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Capítulo 2: Un poco de ayuda

Piero se sentía un completo inútil y era muy probable que lo fuera en lo que respectaba a cuidar de Alba —como había decidido llamar a su hija. Sin embargo, no era alguien derrotista, por el contrario, todos lo conocían por ser demasiado persistente y esta vez no iba a ser diferente.

Alba había llorado constantemente desde que llegaron a su casa, esa misma mañana. Después de estar en casa de sus padres durante tres días, había decidido que era hora de enfrentarse a la situación por sí solo. Era un hombre adulto y sus padres no iban a estar todo el tiempo para ayudarlo. Mientras más pronto aprendiera a cuidar de Alba por su cuenta, mejor.

Su decisión comenzaba a flaquear al ver a su hija llorar. Había revisado su pañal y había intentado alimentarla sin ningún resultado. Era claro que ninguna de esas cosas eran el motivo de su molestia. Si tan solo pudiera comunicarse con ella, las cosas serían un poco más fáciles.

El único momento en el que ella se calmaba, era cuando se acomodaba en el sofá con ella sobre su pecho y hablaba sin parar. Se había retirado la camiseta porque su hermano le había recomendado que el contacto piel a piel siempre ayudaba.

Tan pronto se quedaba en silencio, ella empezaba a quejarse y empeoraba si él intentaba moverse.

—Sabes cómo salirte con la tuya —musitó—, eso es seguro. Típico de un De Luca.

Piero no tenía ningún problema en quedarse así, si eso la hacía feliz. Al menos no mientras no tuviera hambre o quisiera ir al baño, lo cual sucedería más tarde que temprano. Era casi la hora del almuerzo.

—Soy un desastre en esto. Fabrizio lo hacía ver tan fácil. Deberías verlo, siempre sabe qué hacer. Aunque en mi defensa, él tuvo nueve meses para prepararse. —Se calló y esperó unos segundos. Alba se removió en sus brazos tal y como esperaba—. Necesito ayuda.

Estiró la mano y agarró su celular de la mesita de café. El número de su mamá estaba en marcación rápida, solo tenía que presionar un botón y decirle lo que estaba sucediendo. Ella estaría allí sin dudar. Pero no fue a su mamá a quien llamó.

—Hola, tú —dijo Nerea—. Creí que habías vuelto a viajar o que estabas dentro de las faldas de alguna de tus conquistas.

Sonrió al escuchar su voz. Había algo en la voz cantarina de su mejor amiga, que podía animarlo incluso en los peores días. Su franqueza era un bonus extra. Nerea no tenía pelos en la lengua al momento de expresar lo que pensaba.

—Lo siento por no llamar antes, pero estaba ocupado. —Miró a su hija—. Demasiado ocupado. Además, tú también puedes llamar.

—Creo que paso. La última vez no terminó bien para ti.

Piero apenas logró contener una carcajada ante el recuerdo.

Una de las mujeres con las que había pasado la noche, había contestado su celular mientras él estaba en la ducha. Nerea se había hecho pasar por una ex novia que estaba tratando de ubicarlo para decirle que tenía una enfermedad de transmisión sexual y que era él quien debía de habérsela contagiado.

La chica había desaparecido para cuando él salió del baño. Ni siquiera se había molestado en colgar. En cuanto él se puso al teléfono al escuchar la voz de su amiga, ella se había comenzado a reír como maniática. Su molestia no había durado demasiado, solo hasta que le devolvió el favor.

Alba soltó un suspiro recordándole el motivo de su llamada.

—Nerea, necesito tu ayuda. Es urgente.

—Voy para allá. —Esa era Nerea, siempre podías contar con ella en cualquier momento—. ¿Hay algo que necesites que lleve? ¿Medicamentos? ¿Una pala? Sé dónde esconder un cadáver.

—Ni siquiera voy a preguntar porque sabes algo como eso. Y no es necesario que traigas nada. No estoy lastimado y tampoco maté a nadie.

—Nunca se sabe.

La primera vez que había intercambiado más de unas palabras con Nerea, se había dado cuenta que había mucho más allá de su fachada reservada. Ella solo se dejaba ver por completo frente a las personas en las que confiaba. A él le había tomado algo de tiempo ganarse su confianza y conocer a la verdadera Nerea. Ella tenía mucho de su padre, pero también estaba igual de loca que su madre. No es que lo fuera a decir en voz alta delante de ninguna de ellas, amaba su vida demasiado.

—Descuida, no necesito nada —insistió.  

—Nos vemos en media hora, entonces.

La siguiente media hora se quedó en su misma posición, aun cuando comenzaba a ser incómodo, y le habló a su hija sobre su trabajo. No parecía un tema interesante para un bebé recién nacido, pero ella no se quejó.

Piero maldijo por lo bajo cuando el sonido del timbre despertó a Alva. Ella se removió y en su rostro se formó ese puchero tan característico de ella. Era una cosita tan tierna, incluso cuando hacia muecas.

—Descuida, cariño, es el refuerzo.

La levantó y colocó su mentón en su hombro mientras le frotaba la espalda. Empezó a tararear una de las tantas canciones que su mamá le había cantado cuando era niño. No recordaba muy bien la letra y tampoco tenía el ritmo de su mamá, así que hizo lo mejor que pudo.

Avanzó hasta puerta y la abrió.

A su amiga le tomó un milisegundo reparar en la bebé en sus brazos. Abrió la boca un par de veces y en ambas ocasiones las cerró sin decir nada.

—¿Dime que no secuestraste un bebé? —preguntó ella por fin.

—No lo hice.

—Ese es un buen comienzo. ¿Por qué no traes camiseta?

—Se supone que ayuda a calmar a la bebé.

Nerea musitó algo en voz baja que él no logró comprender y no tuvo tiempo de preguntar porque Alba comenzó a llorar.

Soltó un suspiro.

—Pasa, por favor.

Su amiga entró y cerró la puerta detrás de ella.

—¿Puedo? —preguntó Nerea extendiendo las manos.

—Nerea te presento a Alba —las presentó antes de entregársela, él ya no sabía que más hacer para calmarla.

—¿Tienes alguna manta?

Asintió y se adelantó hasta la sala. Levantó la manta que estaba sobre uno de los sillones.

—Colócalo sobre el sofá —ordenó ella sin perder la calma.

Nerea se acercó a la manta una vez él acomodó la manta. Colocó a Alba encima luego la envolvió con ella. Después la acomodó en sus brazos y comenzó a balancearla de un lado a otro.

Alba todavía estaba algo inquieta, pero su llanto se detuvo.

—¿Entonces? ¿Quién pensó que sería buena idea dejarte a cargo de un bebé?

—Oye no soy tan malo.

—No dije eso. —La sonrisa burlona en el rostro de Nerea decía todo lo contrario—. ¿Me piensas decir de donde la sacaste?

Piero inhaló profundo mientras tomaba valor para decirle su vínculo con Alba. No estaba seguro por qué estaba tan nervioso.

—Alguien la dejó en la puerta de casa de mis padres, no sé quién es su madre y… al parecer soy su padre.  

Nerea levantó la cabeza y lo miró con los ojos llenos de sorpresa. Piero se habría echado reír si no fuera porque aún estaba en shock. Y no se le ocurría ninguna broma para aligerar la tensión del momento.

—¿Es tu hija?

—Sí, bueno… creo que sí.

Nerea se quedó en silencio.

La conocía muy bien para saber que tenía tantas cosas que preguntarle, pero se las estaba reservando para más tarde.

—¿Quieres comer algo? —preguntó—. No sé cuánto tiempo estará tranquila antes de que empiece a llorar otra vez. Siento que es lo único que hace cuando está conmigo.

Nerea asintió.

—Por cierto, como lograste calmarla tan rápido.

—Práctica. Hice de niñera mientras estaba en el colegio y tengo algunos trucos bajo la manga.

Caminaron hasta la cocina y Piero se acercó al refrigerador para sacar alguna de las comidas que su madre le había empacado esa mañana. Gracias a ella no iba a pasar hambre al menos un par de días. Vació el contenido en dos platos y los calentó en el microondas.

—¿Estás seguro que no sabes quién es su mamá?

—Ni la mínima idea.

Nerea no lo juzgó, pero no era necesario que dijera algo para saber que no estaba contenta con él.

—¿Y cómo puedes estar seguro de que es tu hija? Tal vez deberías hacerte una prueba de ADN.

Piero también había pensado en ello, pero algo lo detenía.

—Lo haré, pero no ahora. Alba tuvo unos días muy intensos, no quiero arriesgarme a que se enferme.

—Quizás tienes razón, pero no tardes demasiado. Podrías meterte en algunos problemas si no es tuya.  

Estaba consciente de eso, pero tenía muchas cosas entre manos. Seguro la prueba de ADN podía esperar.

Durante el resto de la comida Nerea habló de diferentes cosas para distraerlo y él estaba agradecido por ello. Necesitaba distraerse un poco.

Un bostezo escapó de su boca justo cuando estaba punto de terminar su comida. Estaba agotado, la noche anterior tampoco había dormido mucho. Se había despertado cada vez que Alba hacia un sonido o se movía. Y luego se había tenido que levantar para prepararle la fórmula y cambiarle el pañal.

—Te ves horrible —comentó Nerea.

—Gracias, se aprecia la honestidad.

Nerea le dio un guiño.

—Siempre. Ve a descansar un rato.

Piero miró a Alba, aún en brazos de su amiga, y abrió la boca para negar. Si algo le pasaba mientras dormía.

—Tranquilo, yo me encargaré de ella.

—¿Estás segura?

—Sí.

—Debes comprobar la leche antes de dársela, no debe estar muy…

—Caliente, lo sé.

—También debes cambiarle el pañal, se irrita si está húmedo. Además…

Su amiga tenía una sonrisa enorme y sus ojos brillaban con diversión.

—Piero, tengo todo bajo control.

Dudó un par de segundos y luego se acercó hasta Alba. Le dio un beso en la frente antes de mirar a su amiga.

—Gracias.

—No agradezcas tan pronto. Me cobraré el favor.

Sonrió.

—No esperaba menos.

Se dio la vuelta y se marchó a su habitación. Al entrar lo primero que pensó fue en que tenía que conseguir una cuna para Alba, aunque tal vez no la iba a usar muy pronto. Tenía tantas cosas en las que pensar.

Se acercó a la cama como un zombi, ni siquiera se molestó en destapar las sábanas, tan solo se dejó caer boca abajo sobre la cama y se quedó dormido.

Cuando despertó, su habitación estaba sumergido en la completa oscuridad. Al principio no podía recordar mucho, pero tan pronto el nombre de su hija vino a su mente, salió disparado de la cama. De milagro no se golpeó con nada de camino hacia la puerta. ¿Cuánto tiempo se había dormido?

Encontró a Nerea en la sala, estaba sentada en el sofá con un libro en las manos. Desde su ángulo no podía ver a su hija.

—Ella está descansando —dijo ella levantando la cabeza y dejando el libro a un lado.

Piero se acercó y por fin vio a Alba descansando dentro de su cesta a un lado de Nerea.

—Así de fácil ¿eh?

—Ella puede sentir tu nerviosismo y eso la pone tensa. Necesitas relajarte un poco.

Piero no creía que fuera capaz de hacerlo.

—Tengo tanto que aprender. Fabrizio me explicó algunas cosas, pero creo que me olvidé la mayoría en cuanto él colgó.

Se sentó a lado de Alba, con los ojos fijos en su rostro.

—Descuida, lo harás bien con el tiempo.

—No creo que ella tenga la paciencia para esperar que su inútil padre aprenda.

Nerea soltó una risa, pero se calló de inmediato.

—No eres inútil… bueno quizás un poco, pero puedes mejorar.

—¿Así que puedo ser un mejor inútil? —bromeó. Se sentía de mejor humor ahora que había descansado.

Alba se movió dentro de su cesta. Él estaba punto de lanzarle a levantarla, pero Nerea intervino. Solo necesito de un arrullo y su hija estaba en silencio otra vez.

—Te lo dije, necesitas relajarte un poco.

Nerea era tan buena en eso, tal vez si él tuviera a alguien como ella para ayudarlo… Entonces se le ocurrió una idea.

—Múdate conmigo.

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