Adam estaba desconcentrado. Toda aquella mañana había sido demasiado rara para él, y no tenía ni idea de como iban a mirarlo sus empleados ahora que había despedido a una ayudante que había salido llorando del edificio, cargando solo con un bolso y una minúscula planta de escritorio.
Y por si eso fuera poco, los informes financieros que le habían hecho llegar no cuadraban, así que los estaba revisando de nuevo.
Y en esa tediosa tarea se encontraba inmerso, cuando escuchó el estridente sonido de su teléfono móvil. Lo miró con desdén, pensando que sería alguna llamada de la que podría librarse, pero pronto se dio cuenta de que el número que aparecía en la pantalla era el de Benedict, el Beta de su padre.
- Dígame.
- Hola muchacho.
- Te he pedido que no me llames así.
- Chico, aunque ahora seas un hombre importante, para mi nunca dejarás de ser un muchacho.
- ¿Qué deseas?- dijo Adam cortando la charla sin trascendencia del hombre.
- Llamó para preguntarte como se llama tu compañera, porque doy por hecho que vienes acompañado, y ya sabes que aquí nos tomamos muy en serio la seguridad.
Adam se quedó en blanco, no tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero si que tenía claro que no podía acudir a aquella casa él solo.
- Si, por supuesto que iré acompañado.
- Bueno, pues eso, que como se llama.
Adam pensó a toda la velocidad que su cerebro podía trabajar, y de repente de sus labios escapó un nombre que no hubiera esperado decir nunca.
- Sarah Meinland.
- Perfecto, lo prepararemos todo para vuestra llegada.
El Beta de su padre colgó en cuanto tuvo la información que necesitaba, pero él se quedó estupefacto, contemplando el aparato como si estuviera a punto de explotar ¿de veras había sido capaz de decir su nombre sin darse cuenta del problema en el que se estaba metiendo?
¿Cómo iba a convencer ahora a esa mujer a la que acababa de despedir, de que lo acompañara a una visita a su casa? Él sabía que no podía permitirse ir solo, no quería que volvieran a humillarlo, y eso es exactamente lo que ocurriría si aparecía solo; así que tenía que convencerla de que lo acompañara a cualquier precio.
Sarah estaba sentada en la parada de bus más cercana a su casa; junto a ella,la planta con la que había salido corriendo, y un vaso con un poco de tila, pues al ver su estado de nervios,una de las ocupantes del autobús, se había ofrecido a comprarle una bebida caliente.Estaba pensando en sus escasas opciones, cuando su teléfono móvil comenzó a sonar; en la pantalla, un número que no tenía grabado en la memoria del teléfono, y a pesar de todo, decidió responder.- ¿Si?- Sarah, soy Cristina, el jefe me ha pedido que vuelvas.-Dile que no.Sarah no quería que volvieran a humillarla de nuevo, y el CEO había dejado bien claro que no quería tenerla como empleada nunca más.- Sé que ha sido un idiota, pero tal vez, deberías venir, creo que quiere ofrecerte un empleo.- Si quiere algo de mi, que venga a mi casa. Ahora te tengo que dejar, estoy muy ocupada.Sarah colgó la llamada con un exceso de altanería, pues sabía que la pobre Cristina no tenía la culpa, pero se sentía herida, y no hab
¿Cien mil dólares? Aquel hombre estaba loco, eso es lo que Sarah pensó mientras imaginaba todo lo que podría hacer con aquella suma de dinero. Era mucho más de lo que ella ganaría en varios años trabajando, y no necesitaría trabajar en dos sitios, ni vestir aquel horrible vestido apretado del bar, o dejar que los viejos la miraran con lascivia. Por supuesto, tendría que mentirle a su hermano, porque él nunca se creería que un hombre rico le había ofrecido aquella cantidad de dinero por solo fingir una relación con él, no, claro que no; le diría que le habían concedido un ascenso, y luego, iría ingresando dinero en la cuenta del hospital, sin informarle acerca del cobro que estaba a punto de conseguir.El resto del día se pasó en un suspiro para Sarah, que había decidido limpiar la casa, pues no solía tener mucho tiempo para hacerlo. Después de la inicial alegría por el contrato, había comenzado a emocionarse por la idea del viaje.Era cierto que no sabía adonde iban a ir, pero eso poc
El día siguiente no resultó tan placentero como podría haber previsto Sarah al principio. Ante la petición tan específica de su jefe, Sarah acudió a uno de los salones de belleza del centro de la ciudad, pues le daba miedo que en las peluquerías de su barrio no acertaran con el estilo que Adam deseaba que presentara ante su familia.Así que tomó el autobús, y se presentó a primera hora en la puerta de uno de los mejores centros de los que había oido hablar a las chicas con buenos puestos de su empresa. Nada más llegar se dio cuenta de que no había estado nunca en un lugar tan lujoso, y la familiar sensación de ansiedad ante lo que podría gastarse en aquel establecimiento, volvió a atacarla, como le ocurría siempre que pensaba en gastar en algo que no fuera extrictamente necesario. Se obligó a recordar la importante transferencia que había recibido esa misma mañana, y se aventuró en el interior del local. En el mostrador de recepción había una rubia escultural, que paseó su mirada de
Adam la vio llegar al aeropuerto y se quedó asombrado. Sarah parecía otra persona, llevaba el cabello arreglado, el maquillaje adecuado, y se movía con una elegancia que le encantó; incluso su ropa le pareció hoy diferente; ciertamente llevaba un vestido un poco pasado de moda, pero le sentaba bien, y le confería cierta personalidad. Era un vestido de color negro, con lunares blancos, con escote corazón, ajustado en la cintura, y con una impresionante falda de vuelo que la hacía moverse con cierta gracia. A Adam le recordó a las mujeres que salían en la televisión en los años cincuenta, y tuvo que esforzarse para no seguir con la boca abierta cuando ella llegó a su altura.- Buenas tardes, Adam.- Buenas tardes, Sarah, estás muy guapa.- Gracias, lo cierto es que no sabía bien que debía ponerme, ya que apenas sé nada sobre tu familia.- No debes preocuparte por eso, he pedido que te preparen una maleta con conjuntos suficientes para estos días que estaremos con ellos; y aunque fueras
- ¿Lobos? ¡Venga ya! Podrías haberte inventado algo más ocurrente.Sarah se echó a reír porque la afirmación de su jefe carecía de sentido. Suponía que iba a contarle que alguno de ellos había pasado por prisión, o algo que verdaderamente diera miedo, ¿pero decir que eran lobos? Lo miró aún riéndose, con lágrimas brotando de sus ojos por el esfuerzo realizado, y fue entonces cuando vio que él no se reía. Lo miró fijamente, y se dio cuenta de que parecía incluso enfadado por su respuesta, ¿acaso podía creerse verdaderamente lo que le había contado?- Cuando acabes de burlarte de mi, podemos seguir hablando.- Adam, siento haberte ofendido,pero es que tu afirmación… no sé como describirlo, es difícil de creer. - ¿Acaso te piensas que no sé lo que parece? Solo te pido que me escuches, porque necesitas estar preparada para cuando lleguemos. - Está bien, cuéntame tu historia.- Mi familia pertenece a una antigua dinastía de hombres lobo, que con el tiempo, fueron transmitiendo el secret
Desde que Adam le mostró su verdadera naturaleza a Sarah, ella se mostraba esquiva, y a pesar de que siguieron hablando sobre detalles de sus vidas que les permitieran fingir una relación delante de los padres de él, lo cierto es que Adam se dio cuenta de como intentaba alejarse de su lado; no fue nada grave, pero notó como se echaba hacia atrás en su butaca, como escondía las manos bajo sus piernas, e incluso como lo observaba como si de un animal peligroso se tratara. Él no le dijo nada, y trató de darle tiempo y espacio para que se habituara a su presencia, porque a fin de cuentas, entendía perfectamente que no debía de ser fácil descubrir que ahí fuera existe todo un mundo del que ella no tenía ni idea. Una vez aterrizaron en el pequeño aeródromo que la manada Lobingston utilizaba fundamentalmente para recibir cargamentos de bienes y para enviar sus exportaciones, subieron al coche que él había solicitado especialmente para la ocasión. Sarah seguía esquiva, lanzando miradas furti
Cuando Adam aparacó el coche en la puerta de la inmensa casa, Sarah se bajó como si estuviera hipnotizada. Aquella casa era una maravilla, no podía comprender como su acompañante de viaje no le había contado que había nacido, y se había criado en un lugar como aquel.Adam la agarró de la mano, y aunque la casa ejercía una influencia magnética sobre ella, se dio cuenta de que la calidez y suavidad de aquella mano masculina eran aún más atrayentes. Se dejó atrapar por su mano, que la cogía con la cantidad justa de presión y la obligaba a seguirlo en dirección al interior de la magnífica mansión.Ella se colocó a su lado, y aunque tenía claro en su cabeza que aquella situación era solo una interpretación, su cuerpo vibró de emoción al sentir la calidez que emanaba el cuerpo de Adam. Se sintió extraña, y deseó poder controlar su propio cuerpo traicionero, que nunca antes, en toda su vida, se había sentido de semejante modo en presencia de nadie. Observó el perfil tenso del hombre, y sinti
Adam se acomodó en el sofá, tras ponerse el pijama tan rápido como pudo; Sarah aún seguía en el baño, cambiándose para dormir, y él sintió la tensión en sus pantalones con solo pensar en ella.Nunca hubiera pensado que aquella ayudante de su empresa, que había accedido a embarcarse en aquel viaje con él por pura necesidad económica, podía albergar semejante fuego en su interior. Adam revivió de nuevo el beso que había unido sus bocas y sus almas en el salón, y sintió como la erección incrementaba su tamaño.Él sabía que aquello había comenzado como un simple modo de distraer a su padre, que los estaba acosando, e incluso había insultado a la pobre Sarah; pero después de aquello, cielos… Adam había querido hacerle el amor allí mismo, sin ser consciente de que se encontraban delante de su madre.Había perdido la noción de la realidad, y la había agarrado hasta presionarla contra su cuerpo duro, y ansioso; y lo que era más sorprendente, es que ella, lejos de asustarse, había respondido an