Sarah se despertó con sudores fríos, las manos apretando las sábanas fuertemente, y una angustiosa sensación en la tripa. Cualquier otro día hubiera pensado que debía de haber tenido una mala pesadilla, hoy en cambio, sabía que todo estaba a punto de cambiar, y no para bien. Cerró los ojos, intentó dormirse de nuevo, pero era una persona de sueño ligero, y una vez se había desvelado, era incapaz de volver a dormir, así que se levantó de la cama, y mientras contemplaba su figura en el espejo de cuerpo entero de su ruinosa habitación de su piso compartido, rememoró todo lo ocurrido la noche anterior…
Cinco horas antes
Sarah odiaba la peluca rosa que el propietario de aquel bar de mala muerte le obligaba a ponerse, porque hacía que le escociera el cuero cabelludo, y porque cuando se la quitaba tras una larga noche, tenía rojeces en la frente y la nuca; aún así, decidió que podía aguantar con ella, pues solo quedaba media hora más de su turno.
Cogió la bandeja repleta de vasos que le tendía la chica de detrás de la barra, y cuando ésta le sonrió con compasión, supo que le tocaba servir a la ruidosa mesa del fondo del local. La mesa de directivos que esa noche había gastado en el bar más de lo que ella ganaba en un año, y que gritaban con algarabía, y pedían que varias chicas atendieran sus necesidades.
La última vez, Patti, una de las camareras más jóvenes había regresado del reservado alquilado por estos hombres llorando, y frotándose la nalga, pues uno de ellos le había dado una palmada tan fuerte, que se le habían saltado las lágrimas. Ella la había abrazado, y le había prometido que no tendría que volver a verlo; ahora le tocaba el turno a ella.
Se detuvo antes de entrar al reservado, intentó estirarse la corta falda del uniforme, y se recolocó la peluca, intentando que el falso pelo color rosa cubriera la mayor porción posible de cara. En su mente había trazado un plan bien claro, entraría, les dejaría las bebidas en la primera mesa disponible, y se iría corriendo, antes siquiera de que hubieran notado su presencia; así que se repitió el plan en su cabeza, volvió a tomar entre las manos la bandeja, y entró en la minúscula habitación, que olía a alcohol y tabaco.
En el centro de la sala, dos chicas del bar bailaban medio desnudas mientras varios hombres viejos y sudorosos las alababan, y Sarah dio gracias por no ser una de ellas. Cuando aceptó el puesto de camarera le habían dicho que existía la opción de bailar en salas privadas, ganando más dinero, y trabajando menos horas; ella, tentada por la acuciante necesidad de dinero que tenía en aquellos momentos, había estado a punto de aceptar; afortunadamente, otra de las camareras del bar le dijo que no lo hiciera, que ese trabajo implicaba dejarse manosear por clientes viejos y desagradables.
Sarah se apresuró a bajar la cabeza, y a no hacer ruido, de acuerdo a su plan de no ser descubierta, se movió por detrás de donde se encontraban la mayoría de los hombres, y se encaminó hacia una mesa alta que estaba llena de copas vacías. Se alegró cuando pudo colocar la bandeja sobre ella sin que nadie la molestara, y comenzó a colocar los vasos vacíos en su bandeja, a la vez que dejaba los nuevos vasos llenos en su lugar.
Cuando ya casi había terminado, y mientras cogía de nuevo la bandeja de metal entre sus manos, sintió como una mano desconocida se apoyaba sobre su nalga, y comenzó a estrujarla sin piedad. Sarah escuchó el asqueroso sonido que emergía de la garganta del hombre, y eso hizo que la náusea se hiciera aún más intensa en su estómago. Soltó la bandeja, cogió impulso, y se giró sin pensar, golpeando con su mano abierta la mejilla del viejo que la estaba tocando. El hombre dió un respingo cuando su mano impactó contra su cara, y por unos breves instantes, Sarah sintió una completa satisfacción al ver el desconcierto en su rostro; luego, todo se volvió mucho peor que antes de la bofetada.
- ¿Cómo te atreves, pedazo de furcia? Entras aquí medio desnuda, te paseas moviendo las caderas, ¿y esperas que no te toquemos?
- Señor, yo aquí soy una camarera, no tiene derecho a tocarme, creo que se lo informarían cuando entró en el establecimiento.
Sarah se giró de nuevo, cogió la bandeja, e intentó salir de la habitación, pero no había recorrido ni diez pasos, cuando el viejo la agarró de su cortísima falda y tiró de ella, haciendo que la tela se rasgara, y que a ella se le cayera la bandeja, y todo su contenido al suelo.
- Mira, zorrita, tú estás aquí para complacerme, y hasta que yo no diga que te puedes ir, no saldrás por esa puerta.
Sarah, que sentía la quemazón de las lágrimas en los ojos, intentó taparse el cuerpo con lo que quedaba de su vestido, ese ridículo uniforme que la obligaban a llevar para trabajar allí, pero fue incapaz; de hecho, el hombre enganchó lo que quedaba de tela, tiró de ella, y la dejó en medio de la sala en bragas y sin sujetador, pues con el uniforme no podía nunca ponérselo.
Ella se tapó sintintivamente los pechos desnudos, haciendo esfuerzos por no derramar las lágrimas que se acumulaban en su rostro, y mientras los hombres fijaban su atención en ella, y ella comenzaba a sentir que no había nada que pudiera hacer para disminuir la humillación de la que acababa de ser objeto, se abrió de nuevo la puerta, y su jefe entró acompañado de otro hombre trajeado. Ella intentó desesperadamente taparse con las manos, y desde luego,mientras se esmeraba en que no vieran sus pechos, lo último que esperaba es que una voz conocida la llamara por su nombre, era Adam..
- ¿Sarah Meinland?- dijo la voz del hombre que acompañaba a su jefe.- ¿qué haces aquí? ¿Y medio desnuda? Mañana tenderemos una charla tú y yo, te lo aseguro.
Sarah boqueó como un pez fuera del agua, y no supo que responder, así que salió corriendo de la habitación, mientras en su mente quedaba para siempre grabada la imagen horrorizada del CEO de la compañía en la que durante el día trabajaba como ayudante; y la imagen furibunda de su jefe del bar, que la contemplaba como si todo aquel desastre fuera su culpa.
Adam
Varias horas después de la escena que Adam vivió la noche anterior, y después de la agotadora reunión con el Beta de su padre, en lo único de su cuerpo pensaba, era en Sarah. Notaba su cuerpo tenso con solo recordar sus formas, así que decidió darse una ducha fría en el cuarto de baño privado de su despacho. Avisó a su secretaria que no lo molestara durante media hora, se encerró en el lujoso baño de mármol, y se desnudó deprisa, dejando que la ropa cayera al suelo, y entrando en la ducha a pesar del contraste del agua fría golpeando su piel.
Cerró los ojos mientras dejaba que el chorro de agua lo bañara, pero fue incapaz de borrar de su mente las suaves curvas de Sarah, su dulce piel, la forma en que se estremecía mientras él la miraba, y fue entonces cuando una imagen cruzó su mente. Fue solo un instante, pero en su cabeza se dibujó la imagen de la tierna y dulce Sarah siendo embestida por si mismo. Estaba colocada boca arriba, mostrándole esos pechos que tanto se había afanado en esconder, y él se relamía mientras acariciaba su cuerpo con sus zarpas.
Cerró los ojos, y pudo incluso escuchar la voz de la muchacha suplicándole que la tomara, que la llevara al éxtasis, y él, enardecido de deseo, y totalmente transformado en lobo, la poseía hasta que sus voces se hacían solo una.
Adam notaba su cuerpo tenso, su mano acariciando su sexo mientras pensaba en como Sarah lo haría con su boca, y en el instante antes de correrse, Adam emitió un gemido de frustración porque sabía que sus deseos no podrían llevarse nunca a cabo, ya que iba a despedir a la chica.
Adam salió de la ducha más cabreado que antes de entrar, porque aquel deseo de poseer a su empleada lo había confundido. Él no era esa clase de jefe, no hacía esas cosas, nunca se mezclaba sentimentalmente con sus empleadas.Se vistió deprisa, se peinó rápido frente al espejo, y después de ponerse un poco de perfume, salió de nuevo, para retomar la actividad de la mañana.- Cristina.- dijo levantando su auricular.- entra, tenemos cosas que tratar.Su tono debió resultar brusco a la pobre chica, porque entró cabizbaja, y le leyó su agenda sin decir nada.- Por favor, tráeme unos analgésicos y un café.- Por supuesto, señor Lobingston.- dijo la chica que se levantó a toda velocidad para cumplir con lo solicitado por su jefe.Adam se recostó en su silla, mientras esperaba que las pastillas que su secretaria iba a darle aplacaran su enfebrecido cuerpo, aunque lo cierto es que no podía parar de pensar en la escena de la noche anterior.Lo cierto es que los dueños de la compañía que habían
Sarah recibió la llamada de la secretaria de dirección aún antes de lo esperado, de hecho, ni siquiera le había dado tiempo a repartir los cafés entre todos los miembros de su departamento, cuando escuchó el sonido de llamada entrante en su pequeño escritorio. Se detuvo para responder, provocando con ello una oleada de quejas entre los que aún no tenían café, y se sentó cuando escuchó la voz de la secretaria del CEO.- Hola Sarah.- dijo la dulce Cristina que siempre intentaba prestarle su ayuda cuando le era posible.- no sé porqué motivo quiere verte, pero el señor Lobingston ha solicitado tener una reunión privada contigo.A pesar de que Sarah esperaba que aquel momento llegara, el alma se le cayó a los pies cuando escuchó las palabras de la pobre muchacha.- Entiendo, subiré ahora mismo, en cuanto acabe de repartir los cafés.- Si, por favor, aunque te advierto que hoy tiene muy mal carácter. No me ha dicho nada sobre el tema a tratar, ¿tienes idea del motivo por el que puede desear
Adam se había quedado malhumorado y enfadado desde que Benedict se fue de su despacho arrancándole la promesa de que iría a su casa, y estaría al lado de su familia en esos momentos que tanto lo necesitaban. Por supuesto, no le apetecía ir, pero hacía tanto tiempo que no estaba allí, que sentía cierta curiosidad por ver como estaban las cosas.Lo único que lo atormentaba era la idea de tener que ir solo; sabía las miradas que recibiría por parte de la gente de su padre, lo mirarían apenados, con esa sensación de que era tan fracasado que ninguna mujer había sido creada para él.Esa era una de las cosas que su padre siempre le echaba en cara en las escasas cartas que le remitía, y era algo que Benedict le había recordado antes de irse de allí, dejándolo con un humor de mil demonios, pues en un momento de testarudez le había dicho a ese hombre mezquino que tenía pareja, y que por supuesto que acudiría a apoyar a la familia de su compañero. El problema real era que él no tenía compañera
Adam estaba desconcentrado. Toda aquella mañana había sido demasiado rara para él, y no tenía ni idea de como iban a mirarlo sus empleados ahora que había despedido a una ayudante que había salido llorando del edificio, cargando solo con un bolso y una minúscula planta de escritorio.Y por si eso fuera poco, los informes financieros que le habían hecho llegar no cuadraban, así que los estaba revisando de nuevo.Y en esa tediosa tarea se encontraba inmerso, cuando escuchó el estridente sonido de su teléfono móvil. Lo miró con desdén, pensando que sería alguna llamada de la que podría librarse, pero pronto se dio cuenta de que el número que aparecía en la pantalla era el de Benedict, el Beta de su padre.- Dígame.- Hola muchacho.- Te he pedido que no me llames así.- Chico, aunque ahora seas un hombre importante, para mi nunca dejarás de ser un muchacho.- ¿Qué deseas?- dijo Adam cortando la charla sin trascendencia del hombre.- Llamó para preguntarte como se llama tu compañera, porq
Sarah estaba sentada en la parada de bus más cercana a su casa; junto a ella,la planta con la que había salido corriendo, y un vaso con un poco de tila, pues al ver su estado de nervios,una de las ocupantes del autobús, se había ofrecido a comprarle una bebida caliente.Estaba pensando en sus escasas opciones, cuando su teléfono móvil comenzó a sonar; en la pantalla, un número que no tenía grabado en la memoria del teléfono, y a pesar de todo, decidió responder.- ¿Si?- Sarah, soy Cristina, el jefe me ha pedido que vuelvas.-Dile que no.Sarah no quería que volvieran a humillarla de nuevo, y el CEO había dejado bien claro que no quería tenerla como empleada nunca más.- Sé que ha sido un idiota, pero tal vez, deberías venir, creo que quiere ofrecerte un empleo.- Si quiere algo de mi, que venga a mi casa. Ahora te tengo que dejar, estoy muy ocupada.Sarah colgó la llamada con un exceso de altanería, pues sabía que la pobre Cristina no tenía la culpa, pero se sentía herida, y no hab
¿Cien mil dólares? Aquel hombre estaba loco, eso es lo que Sarah pensó mientras imaginaba todo lo que podría hacer con aquella suma de dinero. Era mucho más de lo que ella ganaría en varios años trabajando, y no necesitaría trabajar en dos sitios, ni vestir aquel horrible vestido apretado del bar, o dejar que los viejos la miraran con lascivia. Por supuesto, tendría que mentirle a su hermano, porque él nunca se creería que un hombre rico le había ofrecido aquella cantidad de dinero por solo fingir una relación con él, no, claro que no; le diría que le habían concedido un ascenso, y luego, iría ingresando dinero en la cuenta del hospital, sin informarle acerca del cobro que estaba a punto de conseguir.El resto del día se pasó en un suspiro para Sarah, que había decidido limpiar la casa, pues no solía tener mucho tiempo para hacerlo. Después de la inicial alegría por el contrato, había comenzado a emocionarse por la idea del viaje.Era cierto que no sabía adonde iban a ir, pero eso poc
El día siguiente no resultó tan placentero como podría haber previsto Sarah al principio. Ante la petición tan específica de su jefe, Sarah acudió a uno de los salones de belleza del centro de la ciudad, pues le daba miedo que en las peluquerías de su barrio no acertaran con el estilo que Adam deseaba que presentara ante su familia.Así que tomó el autobús, y se presentó a primera hora en la puerta de uno de los mejores centros de los que había oido hablar a las chicas con buenos puestos de su empresa. Nada más llegar se dio cuenta de que no había estado nunca en un lugar tan lujoso, y la familiar sensación de ansiedad ante lo que podría gastarse en aquel establecimiento, volvió a atacarla, como le ocurría siempre que pensaba en gastar en algo que no fuera extrictamente necesario. Se obligó a recordar la importante transferencia que había recibido esa misma mañana, y se aventuró en el interior del local. En el mostrador de recepción había una rubia escultural, que paseó su mirada de
Adam la vio llegar al aeropuerto y se quedó asombrado. Sarah parecía otra persona, llevaba el cabello arreglado, el maquillaje adecuado, y se movía con una elegancia que le encantó; incluso su ropa le pareció hoy diferente; ciertamente llevaba un vestido un poco pasado de moda, pero le sentaba bien, y le confería cierta personalidad. Era un vestido de color negro, con lunares blancos, con escote corazón, ajustado en la cintura, y con una impresionante falda de vuelo que la hacía moverse con cierta gracia. A Adam le recordó a las mujeres que salían en la televisión en los años cincuenta, y tuvo que esforzarse para no seguir con la boca abierta cuando ella llegó a su altura.- Buenas tardes, Adam.- Buenas tardes, Sarah, estás muy guapa.- Gracias, lo cierto es que no sabía bien que debía ponerme, ya que apenas sé nada sobre tu familia.- No debes preocuparte por eso, he pedido que te preparen una maleta con conjuntos suficientes para estos días que estaremos con ellos; y aunque fueras