Una hora más tarde, luego de haber tomado una ducha larga y enjuagado su cabello con ese champú de frambuesas que mucho le gustaba, se sentó en el borde la cama, pensativa, recordando lo que acababa de suceder con un sabor agridulce. Si cerraba los ojos podía evocar sus besos, sus caricias, la forma en la que él la había tomado en diferentes oportunidades, en su cama; sedosa y tierna, como si ella fuese pluma, en la ducha; aun adolorida pero con las sensaciones a tope, en el auto; con un atardecer a punto de dibujarse de purpura, pero entonces también recordó como él volvía a ser el mismo hombre que conoció en un principio y se sentía presa de un felino, alguien capaz de arrancarle la piel a jirones con una sola mirada que lo pulverizaba todo, alguien capaz de envolverla en su mundo y no dejarla escapar. De repente, escuchó el chasquido de la puerta y se enderezó de súbito, desdibujando cada uno de esos pensamientos en cuanto lo vio. Emilio entró directo, sin miramientos, se detuvo
Luca fue el primero en abordar a los recién llegados más que feliz, pues luego de haber insistido con llamadas y visitas recurrentes para que su mejor amigo asistiera al cumpleaños de su madre, allí estaba, y con él, esa jovencita de ojos almendrados que al parecer había llegado para sacudir el corazón de piedra del italiano.— Grecia, me alegra volver a verte — la saludó el doctor, complacido, con una sonrisa que ella le devolvió en seguida —. Soy Luca, espero me recuerdes.Si, lo recordaba de la clínica. Había sido muy amable y bueno con ella.— Gracias, igualmente — le dijo, estrechando su mano y aceptando la cálida bienvenida del que parecía muy amigo del padre de su hijo.Un escalofrío recorrió su espalda bajo cuando Emilio posó su palma abierta allí, guiándola al interior de la casa y pegándola a su cuerpo con posesiva familiaridad.Dentro, el recibimiento no fue muy diferente al de Luca, y aunque ella se escondió detrás del brazo de Emilio como un corderito asustado al ver tant
Aunque la luz era escasa en esa casucha, Emilio pudo percibir como las mejillas de esa hada se encendían de rojo fresa.Dios, como le gustaba tenerla y saberla así, dispuesta y entregada como siempre, para lo que fuera y donde fuera, con su respiración agitada por la lujuria y esos picos erectos que demostraban lo mucho que ella deseaba ese encuentro.Sabía, muy bien, que no era el lugar ni el momento adecuado para dar rienda suelta los deseos; sin embargo, una parte de él, la que lo dominaba sin control, no podía ni quería detenerse, llevaba todo el bendito necesitando probar lo que había debajo de ese vestido y lo haría, por supuesto que sí.— Date la vuelta — le rogó ronco, con sus labios pegados a los suyos, sometiendo un segundo más esa pequeña boquita sin temor, sin remilgos, y ella, Dios… ella dejó que su aliento acariciara el suyo sin más.Obedeció como si ese fuese su único propósito en la vida y abrió los ojos con asombro y nerviosismo cuanto sintió que le alzaba la falta d
Emilio no la soltó el resto del festejo, si quiera cuando sus hermanas o madre intentaron arrebatársela con la tonta excusa de que debía dejarla hacer amistades, cosa que le fastidió un poco, ella no necesitaba amistades ni mucho menos a nadie que la merodeara, lo tenía a él y eso era más que suficiente.— No puedes tenerla pegada a ti todo el tiempo — le riñó su madre, torciendo una sonrisa.— Por supuesto que puedo, ella está bien aquí y punto, ya está — dijo, decidido, nadie iba a arrebatársela de su lado, no después de ver que su primito no desaprovechó la oportunidad para abordarla.El recuerdo de su mirada, sobre ella, sobre su brujita, casi devorándola, lo hicieron hervir de nuevo.— Emilio, no seas malcriado.— De malcriado nada, he dicho que no, madre, ella no conoce a nadie y…— Ya me conoce a mí — la mujer se cruzó de brazos, pulverizándolo.— Precisamente por eso, la pondrás en mi contra, te conozco, las conozco a las tres — las señaló a cada una, más que decidido a manten
Después de veinticinco minutos de trayecto, la miró de reojo; estaba hecha un ovillo en el asiento del copiloto, observándolo como si no hubiese nada más a su alrededor.— ¿Cómo te sientes? — le preguntó, un poco serio, aunque todavía bastante preocupado.— Bien, creo que solo ha sido un día de excesos para mí — musitó tranquila y él asintió, aliviado por saber que se encontraba mejor, pero furioso por lo que había tenido que presenciar en esa fiesta… ¡dos veces!Primero, le decía a su primo que no eran nada, así, con tanta facilidad, luego que estaba muy bien con que él la sujetara y encima… maldición, encima permitió que ese imbécil la tocara como si tuviera derecho, y no, no lo tenía, nadie más que él podía tocarla.Los celos lo carcomieron, eso era un hecho indiscutible, aunque se sorprendía de sí mismo, pues nunca antes había sido un hombre posesivo o celoso con lo suyo, ni siquiera un poco, pero ahora que ella existía en su vida no podía evitarlo, de verdad que no, era un sent
— ¿Qué pasa, Emilio? — preguntó la joven mujer del italiano, pestañeando, sin entender nada.De un momento a otro, las inmediaciones del edificio estaban rodeadas por un séquito de hombres armados que los custodiaban e intercambiaban palabras y órdenes por una pulsera de caucho en sus muñecas.La muchacha pasó saliva, desconcertada, jamás había visto tanta seguridad junta en su vida, excepto en las noticias, cuando nombraron a Mauro Ferragni el nuevo alcalde más joven de roma.Emilio no contestó, estaba a la espera, con ella firmemente agarrada a su mano, atento a la nueva y precisa información de lo que diablos estaba sucediendo.— Bien, nos haremos cargo desde aquí — expresó Leonardo a través del dispositivo de comunicación antes que encarar a la enamorada pareja —. Señor, efectivamente, las imágenes en las cámaras demuestran que un intruso no solo ingresó al edificio, sino que intentó forzar la entrada del departamento.— ¿Sabemos ya de quien se trata? — preguntó Emilio, más que im
Todo estaba en penumbras; así que él fue el primero en entrar, encendió la lámpara de queroseno que había junto a la puerta y luego la invitó a pasar, atento a esos ojos que lo trasportaban a otro mundo.Grecia observó el interior de la cabaña con lúcida admiración, de verdad que el lugar era precioso, y aunque pequeño; bastante acogedor.Los pisos, al igual que todo, eran de madera, revestidos en ciertas partes por alfombras de cuero que esperaba fuesen artificiales.— No te quedes allí, entra — le pidió Emilio, tomándola de la mano y llevándola al interior para que siguiera explorando todo lo que quisiera, mientras tanto, él arreglaría todo para que pudiesen tener una velada cómoda.— ¿Pasaremos aquí la noche? — deseó saber ella, tímida.— Si, ¿te desagrada la idea?— No, está perfecto… me gusta — musitó, aliviada, más que contenta con la elección.Emilio sonrió desde la cocina, había revisado la estufa y la nevera. Tenía, gracias a la llamada que pudo hacer Leonardo al anciano enca
Con un atrevido y erótico movimiento, esa jovencita que poco a poco se adentraba a un mundo de experiencias de nuevas e inigualables, se sentó a horcajadas sobre el ahora regazo mojado de ese hombre y lo miró directo a los ojos, más que excitada con la idea de tenerle así, juntito a ella.— Me gustas — le dijo, con su timbrecito irremediablemente tímido.Emilio enarcó las cejas y ladeó una sonrisa.— Y tú a mí, brujita — confesó, abierto, entregado a ese sentimiento que cada segundo parecía crecer más y más.— Lo sé.— Ah, mira, ¿cómo es que estás tan segura? — deseó saber, atrapado en la belleza única e irrepetible de esa joven dulce.— Pues… siempre se te levanta tú… — se mordió el labio, la sola palabra la avergonzaba y a él no pudo parecerle menos tierna que antes.— Mi… — la instó, era momento de que llamara las cosas por su nombre, pues era completamente normal, sobre todo ahora que tenían una relación de pareja.— Eso, tu… amiguito.Emilio soltó una carcajada de esas que ya no