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23. Yo siempre tengo el control

La mañana siguiente despertó increíblemente bien; renovada, feliz, evocando todas y cada una de las sensaciones maravillosas que él le hizo sentir.

Dios, de verdad que había sido asombroso, mágico… de ensueño. Volvería a repetirlo sin lugar a duda.

Había sido suya.

Suya y de nadie más que él.

Al girarse, con una tierna y pequeña sonrisa en los labios, Emilio ya no estaba, tan solo había dejado su olor impregnado a las sábanas que compartieron y una pequeña nota en la almohada que abrió en seguida, ilusionada.

«Te quiero lista a las nueve», decía, y nada más.

Inhaló llevándose el papel a los labios y se tumbó de nuevo a la cama; envuelta en cientos de mariposas imaginarias.

Cuando llegó a su oficina, Emilio no pudo concentrarse en ninguna de las llamadas o correos que recibía porque todo de él — en cuerpo y alma —, estaba con ella… con su bruja, no podía sacársela de la cabeza, no después de lo que hicieron la noche anterior.

En la sala de juntas, no fue muy diferente. Todavía podía ev
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