La madrugada se sentía helada y Nadia, quien se despertó sobresaltada no podía creerlo. Luego de ver una sombra extraña se dispuso a encender su lámpara de noche y allí, frente a ella estaba pasando algo extraordinario: su amiga Ileana estaba levitando justo arriba del sofá individual en el que antes de irse se había quedado dormida. La chica recordó haber esperado a su amiga Ileana por horas, y aunque ella le había dicho que si no llegaba que no se preocupara, aquella petición le había resultado imposible de cumplir. Hacía un par de horas que había podido conciliar el sueño, pero algo la había despertado y estaba segura que era producto de lo que su amiga estaba realizando. Mientras acontecía esa visión, se frotaba los ojos y se pellizcaba a sí misma para comprobar que eso no era un sueño. Esa situación con su amiga comenzaba a generar un sinfín de dudas que, avanzaba a pasos agigantados para convertirse en más que un simple problema psicológico o emocional. No… eso definitivamente
La lluvia repiqueteaba los alrededores obscurecidos por la noche de aquella ruidosa ciudad desconocida. Velkan se sentía desesperado, porque el impacto que Antonella se había dado en la cabeza, tras aquella caída absurda por el ataque mágico de Ileana, había sido más grave de lo que había creído. Desde su estómago hasta su pecho sentía que, cada vez le tenía más odio a aquella mujer por las penas que los hacía pasar. En un abrir y cerrar de ojos habían llegado a su casa vacía y lúgubre. No dudó en entrar como si de un espectro se tratara y comenzó a buscar la habitación más oscura, para dejarla acostada en el suelo con mucho cuidado. –Mi amor, despierta –llamó a viva voz a la pelirroja y la intentó reanimar con su garra, pero no parecía volver en sí. «Antonella… », se lamentó Velkan en sus pensamientos, mientras se sentaba al lado de su inconsciente pareja y la observaba allí tan pálida e indefensa, mientras que el sentimiento de impotencia le dolía en el alma. Todo lo que podía re
Ninguno del cuartel de las ex Virtudes quiso separarse la noche anterior desde que abandonaron a Sorin allí, casi frente al viejo radar. Tras salir de aquel lugar indeseable, no voltearon atrás hasta que ya habían caminado algunos tramos.En otra ocasión, Jofiel y Daniel hubieran comenzado a romper el silencio con la excusa de estar muriéndose de hambre y a lo mejor todos se hubieran dado un banquete callejero, en algún restaurante elegante o Daniel se hubiese ofrecido para cocinar algo, ya que, al ser un chef de profesión sabía de ingredientes de calidad y cocinaba como los dioses. Aquello era lo único que Gabrielle le admiraba.No obstante, esa noche ni siquiera tocaron el tema, a pesar de que escucharon gruñir algunas tripas, pero el desánimo podía mucho más que cualquier hambre que los atacara. Si Ariel estuviera con ellos, seguramente los habría invitado a las bebidas y brindarían por alguna excusa barata. Incluso Sorin, quizá estuviera haciéndose el frío como siempre; lo importan
La luz del sol se comenzaba a colar por las rendijas de la puerta principal y por las ventanas, mas aquel cuarto, carente de ellas, permanecía en penumbras y dos individuos yacían acostados, muy juntos el uno del otro mientras el trinar de los pájaros no los dejaban dormitar en paz.Antonella abrió los ojos con dificultad, aún los estragos en su cuerpo se hacían presentes, sin sumar a aquello el severo dolor de cabeza que casi la hacía gritar; era consciente de que debía reposar un poco más. Sabía muy bien que el golpe que se dio al caerse, solo había acelerado lo que ya su cuerpo le estaba pidiendo a gritos: Sangre humana.Con respecto a ese tema en particular, la casa era un severendo desastre: En las paredes de aquella habitación habían salpicaduras carmesíes y ni hablar del piso. Una hilera de huesos y manchas grandes de sangre rodeaban a ambos, como un recuerdo de lo que tuvo qué hacer si quería vivir.Antonella recordó con dificultad cómo el hombre todavía gemía de dolor y en su
La noche anterior había sido un tanto devastadora después de que las Virtudes abandonaran su título frente a sus narices y cortaran la amistad de años con él. Lo cierto y que ellos no querían ver era que, una vez se es una Virtud, nunca se podrá dejar de serlo hasta que muera, ya que, el que de verdad los había elegido no había sido él, sino el mismo radar. Después de haberse enterado que el radar dejó de funcionar por la huelga que todos habían hecho, Sorin recogió las capas y los kits de cazavampiros, los echó al baúl de su auto y emprendió camino hacia su apartamento. «Sin el radar es cuestión de tiempo para que la magia oscura se expanda y si no tengo aliados en esta misión, me corresponde a mí reclutar nuevas Virtudes, para ver si el radar se estabiliza o si no buscaré más soluciones –se decía mientras manejaba–. Por de pronto, necesito descansar bien para generar nuevas ideas. Eso haré…» Frenó, ya que un semáforo en rojo estaba frente a él. En cuestión de segundos, el sentimie
El camino hacia donde quiera que los señores Enache se dirigieran, en verdad era largo. A la distancia, Sorin podía escuchar la discusión de la pareja; estaban en extremo malhumorados y al parecer se bombardeaban el uno al otro con críticas bastante subidas de tono. –Creo que debí manejar yo –espetó el señor Cosmin. Por poco chocamos con un maldito poste ¡Ya deberías haber aprendido, carajo! Nuestra vida está en riesgo cada vez que te sientas al volante. –¿Te quieres callar de una vez? –inquirió con molestia la señora Katia–. Si no fuera porque me distraes con tus berreos, yo manejaría bien. Cuando he ido con Ileana, nunca ha pasado nada ¡Cierra el pico o de verdad nos vamos a accidentar, por todos los cielos! Sorin rodó los ojos y le dio otro jalón a su cigarrillo para después exhalar el humo por la ventana del auto, todo con tal de calmar los nervios, ya que, por más que quisiera no podía evitar escuchar aquella tonta discusión marital. «Ojalá que lleguemos pronto a la bendita ca
La casa de Raguel lucía por fuera pacífica y en sus alrededores no había más individuos que Gabrielle y él. Todos los muchachos se habían ido muy temprano hacia sus respectivos lugares de trabajo. Todo eso sonaría muy normal con excepción de que ambos sudaban y respiraban fuerte a causa de haber entrado en la vivienda, como almas que se llevaba el diablo. –Gab, jamás me vuelvas a pedir otra locura de estas, por amor a Dios –sermoneó Raguel mientras seguía recuperando el aliento. –No te hagas la víctima, Raguel –enunció Gabrielle en el mismo estado que su compañero– ¡Tú aceptaste, así que no te quejes! Mejor agradezcamos que salimos vivos de esta. Raguel cayó desplomado en su cómodo sofá y Gabrielle le cayó encima. –¡Gab, quítate ya! –exclamó y la empujó con suavidad, pero esta no hizo caso. Raguel dejó de forcejear, suspiró resignado y cuando notó el ronquido de su compañera no pudo evitar reírse para sus adentros. Con cuidado se deslizó hacia fuera del sofá, dejando que la joven
En cuanto Sorin se hizo presente en la sala principal y su expresión denotaba mal humor y frustración, Raguel respiró hondo e intentó colocar una expresión neutra para no evidenciar cómo por dentro hasta se encontraba temblando como un chiquillo. –Sorin… –dijo, con serenidad a modo de saludo. –¿Cómo estás, Raguel? –inquirió también a manera de saludo y le ofreció la mano. Raguel hizo una mueca de desaprobación, y no aceptó el saludo de mano en un principio. –¿Qué?, ¿ahora ya ni siquiera te queda un poco de cordialidad al menos? Aunque bueno, ahora que lo pienso lo dudo, después de la manera en que abandonaron sus títulos de Virtudes. –Si no tuviera cordialidad ni siquiera te hubiera dejado entrar a mi casa –espetó Raguel con mucha seguridad. El joven violinista, recapacitó en un segundo y su sentido de la educación, sumado al comentario que Sorin le había hecho, lo hizo al fin corresponder al saludo del rubio, estrechando su mano con la de él. –¿Qué se te ofrece, Sorin? –interro