Piero estaba agotado después de pasar más de veinticuatro horas viajando. Adoraba su trabajo y conocer lugares exóticos, pero preferiría no tener que pasarse horas encerrado en un avión. No era natural para su cuerpo pasar tanto tiempo sentado en una misma posición, sin importar lo cómodo que fueran los asientos en clase ejecutiva.
Entró a la que había sido su habitación desde que era un adolescente. Tenía un departamento cerca de la ciudad, pero casi siempre visitaba a sus padres cuando llegaba de alguno de sus trabajos. Era bueno pasar tiempo con su familia, luego de haber estado bastante tiempo fuera.
Nada había cambiado a lo largo del tiempo. Las paredes aun conservaban algunos posters de cuando estaba pasando por su fase rockera, algunos de sus premios de deportes de la escuela estaban en un estante, eran los pocos que su mamá, Ava, no había podido colocar en la sala de la casa.
Ava era la esposa de su padre y su mamá en todo el sentido de la palabra. No es que no quisiera a su madre biológica, es solo que Ava había estado para él en muchos momentos importantes a lo largo de su vida que su propia madre se había perdido.
Dejó su maleta de mano en un rincón y, antes de ceder a la tentación de echarse en la cama, se dirigió al baño para tomar una ducha. Nada mejor que un poco de agua para desenredar los nudos que sentía por todo el cuerpo.
Tan pronto salió del baño, tomó su celular para llamar a Nerea. Había mandado un mensaje en cuanto aterrizó para decirle que había llegado, pero quería escuchar su voz antes de irse a dormir.
Nerea se había convertido en su amiga luego de que ella lo había humillado en público. En solo un movimiento ella lo había llevado hasta el suelo como si no pesara nada. Una rara manera de empezar una amistad.
Piero había intentado conquistarla al principio. Ella era linda y divertida. Pronto, sin embargo, cambió de opinión. No solo porque ella le había dejado claro más de una vez que nunca estaría con él, sino también porque le gustaba tenerla en su vida.
—Hola, tú, desconocido.
Sonrió al escuchar su voz.
—Hola, princesa.
—Sabes que aún no me agrada que me digas así.
—Y tú sabes que no tengo el sentido común para dejar de hacerlo.
—Tal vez fui muy piadosa contigo la primera vez, pero si sigues por ese camino me aseguraré de que entiendas el mensaje cuando termine contigo.
—Esa suena a una propuesta muy tentadora.
—Idiota, acaso no eres capaz de pensar en algo más que sex0.
—Claro que sí, también pienso en comida y a veces, si me concentro lo suficiente, pienso en seguir haciéndome más rico.
Nerea soltó una carcajada. Aquel sonido siempre le causaba una sensación inexplicable en el pecho.
—¿Cómo estuvo el trabajo?
—Igual que siempre. Conseguí algunas fotos impresionantes mientras estaba en medio del bosque. Y luego tuve algo de diversión. —Se aseguró de que sus palabras sonaran con doble sentido.
—Y allí vas otra vez.
—Paracaidismo. Hice paracaidismo. ¿Tú que creías?
Cuando ella no respondió, soltó una carcajada.
—Creo que eres tú quien no puede dejar de pensar en sex0. Estoy dispuesto a ser tu conejillo de indias cuando quieras —dijo en broma.
—Sigue soñando.
Sacudió la cabeza y decidió cambiar de tema.
—¿Qué has estado haciendo mientras estaba lejos?
Piero se recostó en la cama y escuchó hablar a Nerea sobre su trabajo. Ella había terminado la universidad hace muy poco. Aunque era muy buena en el combate cuerpo a cuerpo, Nerea había optado por estudiar en informática y ahora trabajaba en la empresa de su padre. Por lo que había visto, era aún mejor hackeando sistemas.
—¿Piero?
—¿Qué?
No recordaba el momento en el que había cerrado los ojos.
—Te estás durmiendo, prácticamente pude escucharte roncar.
—Lo siento, largo viaje.
—Lo sé, será mejor que vayas a dormir.
Soltó un bostezo apenas ella terminó de hablar.
—Creo que tienes razón.
—Dime cuando no la tengo.
—Buen punto. Hablamos luego, princesa. —Terminó la llamada antes de que ella le dijera donde podía meterse su apodo. Era muy ingeniosa cuando la provocaba lo suficiente.
Dejó el celular sobre el buró y se acomodó. Apenas unos segundos después se quedó dormido. El sonido de unos golpes en la puerta, lo despertaron después de lo que se sintió como unos minutos de sueño. Pero la hora en su celular le dijo que llevaba durmiendo más de tres horas.
—Piero, hijo —llamó su mamá.
Era una hora extraña para que ella lo despertara. Algo malo debía haber sucedido.
—Solo un segundo —dijo. Se levantó y fue hasta su armario por un pantalón de chándal y una camiseta.
Una vez vestido se dirigió a la puerta. Tan pronto la abrió y vio el rostro de su madre, sus temores crecieron.
—¿Qué sucede? —preguntó tratando de conservar la calma—. ¿Es papá?
—Tranquilo, no tiene nada que ver con tu padre.
—¿Entonces?
—Yo… creo que deberías bajar a la sala y verlo por ti mismo.
Piero frunció el ceño aún más confundido, pero de todas formas siguió a su mamá por el pasillo hasta la primera planta.
Abajo estaba su padre y él miró en su dirección en cuanto escuchó sus pasos.
—¿Qué está… —Se quedó a media frase al ver el bebé que su padre cargaba en sus brazos. O al menos eso es lo que parecía lo que su padre sujetaba envuelto en una colcha.
—¿Es ese un bebé? —preguntó solo para confirmar.
¿Qué hacía su padre sujetando un bebé?
—Sí y según la nota que venía entre sus pocas cosas, es de ti.
Piero se quedó quieto en su lugar a la espera de que alguno de sus padres se riera y dijera que todo se trataba de una broma. Debía aceptar que era una broma bastante buena —nada propio de su padre—, pero a veces podía salir con alguna ocurrencia.Desvió la mirada hacia su madre, que se había parado a lado suyo, y buscó algún indicio que la delatara. Si alguien iba a ceder primero sería ella.Los segundos pasaron y el silencio se prolongó. Solo después de algunos minutos comprendió que no era ninguna broma.—¿Hablas en serio? —preguntó.—Sí.Tomó una bocanada de aire y dio el primer paso, a ese le siguieron otros hasta quedar frente cerca de su padre, lo miró a los ojos y luego agachó la mirada hacia el bebé que él sujetaba en brazos.No era la primera vez que veía un bebé, pero algo se removió dentro de él al ver a la que se suponía era su hija. Era pequeña, demasiado frágil. Su piel estaba sonrosada y de no haberlo sabido mejor, su primer pensamiento habría sido que estaba enferma.
Piero se sentía un completo inútil y era muy probable que lo fuera en lo que respectaba a cuidar de Alba —como había decidido llamar a su hija. Sin embargo, no era alguien derrotista, por el contrario, todos lo conocían por ser demasiado persistente y esta vez no iba a ser diferente. Alba había llorado constantemente desde que llegaron a su casa, esa misma mañana. Después de estar en casa de sus padres durante tres días, había decidido que era hora de enfrentarse a la situación por sí solo. Era un hombre adulto y sus padres no iban a estar todo el tiempo para ayudarlo. Mientras más pronto aprendiera a cuidar de Alba por su cuenta, mejor. Su decisión comenzaba a flaquear al ver a su hija llorar. Había revisado su pañal y había intentado alimentarla sin ningún resultado. Era claro que ninguna de esas cosas eran el motivo de su molestia. Si tan solo pudiera comunicarse con ella, las cosas serían un poco más fáciles. El único momento en el que ella se calmaba, era cuando se acomodaba e
Nerea aún estaba procesando el hecho de que su mejor amigo tenía una hija y ahora salía con que quería que se mudara con él.—¿Por qué? —Eso de seguro no era lo que debería de haber dicho, pero su cerebro apenas podía seguir el ritmo de lo que estaba pasando.Cuando Piero lo había llamado, no había imaginado ni por un instante que lo encontraría con una bebé en brazos y mucho menos que esa bebé sería su hija. Un accidente o quizás una mujer de la que no podía deshacerse. No una bebé.—Eres muy buena con Alba. —explicó Piero—. La cuidaste durante las últimas horas y lo manejaste muy bien, yo en cambio…—¿Y crees que mudarme contigo ayudará?—Estarías aquí en caso no supiera que hacer. Prometo que no te molestaré demasiado, pero me sentiría mejor contigo cerca.Piero debía de haber pasado por horas muy intensas desde que había descubierto que tenía una hija, así que Nerea trató de no tomarse a mal el hecho de que su amigo parecía haberse olvidado que ella tenía su propia vida y no pensa
Piero había comenzado a pensar que estaba mejorando en eso de ser padre. En los últimos tres días, Alba no había llorado tanto como antes y sentía que comenzaba a comprender sus necesidades. Claro que estaba recibiendo ayuda. Sus padres habían venido por las mañanas a echarle un vistazo y ofrecer consejos, y Nerea había cumplido con su palabra, ella había aparecido allí todas las tardes.Sin embargo, su seguridad se evaporó esa noche. Alba se había despertado alrededor de las diez de la noche y no había dejado de llorar desde entonces. Algo le molestaba, es solo que no tenía idea de qué. Le había cambiado el pañal y, pese a que no aun no era hora de alimentarla, le había ofrecido su leche. Apenas había tomado un sorbo antes de continuar llorando.El pediatra que había revisado a Alba el día anterior le había explicado que a veces ella podría mostrarse irritable y que siempre debía mantener la calma si quería que ella se tranquilizara. Pero sabía que aquello era algo más y lo confirmó
—¿Piero? —preguntó Nerea al ver que él no decía nada—. ¿Estás bien?—¿Qué? —Su amigo parpadeo y asintió—. Sí, sí.Sonrió sin creérselo del todo. Era comprensible que después del miedo que había pasado durante la noche, él estuviera todavía algo desorientado.Piero caminó hasta ella y le dio un beso en la mejilla.—Buenos días, princesa.Estaba demasiada sorprendida por su gesto que se olvidó de reprenderlo por aquel estúpido apodo. No era la primera vez que él le daba un beso en la mejilla, pero esta vez había sentido como si hubiera algo diferente. Tal vez eran alucinaciones suyas inducidas por la preocupación y la falta de sueño.—Veo que los círculos negros alrededor de tus ojos han desaparecido —comentó cuando recordó cómo hablar. Regresó su atención a lo que estaba haciendo—. Anoche te veías hecho un desastre.—¿Con que era así? —Piero sonaba divertido.—Sí. No dije nada para no herir tus sentimientos. Ambos sabemos lo importante que es para ti tu imagen.—Eres una gran amiga.—H
Los sentidos de Piero estaban enfocados en Alba, evaluando sí el sonido que hacían las personas al conversar o la música del supermercado era demasiado para ella. Esa era su primera salida y hasta el momento las cosas estaban marchando bien. Ella descansaba en su canguro para bebés atada a su pecho ajena a todo el ajetreo que sucedía alrededor.—En casa el mínimo ruido puede despertarla; sin embargo, aquí parece estar más que cómoda.—Está cerca de ti, creo que es lo único que le importa.Esperaba que fuera cierto. Quería que Alba siempre tuviera la seguridad de que había una persona en el mundo que la amaba y que siempre estaría allí para calmar su llanto.—¿Tu misión es llevarte toda la tienda? —preguntó Nerea viendo el carrito de compras.Estaba repleto y tal vez iban a necesitar uno más.—Algo parecido —respondió mientras tomaba algunas botellas de aceite—. No suelo estar mucho en casa, así que la alacena siempre está vacía. De no ser por mis padres, no habría subsistido todos est
Piero tomó el mando y apagó la televisión. No habían llegado ni a la mitad de la película cuando Nerea se quedó dormida con la cabeza sobre sus piernas. Era él quien la había acomodado allí cuando la vio dormitar. Nunca se quedaba dormida cuando se trataba de su película favorita, así que debía estar bastante cansada, algo lógico teniendo en cuenta lo del día anterior y que esa mañana se había levantado temprano.Nerea se veía bastante inofensiva cuando dormía, quién podría decir que era capaz de derribar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Recordó su enfrentamiento de la mañana. Nerea tenía una habilidad impresionante para luchar. De no haberla tomado por sorpresa, no estaba seguro de haber podido ganar. Aunque en ese momento lo menos que le había importado era su apuesta, había estado más concentrado en lo cerca que estaban sus cuerpos y lo fácil que sería cerrar el espacio que los separaba.Sus ojos se posaron en sus labios. Había estado tan cerca de probarlos y quería c
Nerea mantuvo sus ojos sobre Marena, lista para arrebatarle a Alba de ser necesario.Era consciente que estaba a la defensiva, pero cómo no estarlo, cuando las dos únicas ocasiones en las que se había encontrado con la madre de Piero, la había tratado como si quisiera deshacerse de ella. Su trato le desagradaba, pero se había hecho a la idea de que no había nada que pudiera hacer para agradar a la mujer. Sin embargo, la historia con Alba era diferente, no iba a dejar que la dulce pequeña pasara un mal momento.—¿Cuánto tiempo tiene? —preguntó la madre de Piero.—Alrededor de tres semanas.—Es… hermosa.Se relajó al escucharla decir aquello. Por primera vez, desde que había llegado, Marena no parecía a punto de saltar a la yugular de alguien. Al parecer, la reina de hielo tenía un corazón después de todo.Jamás la había visto interactuar con el hijo de Adriano, así que cuando Piero le dijo que era buena con Leandro, había tenido sus dudas.—Lo sé. —El orgullo estaba impregnado en las p