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36. Quiero darte un masaje

Con un atrevido y erótico movimiento, esa jovencita que poco a poco se adentraba a un mundo de experiencias de nuevas e inigualables, se sentó a horcajadas sobre el ahora regazo mojado de ese hombre y lo miró directo a los ojos, más que excitada con la idea de tenerle así, juntito a ella.

— Me gustas — le dijo, con su timbrecito irremediablemente tímido.

Emilio enarcó las cejas y ladeó una sonrisa.

— Y tú a mí, brujita — confesó, abierto, entregado a ese sentimiento que cada segundo parecía crecer más y más.

— Lo sé.

— Ah, mira, ¿cómo es que estás tan segura? — deseó saber, atrapado en la belleza única e irrepetible de esa joven dulce.

— Pues… siempre se te levanta tú… — se mordió el labio, la sola palabra la avergonzaba y a él no pudo parecerle menos tierna que antes.

— Mi… — la instó, era momento de que llamara las cosas por su nombre, pues era completamente normal, sobre todo ahora que tenían una relación de pareja.

— Eso, tu… amiguito.

Emilio soltó una carcajada de esas que ya no
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