Sarah recibió la llamada de la secretaria de dirección aún antes de lo esperado, de hecho, ni siquiera le había dado tiempo a repartir los cafés entre todos los miembros de su departamento, cuando escuchó el sonido de llamada entrante en su pequeño escritorio. Se detuvo para responder, provocando con ello una oleada de quejas entre los que aún no tenían café, y se sentó cuando escuchó la voz de la secretaria del CEO.
- Hola Sarah.- dijo la dulce Cristina que siempre intentaba prestarle su ayuda cuando le era posible.- no sé porqué motivo quiere verte, pero el señor Lobingston ha solicitado tener una reunión privada contigo.
A pesar de que Sarah esperaba que aquel momento llegara, el alma se le cayó a los pies cuando escuchó las palabras de la pobre muchacha.
- Entiendo, subiré ahora mismo, en cuanto acabe de repartir los cafés.
- Si, por favor, aunque te advierto que hoy tiene muy mal carácter. No me ha dicho nada sobre el tema a tratar, ¿tienes idea del motivo por el que puede desear verte?
Sarah sabía perfectamente el motivo por el que ese hombre importante, que debía de tener cientos de reuniones, había decidido hablar con ella, pero no pensaba compartirlo con nadie, ya que bastante vergüenza sentía con solo recordar la horrible escena de la última noche.
- No, ni idea… aunque no creo que sea nada bueno, los jefes no suelen convocar reuniones para dar buenas noticias.
- ¡Claro que si!- dijo la siempre alegre Cristina.- es posible que sepa lo bien que te desempeñas en tu puesto, y que quiera ascenderte.
Sarah tenía claro que no era eso lo que iba a ocurrir en pocos minutos, pero prefirió no discutir con la muchacha, porque eso habría implicado ofrecer muchas explicaciones que no quería dar.
Colgó el teléfono, terminó de repartir los cafés, y en cuanto hubo acabado, y tomado nota de lo que cada miembro del equipo necesitaba que hiciera esa mañana, se fue corriendo al baño. Se encerró en uno de los cubículos, y presa de unas horribles arcadas, vomitó el contenido de su estómago en la taza.
Después de tirar de la cadena, se sentó sobre la tapa, y dejó que las lágrimas fluyeran por su rostro. Miró el reloj. Eran ya las diez y media de la mañana, no podía seguir evitando la reunión que tanto temía.
Sarah sabía que iba a ser despedida, pero no se podía permitir quedarse sin empleo, así que salió del baño, se lavó los dientes, se retocó el maquillaje y el cabello, y pensó en lo que iba a decir cuando subiera al despacho de la última planta. No le avergonzaba asumir que tenía necesidad de dinero, en especial ante su jefe, así que, si era necesario, le contaría el motivo por el que estaba tan desesperada como para trabajar en un lugar tan lúgubre como el bar en el que la había encontrado la última noche. Aunque Adam Lobingston tuviera fama de implacable CEO, ella sabía que todo el mundo escondía un poco de bondad en su interior, y si ese hombre era como el resto, le permitiría mantener el trabajo que tanto necesitaba.
Adam se había quedado malhumorado y enfadado desde que Benedict se fue de su despacho arrancándole la promesa de que iría a su casa, y estaría al lado de su familia en esos momentos que tanto lo necesitaban. Por supuesto, no le apetecía ir, pero hacía tanto tiempo que no estaba allí, que sentía cierta curiosidad por ver como estaban las cosas.Lo único que lo atormentaba era la idea de tener que ir solo; sabía las miradas que recibiría por parte de la gente de su padre, lo mirarían apenados, con esa sensación de que era tan fracasado que ninguna mujer había sido creada para él.Esa era una de las cosas que su padre siempre le echaba en cara en las escasas cartas que le remitía, y era algo que Benedict le había recordado antes de irse de allí, dejándolo con un humor de mil demonios, pues en un momento de testarudez le había dicho a ese hombre mezquino que tenía pareja, y que por supuesto que acudiría a apoyar a la familia de su compañero. El problema real era que él no tenía compañera
Adam estaba desconcentrado. Toda aquella mañana había sido demasiado rara para él, y no tenía ni idea de como iban a mirarlo sus empleados ahora que había despedido a una ayudante que había salido llorando del edificio, cargando solo con un bolso y una minúscula planta de escritorio.Y por si eso fuera poco, los informes financieros que le habían hecho llegar no cuadraban, así que los estaba revisando de nuevo.Y en esa tediosa tarea se encontraba inmerso, cuando escuchó el estridente sonido de su teléfono móvil. Lo miró con desdén, pensando que sería alguna llamada de la que podría librarse, pero pronto se dio cuenta de que el número que aparecía en la pantalla era el de Benedict, el Beta de su padre.- Dígame.- Hola muchacho.- Te he pedido que no me llames así.- Chico, aunque ahora seas un hombre importante, para mi nunca dejarás de ser un muchacho.- ¿Qué deseas?- dijo Adam cortando la charla sin trascendencia del hombre.- Llamó para preguntarte como se llama tu compañera, porq
Sarah estaba sentada en la parada de bus más cercana a su casa; junto a ella,la planta con la que había salido corriendo, y un vaso con un poco de tila, pues al ver su estado de nervios,una de las ocupantes del autobús, se había ofrecido a comprarle una bebida caliente.Estaba pensando en sus escasas opciones, cuando su teléfono móvil comenzó a sonar; en la pantalla, un número que no tenía grabado en la memoria del teléfono, y a pesar de todo, decidió responder.- ¿Si?- Sarah, soy Cristina, el jefe me ha pedido que vuelvas.-Dile que no.Sarah no quería que volvieran a humillarla de nuevo, y el CEO había dejado bien claro que no quería tenerla como empleada nunca más.- Sé que ha sido un idiota, pero tal vez, deberías venir, creo que quiere ofrecerte un empleo.- Si quiere algo de mi, que venga a mi casa. Ahora te tengo que dejar, estoy muy ocupada.Sarah colgó la llamada con un exceso de altanería, pues sabía que la pobre Cristina no tenía la culpa, pero se sentía herida, y no hab
¿Cien mil dólares? Aquel hombre estaba loco, eso es lo que Sarah pensó mientras imaginaba todo lo que podría hacer con aquella suma de dinero. Era mucho más de lo que ella ganaría en varios años trabajando, y no necesitaría trabajar en dos sitios, ni vestir aquel horrible vestido apretado del bar, o dejar que los viejos la miraran con lascivia. Por supuesto, tendría que mentirle a su hermano, porque él nunca se creería que un hombre rico le había ofrecido aquella cantidad de dinero por solo fingir una relación con él, no, claro que no; le diría que le habían concedido un ascenso, y luego, iría ingresando dinero en la cuenta del hospital, sin informarle acerca del cobro que estaba a punto de conseguir.El resto del día se pasó en un suspiro para Sarah, que había decidido limpiar la casa, pues no solía tener mucho tiempo para hacerlo. Después de la inicial alegría por el contrato, había comenzado a emocionarse por la idea del viaje.Era cierto que no sabía adonde iban a ir, pero eso poc
El día siguiente no resultó tan placentero como podría haber previsto Sarah al principio. Ante la petición tan específica de su jefe, Sarah acudió a uno de los salones de belleza del centro de la ciudad, pues le daba miedo que en las peluquerías de su barrio no acertaran con el estilo que Adam deseaba que presentara ante su familia.Así que tomó el autobús, y se presentó a primera hora en la puerta de uno de los mejores centros de los que había oido hablar a las chicas con buenos puestos de su empresa. Nada más llegar se dio cuenta de que no había estado nunca en un lugar tan lujoso, y la familiar sensación de ansiedad ante lo que podría gastarse en aquel establecimiento, volvió a atacarla, como le ocurría siempre que pensaba en gastar en algo que no fuera extrictamente necesario. Se obligó a recordar la importante transferencia que había recibido esa misma mañana, y se aventuró en el interior del local. En el mostrador de recepción había una rubia escultural, que paseó su mirada de
Adam la vio llegar al aeropuerto y se quedó asombrado. Sarah parecía otra persona, llevaba el cabello arreglado, el maquillaje adecuado, y se movía con una elegancia que le encantó; incluso su ropa le pareció hoy diferente; ciertamente llevaba un vestido un poco pasado de moda, pero le sentaba bien, y le confería cierta personalidad. Era un vestido de color negro, con lunares blancos, con escote corazón, ajustado en la cintura, y con una impresionante falda de vuelo que la hacía moverse con cierta gracia. A Adam le recordó a las mujeres que salían en la televisión en los años cincuenta, y tuvo que esforzarse para no seguir con la boca abierta cuando ella llegó a su altura.- Buenas tardes, Adam.- Buenas tardes, Sarah, estás muy guapa.- Gracias, lo cierto es que no sabía bien que debía ponerme, ya que apenas sé nada sobre tu familia.- No debes preocuparte por eso, he pedido que te preparen una maleta con conjuntos suficientes para estos días que estaremos con ellos; y aunque fueras
- ¿Lobos? ¡Venga ya! Podrías haberte inventado algo más ocurrente.Sarah se echó a reír porque la afirmación de su jefe carecía de sentido. Suponía que iba a contarle que alguno de ellos había pasado por prisión, o algo que verdaderamente diera miedo, ¿pero decir que eran lobos? Lo miró aún riéndose, con lágrimas brotando de sus ojos por el esfuerzo realizado, y fue entonces cuando vio que él no se reía. Lo miró fijamente, y se dio cuenta de que parecía incluso enfadado por su respuesta, ¿acaso podía creerse verdaderamente lo que le había contado?- Cuando acabes de burlarte de mi, podemos seguir hablando.- Adam, siento haberte ofendido,pero es que tu afirmación… no sé como describirlo, es difícil de creer. - ¿Acaso te piensas que no sé lo que parece? Solo te pido que me escuches, porque necesitas estar preparada para cuando lleguemos. - Está bien, cuéntame tu historia.- Mi familia pertenece a una antigua dinastía de hombres lobo, que con el tiempo, fueron transmitiendo el secret
Desde que Adam le mostró su verdadera naturaleza a Sarah, ella se mostraba esquiva, y a pesar de que siguieron hablando sobre detalles de sus vidas que les permitieran fingir una relación delante de los padres de él, lo cierto es que Adam se dio cuenta de como intentaba alejarse de su lado; no fue nada grave, pero notó como se echaba hacia atrás en su butaca, como escondía las manos bajo sus piernas, e incluso como lo observaba como si de un animal peligroso se tratara. Él no le dijo nada, y trató de darle tiempo y espacio para que se habituara a su presencia, porque a fin de cuentas, entendía perfectamente que no debía de ser fácil descubrir que ahí fuera existe todo un mundo del que ella no tenía ni idea. Una vez aterrizaron en el pequeño aeródromo que la manada Lobingston utilizaba fundamentalmente para recibir cargamentos de bienes y para enviar sus exportaciones, subieron al coche que él había solicitado especialmente para la ocasión. Sarah seguía esquiva, lanzando miradas furti