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Capítulo 3: Una mala idea

Nerea aún estaba procesando el hecho de que su mejor amigo tenía una hija y ahora salía con que quería que se mudara con él.

—¿Por qué? —Eso de seguro no era lo que debería de haber dicho, pero su cerebro apenas podía seguir el ritmo de lo que estaba pasando.

Cuando Piero lo había llamado, no había imaginado ni por un instante que lo encontraría con una bebé en brazos y mucho menos que esa bebé sería su hija. Un accidente o quizás una mujer de la que no podía deshacerse. No una bebé.

—Eres muy buena con Alba. —explicó Piero—. La cuidaste durante las últimas horas y lo manejaste muy bien, yo en cambio…

—¿Y crees que mudarme contigo ayudará?

—Estarías aquí en caso no supiera que hacer. Prometo que no te molestaré demasiado, pero me sentiría mejor contigo cerca.

Piero debía de haber pasado por horas muy intensas desde que había descubierto que tenía una hija, así que Nerea trató de no tomarse a mal el hecho de que su amigo parecía haberse olvidado que ella tenía su propia vida y no pensaba dejarla a un lado solo porque él la quería para hacer de niñera de su recién descubierta hija. Y no es que la bebé no le gustara, por el contrario, estaba encantada con ella; sin embargo, vivir con Piero sería una muy mala idea.

—Puedes contratar una niñera.

—No confió en nadie como en ti.

—Te agradezco por eso, pero no. Ya tengo un trabajo y me gusta mucho. —Podía trabajar desde cualquier lugar del mundo, solo necesitaba su computadora y un lugar donde acomodarse. Pero ese no era el real problema. 

—Vamos, Nerea, solo será hasta que me adapte a todo esto. Necesito a alguien que me cubra las espaldas mientras tanto. Te necesito a ti.

Desvió la mirada hacia la bebé para evitar fijarse en aquellos ojos que podían hacerle ceder a cualquier cosa. No era justo que Piero tuviera tal poder sobre ella. Sin importar cuanto intentara resistirse, su determinación siempre terminaba flaqueando frente a él. Tal vez la única cosa en la que se había mantenido firme desde que lo conoció, era en quedarse fuera de su cama.

Piero no era alguien a quien le gustaba el compromiso y Nerea no quería ser una más en su lista. No estaba buscando su príncipe azul, pero no se conformaría con nada menos que una relación sincera.

Vivir con Piero sería una completa locura. Pasarían mucho tiempo juntos y eso no ayudaría en su misión por olvidar su estúpido enamoramiento.

—No puedo, tengo muchas responsabilidades. Aunque puedo darte una mano de vez en cuando. Incluso puedo ayudarte a buscar alguien para que te ayude a cuidarla.

Su amigo soltó un suspiro.

—Está bien.

Se dijo que había tomado la decisión correcta.

—Debería irme —musitó poniéndose de pie.

Piero se levantó de un brinco con la cara llena de terror.

Sonrió mientras sacudía la cabeza. No debería disfrutar tanto el hecho de verlo tan espantado, pero era raro verlo tan fuera de control. Por lo general, era alguien relajado.

—¿Tan pronto?

—Son casi las ocho de la noche, mañana debo ir temprano a la oficina a revisar algunas cosas.

—Al menos quédate a cenar, calentaré algo para nosotros.  

Esta vez Nerea no pudo decir que no. ¿Qué eran algunos minutos más?

—Solo por qué es la comida de Ava.

—Yo también soy un buen cocinero.

—No me escucharás aceptarlo, tu ego ya es demasiado grande sin mi ayuda. 

Piero sonrió divertido.

—Espera justo aquí, vuelvo enseguida.

Piero desapareció rumbo a la cocina antes de que pudiera decir algo.

Se sentó en su mismo lugar y se distrajo observando a Alba. Entendía por qué su amigo no podía quitarle la vista de encima. Era una cosita diminuta y tierna.

Piero regresó poco después con dos platos de comida en la mano, le tendió uno y luego se sentó a su lado.

—Gracias por hoy. No sé qué habría hecho sin ti.

—Ni lo intentes.

—¿Qué? ¿Agradecerte? —preguntó él con la mirada más inocente que pudo poner.

Como si ella fuera a tragarse ese cuento.

—Manipularme con elogios. No voy a mudarme contigo. 

—Me conoces demasiado bien.

Los dos comieron en silencio algunos minutos antes de que Piero volviera a hablar.  

—Podría pagarte el doble de lo que ganas e incluso el triple.  

—Piero… —advirtió.

—Está bien, está bien. No insistiré más y lo siento. Sé que estoy siendo injusto al pedirte que dejes todo a un lado para ayudarme. En mi defensa, estoy algo desesperado y demasiado agotado como para pensar con claridad.

—Lo sé y es por eso que aún no te he dado una paliza, pero no sigas tentando a tu suerte.

Piero le dio esa sonrisa ladina que enloquecía a la mitad de la población femenina. Ella no era inmune, pero al menos sabía disimularlo muy bien.  

—¿Qué harás con tu trabajo? —preguntó cambiando de tema.

—Supongo que es hora de dejarlo. No podría irme de viaje durante días o incluso semanas dejándola atrás. Sin importar si la dejo al cuidado de alguien, me la pasaría preocupado por su bienestar. Todavía no sé qué haré después, es algo que averiguaré con el tiempo.

Nerea lo lamentó por su amigo. Él amaba lo que hacía. Viajar constantemente y aventurarse en sitios peligrosos. No debía de ser nada fácil renunciar a ello. Incluso si él no podía verlo ahora, sería un buen padre... De hecho, ya lo era.

—Jamás pensé que sería así como me convertiría en padre. Si soy honesto, ni siquiera me había detenido a considerar el hecho de formar una familia. No es que planeara quedarme solo por siempre, pero no estaban en mis planes cercanos. 

—A veces las cosas no resultan como esperamos.

Terminaron de comer hablando de cosas sin mucha importancia, siempre tratando de no elevar demasiado la voz para evitar molestar a Alba. Ni por un instante se le ocurrió sugerir que la llevaran a la habitación. De haberlo hecho, Piero la habría mirado como si hubiera dicho un sacrilegio. Era obvio que, por el momento, él se sentía capaz de dejarla fuera de su vista.

—Todo saldrá bien —musitó abrazando a su amigo.

—Sigo escuchando lo mismo, espero que tengan razón.

Nerea dio un paso hacia atrás antes de comenzar a sentirse muy cómoda en sus brazos.

—¿Es en serio? ¿Estás dudando de mí? Sabes que siempre tengo la razón.

—Es verdad. Tonto de mi parte.

—Nos vemos mañana, vendré por la tarde. No dudes en llamarme si algo llegara a ocurrir. Estaré aquí de inmediato.

—Gracias.

Se alejó rumbo a la puerta, salió al exterior y después de una última mirada hacia la casa de su amigo se montó detrás del volante. No estaba tranquila dejándolo solo, pero debía irse.

Llegó a su departamento bastante rápido. Vivía en la que alguna vez había sido el piso de su papá. Un regalo de sus cumpleaños dieciocho, pero no había sido hasta hace menos de un año que se había mudado. Su papá no había estado muy contento cuando le anunció que se iba a mudar, pero de todas formas la había ayudado a trasladar sus cosas.

El edificio estaba en una zona segura y tenía su propio guardia. Era probable que ese fuera por el que su padre no había puesto muchas objeciones, eso y que seguro había mandado a investigar a todos en el edificio para asegurarse que no había nadie peligroso viviendo cerca de ella. En temas de seguridad su padre nunca se tomaba nada a la ligera y menos cuando se trataba de su esposa e hijas.

Encendió la luz de la sala y caminó directo al sofá donde se dejó caer. Soltó un suspiro. Era un lio confuso de emociones a las que no quería dedicarles demasiado tiempo.

Tomó su celular y marcó el número de su madre. Sus padres eran su puerto seguro. Sin importar qué, ellos siempre estaban allí para ella.

—Cariño, ¿cómo estás?

Una sonrisa se extendió en su rostro al escuchar a su mamá. Su voz tenía siempre una energía contagiosa. Su madre era lo que podía llamarse un alma siempre joven. Era alguien alegre que veía lo mejor en las personas y se preocupaba por sus seres queridos.

—Todo bien —respondió.

—¿Segura? Porque yo me escuchaba más sincera cuando le dije a tu padre que me gustaba su nueva camiseta y déjame decirte que era una completa mentira.

—Escuché eso —dijo su padre cerca del teléfono.

—No es como si fuera un secreto. Debiste adivinarlo cuando no la encontraste entre tus cosas esta mañana. Eres bastante bueno resolviendo misterios.  

Nerea sofocó una carcajada. Casi podía ver a su padre intentando mantenerse serio.

—Pequeña listilla, te aseguro que te castigaré por eso.

—Suficiente información —interrumpió a sus padres antes de que se olvidaran de ella. Solía pasar a menudo que se sumergían en su propia burbuja. Eran bastante tiernos, pero no dejaba de ser incómodo cuando se trataba de tus padres.

—Entonces ¿qué es lo que sucede? —preguntó su madre.

—Alistaré mis herramientas —ofreció su padre.

—No es necesario. En serio estoy bien, solo tuve un día largo. —Un bostezo se le escapó para reforzar sus palabras.

—Me comentaron que saliste temprano de la oficina.

—Papá, ¿estás vigilándome?

—No, es información que compartieron conmigo sin necesidad de requerirla.

Soltó una carcajada.

—¿Aprendiste esa defensa de mamá? Sí, salí temprano. Piero me llamó, tenía una emergencia.

Ninguno de sus padres hizo ningún comentario, lo cual era muy extraño tratándose de ellos. Su madre siempre tenía algo que decir y su padre —que no hablaba demasiado— podía comunicar bastante con una sola palabra.

—¿Todo bien con él? —preguntó por fin su mamá.

—Algo así —se limitó a decir. No sabía si podía compartir lo que él le había contado. Era su noticia para compartir. 

Nerea desvió el tema antes de que su madre intentara averiguar más. Después unos cinco minutos terminó la llamada sintiéndose más tranquila.

Tomó un baño antes de irse a la cama, pero incluso estando tan cansada como estaba no pudo dormirse de inmediato. Se sentía demasiado preocupada por Piero. Tal vez sí podía irse a vivir con él durante un tiempo, al menos hasta que…

—Basta —dijo en voz alta acomodando su almohada—. Es una mala idea y lo sabes.

Tardó al menos otra media hora en quedarse dormida y hasta el último momento tuvo varias discusiones internas sobre por qué no era una buena idea mudarse con Piero.

El trabajo la mantuvo lo suficientemente ocupada durante la mañana siguiente como para no pensar más en el asunto, pero en cuanto llegó la hora del almuerzo estuvo de nuevo con ello.

—¿Almorzarás aquí? —preguntó Claudia mientras se dirigían al ascensor.

Claudia era una de las guardaespaldas que trabajaba en B Security y su amiga. Por lo general, se encargaba de trabajos temporales como cuidar de artistas durante sus giras. Los cantantes siempre necesitaban de vigilancia extra cuando estaban dando conciertos.

—Lo siento. Me iré temprano.

—¿Otra vez?

—Sí, me comprometí a ayudar a Piero con algo.

—Intentaré no sentirme celosa por eso —comentó su amiga con una sonrisa—. No sabía que estaba en la ciudad.

—Llegó hace unos días.

—¿Y ya se metió en problemas?

—Jamás dije que lo hubiera hecho.

—Si necesita tu ayuda, seguro es porque está en algún problema. Él no puede vivir sin ti.

—No es así.

—Claro que sí. Recuerdas esa vez que se enfermó con gripe y decía que estaba tan mal que era hora de que hiciera su testamento.

Nerea soltó una carcajada. Piero era bastante exagerado cuando se enfermaba.

—Por supuesto que lo recuerdo.

—Te llamó e imploró que no lo abandonarás.

—Puede que la fiebre o toda la medicación que ingirió tuviera algo que ver con eso.

—También esta esa otra vez… —continuó su amiga ignorándola.

—De acuerdo, entendí tu punto. —Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento—. Tengo que irme.  

—Está bien. Solo cuídate, ¿ok?

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