlo marcharse; su espalda era muy firme y grande.

Cuando regresó, ella ya estaba dormida, así que colocó la pequeña charola en la mesilla y se metió a la cama con nada más que un pantalón de chándal, pegando el torso a su espalda y rodeándola protectoramente con un brazo.

Varias veces, en la madrugada, ella se removió, pegándose más a él y despertándole incontables veces una erección que no se bajó hasta que el amanecer r
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