- ¡Adam!-exclamó Benedict con su falso tono alegre.- ¡que alegría volver a verte!
- Si, Benedict, hacía mucho que no te pasabas por aquí.
Benedict, que era el beta del padre de Adam ,enviado a la empresa de Adam. Aunque no pudiera utilizar ese título en público, lo conocía perfectamente, pues lo había criado más que su propio padre.
El aludido cerró la puerta sin perder su sonrisa ni un instante, y Adam temió que algo malo estaba a punto de suceder si Benedict aparecía radiante en la puerta de su despacho.
- ¿Cómo van los negocios, muchacho?
A Adam le sentaba fatal que lo llamaran muchacho, lo hacía sentirse pequeño e inútil, como le ocurrió durante toda su infancia y adolescencia, pero no era raro que Benedict le hablara así, su propio padre solía tratarlo del mismo modo.
- ¿Acaso no te ha comentado mi padre que este año hemos doblado los beneficios del año anterior?
- Lo cierto es que no hablamos mucho de negocios, tu padre y yo; pero me alegro de que al fin haya algo que se te dé bien.
Adam sintió como sus dientes rechinaban, como su mandíbula se tensaba, y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener a su lobo interior dentro del cuerpo, porque por muy débil que Benedict y su propio padre lo consideraran, en esos momentos, pugnaba por salir y destrozar el precioso despacho de diseño en el que se encontraban.
Adam tenía solo veintisiete años, y era uno de los hombres de negocios más exitosos de toda la ciudad, pero eso no era suficiente para su familia… como tampoco lo había sido nunca su ambición, y sus ganas de multiplicar los beneficios de la obsoleta compañía que su padre fundó con la única intención de conseguir algo de dinero con el que mantener a su manada.
- Muchacho- dijo Benedict.- entierra el hacha de guerra, que vengo en son de paz, y siento si mi comentario te ha molestado, es que cuando eras un adolescente alto y desgarbado parecía que nada se te daba bien, pero me queda claro que el mundo empresarial es lo tuyo.
- ¿Por que no nos sentamos?
Adam siguió la sugerencia de Benedict, y tomó asiento en su silla de oficina, que era tan robusta y brillante, que casi parecía un trono.
- ¿Por qué has venido, Benedict?
- Mira, Adam, hay cosas que se deben hacer personalmente, y ésta es una de ellas; he venido a pedirte que vengas a la casa de tu padre, a tu casa.
-NO.
- Adam, serénate, y escucha lo que voy a decirte.
- Está bien, di lo que tengas que decir, y vete, tengo la mañana repleta de reuniones.
- Te pido que vayas a la casa de la manada para acompañar a tus padres en estos momentos, ya que aunque no lo sepas aún, necesitan de tu apoyo. Tu hermano ha desaparecido, la familia está rota de dolor, lleva ya diez días sin saberse nada de él, y tu padre se niega a aceptar la realidad.
Miles, el hermano mayor de Adam era el heredero de su padre, el hijo que siempre lo había llenado de orgullo. Fue un niño fuerte, que creció y dio lugar a un hombre capaz de defender a la manada en una situación difícil, y con una sonrisa capaz de desarmar a cualquier mujer.
Adam lo había envidiado muchas veces, pero siempre había asumido su papel de segundo hijo, de niño sin capacidades, y con un desarrollo lento, así que en cierto modo, le parecía lógica la atención que su hermano captaba; le parecía lo normal que su ropa fuera aquella que él desechaba, e incluso que su habitación fuera la que su hermano no quería. Él siempre lo quiso, siempre lo apoyó, nunca se planteó ninguna otra opción, hasta que Brooke se cruzó en sus vidas.
Fue el verano en que Adam cumplió dieciséis, el mismo verano en el que al fin pudo convertirse en lobo por primera vez, conoció a Brooke. Se la encontró en el bosque, una loba de pelaje rubio, esbelta, ágil, y que lo miraba con ternura desbordante. Y él la persiguió, le dejó regalos cerca de las zonas en las que solía verla, se ofreció voluntario para ir a comprar al pueblo con la vana esperanza de encontrársela, y aunque nunca la vio en forma humana, siempre estuvo seguro de que la reconocería en el mismo momento en que la viera; él era consciente de que su olor era difícil de olvidar, y el lo reconocería en cuanto lo oliera.
Estaba tan convencido de que ella era su pareja predestinada, que incluso le habló a Miles sobre ella. Él lo acompañó en sus escapadas nocturnas por el bosque, la vio, y le prometió que la encontraría para él.
Y así fue, aunque desde luego, Adam hubiera preferido que no la encontrara, porque la única vez que la vio con forma humana, fue durante la fiesta de compromiso de Miles y… Brooke. Adam se quedó atónito, en especial porque nunca había sabido que su hermano hubiera encontrado a su pareja, y siempre había pensado que aquella fiesta era una de las muchas que sus padres solían celebrar para entretener a la manada. Los miró con el odio grabado en los ojos, y ni siquiera esperó a que la fiesta hubiera llegado a su fin para irse a su habitación y hacer sus maletas.
Miles lo siguió, entró tras él sin pedir permiso como tantas veces había hecho, y cuando su hermano lo encaró, la única respuesta que pudo darle fue la que más le dolió a Adam:
- Hermano, esa loba ha nacido para ser Luna, nunca hubiera aceptado tu propuesta, ni siquiera aunque hubiera sido tu pareja destinada.
- ¿Cómo puedes saberlo, Miles? ¿Cómo has podido ocultármelo? ¿Tienes idea de lo que he sentido cuándo he llegado al salón y la he visto marcada por tu boca? ¿Cogiendo tu mano y sonriendo como una boba a todos los asistentes? ¿Cómo pudiste ocultarme que ella era tu pareja?
-¡Adam! Ella no es mi pareja destinada, pero yo ya tengo dieciocho años, tengo que emparejarme, y ella me ha dicho que nunca aceptaría ningún emparejamiento que no la convirtiera en Luna de una manada.
Esas palabras le partieron el corazón a Adam, lo hicieron sentir minúsculo, y de pronto comprendió que hasta su propio hermano lo consideraba inferior. No solo su padre pensaba que era el hijo torpe, y se alegraba de tener un heredero apropiado, sino que su propio hermano, por el que él siempre había estado a la sombra, pensaba que era un segundón que no merecía ni siquiera la oportunidad de declarar sus intenciones a la mujer que le estaba destinada.
Guardó alguna ropa, su documentación, y sus libros, y dejó una carta para sus padres en la que les explicaba que había decidido continuar con sus estudios en el extranjero. Esa misma noche subió a un avión, desembarcó en una ciudad que nunca le gustó, ni sintió como suya, y solo regresó cuando se hubo graduado con honores, y su padre le ofreció un puesto en su empresa con objeto de que su madre pudiera visitarlo con más frecuencia.
Él lo aceptó, aún cuando era un empleo de los más bajos que la empresa de su padre ofrecía; lo hizo porque él también echaba de menos a su madre, pero se prometió que no le daría a su padre la satisfacción de quedarse en el puesto más bajo del escalafón. Se empleó a fondo, convirtió el trabajo en su vida, y en menos de cinco años, su padre tuvo que admitir su valía, y colocarlo al frente de la empresa.
Sarah se despertó con sudores fríos, las manos apretando las sábanas fuertemente, y una angustiosa sensación en la tripa. Cualquier otro día hubiera pensado que debía de haber tenido una mala pesadilla, hoy en cambio, sabía que todo estaba a punto de cambiar, y no para bien. Cerró los ojos, intentó dormirse de nuevo, pero era una persona de sueño ligero, y una vez se había desvelado, era incapaz de volver a dormir, así que se levantó de la cama, y mientras contemplaba su figura en el espejo de cuerpo entero de su ruinosa habitación de su piso compartido, rememoró todo lo ocurrido la noche anterior… Cinco horas antes Sarah odiaba la peluca rosa que el propietario de aquel bar de mala muerte le obligaba a ponerse, porque hacía que le escociera el cuero cabelludo, y porque cuando se la quitaba tras una larga noche, tenía rojeces en la frente y la nuca; aún así, decidió que podía aguantar con ella, pues solo quedaba media hora más de su turno. Cogió la bandeja repleta de vasos que le
Adam salió de la ducha más cabreado que antes de entrar, porque aquel deseo de poseer a su empleada lo había confundido. Él no era esa clase de jefe, no hacía esas cosas, nunca se mezclaba sentimentalmente con sus empleadas.Se vistió deprisa, se peinó rápido frente al espejo, y después de ponerse un poco de perfume, salió de nuevo, para retomar la actividad de la mañana.- Cristina.- dijo levantando su auricular.- entra, tenemos cosas que tratar.Su tono debió resultar brusco a la pobre chica, porque entró cabizbaja, y le leyó su agenda sin decir nada.- Por favor, tráeme unos analgésicos y un café.- Por supuesto, señor Lobingston.- dijo la chica que se levantó a toda velocidad para cumplir con lo solicitado por su jefe.Adam se recostó en su silla, mientras esperaba que las pastillas que su secretaria iba a darle aplacaran su enfebrecido cuerpo, aunque lo cierto es que no podía parar de pensar en la escena de la noche anterior.Lo cierto es que los dueños de la compañía que habían
Sarah recibió la llamada de la secretaria de dirección aún antes de lo esperado, de hecho, ni siquiera le había dado tiempo a repartir los cafés entre todos los miembros de su departamento, cuando escuchó el sonido de llamada entrante en su pequeño escritorio. Se detuvo para responder, provocando con ello una oleada de quejas entre los que aún no tenían café, y se sentó cuando escuchó la voz de la secretaria del CEO.- Hola Sarah.- dijo la dulce Cristina que siempre intentaba prestarle su ayuda cuando le era posible.- no sé porqué motivo quiere verte, pero el señor Lobingston ha solicitado tener una reunión privada contigo.A pesar de que Sarah esperaba que aquel momento llegara, el alma se le cayó a los pies cuando escuchó las palabras de la pobre muchacha.- Entiendo, subiré ahora mismo, en cuanto acabe de repartir los cafés.- Si, por favor, aunque te advierto que hoy tiene muy mal carácter. No me ha dicho nada sobre el tema a tratar, ¿tienes idea del motivo por el que puede desear
Adam se había quedado malhumorado y enfadado desde que Benedict se fue de su despacho arrancándole la promesa de que iría a su casa, y estaría al lado de su familia en esos momentos que tanto lo necesitaban. Por supuesto, no le apetecía ir, pero hacía tanto tiempo que no estaba allí, que sentía cierta curiosidad por ver como estaban las cosas.Lo único que lo atormentaba era la idea de tener que ir solo; sabía las miradas que recibiría por parte de la gente de su padre, lo mirarían apenados, con esa sensación de que era tan fracasado que ninguna mujer había sido creada para él.Esa era una de las cosas que su padre siempre le echaba en cara en las escasas cartas que le remitía, y era algo que Benedict le había recordado antes de irse de allí, dejándolo con un humor de mil demonios, pues en un momento de testarudez le había dicho a ese hombre mezquino que tenía pareja, y que por supuesto que acudiría a apoyar a la familia de su compañero. El problema real era que él no tenía compañera
Adam estaba desconcentrado. Toda aquella mañana había sido demasiado rara para él, y no tenía ni idea de como iban a mirarlo sus empleados ahora que había despedido a una ayudante que había salido llorando del edificio, cargando solo con un bolso y una minúscula planta de escritorio.Y por si eso fuera poco, los informes financieros que le habían hecho llegar no cuadraban, así que los estaba revisando de nuevo.Y en esa tediosa tarea se encontraba inmerso, cuando escuchó el estridente sonido de su teléfono móvil. Lo miró con desdén, pensando que sería alguna llamada de la que podría librarse, pero pronto se dio cuenta de que el número que aparecía en la pantalla era el de Benedict, el Beta de su padre.- Dígame.- Hola muchacho.- Te he pedido que no me llames así.- Chico, aunque ahora seas un hombre importante, para mi nunca dejarás de ser un muchacho.- ¿Qué deseas?- dijo Adam cortando la charla sin trascendencia del hombre.- Llamó para preguntarte como se llama tu compañera, porq
Sarah estaba sentada en la parada de bus más cercana a su casa; junto a ella,la planta con la que había salido corriendo, y un vaso con un poco de tila, pues al ver su estado de nervios,una de las ocupantes del autobús, se había ofrecido a comprarle una bebida caliente.Estaba pensando en sus escasas opciones, cuando su teléfono móvil comenzó a sonar; en la pantalla, un número que no tenía grabado en la memoria del teléfono, y a pesar de todo, decidió responder.- ¿Si?- Sarah, soy Cristina, el jefe me ha pedido que vuelvas.-Dile que no.Sarah no quería que volvieran a humillarla de nuevo, y el CEO había dejado bien claro que no quería tenerla como empleada nunca más.- Sé que ha sido un idiota, pero tal vez, deberías venir, creo que quiere ofrecerte un empleo.- Si quiere algo de mi, que venga a mi casa. Ahora te tengo que dejar, estoy muy ocupada.Sarah colgó la llamada con un exceso de altanería, pues sabía que la pobre Cristina no tenía la culpa, pero se sentía herida, y no hab
¿Cien mil dólares? Aquel hombre estaba loco, eso es lo que Sarah pensó mientras imaginaba todo lo que podría hacer con aquella suma de dinero. Era mucho más de lo que ella ganaría en varios años trabajando, y no necesitaría trabajar en dos sitios, ni vestir aquel horrible vestido apretado del bar, o dejar que los viejos la miraran con lascivia. Por supuesto, tendría que mentirle a su hermano, porque él nunca se creería que un hombre rico le había ofrecido aquella cantidad de dinero por solo fingir una relación con él, no, claro que no; le diría que le habían concedido un ascenso, y luego, iría ingresando dinero en la cuenta del hospital, sin informarle acerca del cobro que estaba a punto de conseguir.El resto del día se pasó en un suspiro para Sarah, que había decidido limpiar la casa, pues no solía tener mucho tiempo para hacerlo. Después de la inicial alegría por el contrato, había comenzado a emocionarse por la idea del viaje.Era cierto que no sabía adonde iban a ir, pero eso poc
El día siguiente no resultó tan placentero como podría haber previsto Sarah al principio. Ante la petición tan específica de su jefe, Sarah acudió a uno de los salones de belleza del centro de la ciudad, pues le daba miedo que en las peluquerías de su barrio no acertaran con el estilo que Adam deseaba que presentara ante su familia.Así que tomó el autobús, y se presentó a primera hora en la puerta de uno de los mejores centros de los que había oido hablar a las chicas con buenos puestos de su empresa. Nada más llegar se dio cuenta de que no había estado nunca en un lugar tan lujoso, y la familiar sensación de ansiedad ante lo que podría gastarse en aquel establecimiento, volvió a atacarla, como le ocurría siempre que pensaba en gastar en algo que no fuera extrictamente necesario. Se obligó a recordar la importante transferencia que había recibido esa misma mañana, y se aventuró en el interior del local. En el mostrador de recepción había una rubia escultural, que paseó su mirada de