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24. Felicita a mis pelotas también, pedazo de imbécil

Era increíble, esa jovencita de ojos marrones y caderas pequeñas se le estaba metiendo debajo de la piel sin poder hacer el mínimo esfuerzo por conseguirlo, de verdad, si quiera lo intentaba, tan solo iba por allí siendo ella misma y nada más, como si no necesitara hacer absolutamente nada para que la quisieran, y él, aunque no lo reconociera… ya empezaba a quererla.

Se había vuelto vital para su vida, una necesidad, un deseo incontrolable que lo asfixiaba si no estaba cada segundo cerca de ella, probándola, besándola, haciéndola suya una y otra vez, hasta que la fuerza y voluntad se les agotaran.

Esa misma mañana, cuando la dejó dormida en su cama y se fue a la oficina creyendo que lograría despejarse, supo lo equivocado que estaba, y ahora, con lo que acababa de ocurrir en la ducha, confirmaba que una sola vez no era suficiente, necesitaba más de ella, necesitaba poseerla cuantas veces en el día pudiera; quizás, así, se dejaría de esta tontería de una buena vez.

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