Adam salió de la ducha más cabreado que antes de entrar, porque aquel deseo de poseer a su empleada lo había confundido. Él no era esa clase de jefe, no hacía esas cosas, nunca se mezclaba sentimentalmente con sus empleadas.
Se vistió deprisa, se peinó rápido frente al espejo, y después de ponerse un poco de perfume, salió de nuevo, para retomar la actividad de la mañana.
- Cristina.- dijo levantando su auricular.- entra, tenemos cosas que tratar.
Su tono debió resultar brusco a la pobre chica, porque entró cabizbaja, y le leyó su agenda sin decir nada.
- Por favor, tráeme unos analgésicos y un café.
- Por supuesto, señor Lobingston.- dijo la chica que se levantó a toda velocidad para cumplir con lo solicitado por su jefe.
Adam se recostó en su silla, mientras esperaba que las pastillas que su secretaria iba a darle aplacaran su enfebrecido cuerpo, aunque lo cierto es que no podía parar de pensar en la escena de la noche anterior.
Lo cierto es que los dueños de la compañía que habían visitado aquella tarde habían insistido en invitarlo a cenar y posteriormente en llevarlo a tomar una copa. Él ya sabía en la clase de ambientes en los que ellos se movían, y a pesar de que no le apetecía en absoluto acompñarlos, había dicho que si, porque sabía que necesitaba cerrar el trato con ellos si su empresa quería seguir siendo la más puntera del sector tecnológico. Ellos eran conocidos por ser innovadores, por ir siempre un paso por delante de sus competidores, y aquella pequeña empresa, llena de jefes casposos, tenía los microchips que ellos necesitaban. Así que había aguantado toda la noche, mientras los viejos manoseaban a las pobres chicas del local, hasta que había decidido que ya estaban o suficientemente borrachos, y había ido en busca del dueño de aquel bar asqueroso, para pagarle una generosa propina, a cambio de que los echara del local.
Lo verdaderamente sorprendente había ocurrido más tarde, justo cuando había regresado acompañado del dueño, y se había encontrado con una muchacha en ropa interior en medio de la sala. Al principio no pudo quitar los ojos de las caderas llenas, y el paraíso que se dibujaba a través de las minúsculas braguitas que llevaba; luego fue subiendo, observando su piel morena erizada, y luego se fijó en los pechos que rebosaban entre las manos que trataban de ocultarlos; durante unos segundos deseó que las manos se apartaran de aquel trozo de piel tan suculento, luego se sintió un estúpido canalla, pues se veía que la pobre chica estaba aterrorizada, y que lo único que quería era huir de allí. Levantó la mirada hacia sus ojos, tratando de infundirle calma, y fue entonces cuando se quedó perplejo al reconocerla. ¡Santo cielo! Una de las muchachas de la empresa, una de las que siempre acudían a trabajar a su hora, vestidas con pulcritud, y con un tenso moño que hacía que sus facciones quedarán tirantes durante todo el día. ¿Cómo demonios había acabado en ese bar?
Aún podía notar como su cuerpo se encendía al recordar su cuerpo curvilíneo, esa figura de diosa que habitualmente ocultaba con los vestidos anchos, y las faldas informes que solía vestir. Aquella visión lo. Había hechizado anoche, pero ahora realmente necesitaba algunas respuestas, al menos antes de despedirla, porque si algo tenía claro, es que en una empresa como la suya, no había lugar para mujeres que vendían su cuerpo en un segundo empleo. En esa ocasión había sido él quien la había reconocido, pero ¿qué ocurriría si era otro el que lo hacía? ¿Y si uno de los clientes más tradicionales se encontraba cara a cara con una de sus empleadas a medio vestir en un bar de alterne? Su empresa era puntera en innovación, pero seguía teniendo una plantilla formal, que trabajaba en la empresa durante toda su vida laboral, y que coincidía a la perfección con los valores familiares que su padre tanto ensalzaba.
Recordó entonces el escándalo que se había destapado tan solo unos años antes, cuando Kyle de producción había sido descubierto en compañía de una de las empleadas de la empresa. En aquel entonces,él intentó sacar sus puestos de trabajo diciendo que estaba en proceso de divorcio de su esposa, pero eso no fue suficiente para su padre, que por aquel entonces aún dirigía la empresa, y que decidió que no eran dignos de seguir contando con la confianza de la empresa.
Desde luego, y por más apenado que se sintiera por la tentadora Sarah, con su cuerpo perfecto, lo cierto es que tendría que enviarla a la calle. Por supuesto le darían buenas recomendaciones, pues siempre había desempeñado su trabajo eficientemente, pero no volvería a ser contratada por ninguna de las empresas del grupo Lobingston.
Así que Adam tomó una profunda bocanada de aire, caminó la distancia que lo separaba de la puerta, y abrió, dándose de bruces con su pobre secretaria, que corría cargada con su café, una caja de pastillas, y la enorme agenda de t***s amarillas que siempre llevaba a todas partes.
- Señor Lobingston, discúlpeme, ¿he tardado demasiado?
- No, Cristina, es que necesito que hagas algo por mi.
- Por supuesto, señor.
- Pasa, pasa, puedo decírtelo mientras me tomo ese café y esa pastilla, creo que hoy la cabeza podría explotarme.
Adam bebió a grandes sorbos del vaso de cartón reciclado en el que Cristina le había traído su café, y escuchó parcialmente las tareas que se suponía que tendría que llevar a cabo ese día; y cuando la implacable secretaria hizo al fin un descanso en su interminable enumeración, él decidió hablar al fin.
- Cristina, necesito que convoques urgentemente a Sarah Meinland, que venga en diez minutos.
- Por supuesto, señor, la convocaré ahora mismo.
Y diciendo eso se fue con la agenda. Adam se apresuró a doblar la dosis de analgésicos que pensaba tomar, y escondió la caja blanca en el primer cajón de su escritorio, y se bebió el poco café que le quedaba de un trago. Se colocó la ropa, y permaneció atento hasta que escuchó los pasos de la chica al llegar a la puerta de su despacho.
Sarah recibió la llamada de la secretaria de dirección aún antes de lo esperado, de hecho, ni siquiera le había dado tiempo a repartir los cafés entre todos los miembros de su departamento, cuando escuchó el sonido de llamada entrante en su pequeño escritorio. Se detuvo para responder, provocando con ello una oleada de quejas entre los que aún no tenían café, y se sentó cuando escuchó la voz de la secretaria del CEO.- Hola Sarah.- dijo la dulce Cristina que siempre intentaba prestarle su ayuda cuando le era posible.- no sé porqué motivo quiere verte, pero el señor Lobingston ha solicitado tener una reunión privada contigo.A pesar de que Sarah esperaba que aquel momento llegara, el alma se le cayó a los pies cuando escuchó las palabras de la pobre muchacha.- Entiendo, subiré ahora mismo, en cuanto acabe de repartir los cafés.- Si, por favor, aunque te advierto que hoy tiene muy mal carácter. No me ha dicho nada sobre el tema a tratar, ¿tienes idea del motivo por el que puede desear
Adam se había quedado malhumorado y enfadado desde que Benedict se fue de su despacho arrancándole la promesa de que iría a su casa, y estaría al lado de su familia en esos momentos que tanto lo necesitaban. Por supuesto, no le apetecía ir, pero hacía tanto tiempo que no estaba allí, que sentía cierta curiosidad por ver como estaban las cosas.Lo único que lo atormentaba era la idea de tener que ir solo; sabía las miradas que recibiría por parte de la gente de su padre, lo mirarían apenados, con esa sensación de que era tan fracasado que ninguna mujer había sido creada para él.Esa era una de las cosas que su padre siempre le echaba en cara en las escasas cartas que le remitía, y era algo que Benedict le había recordado antes de irse de allí, dejándolo con un humor de mil demonios, pues en un momento de testarudez le había dicho a ese hombre mezquino que tenía pareja, y que por supuesto que acudiría a apoyar a la familia de su compañero. El problema real era que él no tenía compañera
Adam estaba desconcentrado. Toda aquella mañana había sido demasiado rara para él, y no tenía ni idea de como iban a mirarlo sus empleados ahora que había despedido a una ayudante que había salido llorando del edificio, cargando solo con un bolso y una minúscula planta de escritorio.Y por si eso fuera poco, los informes financieros que le habían hecho llegar no cuadraban, así que los estaba revisando de nuevo.Y en esa tediosa tarea se encontraba inmerso, cuando escuchó el estridente sonido de su teléfono móvil. Lo miró con desdén, pensando que sería alguna llamada de la que podría librarse, pero pronto se dio cuenta de que el número que aparecía en la pantalla era el de Benedict, el Beta de su padre.- Dígame.- Hola muchacho.- Te he pedido que no me llames así.- Chico, aunque ahora seas un hombre importante, para mi nunca dejarás de ser un muchacho.- ¿Qué deseas?- dijo Adam cortando la charla sin trascendencia del hombre.- Llamó para preguntarte como se llama tu compañera, porq
Sarah estaba sentada en la parada de bus más cercana a su casa; junto a ella,la planta con la que había salido corriendo, y un vaso con un poco de tila, pues al ver su estado de nervios,una de las ocupantes del autobús, se había ofrecido a comprarle una bebida caliente.Estaba pensando en sus escasas opciones, cuando su teléfono móvil comenzó a sonar; en la pantalla, un número que no tenía grabado en la memoria del teléfono, y a pesar de todo, decidió responder.- ¿Si?- Sarah, soy Cristina, el jefe me ha pedido que vuelvas.-Dile que no.Sarah no quería que volvieran a humillarla de nuevo, y el CEO había dejado bien claro que no quería tenerla como empleada nunca más.- Sé que ha sido un idiota, pero tal vez, deberías venir, creo que quiere ofrecerte un empleo.- Si quiere algo de mi, que venga a mi casa. Ahora te tengo que dejar, estoy muy ocupada.Sarah colgó la llamada con un exceso de altanería, pues sabía que la pobre Cristina no tenía la culpa, pero se sentía herida, y no hab
¿Cien mil dólares? Aquel hombre estaba loco, eso es lo que Sarah pensó mientras imaginaba todo lo que podría hacer con aquella suma de dinero. Era mucho más de lo que ella ganaría en varios años trabajando, y no necesitaría trabajar en dos sitios, ni vestir aquel horrible vestido apretado del bar, o dejar que los viejos la miraran con lascivia. Por supuesto, tendría que mentirle a su hermano, porque él nunca se creería que un hombre rico le había ofrecido aquella cantidad de dinero por solo fingir una relación con él, no, claro que no; le diría que le habían concedido un ascenso, y luego, iría ingresando dinero en la cuenta del hospital, sin informarle acerca del cobro que estaba a punto de conseguir.El resto del día se pasó en un suspiro para Sarah, que había decidido limpiar la casa, pues no solía tener mucho tiempo para hacerlo. Después de la inicial alegría por el contrato, había comenzado a emocionarse por la idea del viaje.Era cierto que no sabía adonde iban a ir, pero eso poc
El día siguiente no resultó tan placentero como podría haber previsto Sarah al principio. Ante la petición tan específica de su jefe, Sarah acudió a uno de los salones de belleza del centro de la ciudad, pues le daba miedo que en las peluquerías de su barrio no acertaran con el estilo que Adam deseaba que presentara ante su familia.Así que tomó el autobús, y se presentó a primera hora en la puerta de uno de los mejores centros de los que había oido hablar a las chicas con buenos puestos de su empresa. Nada más llegar se dio cuenta de que no había estado nunca en un lugar tan lujoso, y la familiar sensación de ansiedad ante lo que podría gastarse en aquel establecimiento, volvió a atacarla, como le ocurría siempre que pensaba en gastar en algo que no fuera extrictamente necesario. Se obligó a recordar la importante transferencia que había recibido esa misma mañana, y se aventuró en el interior del local. En el mostrador de recepción había una rubia escultural, que paseó su mirada de
Adam la vio llegar al aeropuerto y se quedó asombrado. Sarah parecía otra persona, llevaba el cabello arreglado, el maquillaje adecuado, y se movía con una elegancia que le encantó; incluso su ropa le pareció hoy diferente; ciertamente llevaba un vestido un poco pasado de moda, pero le sentaba bien, y le confería cierta personalidad. Era un vestido de color negro, con lunares blancos, con escote corazón, ajustado en la cintura, y con una impresionante falda de vuelo que la hacía moverse con cierta gracia. A Adam le recordó a las mujeres que salían en la televisión en los años cincuenta, y tuvo que esforzarse para no seguir con la boca abierta cuando ella llegó a su altura.- Buenas tardes, Adam.- Buenas tardes, Sarah, estás muy guapa.- Gracias, lo cierto es que no sabía bien que debía ponerme, ya que apenas sé nada sobre tu familia.- No debes preocuparte por eso, he pedido que te preparen una maleta con conjuntos suficientes para estos días que estaremos con ellos; y aunque fueras
- ¿Lobos? ¡Venga ya! Podrías haberte inventado algo más ocurrente.Sarah se echó a reír porque la afirmación de su jefe carecía de sentido. Suponía que iba a contarle que alguno de ellos había pasado por prisión, o algo que verdaderamente diera miedo, ¿pero decir que eran lobos? Lo miró aún riéndose, con lágrimas brotando de sus ojos por el esfuerzo realizado, y fue entonces cuando vio que él no se reía. Lo miró fijamente, y se dio cuenta de que parecía incluso enfadado por su respuesta, ¿acaso podía creerse verdaderamente lo que le había contado?- Cuando acabes de burlarte de mi, podemos seguir hablando.- Adam, siento haberte ofendido,pero es que tu afirmación… no sé como describirlo, es difícil de creer. - ¿Acaso te piensas que no sé lo que parece? Solo te pido que me escuches, porque necesitas estar preparada para cuando lleguemos. - Está bien, cuéntame tu historia.- Mi familia pertenece a una antigua dinastía de hombres lobo, que con el tiempo, fueron transmitiendo el secret