Piero se sentía un completo inútil y era muy probable que lo fuera en lo que respectaba a cuidar de Alba —como había decidido llamar a su hija. Sin embargo, no era alguien derrotista, por el contrario, todos lo conocían por ser demasiado persistente y esta vez no iba a ser diferente.
Alba había llorado constantemente desde que llegaron a su casa, esa misma mañana. Después de estar en casa de sus padres durante tres días, había decidido que era hora de enfrentarse a la situación por sí solo. Era un hombre adulto y sus padres no iban a estar todo el tiempo para ayudarlo. Mientras más pronto aprendiera a cuidar de Alba por su cuenta, mejor.
Su decisión comenzaba a flaquear al ver a su hija llorar. Había revisado su pañal y había intentado alimentarla sin ningún resultado. Era claro que ninguna de esas cosas eran el motivo de su molestia. Si tan solo pudiera comunicarse con ella, las cosas serían un poco más fáciles.
El único momento en el que ella se calmaba, era cuando se acomodaba en el sofá con ella sobre su pecho y hablaba sin parar. Se había retirado la camiseta porque su hermano le había recomendado que el contacto piel a piel siempre ayudaba.
Tan pronto se quedaba en silencio, ella empezaba a quejarse y empeoraba si él intentaba moverse.
—Sabes cómo salirte con la tuya —musitó—, eso es seguro. Típico de un De Luca.
Piero no tenía ningún problema en quedarse así, si eso la hacía feliz. Al menos no mientras no tuviera hambre o quisiera ir al baño, lo cual sucedería más tarde que temprano. Era casi la hora del almuerzo.
—Soy un desastre en esto. Fabrizio lo hacía ver tan fácil. Deberías verlo, siempre sabe qué hacer. Aunque en mi defensa, él tuvo nueve meses para prepararse. —Se calló y esperó unos segundos. Alba se removió en sus brazos tal y como esperaba—. Necesito ayuda.
Estiró la mano y agarró su celular de la mesita de café. El número de su mamá estaba en marcación rápida, solo tenía que presionar un botón y decirle lo que estaba sucediendo. Ella estaría allí sin dudar. Pero no fue a su mamá a quien llamó.
—Hola, tú —dijo Nerea—. Creí que habías vuelto a viajar o que estabas dentro de las faldas de alguna de tus conquistas.
Sonrió al escuchar su voz. Había algo en la voz cantarina de su mejor amiga, que podía animarlo incluso en los peores días. Su franqueza era un bonus extra. Nerea no tenía pelos en la lengua al momento de expresar lo que pensaba.
—Lo siento por no llamar antes, pero estaba ocupado. —Miró a su hija—. Demasiado ocupado. Además, tú también puedes llamar.
—Creo que paso. La última vez no terminó bien para ti.
Piero apenas logró contener una carcajada ante el recuerdo.
Una de las mujeres con las que había pasado la noche, había contestado su celular mientras él estaba en la ducha. Nerea se había hecho pasar por una ex novia que estaba tratando de ubicarlo para decirle que tenía una enfermedad de transmisión sexual y que era él quien debía de habérsela contagiado.
La chica había desaparecido para cuando él salió del baño. Ni siquiera se había molestado en colgar. En cuanto él se puso al teléfono al escuchar la voz de su amiga, ella se había comenzado a reír como maniática. Su molestia no había durado demasiado, solo hasta que le devolvió el favor.
Alba soltó un suspiro recordándole el motivo de su llamada.
—Nerea, necesito tu ayuda. Es urgente.
—Voy para allá. —Esa era Nerea, siempre podías contar con ella en cualquier momento—. ¿Hay algo que necesites que lleve? ¿Medicamentos? ¿Una pala? Sé dónde esconder un cadáver.
—Ni siquiera voy a preguntar porque sabes algo como eso. Y no es necesario que traigas nada. No estoy lastimado y tampoco maté a nadie.
—Nunca se sabe.
La primera vez que había intercambiado más de unas palabras con Nerea, se había dado cuenta que había mucho más allá de su fachada reservada. Ella solo se dejaba ver por completo frente a las personas en las que confiaba. A él le había tomado algo de tiempo ganarse su confianza y conocer a la verdadera Nerea. Ella tenía mucho de su padre, pero también estaba igual de loca que su madre. No es que lo fuera a decir en voz alta delante de ninguna de ellas, amaba su vida demasiado.
—Descuida, no necesito nada —insistió.
—Nos vemos en media hora, entonces.
La siguiente media hora se quedó en su misma posición, aun cuando comenzaba a ser incómodo, y le habló a su hija sobre su trabajo. No parecía un tema interesante para un bebé recién nacido, pero ella no se quejó.
Piero maldijo por lo bajo cuando el sonido del timbre despertó a Alva. Ella se removió y en su rostro se formó ese puchero tan característico de ella. Era una cosita tan tierna, incluso cuando hacia muecas.
—Descuida, cariño, es el refuerzo.
La levantó y colocó su mentón en su hombro mientras le frotaba la espalda. Empezó a tararear una de las tantas canciones que su mamá le había cantado cuando era niño. No recordaba muy bien la letra y tampoco tenía el ritmo de su mamá, así que hizo lo mejor que pudo.
Avanzó hasta puerta y la abrió.
A su amiga le tomó un milisegundo reparar en la bebé en sus brazos. Abrió la boca un par de veces y en ambas ocasiones las cerró sin decir nada.
—¿Dime que no secuestraste un bebé? —preguntó ella por fin.
—No lo hice.
—Ese es un buen comienzo. ¿Por qué no traes camiseta?
—Se supone que ayuda a calmar a la bebé.
Nerea musitó algo en voz baja que él no logró comprender y no tuvo tiempo de preguntar porque Alba comenzó a llorar.
Soltó un suspiro.
—Pasa, por favor.
Su amiga entró y cerró la puerta detrás de ella.
—¿Puedo? —preguntó Nerea extendiendo las manos.
—Nerea te presento a Alba —las presentó antes de entregársela, él ya no sabía que más hacer para calmarla.
—¿Tienes alguna manta?
Asintió y se adelantó hasta la sala. Levantó la manta que estaba sobre uno de los sillones.
—Colócalo sobre el sofá —ordenó ella sin perder la calma.
Nerea se acercó a la manta una vez él acomodó la manta. Colocó a Alba encima luego la envolvió con ella. Después la acomodó en sus brazos y comenzó a balancearla de un lado a otro.
Alba todavía estaba algo inquieta, pero su llanto se detuvo.
—¿Entonces? ¿Quién pensó que sería buena idea dejarte a cargo de un bebé?
—Oye no soy tan malo.
—No dije eso. —La sonrisa burlona en el rostro de Nerea decía todo lo contrario—. ¿Me piensas decir de donde la sacaste?
Piero inhaló profundo mientras tomaba valor para decirle su vínculo con Alba. No estaba seguro por qué estaba tan nervioso.
—Alguien la dejó en la puerta de casa de mis padres, no sé quién es su madre y… al parecer soy su padre.
Nerea levantó la cabeza y lo miró con los ojos llenos de sorpresa. Piero se habría echado reír si no fuera porque aún estaba en shock. Y no se le ocurría ninguna broma para aligerar la tensión del momento.
—¿Es tu hija?
—Sí, bueno… creo que sí.
Nerea se quedó en silencio.
La conocía muy bien para saber que tenía tantas cosas que preguntarle, pero se las estaba reservando para más tarde.
—¿Quieres comer algo? —preguntó—. No sé cuánto tiempo estará tranquila antes de que empiece a llorar otra vez. Siento que es lo único que hace cuando está conmigo.
Nerea asintió.
—Por cierto, como lograste calmarla tan rápido.
—Práctica. Hice de niñera mientras estaba en el colegio y tengo algunos trucos bajo la manga.
Caminaron hasta la cocina y Piero se acercó al refrigerador para sacar alguna de las comidas que su madre le había empacado esa mañana. Gracias a ella no iba a pasar hambre al menos un par de días. Vació el contenido en dos platos y los calentó en el microondas.
—¿Estás seguro que no sabes quién es su mamá?
—Ni la mínima idea.
Nerea no lo juzgó, pero no era necesario que dijera algo para saber que no estaba contenta con él.
—¿Y cómo puedes estar seguro de que es tu hija? Tal vez deberías hacerte una prueba de ADN.
Piero también había pensado en ello, pero algo lo detenía.
—Lo haré, pero no ahora. Alba tuvo unos días muy intensos, no quiero arriesgarme a que se enferme.
—Quizás tienes razón, pero no tardes demasiado. Podrías meterte en algunos problemas si no es tuya.
Estaba consciente de eso, pero tenía muchas cosas entre manos. Seguro la prueba de ADN podía esperar.
Durante el resto de la comida Nerea habló de diferentes cosas para distraerlo y él estaba agradecido por ello. Necesitaba distraerse un poco.
Un bostezo escapó de su boca justo cuando estaba punto de terminar su comida. Estaba agotado, la noche anterior tampoco había dormido mucho. Se había despertado cada vez que Alba hacia un sonido o se movía. Y luego se había tenido que levantar para prepararle la fórmula y cambiarle el pañal.
—Te ves horrible —comentó Nerea.
—Gracias, se aprecia la honestidad.
Nerea le dio un guiño.
—Siempre. Ve a descansar un rato.
Piero miró a Alba, aún en brazos de su amiga, y abrió la boca para negar. Si algo le pasaba mientras dormía.
—Tranquilo, yo me encargaré de ella.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Debes comprobar la leche antes de dársela, no debe estar muy…
—Caliente, lo sé.
—También debes cambiarle el pañal, se irrita si está húmedo. Además…
Su amiga tenía una sonrisa enorme y sus ojos brillaban con diversión.
—Piero, tengo todo bajo control.
Dudó un par de segundos y luego se acercó hasta Alba. Le dio un beso en la frente antes de mirar a su amiga.
—Gracias.
—No agradezcas tan pronto. Me cobraré el favor.
Sonrió.
—No esperaba menos.
Se dio la vuelta y se marchó a su habitación. Al entrar lo primero que pensó fue en que tenía que conseguir una cuna para Alba, aunque tal vez no la iba a usar muy pronto. Tenía tantas cosas en las que pensar.
Se acercó a la cama como un zombi, ni siquiera se molestó en destapar las sábanas, tan solo se dejó caer boca abajo sobre la cama y se quedó dormido.
Cuando despertó, su habitación estaba sumergido en la completa oscuridad. Al principio no podía recordar mucho, pero tan pronto el nombre de su hija vino a su mente, salió disparado de la cama. De milagro no se golpeó con nada de camino hacia la puerta. ¿Cuánto tiempo se había dormido?
Encontró a Nerea en la sala, estaba sentada en el sofá con un libro en las manos. Desde su ángulo no podía ver a su hija.
—Ella está descansando —dijo ella levantando la cabeza y dejando el libro a un lado.
Piero se acercó y por fin vio a Alba descansando dentro de su cesta a un lado de Nerea.
—Así de fácil ¿eh?
—Ella puede sentir tu nerviosismo y eso la pone tensa. Necesitas relajarte un poco.
Piero no creía que fuera capaz de hacerlo.
—Tengo tanto que aprender. Fabrizio me explicó algunas cosas, pero creo que me olvidé la mayoría en cuanto él colgó.
Se sentó a lado de Alba, con los ojos fijos en su rostro.
—Descuida, lo harás bien con el tiempo.
—No creo que ella tenga la paciencia para esperar que su inútil padre aprenda.
Nerea soltó una risa, pero se calló de inmediato.
—No eres inútil… bueno quizás un poco, pero puedes mejorar.
—¿Así que puedo ser un mejor inútil? —bromeó. Se sentía de mejor humor ahora que había descansado.
Alba se movió dentro de su cesta. Él estaba punto de lanzarle a levantarla, pero Nerea intervino. Solo necesito de un arrullo y su hija estaba en silencio otra vez.
—Te lo dije, necesitas relajarte un poco.
Nerea era tan buena en eso, tal vez si él tuviera a alguien como ella para ayudarlo… Entonces se le ocurrió una idea.
—Múdate conmigo.
Nerea aún estaba procesando el hecho de que su mejor amigo tenía una hija y ahora salía con que quería que se mudara con él.—¿Por qué? —Eso de seguro no era lo que debería de haber dicho, pero su cerebro apenas podía seguir el ritmo de lo que estaba pasando.Cuando Piero lo había llamado, no había imaginado ni por un instante que lo encontraría con una bebé en brazos y mucho menos que esa bebé sería su hija. Un accidente o quizás una mujer de la que no podía deshacerse. No una bebé.—Eres muy buena con Alba. —explicó Piero—. La cuidaste durante las últimas horas y lo manejaste muy bien, yo en cambio…—¿Y crees que mudarme contigo ayudará?—Estarías aquí en caso no supiera que hacer. Prometo que no te molestaré demasiado, pero me sentiría mejor contigo cerca.Piero debía de haber pasado por horas muy intensas desde que había descubierto que tenía una hija, así que Nerea trató de no tomarse a mal el hecho de que su amigo parecía haberse olvidado que ella tenía su propia vida y no pensa
Piero había comenzado a pensar que estaba mejorando en eso de ser padre. En los últimos tres días, Alba no había llorado tanto como antes y sentía que comenzaba a comprender sus necesidades. Claro que estaba recibiendo ayuda. Sus padres habían venido por las mañanas a echarle un vistazo y ofrecer consejos, y Nerea había cumplido con su palabra, ella había aparecido allí todas las tardes.Sin embargo, su seguridad se evaporó esa noche. Alba se había despertado alrededor de las diez de la noche y no había dejado de llorar desde entonces. Algo le molestaba, es solo que no tenía idea de qué. Le había cambiado el pañal y, pese a que no aun no era hora de alimentarla, le había ofrecido su leche. Apenas había tomado un sorbo antes de continuar llorando.El pediatra que había revisado a Alba el día anterior le había explicado que a veces ella podría mostrarse irritable y que siempre debía mantener la calma si quería que ella se tranquilizara. Pero sabía que aquello era algo más y lo confirmó
—¿Piero? —preguntó Nerea al ver que él no decía nada—. ¿Estás bien?—¿Qué? —Su amigo parpadeo y asintió—. Sí, sí.Sonrió sin creérselo del todo. Era comprensible que después del miedo que había pasado durante la noche, él estuviera todavía algo desorientado.Piero caminó hasta ella y le dio un beso en la mejilla.—Buenos días, princesa.Estaba demasiada sorprendida por su gesto que se olvidó de reprenderlo por aquel estúpido apodo. No era la primera vez que él le daba un beso en la mejilla, pero esta vez había sentido como si hubiera algo diferente. Tal vez eran alucinaciones suyas inducidas por la preocupación y la falta de sueño.—Veo que los círculos negros alrededor de tus ojos han desaparecido —comentó cuando recordó cómo hablar. Regresó su atención a lo que estaba haciendo—. Anoche te veías hecho un desastre.—¿Con que era así? —Piero sonaba divertido.—Sí. No dije nada para no herir tus sentimientos. Ambos sabemos lo importante que es para ti tu imagen.—Eres una gran amiga.—H
Los sentidos de Piero estaban enfocados en Alba, evaluando sí el sonido que hacían las personas al conversar o la música del supermercado era demasiado para ella. Esa era su primera salida y hasta el momento las cosas estaban marchando bien. Ella descansaba en su canguro para bebés atada a su pecho ajena a todo el ajetreo que sucedía alrededor.—En casa el mínimo ruido puede despertarla; sin embargo, aquí parece estar más que cómoda.—Está cerca de ti, creo que es lo único que le importa.Esperaba que fuera cierto. Quería que Alba siempre tuviera la seguridad de que había una persona en el mundo que la amaba y que siempre estaría allí para calmar su llanto.—¿Tu misión es llevarte toda la tienda? —preguntó Nerea viendo el carrito de compras.Estaba repleto y tal vez iban a necesitar uno más.—Algo parecido —respondió mientras tomaba algunas botellas de aceite—. No suelo estar mucho en casa, así que la alacena siempre está vacía. De no ser por mis padres, no habría subsistido todos est
Piero tomó el mando y apagó la televisión. No habían llegado ni a la mitad de la película cuando Nerea se quedó dormida con la cabeza sobre sus piernas. Era él quien la había acomodado allí cuando la vio dormitar. Nunca se quedaba dormida cuando se trataba de su película favorita, así que debía estar bastante cansada, algo lógico teniendo en cuenta lo del día anterior y que esa mañana se había levantado temprano.Nerea se veía bastante inofensiva cuando dormía, quién podría decir que era capaz de derribar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Recordó su enfrentamiento de la mañana. Nerea tenía una habilidad impresionante para luchar. De no haberla tomado por sorpresa, no estaba seguro de haber podido ganar. Aunque en ese momento lo menos que le había importado era su apuesta, había estado más concentrado en lo cerca que estaban sus cuerpos y lo fácil que sería cerrar el espacio que los separaba.Sus ojos se posaron en sus labios. Había estado tan cerca de probarlos y quería c
Nerea mantuvo sus ojos sobre Marena, lista para arrebatarle a Alba de ser necesario.Era consciente que estaba a la defensiva, pero cómo no estarlo, cuando las dos únicas ocasiones en las que se había encontrado con la madre de Piero, la había tratado como si quisiera deshacerse de ella. Su trato le desagradaba, pero se había hecho a la idea de que no había nada que pudiera hacer para agradar a la mujer. Sin embargo, la historia con Alba era diferente, no iba a dejar que la dulce pequeña pasara un mal momento.—¿Cuánto tiempo tiene? —preguntó la madre de Piero.—Alrededor de tres semanas.—Es… hermosa.Se relajó al escucharla decir aquello. Por primera vez, desde que había llegado, Marena no parecía a punto de saltar a la yugular de alguien. Al parecer, la reina de hielo tenía un corazón después de todo.Jamás la había visto interactuar con el hijo de Adriano, así que cuando Piero le dijo que era buena con Leandro, había tenido sus dudas.—Lo sé. —El orgullo estaba impregnado en las p
Piero nunca se había caracterizado por ser alguien paciente, pero sabía que lo mejor que podía hacer es darle tiempo a Nerea antes de hablar sobre lo que había sucedido esa mañana. Él mismo aún estaba tratando de entender sus acciones.No se arrepentía, ni siquiera un poco. ¡Diablos! Si no fuera una mala idea, la volvería a besar y esta vez no se detendría. Pero no iba a arruinar su amistad solo por un momento de pasión. —Ella dormirá al menos por las próximas horas —comentó Nerea dejando a Alba en su cuna—. Creo que la pasó bien.—Antes o después de dar una batalla para dormirse —dijo dejando a un lado sus cavilaciones.Nerea se dio la vuelta y él no pudo evitar mirar sus labios. Desvió la mirada de inmediato, pero ella lo había notado. Podía ver el rubor extenderse por su rostro.Los dos se quedaron mirándose en silencio y con cada segundo que transcurría este se volvía más incómodo. Lo odiaba. Los dos siempre se habían sentido relajados en presencia del otro.—Yo… Debería ir a al
Nerea llevó ambas manos a la nuca y se lo masajeó. Tenía el cuello tenso después de pasarse la mañana frente a su computadora. La actualización del sistema había comenzado apenas hace unos segundos porque primero había tenido que hacer una revisión de la base de datos para comprobar que no hubiera ningún problema. El error que había experimentado la compañía de Fabrizio, no habías sido nada grave; pero cuando se trataba de seguridad ningún detalle podía pasarse por alto. —Podría darte un masaje. Levantó la mirada de golpe al escuchar a Piero. No lo había visto desde que salió de su casa. Había estado demasiado ocupada con el trabajo, pero esa era solo la excusa que se decía para no sentirse mal por haber desaparecido. —¿Cuánto tiempo llevas aquí? —No luzcas tan emocionada de verme —comentó él con una sonrisa de lado. Piero entró en la oficina y cerró la puerta detrás de él. El espacio se volvió reducido con el allí. —Lo siento, me tomaste por sorpresa. —Me di cuenta de eso. Siem