Con un atrevido y erótico movimiento, esa jovencita que poco a poco se adentraba a un mundo de experiencias de nuevas e inigualables, se sentó a horcajadas sobre el ahora regazo mojado de ese hombre y lo miró directo a los ojos, más que excitada con la idea de tenerle así, juntito a ella.— Me gustas — le dijo, con su timbrecito irremediablemente tímido.Emilio enarcó las cejas y ladeó una sonrisa.— Y tú a mí, brujita — confesó, abierto, entregado a ese sentimiento que cada segundo parecía crecer más y más.— Lo sé.— Ah, mira, ¿cómo es que estás tan segura? — deseó saber, atrapado en la belleza única e irrepetible de esa joven dulce.— Pues… siempre se te levanta tú… — se mordió el labio, la sola palabra la avergonzaba y a él no pudo parecerle menos tierna que antes.— Mi… — la instó, era momento de que llamara las cosas por su nombre, pues era completamente normal, sobre todo ahora que tenían una relación de pareja.— Eso, tu… amiguito.Emilio soltó una carcajada de esas que ya no
Cuando despertó, lo primero que hizo fue darle un beso en la comisura de sus labios y pedirle que siguiera durmiendo un poco más, que lo necesitaba. Ella asintió adormilada y se desperezó antes de las diez de la mañana.Con ánimos renovados, la joven saltó fuera de la cama y se colocó una de las tres camisas que encontró en el armario. Siguió ese delicioso aroma que provenía de la cocina y descubrió un vaso en la barra con una pequeña notita.«Tómalo todo, te quiero sana y fuerte»Sonriendo atontada, se llevó el papel a la naricita e inhaló esa agradable fragancia que él siempre desprendía.Tomó el vaso, bebió un poco de esa bebida sabor a frutillas y caminó hasta la puerta.Emilio se secó el sudor de la frente con el reverso de la mano y pasó saliva cuando esa mujercita apareció en su campo de visión, observándolo embobada y sin un atisbo de disimulo.Tenía el cabello hecho ondas naturales y llevaba una camisa suya puesta como pijama.— ¿Te gusta lo que ves, brujita? — le preguntó di
De primera, no comprendió muy bien que era lo que ella leía, hasta que su mirada cambió de orientación y su pechó colapsó de golpe.No, no, no.Dejó todo lo que estaba haciendo para ir con ella, necesitaba explicarse.— Grecia… — intentó decir, pero ella lo silenció con un movimiento de cabeza.— ¿T-tú me investigaste? — logró hablar, el horror, el miedo, el peso de la decepción, todo arremolinándose en su interior hasta el punto de querer hacerla vomitar.Emilio, ahora preocupado por ese tono blanquecino que habían adquirido sus labios y mejillas, intentó tocarla, gesto que ella rechazó rotundamente.No quería sentir su contacto, no ahora, no cuando se estaba sintiendo traicionada y humillada de un modo que parecía completamente irreversible.— Estás pálida, siéntate y…— Responde, Emilio… por favor — le pidió con la mirada empañada, casi suplicando… casi deseando que nada de eso fuese cierto.El aludido se mesó el cabello y pasó saliva.— Si, pero eso fue al principio, no estaba seg
— No llegarás con tiempo a roma, debes actuar rápido y bajarle la fiebre… escúchame — le había dicho su amigo Luca tan pronto lo llamó y le explicó con el corazón a punto de perforarle el pecho lo que estaba sucediendo.Emilio, más preocupado y asustado que atento, puso el móvil en altavoz y lo lanzó a la cama, tomando a su pequeña mujercita en brazos y pegándola a su cuerpo como si deseara que de allí no se apartara jamás, pues era lo que quería y se aseguraría de que así fuese siempre.— Métela a la bañera con agua tibia, un grado inferior a su temperatura corporal estaría bien — explicó el doctor, también preocupado por esa joven que había conseguido dar un cambio drástico a la vida de su mejor amigo.Decidido, y sin tiempo que perder, el italiano siguió las indicaciones del doctor y abrió el grifo rápidamente, graduando la temperatura al punto exacto y acuclillándose con ella junto a la bañera para despojarla de las prendas.Sin mucho esfuerzo, la cargó nuevamente y se metió a la
Tenía que ser una puta broma.Diablos, tenía que serlo, pero no, él estaba allí, ja, por supuesto que lo estaba… y para colmo, era él quien iba a recibirla.— Emilio — saludó su primo, serio, ataviado en ese profesionalismo que tanto le caracterizaba.— Fabio — gruñó el aludido, pegando más a su cuerpo a esa jovencita que se quejaba del dolor débilmente.— ¿Qué ha pasado? — preguntó en seguida, sin regodeos, con una mínima seña indicó a los enfermos que buscaran una camilla y allí la tendieran, pero él, cegado por la sola idea de que su flamante primo la atendiera, no la soltó, al menos no con tanta facilidad y sin quejarse antes.Joder, no lo pensó, pero… ¿cómo diablos iba a saberlo?Fabio no solo era uno de los mejores médicos del país, sino que había trabajado en Villa Re durante ocho años de su carrera, siendo, innegablemente, el mejor en su área. Estaba casado con Kathia, una pastelera que tuvo a su primogénito; desgraciadamente, fallecieron en un terrible accidente de tránsito,
Esa hada de cuento de verdad que se había convertido en su eje, su horizonte, su razón de ser; ella y el hijo que tendrían juntos, ya no veía por otros ojos que no fuesen los de ella.Encargó unos panecillos de queso, jugo natural, fruta picada y un poco de gelatina de piña con yogurt, esperando, con ilusión, que todo le gustara.Estaba de pie junto a la cómoda cuando entró, aferrándose a los bordes con un semblante poco saludable, parecía que iba a desmayarse en cualquier momento si él no lograba evitarlo. En seguida, colocó la bandeja en una mesita que había cerca y la capturó de la cintura, rodeándola con protectora familiaridad y besando su hombro como si ella fuese una especie de diosa y el un simplemente e insignificante moral que su único propósito era adorarla.Dios, y es que era así cómo precisamente se sentía.Esa brujita era tan mágica que además de hechizado y enamorado, lo tenía rendido ante ella.— No deberías estar de pie... sujétate de mí — le pidió preocupado al tiemp
Después de ese delicioso beso que compartieron, ella se quedó dormida, más que serena y feliz con la sensación de hormigueo que le provocó el contacto.Emilio besó su frente antes de salir de la habitación, y allí mismo, a pocos pasos de distancia, su madre y hermanas no se habían movido para nada, tan solo parecía ser que comieron algo de la cafetería y nada más, pues ansiaban, tanto como él, que esa muchacha que tan rápido se había ganado su cariño, pronto pudiera salir de ese lugar.Decirles que regresaran a roma, que esa mujercita era su responsabilidad y no permitiría que nada malo le pasara, hubiese sido en vano, las conocía de sobra como para saber que de allí no se moverían así sin más.Más tarde, poco después del mediodía, habló con Fabio, este le explicó que los síntomas que ella estaba presentando estaban relacionados con la preeclampsia precoz, lo que le parecía raro ya que era poco común diagnosticarlo antes de las veinte semanas de gestación; sin embargo, la tendrían un
Después de haber proporcionado a los investigadores la información necesaria con su frágil voz, quedaron solos.— Me duele un poco la cabeza… ¿puedo irme a dormir? — le preguntó despacito.Emilio, por supuesto, no lo dudó y tomó su mano, le besó el dorso con delicadeza absoluta y la llevó hasta su habitación. Una vez allí, la metió bajo las cobijas y le acarició la mejilla bajo su mirada dulce y atenta.— Iré por un par de analgésicos, ¿me esperas? — musitó con un roce cálido sobre su frente.La muchacha asintió como una chiquilla y se mordió el labio inferior tras verlo marcharse; su espalda era muy firme y grande.Cuando regresó, ella ya estaba dormida, así que colocó la pequeña charola en la mesilla y se metió a la cama con nada más que un pantalón de chándal, pegando el torso a su espalda y rodeándola protectoramente con un brazo.Varias veces, en la madrugada, ella se removió, pegándose más a él y despertándole incontables veces una erección que no se bajó hasta que el amanecer r