La llevó hasta su habitación y allí la tocó con una suavidad traicionera.Temblando de pies a cabeza pese a la calefacción, ella se dejó hacer de su dominio cuando este la apoyó contra la puerta y la invitó a abrir los muslos con una de sus rodillas.«Ese vestido le facilitaba demasiadas cosas, Dios, estaba tan necesitado de ella que no sería capaz de resistir todo el juego previo… pero lo valía, estaba seguro que sí», pensó mientras escondía el rostro en el hueco de su cuello y la consentía con un reguero de besos que le arrancaron un par de deliciosos gemidos.Sabía tan bien, a dulce, a cítrico, a una mezcla de la que podría volverse fácilmente adicto.La respiración de Grecia se aceleró junto con el golpeteo de sus latidos cuando sintió una sus grandes manos escabullirse por entre sus piernas; la otra recorría el valle de sus pechos.Todavía no llegaba demasiado lejos, pero, estaba tan sensible a su tacto que resistirse hubiese sido una tarea bastante difícil, por no decir que impo
La mañana siguiente despertó increíblemente bien; renovada, feliz, evocando todas y cada una de las sensaciones maravillosas que él le hizo sentir.Dios, de verdad que había sido asombroso, mágico… de ensueño. Volvería a repetirlo sin lugar a duda.Había sido suya.Suya y de nadie más que él.Al girarse, con una tierna y pequeña sonrisa en los labios, Emilio ya no estaba, tan solo había dejado su olor impregnado a las sábanas que compartieron y una pequeña nota en la almohada que abrió en seguida, ilusionada.«Te quiero lista a las nueve», decía, y nada más.Inhaló llevándose el papel a los labios y se tumbó de nuevo a la cama; envuelta en cientos de mariposas imaginarias.Cuando llegó a su oficina, Emilio no pudo concentrarse en ninguna de las llamadas o correos que recibía porque todo de él — en cuerpo y alma —, estaba con ella… con su bruja, no podía sacársela de la cabeza, no después de lo que hicieron la noche anterior.En la sala de juntas, no fue muy diferente. Todavía podía ev
Era increíble, esa jovencita de ojos marrones y caderas pequeñas se le estaba metiendo debajo de la piel sin poder hacer el mínimo esfuerzo por conseguirlo, de verdad, si quiera lo intentaba, tan solo iba por allí siendo ella misma y nada más, como si no necesitara hacer absolutamente nada para que la quisieran, y él, aunque no lo reconociera… ya empezaba a quererla.Se había vuelto vital para su vida, una necesidad, un deseo incontrolable que lo asfixiaba si no estaba cada segundo cerca de ella, probándola, besándola, haciéndola suya una y otra vez, hasta que la fuerza y voluntad se les agotaran.Esa misma mañana, cuando la dejó dormida en su cama y se fue a la oficina creyendo que lograría despejarse, supo lo equivocado que estaba, y ahora, con lo que acababa de ocurrir en la ducha, confirmaba que una sola vez no era suficiente, necesitaba más de ella, necesitaba poseerla cuantas veces en el día pudiera; quizás, así, se dejaría de esta tontería de una buena vez.Grecia se arregló co
Cuando la tuvo sentada en el lado del copiloto, con las mejillas aun encendidas y los labios húmedos, la tomó del cuello y la empujó hacía él para besarla, desbordado de calor y ternura.Gimió contra su boca, Dios, llevaba todo el rato necesitando ese momento a solas con ella, sobre porque quería deshacerse de la imagen de ese imbécil mirándola como si ella no tuviese quien la protegiera, encima, era su paciente, sería muy poco ético de su parte poner los ojos en ella. Idiota, de solo recordar como tocaba su mano hervía de coraje.Lo bueno era que le había dejado muy claro que esa mujercita tierna era suya, por lo tanto, estaba fuera de su jodido alcance; tomaría represalias de lo contrario.Luego de unos interminables y casi enloquecedores minutos, la soltó, acarició su mejilla con la delicadeza que su piel merecía y le abrochó el cinturón de seguridad antes de incorporarse en la carretera.Ella, muy cerquita a él, sus labios pegados a los suyos y su piel de seda respondiendo con peq
Con el deseo penetrando en sus pupilas, la pobre pasó saliva, congelada, excitada; la sola idea de que él cumpliese con su palabra resultaba ser un volcán a punto de hacer erupción.— Creo que puedo lidiar con eso — musitó, roja, decidida, aunque tímida por la confesión.Emilio enarcó una ceja, sorprendido, le gustaba que fuese así de tierna e intrépida a su vez, que se dejara hacer de él, de sus decisiones y sus ganas locas de hacerle el amor cada segundo, en cada esquina, en cada superficie, en su maldito auto deportivo.— En ese caso… — la observó triunfante antes de pegarla de nuevo a él y probar con amabilidad y dedicación uno de sus deliciosos pechos.Grecia gimió y echó la cabeza hacia atrás, empujando sus caderas contra las suyas, sintiendo su virilidad por encima de la tela de su pantalón.«Estaba duro como una roca, Dios… ¡estaba así por ella!» Pensó mientras se frotaba contra su cremallera con más insistencia.Emilio la aceptó de inmediato y con una mano libre, la acomodó e
Esa brujita se había dormido y no pareció importarle en lo más mínimo que lo hiciera sobre él.Su pecho subía y bajaba contra el suyo desnudo; respirando trémula, tranquila, relajada, y así, media hora más, hasta que el atardecer se pintó de purpura y ella se removió con cuidado, desperezándose con ternura.Gimió mientras alzaba la vista, buscando los ojos de ese hombre que la tenían embobada. Ladeó una sonrisa dulce, aliviada, él estaba allí, no había sido un sueño, era completamente real.— Hola, brujita — musitó Emilio, acomodándole un mechoncito lacio tras la orejas.Ella se mordió el labio, de verdad que le gustaba mucho ese apodo.— Me he quedado dormida — comentó con su flamante timidez, arrancándole una sonrisa dulzona a Emilio.— Lo sé, ¿tienes hambre?— Mucha — respondió, asintiendo como una niña chiquita.Media hora más tarde, entraron a un local de comida informal que ofrecía una de las mejores vistas a la playa.Pidieron lo que se les antojó en ese momento, pasta con carn
No durmió esa noche, y apenas amaneció, ya tenía al equipo de investigación al otro lado del escritorio con la misma información que ya había leído en ese estúpido papel que arrugó.— ¿Qué tan verídico puede ser esto? — alzó el puño, todavía temblaba de la rabia.El hombre que suponía ser el jefe del otro, respiró profundo y se encogió de hombros como si no hubiese nada que aclarar, todo estaba allí, tal cual lo habia leido.Emilio se mesó el cabello y negó con la cabeza, desconcertado, la mujer en esas imágenes no podía ser ella. Dios, no, es que se miraba tan profesional, tan diferente a la mujer que se entregaba a él con una dulzura y ternura inigualables.No, no podía ser posible… ¡no podía ser cierto!La descarada en esas evidencias, con ese hombre, en todas y cada una de las posiciones, siendo tomada de formas tan bochornosas y cuestionables definitivamente no podía ser ella, no quería creerlo, aunque debía, pues todas las jodidas pruebas que le habían entregado la delataban.—
Una hora más tarde, luego de haber tomado una ducha larga y enjuagado su cabello con ese champú de frambuesas que mucho le gustaba, se sentó en el borde la cama, pensativa, recordando lo que acababa de suceder con un sabor agridulce. Si cerraba los ojos podía evocar sus besos, sus caricias, la forma en la que él la había tomado en diferentes oportunidades, en su cama; sedosa y tierna, como si ella fuese pluma, en la ducha; aun adolorida pero con las sensaciones a tope, en el auto; con un atardecer a punto de dibujarse de purpura, pero entonces también recordó como él volvía a ser el mismo hombre que conoció en un principio y se sentía presa de un felino, alguien capaz de arrancarle la piel a jirones con una sola mirada que lo pulverizaba todo, alguien capaz de envolverla en su mundo y no dejarla escapar. De repente, escuchó el chasquido de la puerta y se enderezó de súbito, desdibujando cada uno de esos pensamientos en cuanto lo vio. Emilio entró directo, sin miramientos, se detuvo