— No puedo creer que le hayas golpeado de ese modo — dijo ella, cruzada de brazos, ahora estaban en la habitación que solía ser de él, y a donde la había arrastrado para así poder hablar con ella.Emilio se tensó y volteó los ojos.— Yo soy quien no puede creer que todavía lo defiendas — dijo, un poco molesto.Grecia, que llevaba todo el rato de espaldas a él y con la mirada perdida en ese enorme jardín, negó con la cabeza y al fin se giró.— Estás sangrando… — musitó, preocupada, entró rápido al cuarto de baño y buscó cualquier cosa con la que pudiera limpiarlo, cuando regresó, él todavía estaba allí de pie, observándola moverse de un lado a otro — siéntate.Sin rechistar, obedeció.La muchacha se colocó en medio de sus piernas y con una delicadeza muy propia de ella, comenzó a curarle la herida que se abría desde el arco de su ceja hasta el inicio de la sien.El italiano colocó las manos en sus caderas y la miró desde su perspectiva, absorto en ese bendito aroma a frambuesas que cad
— Señoras y señores, bienvenidos a nuestro baile de beneficencia anual — escuchó a su madre decir, detrás del micrófono, luciendo pulcra y elegante como solía ser —. Caballeros, los números de cuenta coinciden con la etiqueta de las jóvenes en sus vestidos… ¡el precio más alto abre el primer baile!— Un baile con la sexy embarazada de rojo — escuchó a un hombre susurrar, dando un paso al frente y tecleando su móvil.Emilio se irguió, maldición.La única embarazada sexy de rojo que estaba allí era ella y, por nada del mundo, iba a permitir que un jodido imbécil bailara con ella, muchísimo menos que la tocara, eso sí que no, primero, debía pasar por encima de él.Sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta, la miró por un par de segundos y tecleó unos jugosos ceros antes de enviar el dinero a la cuenta correspondiente. Un par de minutos después, el hombre miró extrañado la pantalla, una luz roja indicaba que la joven seleccionada ya no estaba disponible; había sido ganada por alguien más.
La vio entre un grupo de personas en las que intentaba hacerse un pequeño camino y cruzó el jardín.Con el pulso disparado y el corazón a punto de perforarle el pecho como un jodido desquiciado, empujó varios cuerpos y la siguió con la mirada.— ¡Grecia! — gritó, pero ella no se detuvo, al menos no hasta que escuchó esas palabras y el alma se le cayó a los pies — ¡Te amo!Por un segundo, se quedó lívida, allí, parada, de espaldas a él, sintiendo que de pronto las rodillas le comenzaban a fallar. Entre abrió la boca para tomar una bocanada de aliento y se llevó la mano intuitivamente al vientre.No, estaba alucinando, el encuentro que acababan de tener hace minutos la estaba haciendo escuchar cosas que…— Grecia, te amo… — volvió a escuchar, y se giró lentamente.Ese hombre estaba allí, ese del que estaba irremediablemente enamorada; abriéndole, así, sin más, su corazón. Él la observaba con las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón, nervioso, asustado, deseando que no fu
— Lo que dijiste hace rato… ¿es cierto? — musitó ella contra su boca, llevaban alrededor de veinte minutos besándose y ninguno de los dos parecía incómodo en lo absoluto — ¿Tú… tú me amas?Emilio ladeó una sonrisa y tomó su rostro entre sus manos, pegando su frente a la suya mirándola directo a los ojos. Esa hadita encantada era su vida entera… ¿cómo había podido ser tan imbécil y hacerla sentir insegura? No se lo perdonaba, debía enmendar ese error tan pronto como fuese posible.— Brujita, te amo, es mi única verdad y te prometo que haré todo y más para recuperarte, para… recuperarlas — le prometió, abierto, sincero, ya no quería ocultar lo que sentía. Lo gritaría a los cuatro vientos si eso era lo que ella le pedía.— Nunca… nunca me perdiste — logró decir con esa vocecita maravillosa que lo sosegaba de manera indescriptible —. Siempre guardé una esperanza.Él pasó saliva y negó con la cabeza, tomó sus manos para besarle los nudillos y luego las acomodó delicadamente en su regazo.
El amanecer los sorprendió entre sonrisas dulces y miradas cargadas de deseo.— No fue un sueño — musitó ella, somnolienta.Emilio sonrió y capturó su cadera, pegándola a él para así poder darle ese delicioso beso de buenos días en los labios; no se cansaba de probarla, ella era dulce a toda hora.— No, brujita, no lo fue, aquí estoy… aquí estamos — le dijo, hechizado con su angelical belleza — ¿tienes hambre?— Muchísima— Bien, tomaremos una ducha juntos y entonces saldremos a comer lo que quieras, ¿te parece? — la muchacha asintió más que entusiasmada, verdaderamente feliz.Tomaron esa ducha entre caricias fugaces, gemidos y suspiros; no hicieron nada, y aunque en serio se deseaban con locura, él prefirió no correr el riesgo de lastimarla y salieron de allí más que encendidos.— ¿Emilio…? — su vocecita dulce hizo que se girara.— ¿Qué pasa, brujita? — le preguntó, acercándose y aprovechando para darle un pequeño pico que ella recibió con las mejillas de color cereza.— Yo ya no ten
En cuanto se alejó para recobrar el aliento, él la tomó de la cintura y le besó los labios, premiándola por tan maravilloso regalo, aunque por supuesto que iba a reprocharle lo que acababa de hacer.— Tuviste que apartarte cuando te lo pedí — le dijo, un poco serio, ella todavía estaba roja y su corazón palpitaba a un ritmo inusual.— ¿Por qué? Tú siempre lo haces.— Sí, pero ese soy yo, tú… tú eres un hada, no quiero corromperte, aunque por lo visto, ya lo he hecho — la miró con divertida reprobación.— ¿No… no te gustó que hiciera eso? — deseó saber, un tanto preocupada.Emilio sonrió y rozó sus labios de forma mágica, arrancándole un suspiro.— Por supuesto que me gustó, solo no me gusta que hagas algo únicamente porque me has visto hacerlo a mí.— Pero… a mí me gustó hacerlo — confesó, y aunque el sabor seguía siendo extraño, fue una experiencia que estaba segura de querer seguir repitiendo.— ¿Qué haré contigo eh?— Lo que quieras — dijo, atrevida y sonrojada.— ¿Lo que quiera? —
Emilio se volvió casi loco cuando recibió esa llamada y, aunque parte de él se había quedado lívida ante la idea de un terrible escenario, tuvo que reaccionar bastante rápido y dejarlo todo botado para regresar con su mujer tan rápido como pudiera.Se mantuvo pegado al teléfono durante todo el vuelo, esperando información que no lograba tranquilizarlo, no hasta saberla sana por sus propios medios.Dos horas después aterrizó, un auto ya lo esperaba en el aeropuerto y no perdió siquiera un segundo para ordenar que lo llevasen a la clínica; para ese punto, ya se había deshecho de su corbata y tenía los dos primeros botones de la camisa sueltos porque de lo contrario sentía que se ahogaría con sus propios miedos.Empujó las grandes puertas y buscó, en seguida, a alguien que le diese razón de su mujer y su hija. Estaba a punto de hacer un gran escándalo en aquel lugar cuando todo lo que le daban era monosílabos y detalles vacíos.— Necesito saber dónde puedo ver a mi mujer, no donde está —
— ¿Qué haces?— Estás enfermo, te llevaré a la cama — le dijo ella, preocupada, rodeando su torso firme mientras lo guiaba por las escaleras.— No quiero ir a la cama, además, soy yo quien debe cuidar de ti, lo que acabas de pasar…— Yo estoy bien — le aseguró con una dulce sonrisa— déjame que sea yo quien hoy cuide de ti.— ¿Tengo opciones? — preguntó, de verdad que estaba comenzando a sentirse muy mal.— No, ninguna, ahora vamos a la cama.— ¿Te meterás allí conmigo al menos? — deseó saber, divertido. La muchacha lo miró ruborizada y negó con la cabeza en reprobación — El paciente siempre tiene la razón y la última palabra, ¿sabías eso?— Ese es el cliente… Emilio — suspiró, sonriendo tímida.— Como sea, la cama se sentirá vacía sin ti y necesito abrazarte para recargar fuerzas.— Yo no soy una fuente de energía.— La mía sí, brujita… la mía si — le besó la sien mientras la rodeaba con sus brazos y acariciaba ese pequeño trasero que muy bien encajaba en las palmas de sus manos. Lo a