Tenía que ser una puta broma.Diablos, tenía que serlo, pero no, él estaba allí, ja, por supuesto que lo estaba… y para colmo, era él quien iba a recibirla.— Emilio — saludó su primo, serio, ataviado en ese profesionalismo que tanto le caracterizaba.— Fabio — gruñó el aludido, pegando más a su cuerpo a esa jovencita que se quejaba del dolor débilmente.— ¿Qué ha pasado? — preguntó en seguida, sin regodeos, con una mínima seña indicó a los enfermos que buscaran una camilla y allí la tendieran, pero él, cegado por la sola idea de que su flamante primo la atendiera, no la soltó, al menos no con tanta facilidad y sin quejarse antes.Joder, no lo pensó, pero… ¿cómo diablos iba a saberlo?Fabio no solo era uno de los mejores médicos del país, sino que había trabajado en Villa Re durante ocho años de su carrera, siendo, innegablemente, el mejor en su área. Estaba casado con Kathia, una pastelera que tuvo a su primogénito; desgraciadamente, fallecieron en un terrible accidente de tránsito,
Esa hada de cuento de verdad que se había convertido en su eje, su horizonte, su razón de ser; ella y el hijo que tendrían juntos, ya no veía por otros ojos que no fuesen los de ella.Encargó unos panecillos de queso, jugo natural, fruta picada y un poco de gelatina de piña con yogurt, esperando, con ilusión, que todo le gustara.Estaba de pie junto a la cómoda cuando entró, aferrándose a los bordes con un semblante poco saludable, parecía que iba a desmayarse en cualquier momento si él no lograba evitarlo. En seguida, colocó la bandeja en una mesita que había cerca y la capturó de la cintura, rodeándola con protectora familiaridad y besando su hombro como si ella fuese una especie de diosa y el un simplemente e insignificante moral que su único propósito era adorarla.Dios, y es que era así cómo precisamente se sentía.Esa brujita era tan mágica que además de hechizado y enamorado, lo tenía rendido ante ella.— No deberías estar de pie... sujétate de mí — le pidió preocupado al tiemp
Después de ese delicioso beso que compartieron, ella se quedó dormida, más que serena y feliz con la sensación de hormigueo que le provocó el contacto.Emilio besó su frente antes de salir de la habitación, y allí mismo, a pocos pasos de distancia, su madre y hermanas no se habían movido para nada, tan solo parecía ser que comieron algo de la cafetería y nada más, pues ansiaban, tanto como él, que esa muchacha que tan rápido se había ganado su cariño, pronto pudiera salir de ese lugar.Decirles que regresaran a roma, que esa mujercita era su responsabilidad y no permitiría que nada malo le pasara, hubiese sido en vano, las conocía de sobra como para saber que de allí no se moverían así sin más.Más tarde, poco después del mediodía, habló con Fabio, este le explicó que los síntomas que ella estaba presentando estaban relacionados con la preeclampsia precoz, lo que le parecía raro ya que era poco común diagnosticarlo antes de las veinte semanas de gestación; sin embargo, la tendrían un
Después de haber proporcionado a los investigadores la información necesaria con su frágil voz, quedaron solos.— Me duele un poco la cabeza… ¿puedo irme a dormir? — le preguntó despacito.Emilio, por supuesto, no lo dudó y tomó su mano, le besó el dorso con delicadeza absoluta y la llevó hasta su habitación. Una vez allí, la metió bajo las cobijas y le acarició la mejilla bajo su mirada dulce y atenta.— Iré por un par de analgésicos, ¿me esperas? — musitó con un roce cálido sobre su frente.La muchacha asintió como una chiquilla y se mordió el labio inferior tras verlo marcharse; su espalda era muy firme y grande.Cuando regresó, ella ya estaba dormida, así que colocó la pequeña charola en la mesilla y se metió a la cama con nada más que un pantalón de chándal, pegando el torso a su espalda y rodeándola protectoramente con un brazo.Varias veces, en la madrugada, ella se removió, pegándose más a él y despertándole incontables veces una erección que no se bajó hasta que el amanecer r
— Los resultados estarán listos para dentro de una hora — les informó esa amable muchacha del laboratorio que la atendió previamente.Grecia suspiró mitad aliviada y mitad angustiada cuando quedaron solos, pues no entendía aquel repentino desgaste físico que apenas y le permitía mantenerse de pie por sus propios medios. Emilio, al percatarse de la decaída de sus hombros, aprovechó para tomarla de la cadera y sostener su pequeño cuerpo sin que ella tuviese que hacer el mínimo esfuerzo.— Vayamos a casa — sugirió, besando su sien, un tanto preocupado por esa hadita y el bebé que pronto iluminaria sus vidas.Ella negó con la cabeza y se recargó contra su pecho, demasiado agotada.— Es mejor esperar aquí, es solo una hora y así sabremos cuanto antes si algo está mal conmigo o con el bebé.Emilio pasó saliva, tensándose.— De acuerdo, pero te llevaré a una de las habitaciones disponibles para que te recuestes un poco.La jovencita asintió sin quejas y se dejó guiar por ese hombre que la
— He escuchado lo que hablaban tú y tu madre — dijo ella, al fin, después de varios minutos de silencio e indiferencia por parte de ambos.Emilio, aunque le daba la espalda, era plenamente consciente de su cercanía. Bastaba con simplemente darse la vuelta, alcanzarla en dos pequeñas zancadas y tomarla del cuello para así besarla como siempre lo había hecho; desmedidamente.Respiró profundo.— Es por eso que estás actuando de este modo — asumió, serio, mirando su pequeño y delgado cuerpo en el reflejo del ventanal.La muchacha pasó saliva, y pese a los nervios, una parte de ella estaba decidida.— No, no tiene nada que ver, pero… creo que ella tiene razón — musitó, jugando con el dobladillo de su camisa, mirando desde su posición a ese hombre duro que ahora se negaba a mirarla a los ojos. Tomó una respiración y continuó —; lo mejor será que yo...— ¡No, no te atrevas a decirlo! — zanjó él, en seguida, interrumpiéndola de tajo y dándose la vuelta como un felino.La muchacha pestañeó atu
El siguiente par de días no había sido muy diferente a ese.En las cenas, donde era inevitable toparse, apenas e intercambiaban monosílabos; sin embargo, una noche, cansado de su indiferencia, Emilio intentó hacer más amena la noche.— ¿Cómo te has sentido? — le preguntó, con el pulso disparado y la mirada puesta en ese pequeño cuerpecito al otro extremo de la mesa.La muchacha, sin esperar que esa noche fuese distinta al resto, alzó la vista por unos cortos segundos y volvió a su plato, casi lo acababa.— Bien — respondió, ingiriendo un par de zanahorias que esperaba, de verdad, acabarse pronto.No mentía, esos últimos días había descansado suficientemente y ya no se sentía tan exhausta como las primeras veces.— Eso me alegra… ¿sigues tomando tus medicamentos? — continuó.— Si — consiguió contestar, serena, aunque por dentro una parte de ella estuviese acelerada.Emilio tomó una respiración profunda y negó con la cabeza; cansada ya de la situación, no lo soportaba, estaba quemándose
Esa noche, su maldito olor se había quedado impregnado en cada rincón como si todo se hubiese confabulado para hacerle perder el juicio. Destrozó, sin miramientos, cualquier cosa que haya quedado allí de ella. Ese desgraciado champú con aroma a frambuesas. Esas benditas sábanas blancas en las que tiernamente se envolvía cada noche y despertaba cada mañana. Las arrancó del colchón, arrugó y tiró por las escaleras con el resto de las pocas pertenencias que había dejado. Para cuando entró la media noche, no se reconocía ya a sí mismo, así que golpeó el espejo en donde su propio reflejo le devolvía la mirada y se dejó caer en el sofá con los nudillos rotos, y cuando no fue suficiente, tomó del minibar un par de botellas de bourbon y bebió hasta que su recuerdo se le borrara de la puta mente… lo que jamás consiguió. La mañana siguiente despertó con un dolor de cabeza que jamás había sentido; se había quedado incómodamente dormido en aquel sofá, sujetando, sin saber muy bien en que mome