Emilio no la soltó el resto del festejo, si quiera cuando sus hermanas o madre intentaron arrebatársela con la tonta excusa de que debía dejarla hacer amistades, cosa que le fastidió un poco, ella no necesitaba amistades ni mucho menos a nadie que la merodeara, lo tenía a él y eso era más que suficiente.— No puedes tenerla pegada a ti todo el tiempo — le riñó su madre, torciendo una sonrisa.— Por supuesto que puedo, ella está bien aquí y punto, ya está — dijo, decidido, nadie iba a arrebatársela de su lado, no después de ver que su primito no desaprovechó la oportunidad para abordarla.El recuerdo de su mirada, sobre ella, sobre su brujita, casi devorándola, lo hicieron hervir de nuevo.— Emilio, no seas malcriado.— De malcriado nada, he dicho que no, madre, ella no conoce a nadie y…— Ya me conoce a mí — la mujer se cruzó de brazos, pulverizándolo.— Precisamente por eso, la pondrás en mi contra, te conozco, las conozco a las tres — las señaló a cada una, más que decidido a manten
Después de veinticinco minutos de trayecto, la miró de reojo; estaba hecha un ovillo en el asiento del copiloto, observándolo como si no hubiese nada más a su alrededor.— ¿Cómo te sientes? — le preguntó, un poco serio, aunque todavía bastante preocupado.— Bien, creo que solo ha sido un día de excesos para mí — musitó tranquila y él asintió, aliviado por saber que se encontraba mejor, pero furioso por lo que había tenido que presenciar en esa fiesta… ¡dos veces!Primero, le decía a su primo que no eran nada, así, con tanta facilidad, luego que estaba muy bien con que él la sujetara y encima… maldición, encima permitió que ese imbécil la tocara como si tuviera derecho, y no, no lo tenía, nadie más que él podía tocarla.Los celos lo carcomieron, eso era un hecho indiscutible, aunque se sorprendía de sí mismo, pues nunca antes había sido un hombre posesivo o celoso con lo suyo, ni siquiera un poco, pero ahora que ella existía en su vida no podía evitarlo, de verdad que no, era un sent
— ¿Qué pasa, Emilio? — preguntó la joven mujer del italiano, pestañeando, sin entender nada.De un momento a otro, las inmediaciones del edificio estaban rodeadas por un séquito de hombres armados que los custodiaban e intercambiaban palabras y órdenes por una pulsera de caucho en sus muñecas.La muchacha pasó saliva, desconcertada, jamás había visto tanta seguridad junta en su vida, excepto en las noticias, cuando nombraron a Mauro Ferragni el nuevo alcalde más joven de roma.Emilio no contestó, estaba a la espera, con ella firmemente agarrada a su mano, atento a la nueva y precisa información de lo que diablos estaba sucediendo.— Bien, nos haremos cargo desde aquí — expresó Leonardo a través del dispositivo de comunicación antes que encarar a la enamorada pareja —. Señor, efectivamente, las imágenes en las cámaras demuestran que un intruso no solo ingresó al edificio, sino que intentó forzar la entrada del departamento.— ¿Sabemos ya de quien se trata? — preguntó Emilio, más que im
Todo estaba en penumbras; así que él fue el primero en entrar, encendió la lámpara de queroseno que había junto a la puerta y luego la invitó a pasar, atento a esos ojos que lo trasportaban a otro mundo.Grecia observó el interior de la cabaña con lúcida admiración, de verdad que el lugar era precioso, y aunque pequeño; bastante acogedor.Los pisos, al igual que todo, eran de madera, revestidos en ciertas partes por alfombras de cuero que esperaba fuesen artificiales.— No te quedes allí, entra — le pidió Emilio, tomándola de la mano y llevándola al interior para que siguiera explorando todo lo que quisiera, mientras tanto, él arreglaría todo para que pudiesen tener una velada cómoda.— ¿Pasaremos aquí la noche? — deseó saber ella, tímida.— Si, ¿te desagrada la idea?— No, está perfecto… me gusta — musitó, aliviada, más que contenta con la elección.Emilio sonrió desde la cocina, había revisado la estufa y la nevera. Tenía, gracias a la llamada que pudo hacer Leonardo al anciano enca
Con un atrevido y erótico movimiento, esa jovencita que poco a poco se adentraba a un mundo de experiencias de nuevas e inigualables, se sentó a horcajadas sobre el ahora regazo mojado de ese hombre y lo miró directo a los ojos, más que excitada con la idea de tenerle así, juntito a ella.— Me gustas — le dijo, con su timbrecito irremediablemente tímido.Emilio enarcó las cejas y ladeó una sonrisa.— Y tú a mí, brujita — confesó, abierto, entregado a ese sentimiento que cada segundo parecía crecer más y más.— Lo sé.— Ah, mira, ¿cómo es que estás tan segura? — deseó saber, atrapado en la belleza única e irrepetible de esa joven dulce.— Pues… siempre se te levanta tú… — se mordió el labio, la sola palabra la avergonzaba y a él no pudo parecerle menos tierna que antes.— Mi… — la instó, era momento de que llamara las cosas por su nombre, pues era completamente normal, sobre todo ahora que tenían una relación de pareja.— Eso, tu… amiguito.Emilio soltó una carcajada de esas que ya no
Cuando despertó, lo primero que hizo fue darle un beso en la comisura de sus labios y pedirle que siguiera durmiendo un poco más, que lo necesitaba. Ella asintió adormilada y se desperezó antes de las diez de la mañana.Con ánimos renovados, la joven saltó fuera de la cama y se colocó una de las tres camisas que encontró en el armario. Siguió ese delicioso aroma que provenía de la cocina y descubrió un vaso en la barra con una pequeña notita.«Tómalo todo, te quiero sana y fuerte»Sonriendo atontada, se llevó el papel a la naricita e inhaló esa agradable fragancia que él siempre desprendía.Tomó el vaso, bebió un poco de esa bebida sabor a frutillas y caminó hasta la puerta.Emilio se secó el sudor de la frente con el reverso de la mano y pasó saliva cuando esa mujercita apareció en su campo de visión, observándolo embobada y sin un atisbo de disimulo.Tenía el cabello hecho ondas naturales y llevaba una camisa suya puesta como pijama.— ¿Te gusta lo que ves, brujita? — le preguntó di
De primera, no comprendió muy bien que era lo que ella leía, hasta que su mirada cambió de orientación y su pechó colapsó de golpe.No, no, no.Dejó todo lo que estaba haciendo para ir con ella, necesitaba explicarse.— Grecia… — intentó decir, pero ella lo silenció con un movimiento de cabeza.— ¿T-tú me investigaste? — logró hablar, el horror, el miedo, el peso de la decepción, todo arremolinándose en su interior hasta el punto de querer hacerla vomitar.Emilio, ahora preocupado por ese tono blanquecino que habían adquirido sus labios y mejillas, intentó tocarla, gesto que ella rechazó rotundamente.No quería sentir su contacto, no ahora, no cuando se estaba sintiendo traicionada y humillada de un modo que parecía completamente irreversible.— Estás pálida, siéntate y…— Responde, Emilio… por favor — le pidió con la mirada empañada, casi suplicando… casi deseando que nada de eso fuese cierto.El aludido se mesó el cabello y pasó saliva.— Si, pero eso fue al principio, no estaba seg
— No llegarás con tiempo a roma, debes actuar rápido y bajarle la fiebre… escúchame — le había dicho su amigo Luca tan pronto lo llamó y le explicó con el corazón a punto de perforarle el pecho lo que estaba sucediendo.Emilio, más preocupado y asustado que atento, puso el móvil en altavoz y lo lanzó a la cama, tomando a su pequeña mujercita en brazos y pegándola a su cuerpo como si deseara que de allí no se apartara jamás, pues era lo que quería y se aseguraría de que así fuese siempre.— Métela a la bañera con agua tibia, un grado inferior a su temperatura corporal estaría bien — explicó el doctor, también preocupado por esa joven que había conseguido dar un cambio drástico a la vida de su mejor amigo.Decidido, y sin tiempo que perder, el italiano siguió las indicaciones del doctor y abrió el grifo rápidamente, graduando la temperatura al punto exacto y acuclillándose con ella junto a la bañera para despojarla de las prendas.Sin mucho esfuerzo, la cargó nuevamente y se metió a la