Adam se había quedado malhumorado y enfadado desde que Benedict se fue de su despacho arrancándole la promesa de que iría a su casa, y estaría al lado de su familia en esos momentos que tanto lo necesitaban. Por supuesto, no le apetecía ir, pero hacía tanto tiempo que no estaba allí, que sentía cierta curiosidad por ver como estaban las cosas.
Lo único que lo atormentaba era la idea de tener que ir solo; sabía las miradas que recibiría por parte de la gente de su padre, lo mirarían apenados, con esa sensación de que era tan fracasado que ninguna mujer había sido creada para él.
Esa era una de las cosas que su padre siempre le echaba en cara en las escasas cartas que le remitía, y era algo que Benedict le había recordado antes de irse de allí, dejándolo con un humor de mil demonios, pues en un momento de testarudez le había dicho a ese hombre mezquino que tenía pareja, y que por supuesto que acudiría a apoyar a la familia de su compañero.
El problema real era que él no tenía compañera, porque la compañera que la diosa de la Luna le había asignado cuando nació se había ido con su hermano, sin antes conocerlo, sin ni siquiera buscarlo. Él lo sabía, y había asumido ya que nunca estaría completo en ese sentido, pero no quería que su madre sufriera al ver que su hijo pequeño estaría solo para siempre.
Se quedó pensativo, con la cabeza apoyada entre las manos, imaginando la cara disgustada de su madre la última vez que se vieron, cuando él le dijo que no tenía ninguna intención de volver a su casa natal, y como ella simplemente asintió, y le dijo que algún día tendría que hacerlo. Quizá su madre había sabido ya entonces que el destino lo pondría a prueba.
Y seguía inmerso en el pozo de sus pensamientos, cuando un suave golpeteo sobre la puerta del despacho lo sacó de su ensimismamiento.
- Pase.
- Señor Lobingston.- dijo Cristina, su secretaria.- la señorita Meinland lo espera para su reunión.
Adam miró el costoso reloj que adornaba su muñeca, y vio que eran ya las once y media, por lo que no era posible cancelar o aplazar aquella cita que tanto lo disgustaba. Él lo habría hecho gustosamente, pero la cortesía que sabía quedebía de mostrar hacia sus empleados, le impedía adoptar un comportamiento tan grosero, así que, con un gesto de la cabeza, le indicó a su secretaria que la hiciera pasar.
La chica entró en el despacho con un ligero temblor, y a petición de él cerró al pasar al interior de la sala; a Adam no le pasó por alto su extraño atuendo, una blusa blanca de cuello redondo muy grande, y un pichi de color gris acero sin ningún tipo de forma, que colgaba sobre sus hombros como un saco, llevaba el cabello recogido en un tirante moño, y la cara maquillada con poco esmero, en conjunto, daba el aspecto de estar cansada, y parecía vulnerable, y por algún extraño motivo, Adam sintió ganas de proteger a aquella pequeña mujer que no llegaba al metro cincuenta de altura, y que cruzaba los brazos en una actitud protectora, como si él fuera un monstruo.
- Señorita Meinland, tome asiento, por favor.
Ella se sentó mientras intentaba disimular el nerviosismo que se detectaba en cada uno de sus movimientos.
- Señor Lobingston, gracias por recibirme.
- Señorita Meinland, supongo que sabe usted porqué se encuentra en este despacho.
Cuando Adam vio como el labio inferior de la muchacha temblaba, y como involuntariamente ella sorbía las lágrimas que estaba a punto de derramar, se enfureció aún más, porque algo primitivo había nacido dentro de su cuerpo; lo que realmente deseaba hacer, era abrazarla, y pedirle que no derramara ni una sola lágrima, y si lo hacía, deseaba borrarlas de su cara a besos. Pero todos esos pensamientos fueron interrumpidos por la respuesta temblorosa de la muchacha.
- Si, señor Lobingston.
- Llámeme Adam, por favor, y si me permite, la llamaré Sarah.
- Adam, no es lo que usted se imagina, por favor no me deje sin empleo.
- Sarah, creo que lo que ayer noche sucedió no necesita mucha explicación, fue claro para ambos que usted tiene un segundo empleo a pesar de que la normativa de la empresa lo prohíbe; y por si ésto fuera poco, su otro empleo está relacionado con actividades de moral dudosa, ¿no está de acuerdo?
- Me han despedido tras el desastre de anoche, y además, yo era solo una camarera, se lo prometo, señor.
Lo cierto es que la habían despedido a petición suya, pues él no podía tolerar que una de sus empleadas trabajara en un antro como aquel.
- Entiendo, Sarah.
- No creo que lo entienda usted, Adam. Mire, si tuve que recurrir a un segundo empleo es porque necesitaba el dinero con urgencia.
- ¿Insinúa que no pago adecuadamente a mis empleados, Sarah?
- No, no, señor,mi sueldo es más que justo, pero es que tengo una situación familiar complicada, y necesitaba con urgencia más dinero del que disponía.
- Explíquese, Sarah.
- Se trata de mi hermano, tiene una enfermedad extraña, aún le están haciendo pruebas médicas, pero sin asistencia hospitalaria, corre el riesgo de morir, y yo no puedo dejar que eso suceda; y como entenderá, en su situación, él no puede trabajar, así que sus escasos ahorrros desaparecieron hace ya tiempo, y ahora solo me tiene a mi para ayudarlo a pagar las pruebas.
Adam sintió cierto alivio cuando dijo que el afectado era su hermano, pues había imaginado que estaba ayudando a un novio, o incluso prometido, y como no quiso profundizar en los motivos de ese sentimiento de alivio que sintió cuando mencionó a su hermano, decidió seguir preguntando.
- ¿Y tienen idea los médicos de que tipo de enfermedad se trata?
- No, señor, por ese motivo siguen haciéndole pruebas, dicen no haber visto nunca un caso como el suyo; cada pocas semanas sufre violentos dolores, llega incluso a perder el conocimiento durante horas, y un par de días después todo vuelve a la normalidad. Pero en uno de sus últimos episodios, perdió el conocimiento, y se golpeó contra una mesa, y ese golpe le produjo un coágulo.
- Si, entiendo,es grave su situación.
-Por ese motivo, Adam, le pido que no me deje también sin este empleo, por favor. Mire, puedo cambiar de puesto, hacer horas extra, cualquier cosa que necesite, por favor.
- Sarah, yo no puedo mantener a una fulana en su puesto, ¿es que no lo entiende?
- NO SOY NINGUNA FULANA. Le he explicado mis motivos.
- Mire, no deseo que me levante la voz, es usted mi empleada, y yo el CEO de su empresa, debe de mantener un respeto hacia mi.
- En ese caso, no me trate como una puta. Solo le pido, que por favor, me permita mantener mi empleo, soy buena en lo que hago, y sé que he comido un error, pero le aseguro que no volverá a ocurrir.
- Sarah, eso no es posible, se lo he dicho, está usted despedida desde ya. Recoja sus cosas, y márchese sin montar un alboroto.
La chica ni siquiera se despidió, salió llorando del despacho, haciendo que algo en el cuerpo de Adam se resquebrajara al ver sus ojos llenos de lágrimas.
Adam estaba desconcentrado. Toda aquella mañana había sido demasiado rara para él, y no tenía ni idea de como iban a mirarlo sus empleados ahora que había despedido a una ayudante que había salido llorando del edificio, cargando solo con un bolso y una minúscula planta de escritorio.Y por si eso fuera poco, los informes financieros que le habían hecho llegar no cuadraban, así que los estaba revisando de nuevo.Y en esa tediosa tarea se encontraba inmerso, cuando escuchó el estridente sonido de su teléfono móvil. Lo miró con desdén, pensando que sería alguna llamada de la que podría librarse, pero pronto se dio cuenta de que el número que aparecía en la pantalla era el de Benedict, el Beta de su padre.- Dígame.- Hola muchacho.- Te he pedido que no me llames así.- Chico, aunque ahora seas un hombre importante, para mi nunca dejarás de ser un muchacho.- ¿Qué deseas?- dijo Adam cortando la charla sin trascendencia del hombre.- Llamó para preguntarte como se llama tu compañera, porq
Sarah estaba sentada en la parada de bus más cercana a su casa; junto a ella,la planta con la que había salido corriendo, y un vaso con un poco de tila, pues al ver su estado de nervios,una de las ocupantes del autobús, se había ofrecido a comprarle una bebida caliente.Estaba pensando en sus escasas opciones, cuando su teléfono móvil comenzó a sonar; en la pantalla, un número que no tenía grabado en la memoria del teléfono, y a pesar de todo, decidió responder.- ¿Si?- Sarah, soy Cristina, el jefe me ha pedido que vuelvas.-Dile que no.Sarah no quería que volvieran a humillarla de nuevo, y el CEO había dejado bien claro que no quería tenerla como empleada nunca más.- Sé que ha sido un idiota, pero tal vez, deberías venir, creo que quiere ofrecerte un empleo.- Si quiere algo de mi, que venga a mi casa. Ahora te tengo que dejar, estoy muy ocupada.Sarah colgó la llamada con un exceso de altanería, pues sabía que la pobre Cristina no tenía la culpa, pero se sentía herida, y no hab
¿Cien mil dólares? Aquel hombre estaba loco, eso es lo que Sarah pensó mientras imaginaba todo lo que podría hacer con aquella suma de dinero. Era mucho más de lo que ella ganaría en varios años trabajando, y no necesitaría trabajar en dos sitios, ni vestir aquel horrible vestido apretado del bar, o dejar que los viejos la miraran con lascivia. Por supuesto, tendría que mentirle a su hermano, porque él nunca se creería que un hombre rico le había ofrecido aquella cantidad de dinero por solo fingir una relación con él, no, claro que no; le diría que le habían concedido un ascenso, y luego, iría ingresando dinero en la cuenta del hospital, sin informarle acerca del cobro que estaba a punto de conseguir.El resto del día se pasó en un suspiro para Sarah, que había decidido limpiar la casa, pues no solía tener mucho tiempo para hacerlo. Después de la inicial alegría por el contrato, había comenzado a emocionarse por la idea del viaje.Era cierto que no sabía adonde iban a ir, pero eso poc
El día siguiente no resultó tan placentero como podría haber previsto Sarah al principio. Ante la petición tan específica de su jefe, Sarah acudió a uno de los salones de belleza del centro de la ciudad, pues le daba miedo que en las peluquerías de su barrio no acertaran con el estilo que Adam deseaba que presentara ante su familia.Así que tomó el autobús, y se presentó a primera hora en la puerta de uno de los mejores centros de los que había oido hablar a las chicas con buenos puestos de su empresa. Nada más llegar se dio cuenta de que no había estado nunca en un lugar tan lujoso, y la familiar sensación de ansiedad ante lo que podría gastarse en aquel establecimiento, volvió a atacarla, como le ocurría siempre que pensaba en gastar en algo que no fuera extrictamente necesario. Se obligó a recordar la importante transferencia que había recibido esa misma mañana, y se aventuró en el interior del local. En el mostrador de recepción había una rubia escultural, que paseó su mirada de
Adam la vio llegar al aeropuerto y se quedó asombrado. Sarah parecía otra persona, llevaba el cabello arreglado, el maquillaje adecuado, y se movía con una elegancia que le encantó; incluso su ropa le pareció hoy diferente; ciertamente llevaba un vestido un poco pasado de moda, pero le sentaba bien, y le confería cierta personalidad. Era un vestido de color negro, con lunares blancos, con escote corazón, ajustado en la cintura, y con una impresionante falda de vuelo que la hacía moverse con cierta gracia. A Adam le recordó a las mujeres que salían en la televisión en los años cincuenta, y tuvo que esforzarse para no seguir con la boca abierta cuando ella llegó a su altura.- Buenas tardes, Adam.- Buenas tardes, Sarah, estás muy guapa.- Gracias, lo cierto es que no sabía bien que debía ponerme, ya que apenas sé nada sobre tu familia.- No debes preocuparte por eso, he pedido que te preparen una maleta con conjuntos suficientes para estos días que estaremos con ellos; y aunque fueras
- ¿Lobos? ¡Venga ya! Podrías haberte inventado algo más ocurrente.Sarah se echó a reír porque la afirmación de su jefe carecía de sentido. Suponía que iba a contarle que alguno de ellos había pasado por prisión, o algo que verdaderamente diera miedo, ¿pero decir que eran lobos? Lo miró aún riéndose, con lágrimas brotando de sus ojos por el esfuerzo realizado, y fue entonces cuando vio que él no se reía. Lo miró fijamente, y se dio cuenta de que parecía incluso enfadado por su respuesta, ¿acaso podía creerse verdaderamente lo que le había contado?- Cuando acabes de burlarte de mi, podemos seguir hablando.- Adam, siento haberte ofendido,pero es que tu afirmación… no sé como describirlo, es difícil de creer. - ¿Acaso te piensas que no sé lo que parece? Solo te pido que me escuches, porque necesitas estar preparada para cuando lleguemos. - Está bien, cuéntame tu historia.- Mi familia pertenece a una antigua dinastía de hombres lobo, que con el tiempo, fueron transmitiendo el secret
Desde que Adam le mostró su verdadera naturaleza a Sarah, ella se mostraba esquiva, y a pesar de que siguieron hablando sobre detalles de sus vidas que les permitieran fingir una relación delante de los padres de él, lo cierto es que Adam se dio cuenta de como intentaba alejarse de su lado; no fue nada grave, pero notó como se echaba hacia atrás en su butaca, como escondía las manos bajo sus piernas, e incluso como lo observaba como si de un animal peligroso se tratara. Él no le dijo nada, y trató de darle tiempo y espacio para que se habituara a su presencia, porque a fin de cuentas, entendía perfectamente que no debía de ser fácil descubrir que ahí fuera existe todo un mundo del que ella no tenía ni idea. Una vez aterrizaron en el pequeño aeródromo que la manada Lobingston utilizaba fundamentalmente para recibir cargamentos de bienes y para enviar sus exportaciones, subieron al coche que él había solicitado especialmente para la ocasión. Sarah seguía esquiva, lanzando miradas furti
Cuando Adam aparacó el coche en la puerta de la inmensa casa, Sarah se bajó como si estuviera hipnotizada. Aquella casa era una maravilla, no podía comprender como su acompañante de viaje no le había contado que había nacido, y se había criado en un lugar como aquel.Adam la agarró de la mano, y aunque la casa ejercía una influencia magnética sobre ella, se dio cuenta de que la calidez y suavidad de aquella mano masculina eran aún más atrayentes. Se dejó atrapar por su mano, que la cogía con la cantidad justa de presión y la obligaba a seguirlo en dirección al interior de la magnífica mansión.Ella se colocó a su lado, y aunque tenía claro en su cabeza que aquella situación era solo una interpretación, su cuerpo vibró de emoción al sentir la calidez que emanaba el cuerpo de Adam. Se sintió extraña, y deseó poder controlar su propio cuerpo traicionero, que nunca antes, en toda su vida, se había sentido de semejante modo en presencia de nadie. Observó el perfil tenso del hombre, y sinti