Piero se despertó en automático al escuchar los quejidos de su hijo. Encendió la lámpara de su lado de la cama y se giró para ver a Nerea. Ella dormía y se iba asegurar de que eso no cambiara al menos por algunos minutos más. La pobre apenas había podido conseguir algunas horas de sueño en el último par de semanas. Se sentó al borde de la cama y se frotó los ojos. Después se acercó a la cuna de su hijo tratando de hacer el menor ruido posible. El pequeño Alessandro De Luca tenía los ojos abiertos y se removía molesto. A diferencia de su hermana mayor, él no tendía a gritar con frecuencia, pero sí que sabía cómo comunicar su molestia. Fruncía el ceño de aquella manera adorable y gruñía. —Ya te escuché, pequeño bribón —susurró mientras lo levantaba—. ¿Qué te parece si te atiendo y tú haces un poco de silencio para que mamá pueda descansar un poco más? ¿Tenemos un trato? Su hijo había dejado de gruñir en cuanto estuvo en sus brazos, así que lo tomó como un acuerdo entre los dos. Acomo
Piero estaba agotado después de pasar más de veinticuatro horas viajando. Adoraba su trabajo y conocer lugares exóticos, pero preferiría no tener que pasarse horas encerrado en un avión. No era natural para su cuerpo pasar tanto tiempo sentado en una misma posición, sin importar lo cómodo que fueran los asientos en clase ejecutiva. Entró a la que había sido su habitación desde que era un adolescente. Tenía un departamento cerca de la ciudad, pero casi siempre visitaba a sus padres cuando llegaba de alguno de sus trabajos. Era bueno pasar tiempo con su familia, luego de haber estado bastante tiempo fuera. Nada había cambiado a lo largo del tiempo. Las paredes aun conservaban algunos posters de cuando estaba pasando por su fase rockera, algunos de sus premios de deportes de la escuela estaban en un estante, eran los pocos que su mamá, Ava, no había podido colocar en la sala de la casa.Ava era la esposa de su padre y su mamá en todo el sentido de la palabra. No es que no quisiera a
Piero se quedó quieto en su lugar a la espera de que alguno de sus padres se riera y dijera que todo se trataba de una broma. Debía aceptar que era una broma bastante buena —nada propio de su padre—, pero a veces podía salir con alguna ocurrencia.Desvió la mirada hacia su madre, que se había parado a lado suyo, y buscó algún indicio que la delatara. Si alguien iba a ceder primero sería ella.Los segundos pasaron y el silencio se prolongó. Solo después de algunos minutos comprendió que no era ninguna broma.—¿Hablas en serio? —preguntó.—Sí.Tomó una bocanada de aire y dio el primer paso, a ese le siguieron otros hasta quedar frente cerca de su padre, lo miró a los ojos y luego agachó la mirada hacia el bebé que él sujetaba en brazos.No era la primera vez que veía un bebé, pero algo se removió dentro de él al ver a la que se suponía era su hija. Era pequeña, demasiado frágil. Su piel estaba sonrosada y de no haberlo sabido mejor, su primer pensamiento habría sido que estaba enferma.
Piero se sentía un completo inútil y era muy probable que lo fuera en lo que respectaba a cuidar de Alba —como había decidido llamar a su hija. Sin embargo, no era alguien derrotista, por el contrario, todos lo conocían por ser demasiado persistente y esta vez no iba a ser diferente. Alba había llorado constantemente desde que llegaron a su casa, esa misma mañana. Después de estar en casa de sus padres durante tres días, había decidido que era hora de enfrentarse a la situación por sí solo. Era un hombre adulto y sus padres no iban a estar todo el tiempo para ayudarlo. Mientras más pronto aprendiera a cuidar de Alba por su cuenta, mejor. Su decisión comenzaba a flaquear al ver a su hija llorar. Había revisado su pañal y había intentado alimentarla sin ningún resultado. Era claro que ninguna de esas cosas eran el motivo de su molestia. Si tan solo pudiera comunicarse con ella, las cosas serían un poco más fáciles. El único momento en el que ella se calmaba, era cuando se acomodaba e
Nerea aún estaba procesando el hecho de que su mejor amigo tenía una hija y ahora salía con que quería que se mudara con él.—¿Por qué? —Eso de seguro no era lo que debería de haber dicho, pero su cerebro apenas podía seguir el ritmo de lo que estaba pasando.Cuando Piero lo había llamado, no había imaginado ni por un instante que lo encontraría con una bebé en brazos y mucho menos que esa bebé sería su hija. Un accidente o quizás una mujer de la que no podía deshacerse. No una bebé.—Eres muy buena con Alba. —explicó Piero—. La cuidaste durante las últimas horas y lo manejaste muy bien, yo en cambio…—¿Y crees que mudarme contigo ayudará?—Estarías aquí en caso no supiera que hacer. Prometo que no te molestaré demasiado, pero me sentiría mejor contigo cerca.Piero debía de haber pasado por horas muy intensas desde que había descubierto que tenía una hija, así que Nerea trató de no tomarse a mal el hecho de que su amigo parecía haberse olvidado que ella tenía su propia vida y no pensa
Piero había comenzado a pensar que estaba mejorando en eso de ser padre. En los últimos tres días, Alba no había llorado tanto como antes y sentía que comenzaba a comprender sus necesidades. Claro que estaba recibiendo ayuda. Sus padres habían venido por las mañanas a echarle un vistazo y ofrecer consejos, y Nerea había cumplido con su palabra, ella había aparecido allí todas las tardes.Sin embargo, su seguridad se evaporó esa noche. Alba se había despertado alrededor de las diez de la noche y no había dejado de llorar desde entonces. Algo le molestaba, es solo que no tenía idea de qué. Le había cambiado el pañal y, pese a que no aun no era hora de alimentarla, le había ofrecido su leche. Apenas había tomado un sorbo antes de continuar llorando.El pediatra que había revisado a Alba el día anterior le había explicado que a veces ella podría mostrarse irritable y que siempre debía mantener la calma si quería que ella se tranquilizara. Pero sabía que aquello era algo más y lo confirmó
—¿Piero? —preguntó Nerea al ver que él no decía nada—. ¿Estás bien?—¿Qué? —Su amigo parpadeo y asintió—. Sí, sí.Sonrió sin creérselo del todo. Era comprensible que después del miedo que había pasado durante la noche, él estuviera todavía algo desorientado.Piero caminó hasta ella y le dio un beso en la mejilla.—Buenos días, princesa.Estaba demasiada sorprendida por su gesto que se olvidó de reprenderlo por aquel estúpido apodo. No era la primera vez que él le daba un beso en la mejilla, pero esta vez había sentido como si hubiera algo diferente. Tal vez eran alucinaciones suyas inducidas por la preocupación y la falta de sueño.—Veo que los círculos negros alrededor de tus ojos han desaparecido —comentó cuando recordó cómo hablar. Regresó su atención a lo que estaba haciendo—. Anoche te veías hecho un desastre.—¿Con que era así? —Piero sonaba divertido.—Sí. No dije nada para no herir tus sentimientos. Ambos sabemos lo importante que es para ti tu imagen.—Eres una gran amiga.—H
Los sentidos de Piero estaban enfocados en Alba, evaluando sí el sonido que hacían las personas al conversar o la música del supermercado era demasiado para ella. Esa era su primera salida y hasta el momento las cosas estaban marchando bien. Ella descansaba en su canguro para bebés atada a su pecho ajena a todo el ajetreo que sucedía alrededor.—En casa el mínimo ruido puede despertarla; sin embargo, aquí parece estar más que cómoda.—Está cerca de ti, creo que es lo único que le importa.Esperaba que fuera cierto. Quería que Alba siempre tuviera la seguridad de que había una persona en el mundo que la amaba y que siempre estaría allí para calmar su llanto.—¿Tu misión es llevarte toda la tienda? —preguntó Nerea viendo el carrito de compras.Estaba repleto y tal vez iban a necesitar uno más.—Algo parecido —respondió mientras tomaba algunas botellas de aceite—. No suelo estar mucho en casa, así que la alacena siempre está vacía. De no ser por mis padres, no habría subsistido todos est