El vestíbulo del palacio resonaba con pasos suaves, perfumes florales y el eco lejano de conversaciones diplomáticas. Pero cuando Akiro Yamada cruzó sus puertas, fue como si el silencio se impusiera. Su presencia era un golpe visual: impecable en un traje de lino negro, camisa abierta en el cuello, sin corbata. Ojos oscuros que lo escaneaban todo como si ya conociera los secretos mejor guardados de ese lugar.No pidió permiso para entrar. Lo escoltaba un mayordomo nervioso, pero Akiro caminaba con paso firme, directo al corazón del castillo. Los guardias lo observaron sin intervenir; su nombre había sido aprobado por protocolo, gracias a alguna llamada hecha desde Bruselas. Pero nadie esperaba que se presentara tan pronto. Ni que viniera tan preparado.—El jeque Haifa está en reunión, señor Yamada —dijo el mayordomo—. Puede esperarlo en el salón de té o…—No vine a ver al jeque, vine a verla a ella. —El mayordomo palideció.—¿La princesa Mariam? —Akiro no respondió, solo caminó hacia
Zayd caminaba por los pasillos del ala norte del palacio, con una expresión más dura de lo habitual. Había salido de su estudio tras recibir un informe discreto de parte de uno de los jefes de seguridad privada. El nombre “Akiro Yamada” brillaba en rojo sobre la hoja.El hombre japonés no solo había entrado sin anunciar su verdadera intención, sino que había buscado a Mariam directamente. Sin pasar por Haifa. Sin pasar por él. Sin pasar por respeto.—¿Cuánto tiempo estuvo con ella? —preguntó en voz baja, deteniéndose frente a una de las columnas de mármol.—No más de veinte minutos, señor —respondió el escolta—. No parecía agresivo, pero tampoco era una visita casual. Se presentó con documentos, pero no permitió que fueran revisados.Zayd apretó los puños.—Aumenta la vigilancia de su habitación. Discreta, pero constante. Quiero informes, horarios y si vuelve a poner un pie en este palacio sin autorización directa mía, quiero que se le niegue la entrada aunque traiga una carta del mis
Sintió que el corazón le daba un vuelco. Caminó con prisa hasta la puerta y la abrió. Él estaba allí. Impecable. Su thobe blanca lo hacía parecer una extensión de la luz que entraba por el pasillo. Pero su rostro… su rostro estaba serio, demasiado.—Iba a salir —dijo ella, sin saber por qué se justificaba.—Lo sé —respondió él, sin suavidad. Mariam frunció el ceño.—¿Lo sabes? —Zayd asintió y entró sin esperar invitación. Miró las rosas sobre el tocador, la caja abierta, la carta. Todo estaba a la vista.—No te iba a decir nada aún —dijo ella, bajando la mirada.—Y aún así ibas a ir. —El silencio entre ellos fue tenso. Como una cuerda estirada al borde del colapso.—No confío en él —admitió Mariam—. Pero… parte de mí necesitaba saber qué tanto puede ver desde afuera. Qué tanto sabe. Qué tanto finge. —Zayd se acercó. No como quien reclama, sino como quien está tratando de entender.—¿Y si eso te lastima más?—Entonces lo enfrentaré. No quiero construir una vida contigo, Zayd, con part
Esa noche, el desierto parecía más silencioso. Las estrellas se encendían como luciérnagas eternas sobre el cielo oscuro, y en el ala privada del palacio, donde solo los elegidos podían caminar sin escoltas, Mariam estaba de pie en el balcón, envuelta en una bata ligera color marfil. Su cabello caía en ondas sobre sus hombros, y en sus manos sostenía el cuaderno que Zayd le había regalado.Lo hojeó con suavidad. Aún no había escrito nada, pero sus pensamientos estaban llenos. Una suave brisa le acarició el rostro, y entonces escuchó el golpe tenue en la puerta.—¿Puedo pasar? —preguntó la voz profunda y cálida que ahora era tan familiar.—Pasa, Zayd.—Él entró con pasos silenciosos, vestido con ropa ligera de lino, sin el peso de sus ropajes reales. Cerró la puerta tras de sí y la observó. Ella no se giró de inmediato. Se limitó a decir:—Hoy comprendí algo.—¿El qué?—Que mi libertad no empieza cuando escapo... sino cuando dejo de correr. —Zayd se acercó hasta quedar a su lado. Ella l
— Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, cumpleaños Sandra, cumpleaños feliz! —Todas las jóvenes aplauden. Es el cumpleaños número 21 y aunque es un momento feliz para todas, saben que al llegar a esa edad tienen que abandonar el orfanato. —Gracias chicas, me siento muy feliz. —dice Sandra abrazando a sus compañeras. —Sandra, la directora me pidió que te dijera que vayas a su oficina. —habla Cruz la encargada de las habitaciones donde estaban cantándole a la cumpleañera.—Claro, ya mismo voy. —Se pone de pie para salir, pero antes voltea para encarar a sus amigas—. No se la coman toda. —pide refiriéndose al manjar dulce que sostiene la vela con el número 21. —Tranquila ve, que yo me encargo de que te dejen. —comenta Susana su mejor amiga en el orfanato. Ambas llegaron para la misma fecha y desde entonces han sido amigas inseparables.Sandra salió del edificio donde se encuentra para ir directo a las oficinas principales del orfanato. Toca la puerta de la oficina de la mujer que la esper
—¡Mierda! —gritó el castaño al mirar su celular y ver la hora. —Un poco más. —susurra la rubia que tiene a su lado en la cama. Marck no dijo nada más de un salto, se puso el pantalón y tomó las camisa para salir de la habitación de Aurora Hills, su prometida. —Señor, ¿necesita algo? —pregunta la mujer de servicio.—No, Rebeca, dile a Aurora que la veo en la noche, tengo que estar en la oficina en una hora. —contesta a la mujer mayor. —¿Está bien, señor Lion? —La mujer se marcha y Marck sale del apartamento para ir a su casa. Tenía el tiempo justo para bañarse e ir a la reunión con los japoneses, los Hermanso Yamada son uno de los consorcios más importantes de Japon, su padre le habia pedido que usara toda su sagardia para convencerlos para invertir en la empresa. Entró a su Bugatti y sin pensarlo mucho lo puso en marcha. Las carreteras estaban congestionadas pero él conocía los mejores atajos para llegar a su casa. Al entrar se encontró con su padre quien solo negó y se montó en s
Al despedirse de los Yamada, Marck se encerró en su despacho para hacer algunas llamadas, él es el CEO de la empresa pero no era el dueño total de esta, se debía al criterio de su padre y socios. Tomó el teléfono y le explicó a su padre lo que había pasado. No podía decir que había llegado tarde a la reunión, prefirió contar la historia desde donde Sandra le volteo el cafe a los Yamadas y la intervención de ella como traductora de dichos hombres. Su idea era contratarla como asistente personal y dejar a Clara como la secretaria de presidencia pues la mujer había servido por muchos años y nunca había tenido algún problema. Su padre no quiso alentarlo pero lo dejó bajo su criterio. La empresa era una familiar, su único socio era Stephano Hills el padre de Aurora y por esa sociedad es que ellos terminaron comprometidos desde que no tenían uso de razón. Marck a pesar de no estar tan entusiasta llamó a Clara para que hiciera pasar a Sandra. No fue una desicion facil, pero tampcoo se lo pens
Mark entró en la sala de estar con una enorme sonrisa, vio a su novia, la mujer que siempre ha visto como la madre de sus hijos y llegó hasta ella para saludarla con un casto beso en sus labios. —Amor, disculpame por haberme ido esta manana así. —susurra y Aurora niega. —No tienes que disculparte, yo sé que tienes cosas importantes en la empresa. —Aurora entrelaza sus dedos con los de marck y caminan hasta llegar a los padres de ella. —Buenas noches senores Hills. —saluda a sus suegros. —Que bueno verlos. Me llena de alegría saber que al fin van a poner fecha. —aclara Stefano Hills. —Si, senores, espero que los complazca. —habla Marck resignado a su destino. —Por supuesto, tú eres el mejor partido para nuestra hija, velarás por los intereses de ella y por los nuestros. —asegura Stefano. Marck ve que sus amigos llegan y se disculpa para ir a su encuentro. Como Domenico habia dicho él llegó con Esthela y Gianluca algo de mal humor pero a su amigo no le podia fallar. —Bie