31. Estamos juntos

Aunque la luz era escasa en esa casucha, Emilio pudo percibir como las mejillas de esa hada se encendían de rojo fresa.

Dios, como le gustaba tenerla y saberla así, dispuesta y entregada como siempre, para lo que fuera y donde fuera, con su respiración agitada por la lujuria y esos picos erectos que demostraban lo mucho que ella deseaba ese encuentro.

Sabía, muy bien, que no era el lugar ni el momento adecuado para dar rienda suelta los deseos; sin embargo, una parte de él, la que lo dominaba sin control, no podía ni quería detenerse, llevaba todo el bendito necesitando probar lo que había debajo de ese vestido y lo haría, por supuesto que sí.

— Date la vuelta — le rogó ronco, con sus labios pegados a los suyos, sometiendo un segundo más esa pequeña boquita sin temor, sin remilgos, y ella, Dios… ella dejó que su aliento acariciara el suyo sin más.

Obedeció como si ese fuese su único propósito en la vida y abrió los ojos con asombro y nerviosismo cuanto sintió que le alzaba la falta d
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