Piero había comenzado a pensar que estaba mejorando en eso de ser padre. En los últimos tres días, Alba no había llorado tanto como antes y sentía que comenzaba a comprender sus necesidades. Claro que estaba recibiendo ayuda. Sus padres habían venido por las mañanas a echarle un vistazo y ofrecer consejos, y Nerea había cumplido con su palabra, ella había aparecido allí todas las tardes.
Sin embargo, su seguridad se evaporó esa noche. Alba se había despertado alrededor de las diez de la noche y no había dejado de llorar desde entonces. Algo le molestaba, es solo que no tenía idea de qué. Le había cambiado el pañal y, pese a que no aun no era hora de alimentarla, le había ofrecido su leche. Apenas había tomado un sorbo antes de continuar llorando.
El pediatra que había revisado a Alba el día anterior le había explicado que a veces ella podría mostrarse irritable y que siempre debía mantener la calma si quería que ella se tranquilizara. Pero sabía que aquello era algo más y lo confirmó al ver algunas manchas rojas en las manos de su hija.
Marcó el número del pediatra sin importarle la hora. No pensaba esperar hasta la mañana siguiente para esperar que es lo que le sucedía a su hija. Si tenía que pagar una fortuna solo para que el hombre revisara a Alba, pues que así fuera.
El doctor le hizo algunas preguntas sobre los síntomas de Alba y luego le aseguró que estaría allí pronto. Piero habría soltado un suspiro de alivio de no ser porque su hija seguía removiéndose incómoda mientras lloraba.
—¿Quieres que llame a Nerea? —le preguntó a su hija—. Ella me matará si se entera que estabas mal y no se lo dije.
Alba y Nerea parecían haberse acercado bastante en esos días. No le sorprendía ni un poco. Nerea era muy buena con su hija, tenía una especie de don. Sin embargo, su vínculo con su Alba era solo una excusa. Era él quien la quería allí para que le dijera que todo estaría bien. Aunque no se sentía cómodo llamándola a esas horas, ya había alterado suficiente su vida. Así que dejó el celular a un lado para no llamarla.
Pasó unos cinco minutos y se dio por vencido. Nerea era su mejor amiga, la persona con quien contaba en los mejores y peores momentos. Además, si había algo de cierto en sus palabras era que ella iba a estar muy molesta si se enteraba que no la había contactado cuando Alba se puso mal.
—¿Quién es? —preguntó Nerea con la voz somnolienta después de un par de timbrazos. Debía de haber contestado sin molestarse en ver el identificador de llamadas.
—Nerea, soy Piero. Lamento llamarte tan tarde. Se trata de Alba, está enferma.
—Estaré allí pronto —dijo su amiga y terminó la llamada.
El doctor fue el primero en llegar. Piero lo llevó hasta la habitación y dejó a su hija en la cama para que él pudiera evaluarla, aun cuando habría preferido mantenerla en sus brazos.
—¿Desde qué hora está así?
—Hace un par de horas. Al principio no creí que fuera algo grave. Como le dije ayer, las noches no han sido nada fáciles.
El doctor palpó el vientre de Alba y luego lo escuchó con su estetoscopio.
—¿Qué tiene? —preguntó tan pronto el pareció terminar de evaluarla. Levantó a Alba y continuó tratando de tranquilizarla.
—No es nada grave. Se le han acumulado gases en el estómago y lo que mencionaste como manchas rojas, se trata de sarpullido. ¿Cuántas veces ha hecho sus deposiciones en el día?
—Cuatro veces.
—Por sus síntomas, es muy probable que se trate de una reacción alérgica a la fórmula. ¿A menos que le hayas dado algo más?
—Solo la fórmula.
—Entonces esa es el responsable.
—Yo no lo sabía. —Se sentía culpable.
—No se preocupe, no había manera de saberlo antes de esto. Algunos bebés pueden ser sensibles a algunos componentes de las fórmulas y manifestarlo después de días o incluso semanas. Lo bueno es que ahora lo sabemos. Voy a prescribirle otra fórmula y su hija debería mejorar. De todas formas, debemos estar atentos.
—Por supuesto.
—Además, le daré medicación para aliviar los síntomas. Alba se sentirá bien casi de inmediato.
El doctor buscó en el maletín que había traído con él y se acercó a Alba para darle de beber dos medicamentos diferentes. Su hija presentó algo de lucha, pero el doctor se las arregló para distraerla.
—Muy bien, pequeña —dijo el hombre con una sonrisa y luego lo miró—. Dejaré esto aquí. En la mayoría de casos los síntomas desaparecen solos una vez retirado el alimento que produce la alergia.
—Muchas gracias por venir.
—No se preocupe.
Acompañó al doctor rumbo a la salida. Alba todavía se movía inquieta, pero no con la misma intensidad que antes. Estaban por llegar a la puerta, cuando esta se abrió y Nerea apareció. Le había dado una copia de la llave unos días atrás para que pudiera entrar sin problemas. Se dijo que era porque no quería que despertara a Alba tocando el timbre.
—Buenas noches —se despidió el doctor y pasó por el costado de Nerea.
—¿Qué es lo que tiene? —preguntó ella acercándose con el rostro llenó de preocupación. Aún estaba usando su pijama.
—Es una reacción alérgica, pero el doctor ya le dio su medicación.
—Pobre bebé —musitó Nerea con dulzura acariciando las mejillas de Alba.
Ahora que Alba parecía sentirse mejor, sus ojos se habían cerrado y respiraba pausadamente. Debía estar agotada de tanto llorar.
—No ha comido nada desde que se puso mal y seguro tendrá hambre pronto. El doctor me recomendó una nueva fórmula. ¿Te importaría quedarte con ella mientras voy a la farmacia? No quiero sacarla al exterior después de lo que paso.
—Descuida, yo me quedaré con ella.
—Gracias, iré tan rápido como pueda.
Pasó a Alba a los brazos de Nerea y esperó unos segundos para asegurarse de que no se despertaba llorando. Después agarró un abrigo que estaba colgado junto a la puerta y tomó las llaves antes de salir. Había una farmacia que atendía las veinticuatro horas del día, a unos quince minutos de viaje.
Tuvo suerte de encontrar la fórmula que el doctor le había recomendado. Compró un par de frascos y regresó a casa con la misma prisa. Al llegar a casa no vio a Nerea en la sala, así que asumió que se había ido a la habitación con Alba.
Soltó un bostezo. Estaba resultando ser un anoche más larga de lo usual. Fue a la cocina y preparó la leche de su hija, luego se dirigió hacia la habitación apagando todas las luces en el camino.
Como había supuesto, Nerea estaba en su habitación recostada con Alba a su lado.
—Llegas a tiempo, acaba de despertar hace unos segundos.
Piero dejó el biberón sobre el velador, se sentó en la cama con la espalda apoyada en las almohadas y con ayuda de Nerea acomodó a su hija en sus brazos. Acercó el biberón a los labios de su hija y esta vez ella bebió con su usual avidez.
—Buena niña —la felicitó—. Estaba asustado de que se tratara de algo más grave.
—Yo también. Cuando llamaste, todo tipo de pensamientos pasaron por mi cabeza. Es un hecho que los bebés te mantienen siempre alerta.
—Debes estar agotada, no quería molestarte.
—Fui yo quien te dijo que podías llamarme a cualquier hora, si me necesitabas. —Sus palabras lo tranquilizaron—. Pero creo que lo manejaste muy bien. El primer día te habrías puesto a llorar junto a Alba. —Nerea le sonrió.
—Seguro que hoy también estuve muy cerca de hacerlo.
Alba terminó su leche y él le retiró el biberón. Nerea se lo recibió para colocarlo sobre el velador mientras él le frotaba la espalda a su hija. Después de que ella soltó un eructo, él la arrulló un rato más.
—Es hora de dormir. —Acomodó a Alba en medio de la cama. Había comprado una cuna y la había armado, pero su hija no había dormido allí ni un solo día.
En cuanto levantó la mirada se encontró con los ojos de Nerea fijos sobre él, pero ella de inmediato miró hacia otro lado.
—Estaré en la habitación de invitados. Es demasiado tarde para conducir y así estaré cerca para ayudarte en caso el malestar volviera.
Estiró su mano y tomó a Nerea de la muñeca antes de que se levantara.
—Quédate aquí.
Tener un hijo era un reto. Siempre se había sentido seguro de sí mismo, pero eso había cambiado en un segundo con la bebé que descansaba en medio de la cama sin ninguna preocupación en el mundo. Ahora parecía que lo único que podía sentir era miedo, pero con Nerea a su lado, ese miedo dejaba de ser tan intenso.
—No veo otra cama por aquí —comentó ella.
Estaba demasiado cansado para aseverar si lo que había notado en su voz era nerviosismo.
—Esta es suficientemente grande para los dos.
Nerea debió notar que aún estaba asustado porque se limitó a asentir y se metió debajo de las cobijas junto a Alba.
Satisfecho, se recostó al otro lado de su hija y se acomodó mirándolas a ambas.
—Jamás esperé que utilizarás a una bebé para meterme en tu cama —dijo ella con una sonrisa que él no dudo en devolver.
—Pero aquí estás. Te dije que algún día sucedería.
Nerea sacudió la cabeza.
—Es bueno ver que aun puedes bromear. Buenas noches.
—Buenas noches, princesa.
—Tampoco tientes demasiado a tu suerte.
Nerea cerró los ojos y él la observó durante un instante. Era hermosa, no de esa belleza diseñada que mostraban en las portadas de revista, sino una mucho mejor. Una belleza natural que era difícil pasar desapercibida. Sus pestañas eran largas, su nariz pequeña y respingada, sus labios algo gruesos para su rostro —aun así, combinaban a la perfección. Tenía algunas pecas adornando su rostro y se preguntó dónde más las tendría. Sus pensamientos ya no eran claros.
Poco a poco sus ojos se fueron cerrando y se quedó dormido. Por primera vez en días pudo descansar con tranquilidad. Tal vez porque tenía a Nerea cerca para ayudarlo si algo salía mal.
Despertó con los rayos de sol filtrándose entre las cortinas. Estaba algo aturdido y lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscar a Alba y Nerea, pero el espacio junto a él estaba vacío y, por la temperatura de la cama, debía llevar un rato así.
Al saber que Alba estaba con Nerea se obligó al no perder la calma. Era su amiga de quien estaba hablando, ella era capaz de cuidar de su hija por un rato.
Buscó su celular para mirar la hora y vio que eran un poco más de las ocho. Había logrado dormir más de cinco horas corridas por primera vez desde que tenía a Alba y se sentía tan tentado a no levantarse por el resto del día, lástima que quedarse en cama ya no era una opción en su vida.
Se levantó y fue directo a la ducha. Incluso después de haber dormido una buena cantidad de tiempo, se sentía agotado y esperaba que el agua le ayudara a relajarse.
Entró a la cocina unos veinte minutos después, usando ropa ligera y con el cabello aún húmedo por el reciente baño. Se apoyó en el umbral de la cocina y disfrutó del espectáculo que se desarrollaba frente a él.
Nerea estaba moviéndose de un lado a otro como si fuera la dueña del lugar mientras se balanceaba al ritmo de la música que salía a volumen bajo por los parlantes, también cantaba —muy fuera de sintonía.
Se aclaró la garganta para llamar su atención al ver que ella todavía no se daba cuenta de su presencia.
—Oh, buenos días, extraño —dijo ella mirándolo sobre el hombro con una sonrisa enorme en el rostro.
Piero se quedó sin aliento al verla. ¿Acaso había algo diferente en ella esa mañana?
—¿Piero? —preguntó Nerea al ver que él no decía nada—. ¿Estás bien?—¿Qué? —Su amigo parpadeo y asintió—. Sí, sí.Sonrió sin creérselo del todo. Era comprensible que después del miedo que había pasado durante la noche, él estuviera todavía algo desorientado.Piero caminó hasta ella y le dio un beso en la mejilla.—Buenos días, princesa.Estaba demasiada sorprendida por su gesto que se olvidó de reprenderlo por aquel estúpido apodo. No era la primera vez que él le daba un beso en la mejilla, pero esta vez había sentido como si hubiera algo diferente. Tal vez eran alucinaciones suyas inducidas por la preocupación y la falta de sueño.—Veo que los círculos negros alrededor de tus ojos han desaparecido —comentó cuando recordó cómo hablar. Regresó su atención a lo que estaba haciendo—. Anoche te veías hecho un desastre.—¿Con que era así? —Piero sonaba divertido.—Sí. No dije nada para no herir tus sentimientos. Ambos sabemos lo importante que es para ti tu imagen.—Eres una gran amiga.—H
Los sentidos de Piero estaban enfocados en Alba, evaluando sí el sonido que hacían las personas al conversar o la música del supermercado era demasiado para ella. Esa era su primera salida y hasta el momento las cosas estaban marchando bien. Ella descansaba en su canguro para bebés atada a su pecho ajena a todo el ajetreo que sucedía alrededor.—En casa el mínimo ruido puede despertarla; sin embargo, aquí parece estar más que cómoda.—Está cerca de ti, creo que es lo único que le importa.Esperaba que fuera cierto. Quería que Alba siempre tuviera la seguridad de que había una persona en el mundo que la amaba y que siempre estaría allí para calmar su llanto.—¿Tu misión es llevarte toda la tienda? —preguntó Nerea viendo el carrito de compras.Estaba repleto y tal vez iban a necesitar uno más.—Algo parecido —respondió mientras tomaba algunas botellas de aceite—. No suelo estar mucho en casa, así que la alacena siempre está vacía. De no ser por mis padres, no habría subsistido todos est
Piero tomó el mando y apagó la televisión. No habían llegado ni a la mitad de la película cuando Nerea se quedó dormida con la cabeza sobre sus piernas. Era él quien la había acomodado allí cuando la vio dormitar. Nunca se quedaba dormida cuando se trataba de su película favorita, así que debía estar bastante cansada, algo lógico teniendo en cuenta lo del día anterior y que esa mañana se había levantado temprano.Nerea se veía bastante inofensiva cuando dormía, quién podría decir que era capaz de derribar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Recordó su enfrentamiento de la mañana. Nerea tenía una habilidad impresionante para luchar. De no haberla tomado por sorpresa, no estaba seguro de haber podido ganar. Aunque en ese momento lo menos que le había importado era su apuesta, había estado más concentrado en lo cerca que estaban sus cuerpos y lo fácil que sería cerrar el espacio que los separaba.Sus ojos se posaron en sus labios. Había estado tan cerca de probarlos y quería c
Nerea mantuvo sus ojos sobre Marena, lista para arrebatarle a Alba de ser necesario.Era consciente que estaba a la defensiva, pero cómo no estarlo, cuando las dos únicas ocasiones en las que se había encontrado con la madre de Piero, la había tratado como si quisiera deshacerse de ella. Su trato le desagradaba, pero se había hecho a la idea de que no había nada que pudiera hacer para agradar a la mujer. Sin embargo, la historia con Alba era diferente, no iba a dejar que la dulce pequeña pasara un mal momento.—¿Cuánto tiempo tiene? —preguntó la madre de Piero.—Alrededor de tres semanas.—Es… hermosa.Se relajó al escucharla decir aquello. Por primera vez, desde que había llegado, Marena no parecía a punto de saltar a la yugular de alguien. Al parecer, la reina de hielo tenía un corazón después de todo.Jamás la había visto interactuar con el hijo de Adriano, así que cuando Piero le dijo que era buena con Leandro, había tenido sus dudas.—Lo sé. —El orgullo estaba impregnado en las p
Piero nunca se había caracterizado por ser alguien paciente, pero sabía que lo mejor que podía hacer es darle tiempo a Nerea antes de hablar sobre lo que había sucedido esa mañana. Él mismo aún estaba tratando de entender sus acciones.No se arrepentía, ni siquiera un poco. ¡Diablos! Si no fuera una mala idea, la volvería a besar y esta vez no se detendría. Pero no iba a arruinar su amistad solo por un momento de pasión. —Ella dormirá al menos por las próximas horas —comentó Nerea dejando a Alba en su cuna—. Creo que la pasó bien.—Antes o después de dar una batalla para dormirse —dijo dejando a un lado sus cavilaciones.Nerea se dio la vuelta y él no pudo evitar mirar sus labios. Desvió la mirada de inmediato, pero ella lo había notado. Podía ver el rubor extenderse por su rostro.Los dos se quedaron mirándose en silencio y con cada segundo que transcurría este se volvía más incómodo. Lo odiaba. Los dos siempre se habían sentido relajados en presencia del otro.—Yo… Debería ir a al
Nerea llevó ambas manos a la nuca y se lo masajeó. Tenía el cuello tenso después de pasarse la mañana frente a su computadora. La actualización del sistema había comenzado apenas hace unos segundos porque primero había tenido que hacer una revisión de la base de datos para comprobar que no hubiera ningún problema. El error que había experimentado la compañía de Fabrizio, no habías sido nada grave; pero cuando se trataba de seguridad ningún detalle podía pasarse por alto. —Podría darte un masaje. Levantó la mirada de golpe al escuchar a Piero. No lo había visto desde que salió de su casa. Había estado demasiado ocupada con el trabajo, pero esa era solo la excusa que se decía para no sentirse mal por haber desaparecido. —¿Cuánto tiempo llevas aquí? —No luzcas tan emocionada de verme —comentó él con una sonrisa de lado. Piero entró en la oficina y cerró la puerta detrás de él. El espacio se volvió reducido con el allí. —Lo siento, me tomaste por sorpresa. —Me di cuenta de eso. Siem
Piero miró de reojo a Nerea. Ella no había dicho nada desde que las puertas de ascensor se cerraron, dejando atrás al par de mujeres. Asumió que aún estaba molesta por lo que había dicho después de besarla ¿O era por que la había besado? En serio esperaba que no.La había jodid0. Si tan solo se hubiera guardado sus manos y labios para sí mismo hasta después de haber hablado con ella. Estaban caminando sobre terreno peligroso, un paso en falso y se arriesgaba a alejarla aún más.En su defensa solo era capaz de decir que al verla cualquier pensamiento de hacer las cosas bien, había desaparecido.—Si lo deseas, puedo cuidar de Alba esta noche —dijo Nerea a su hija que se había quedado dormida hace poco.Giró la cabeza. —¿Te quedarás con nosotros?—Solo por esta noche, así puedes salir.No pasó por alto el borde filoso de sus palabras.—¿Salir? ¿A dónde?—Ya sabes, con la señorita sonrisas. —Nerea hizo un gesto hacia su mano.Bajó la mirada y se dio cuenta que aún estaba sosteniendo el
Nerea había cumplido con su misión. Piero y Alba se habían realizado su prueba de ADN y ella no tenía nada más que hacer allí. Necesitaba marcharse a su departamento para lamerse sus heridas en privado, pero primero debía encontrar la manera de escapar de Piero. Él la había tomado de la mano en cuanto salieron de la sala de exámenes y no la había soltado desde entonces. No iba a aceptar lo mucho que le gustaba ese simple gesto. —Tomaré un taxi. Piero continuó caminando. —Piero, por favor. —Se sentía débil emocionalmente. —Te escuche, pero creo que se te olvidó que acordamos hablar. —Jamás accedí. Piero se quedó en silencio. —Si tienes algo que decirme algo, puedes hacerlo aquí. —Se convenció de que sería más fácil si la rechazaba de una vez. Piero se detuvo junto a su auto y soltó su mano para abrir la puerta del copiloto. —Sube —ordenó él. —No. —Se cruzó de brazos. Él sonrió. —Nerea, tienes dos opciones: O subes por ti misma o te cargaré dentro; pero no te irás sin que ha