La vida es una canción de la que te enamoras.
Doblando con cuidado cada prenda, la acomodaba en la maleta con un sentimiento de tristeza que lograba sobrecogerla. Acariciando cada pared en su habitación, Eufemia se despedía del sitio al que había llamado su hogar durante demasiado tiempo, sintiendo un terrible vacío dentro de ella misma, y, al mismo tiempo, creyendo que dejar todo atrás y emigrar a otras tierras, era la única manera posible de mantenerse a salvo.
—Ya tengo los boletos de avión, viajaremos en primera clase, luego de llegar enviare a alguien a recoger discretamente todas tus cosas, por ahora, debemos irnos —
Noah estaba tan preocupado como ella, y es que una locura de una noche y su deseo por no sucumbir ante la soledad de la marca, la había llevado a cometer el peor error de su vida.
—Estoy lista, solo llevo lo necesario — respondía la hermosa mestiza cerrando aquella maleta que la acompañaría en aquella nueva travesía que debía recorrer y solo por haber sido tan estúpida. De sus ojos grises se escapaban lágrimas, y es que toda su vida había cambiado en solo un instante, y ahora debía huir nuevamente de aquel destino que habían injustamente puesto sobre ella.
Acercándose a ella, Noah tomaba de los hombros a aquella asustada joven que se culpaba a si misma, y que él había amado como a su propia hija desde el primer momento en que había cruzado el umbral de su puerta.
—Todo va a estar bien Eufi, ya verás, Inglaterra es un país hermoso, uno que estará feliz de recibirte —
Abrazándose del hombre que la había protegido como un padre, Eufemia sollozo.
—Tengo miedo papá Noah, tengo miedo de que Enegor me encuentre y nos haga daño…que lastime a mi bebé si se entera que lleva la sangre del Alfa —
Noah sabia que el viejo Enegor había estado enfermo hace años, pero desde entonces los Fenrir se habían mantenido herméticos, solo dándose la noticia que Ares tomaba su lugar como el nuevo líder de la manada. Enegor era un lobo cruel y déspota con terribles prejuicios en contra de los humanos y, sobre todo, de los mestizos, por ello no había sido una sorpresa cuando la jovencita que lloraba en sus brazos llegó desde la vieja Francia buscando un refugio después de haber sido exiliada y amenazada. Félix había tenido “suerte” de que los Fenrir los aceptaran en sus tierras cuando este había cometido el peor sacrilegio para los puristas: haberse apareado con una hembra humana, si su hijo tenia a su heredero con una mestiza…no quería imaginar lo que el cruel y viejo lobo era capaz de hacer.
—Escúchame Eufi, yo te juro que no permitiré que les pase nada a ti o tu bebé, confía en mí, a donde iremos no entran lobos…es territorio de cazadores —
En Londres, Ares estaba furioso. Aquella joya familiar se había perdido, aquella mujer, estaba seguro, la había robado. Los recuerdos de aquella noche lo tenían hechizado, pues no había dejado de pensar en esa humana en todo ese tiempo.
—Estamos seguros de que la mujer que busca se encuentra en Canterbury, la descripción concuerda y hay rumores de que ella tiene habilidades que superan a las de un humano, es nadadora olímpica y se llama Eufemia…
Ares no prestaba realmente atención en aquella información. Sus pensamientos nuevamente viajaban a las perfectas curvas del cuerpo desnudo de Eufemia García. Aquel aroma delicado, aquel momento de su entrega, ella era virgen al igual que el, y por un momento la sintió como a su Luna perdida, aun cuando no había ninguna marca que pudiera probarlo.
—¿Estas escuchando Ares? —
Sus pensamientos, sin embargo, se habían visto interrumpidos por la molesta voz de Adara, la loba que su padre una vez deseo que tomara por compañera.
—No vuelvas a hablarme con tal confianza Daez, no me interesa escuchar nada de lo que venga de ti — respondió molesto.
Aquella loba castaña sintió como la ira y los celos se le quedaban atorados en la garganta, ¿Acaso el Alfa Ares no pretendía detenerse en su búsqueda de esa m*****a mestiza exiliada? Ares no era un lobo que debiera mezclar su sangre pura con la de una mancha como lo era Eufemia.
—Tu padre estaría realmente decepcionado de mirar a su único hijo buscando como un perro faldero a esa sucia impura sangre sucia — dijo la loba con ira en su voz.
Regresándose ante aquel insulto, Ares tomó por el cuello de la camisa a la molesta loba, y mirándola de manera despectiva, pudo ver como esta se acobardaba ante su presencia.
—Tu, Adara, no tienes derecho a decirme lo que yo puedo o no hacer, soy el Alfa de esta manada y mis ordenes son absolutas. He dicho que está terminantemente prohibido llamar de esa manera a los lobos mestizos, en especial a ella. ¿Crees que me importa lo que mi padre piense de mí? Ese miserable debe de estar en medio de un festín de gusanos, y a menos que quieras convertirte en una exiliada, te sugiero mantener tu boca cerrada, ¿Te quedo claro? —
Adara asintió. Soltándola, Ares caminó fuera del edificio. Su ira parecía estar creciendo y no entendía la razón de ello; aquella sensación de que le estaba haciendo falta algo mucho más grande que solo aquel anillo que la infame escritora García le había robado, lo mantenía completamente irritado, mucho más de lo habitual. Estaba perdiendo el control sobre sí mismo y no comprendía el porqué.
En el aeropuerto de Winston, Salem, Eufemia miraba aquel collar que Ares le había dado en su juventud como una promesa de amor eterno, junto al anillo que le había colocado la noche en que se había entregado a el sin saberlo.
¿Por qué le estaba ocurriendo aquello? ¿Por qué el destino era tan cruel con ella dejándola embarazada del mismo hombre que la traiciono? Su corazón, permanentemente roto, sollozaba en un mudo silencio ante la incertidumbre de un futuro incierto siendo la madre del heredero de aquel cruel Alfa y el temor de perder la vida por ello.
—Pasajeros del vuelo 1444 con destino a Londres, favor de abordar —
Levantándose de su asiento, Eufemia asentía hacia Noah.
—Es hora de irnos Noah, espero nunca volver a ver a Ares, mantendremos a su hijo en secreto —
La brisa nocturna se colaba entre su pelaje, mientras corría en aquellos floridos campos bañados por la luz de la luna llena que resplandecía como la plata en lo alto.Un heredero.El lobo gris aullaba con dolor hacia la luna, mientras sentía el aroma de aquel cachorro perdido, aquel que llevaba su sangre y que en sus hombros llevaría el peso de aquella manada, el mismo que el llevaba ahora mismo, y que debía de dejar en buenas manos.Una mujer.Aquel vientre femenino que guardaba celosamente aquello que el añoraba, y le miraba con desprecio. Un rostro ensombrecido de facciones difusas que no alcanzaba a apreciar, pero que aquel aroma lo hacía desearla como nunca antes había deseado nada en su vida.La marca.Aquella marca que había dejado en la única mujer que él había amado y deseado, podía divisarla completa en la espalda de la hembra que e su vientre cargaba a su cachorro, y la desesperación del lobo, corría en sus venas enloqueciéndole.Sudoroso, con el corazón palpitando tan fue
El día daba comienzo, y aquella mestiza admiraba el hermoso río que atravesaba el pueblo que la había recibido. ¿Qué era lo que ella haría a partir de ese momento? Aun cuando estaba segura en aquel lugar, y su hijo o hija tambien lo estarían, no deseaba vivir en cautiverio, temerosa de lo que Ares seria capaz de hacer…o de morir en las manos de su cruel padre por llevar en su vientre a un cachorro que, al igual que ella, seria impuro.Los lobos que se consideraban pura sangre, se volvían realmente crueles con los que eran como ella, nada más que mestizos con poca o nula habilidad por llevar en sus venas la sangre de un ser humano. Toda su temprana juventud desde su nacimiento, había sido criada como un lobo, completamente apartada del mundo humano, a quien la manada Fenrir consideraba inferiores, sin embargo, luego de ser exiliada, había aprendido que los humanos y los lobos, no eran tan diferentes entre sí.Las hojas caían de los árboles sobre el rio, que las arrastraba a su voluntad
Buscando entre la nieve, un dulce pajarillo que se aferraba a la primavera, volaba casi en el suelo deseando encontrar el ultimo brote de la rosa. Ares observaba aquel ridículo documental en la televisión, sintiendo aquella terrible ansiedad consumiendo su alma. No tenia noticias de aquella mujer que llevaba a su cachorro dentro de su vientre, y la desesperación que le ocasionaba el no encontrarla, lo hacía sentir una frustración tal como nunca antes había sentido.Esa mujer se había llevado dos cosas demasiado valiosas con ella, una era su cachorro, y el otro era aquel anillo…ambos, debían de pertenecerle solo a su Eufemia. ¿Qué tan estúpido había sido? El mayor de ellos, un completo imbécil que, en primer lugar, había sido un cobarde que no se había atrevido a enfrentar a su padre por defender a aquella a la que juró amar eternamente. Se había vuelto amargado, receloso de la vida después de perderla.Aun recordaba su aroma, aquel delicado aroma a flores silvestres y agua de rio tan
Sangre. Aquel olor tan terrible penetraba cruelmente en sus fosas nasales, haciéndole retroceder dos pasos atrás ante aquel espectáculo del horror que sus ojos incrédulos miraban casi saliendo de sus cuencas.Su padre, su querido Noah, la aldea entera, todos ellos estaban tirados sobre el suelo, con la sangre brotando de sus cuerpos inertes que sin vida yacían ante ella. —¡No! ¡No! ¡No! —Gritaba desconsoladamente al entender que era lo que estaba ocurriendo. Entonces, un terrible dolor la hacía caer, mientras sentía sus entrañas ardiendo y su sangre brotaba a borbotones desde su crecido vientre de embarazo. Alzando sus ojos antes de cerrarlos para siempre, miraba a Ares Fenrir mirándola con odio…mirándola con desprecio.—¿Por qué me has hecho esto? — y sin recibir respuesta alguna del único hombre al que ella había amado, cerraba sus ojos tan solo para volverlos a abrir unos segundos después.Un aliento ahogado salía de ella, y sintiendo el refrescante viento que se colaba por su ve
Los campos de rosas blancas, se habían teñido de rojo. El cielo, había perdido su color celeste, tiñéndose de carmesí en aquella tarde en que la esperanza se había perdido. El llanto de un niño se escuchaba a lo lejos, y los cuervos comenzaban a volar en círculos, esperando descender para unirse en el banquete infernal de los caídos. Abriendo los ojos, Ares Fenrir despertaba sintiendo aquellas emociones a flor de piel, que aquellos dolorosos recuerdos de hacia varias décadas llegaban hasta él. Mirando hacia afuera mientras el vehículo avanzaba, notaba que los caminos habían cambiado con el paso de los años, y que la modernidad humana había hecho lo propio desplazando a la belleza de la naturaleza en aquella incontrolable ambición que la humanidad siempre había tenido. Los humanos eran tan fascinantes como temibles, y aún cuando su padre los despreciaba tanto por aquello tan valioso que le había sido arrebatado considerándolos salvajes e inferiores, él nunca había sido tan estúpido pa
Terror.Eufemia retrocedía dos pasos como había hecho en aquella pesadilla que repentinamente sentía se volvería una realidad. Ares, miraba a aquella humana. Estaba asustada de él, y aquella mirada de horror, juraba que la había visto antes…—¿Quién eres? — cuestionó Elijah sintiendo aquella poderosa presencia. Aquel, era un ser sobrenatural.Ares no despegaba su vista de aquella humana que parecía tenerle un genuino miedo, ignorado al cazador Bennet, toda su atención se había centrad solo en ella. El viento soplaba delicadamente meciendo su hermoso cabello dorado en él, acentuando así aún más aquel delicado aroma a rosas salvajes que lo enloquecía, sin embargo, que la definía como una humana…y nada más. El aroma de aquellas rosas, tambien estaba cargado con el inconfundible aroma de sus sangres entremezcladas en aquel ser que, definitivamente, estaba creciendo dentro de su vientre.Su ira se incrementaba con paso que el daba y que ella retrocedía huyendo de él, ella en verdad no dese
La luz de la luna llena brillaba en lo alto, el viento soplaba fuerte, casi como si presagiara una tormenta. Los aullidos de los lobos se escuchaban en la lejanía de los bosques, dejándole saber que se hallaba lejos de la ciudad…de cualquier poblado humano.Mirando por la pequeña ventana de aquel lugar en el que la habían encerrado, Eufemia sonrió débilmente al mirar aquel viejo roble en la lejanía, el mismo en donde muchas veces pasó horas y horas trepando cuando era tan solo una niña. No tenia duda alguna, aquellas eran las tierras Fenrir. ¿Quién lo diría? Había vuelto a las bellas praderas y frondosas montañas de las que había sido cruelmente expulsada y exiliada como una criminal por e imperdonable pecado de haber quedado enamorada del hijo del Alfa.Tapándose los oídos ante el temor de escuchar aquellas humillaciones por la sangre “impura” que corría en sus venas, se sentía miserable. Su único consuelo en aquella oscuridad, era el saber que había evitado un derramamiento de sangr
El frío viento golpeaba los ventanales de aquella enorme habitación que en penumbras se encontraba, invitando a la peor imaginación a emerger desde una mente perturbada. El silencio se hacía presente en cada recoveco de aquellas desoladas tierras a las que nunca habría querido regresar. Las lágrimas emergían desde sus ojos grises, derramándose sin control mientras aquel nudo doloroso le estrujaba la garganta, y los poderosos brazos de aquel Alfa la aferraban a su enorme cuerpo pegándola contra si al mismo tiempo que sus grandes manos le calentaban el aun pequeño vientre. Eufemia aun no lograba dar crédito a lo que había ocurrido, y como repentinamente, en un segundo, su vida se había vuelto a destruir como una pila de naipes que se derrumbaba ante el cruel viento.Ares dormía placida y profundamente, sin remordimiento alguno de lo que acababa de hacerle. La había llevado a las tierras de los Fenrir, las mismas de las que su padre la había expulsado sin piedad alguna mientras el tan so