La lluvia golpeaba con suavidad los cristales del ventanal, pero dentro de aquella suite no había lugar para la calma. Las luces estaban bajas, la habitación impregnada de un aroma especiado y cálido, como si todo el aire hubiese sido invocado por un deseo antiguo.Aurora estaba de espaldas al espejo, ajustando el tirante de una lencería negra con encaje francés. Su piel era una provocación constante. La melena dorada caía en ondas desordenadas por su espalda. Sabía que Akiro la observaba desde el borde de la cama, donde estaba sentado sin camisa, con el pantalón desabrochado y una copa de vino en la mano.—¿Vas a mirarme así toda la noche o vas a hacer algo al respecto? —dijo ella, sin darse la vuelta. Akiro bebió un sorbo. Sus ojos oscuros brillaban con esa mezcla peligrosa de lujuria e inteligencia.—A veces, observar es más poderoso que tocar —respondió con voz grave—. Pero contigo… siempre termino cayendo. —Ella giró lentamente. Se acercó como una pantera herida pero peligrosa, c
El sol del mediodía se filtraba a través de las hojas de las palmas datileras, proyectando sombras danzantes sobre las alfombras tejidas que cubrían la arena. Una carpa tradicional había sido montada en medio del oasis, adornada con cojines de terciopelo, faroles tallados a mano y bandejas de plata con frutos secos, dulces y jarras de agua de rosas. La brisa caliente olía a azafrán, café recién hecho y tierra viva.Zayd llegó primero, vestido con una thobe blanca impecable, sin capa ni corona, como si ese día no fuera un príncipe, sino solo un hombre. Le sonrió a Mariam cuando la vio llegar acompañada por su abuelo.Ella llevaba un vestido tradicional en tonos crema con detalles dorados. Su cabello estaba cubierto con un pañuelo de seda sujeto por una delicada cadena dorada. Se veía sencilla, serena, bella como una promesa.—Estás hermosa —le dijo Zayd al acercarse, con esa voz suya que siempre parecía esconder una nota de ternura no dicha.—Y tú demasiado formal para un pasadía —resp
El vestíbulo del palacio resonaba con pasos suaves, perfumes florales y el eco lejano de conversaciones diplomáticas. Pero cuando Akiro Yamada cruzó sus puertas, fue como si el silencio se impusiera. Su presencia era un golpe visual: impecable en un traje de lino negro, camisa abierta en el cuello, sin corbata. Ojos oscuros que lo escaneaban todo como si ya conociera los secretos mejor guardados de ese lugar.No pidió permiso para entrar. Lo escoltaba un mayordomo nervioso, pero Akiro caminaba con paso firme, directo al corazón del castillo. Los guardias lo observaron sin intervenir; su nombre había sido aprobado por protocolo, gracias a alguna llamada hecha desde Bruselas. Pero nadie esperaba que se presentara tan pronto. Ni que viniera tan preparado.—El jeque Haifa está en reunión, señor Yamada —dijo el mayordomo—. Puede esperarlo en el salón de té o…—No vine a ver al jeque, vine a verla a ella. —El mayordomo palideció.—¿La princesa Mariam? —Akiro no respondió, solo caminó hacia
Zayd caminaba por los pasillos del ala norte del palacio, con una expresión más dura de lo habitual. Había salido de su estudio tras recibir un informe discreto de parte de uno de los jefes de seguridad privada. El nombre “Akiro Yamada” brillaba en rojo sobre la hoja.El hombre japonés no solo había entrado sin anunciar su verdadera intención, sino que había buscado a Mariam directamente. Sin pasar por Haifa. Sin pasar por él. Sin pasar por respeto.—¿Cuánto tiempo estuvo con ella? —preguntó en voz baja, deteniéndose frente a una de las columnas de mármol.—No más de veinte minutos, señor —respondió el escolta—. No parecía agresivo, pero tampoco era una visita casual. Se presentó con documentos, pero no permitió que fueran revisados.Zayd apretó los puños.—Aumenta la vigilancia de su habitación. Discreta, pero constante. Quiero informes, horarios y si vuelve a poner un pie en este palacio sin autorización directa mía, quiero que se le niegue la entrada aunque traiga una carta del mis
Sintió que el corazón le daba un vuelco. Caminó con prisa hasta la puerta y la abrió. Él estaba allí. Impecable. Su thobe blanca lo hacía parecer una extensión de la luz que entraba por el pasillo. Pero su rostro… su rostro estaba serio, demasiado.—Iba a salir —dijo ella, sin saber por qué se justificaba.—Lo sé —respondió él, sin suavidad. Mariam frunció el ceño.—¿Lo sabes? —Zayd asintió y entró sin esperar invitación. Miró las rosas sobre el tocador, la caja abierta, la carta. Todo estaba a la vista.—No te iba a decir nada aún —dijo ella, bajando la mirada.—Y aún así ibas a ir. —El silencio entre ellos fue tenso. Como una cuerda estirada al borde del colapso.—No confío en él —admitió Mariam—. Pero… parte de mí necesitaba saber qué tanto puede ver desde afuera. Qué tanto sabe. Qué tanto finge. —Zayd se acercó. No como quien reclama, sino como quien está tratando de entender.—¿Y si eso te lastima más?—Entonces lo enfrentaré. No quiero construir una vida contigo, Zayd, con part
Esa noche, el desierto parecía más silencioso. Las estrellas se encendían como luciérnagas eternas sobre el cielo oscuro, y en el ala privada del palacio, donde solo los elegidos podían caminar sin escoltas, Mariam estaba de pie en el balcón, envuelta en una bata ligera color marfil. Su cabello caía en ondas sobre sus hombros, y en sus manos sostenía el cuaderno que Zayd le había regalado.Lo hojeó con suavidad. Aún no había escrito nada, pero sus pensamientos estaban llenos. Una suave brisa le acarició el rostro, y entonces escuchó el golpe tenue en la puerta.—¿Puedo pasar? —preguntó la voz profunda y cálida que ahora era tan familiar.—Pasa, Zayd.—Él entró con pasos silenciosos, vestido con ropa ligera de lino, sin el peso de sus ropajes reales. Cerró la puerta tras de sí y la observó. Ella no se giró de inmediato. Se limitó a decir:—Hoy comprendí algo.—¿El qué?—Que mi libertad no empieza cuando escapo... sino cuando dejo de correr. —Zayd se acercó hasta quedar a su lado. Ella l
— Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, cumpleaños Sandra, cumpleaños feliz! —Todas las jóvenes aplauden. Es el cumpleaños número 21 y aunque es un momento feliz para todas, saben que al llegar a esa edad tienen que abandonar el orfanato. —Gracias chicas, me siento muy feliz. —dice Sandra abrazando a sus compañeras. —Sandra, la directora me pidió que te dijera que vayas a su oficina. —habla Cruz la encargada de las habitaciones donde estaban cantándole a la cumpleañera.—Claro, ya mismo voy. —Se pone de pie para salir, pero antes voltea para encarar a sus amigas—. No se la coman toda. —pide refiriéndose al manjar dulce que sostiene la vela con el número 21. —Tranquila ve, que yo me encargo de que te dejen. —comenta Susana su mejor amiga en el orfanato. Ambas llegaron para la misma fecha y desde entonces han sido amigas inseparables.Sandra salió del edificio donde se encuentra para ir directo a las oficinas principales del orfanato. Toca la puerta de la oficina de la mujer que la esper
—¡Mierda! —gritó el castaño al mirar su celular y ver la hora. —Un poco más. —susurra la rubia que tiene a su lado en la cama. Marck no dijo nada más de un salto, se puso el pantalón y tomó las camisa para salir de la habitación de Aurora Hills, su prometida. —Señor, ¿necesita algo? —pregunta la mujer de servicio.—No, Rebeca, dile a Aurora que la veo en la noche, tengo que estar en la oficina en una hora. —contesta a la mujer mayor. —¿Está bien, señor Lion? —La mujer se marcha y Marck sale del apartamento para ir a su casa. Tenía el tiempo justo para bañarse e ir a la reunión con los japoneses, los Hermanso Yamada son uno de los consorcios más importantes de Japon, su padre le habia pedido que usara toda su sagardia para convencerlos para invertir en la empresa. Entró a su Bugatti y sin pensarlo mucho lo puso en marcha. Las carreteras estaban congestionadas pero él conocía los mejores atajos para llegar a su casa. Al entrar se encontró con su padre quien solo negó y se montó en s