Regalé numerosos ejemplares de mi libro en la clínica. Brown me abrazó feliz y entusiasmado. -¡¡¡Maravilloso, doctora, usted es una magnífica poetisa!!!-, me dijo él brincando como un canguro, después de recibir dos poemarios míos, debidamente autografiados, con su dedicatoria respectiva, incluso le dibujé un corazoncito muy coqueto. Yo le debía mucho a él por su apoyo en todo ese tiempo en la clínica y por ello me esmeré en dedicarle unas líneas. Brown sonrió pícaro y travieso. -Se nota que disfrutas mucho en los brazos de ese "amante perfecto"-, reía hojeando mis versos. Trevor, por su parte, me pidió un selfie con el libro en las manos. -En un par de años esa foto valdrá millones de dólares-, estalló mi paciente en risotadas. -Idiota-, le dije riéndome, abrazada a Trevor, tomándonos varios selfies con el móvil de él. A Trevor también le encantaron mis versos y me subrayó que yo tenía muchas condiciones ara triunfar en el mundo de los versos. -Espero que no sea el único poemar
Frederick Hughes recibió el alta un lunes por la mañana. Todo el fin de semana lo sometí a exhaustivas pruebas, medí sus reacciones, evalué su comportamiento, me cercioré en su temperamento y finalmente intenté desafiarlo. enojándolo con cosas simples como por ejemplo "malas noticias Frederick, no hay mantequilla" pues a él le encantaba untarlo en sus panes en el desayuno. Él me miró tranquilo, sosegado, sin sobresaltarse ni exasperarse, "no importa, doctora, así no más", indiferente y apacible. También ordené que no le pongan el televisor en las noches cuando disfrutaba de películas, series y telenovelas. Luego que los enfermeros cumplieron mi exigencia, una hora después fui a ver cómo estaba, y lo encontré muy concentrado leyendo un libro de aventuras. Me dio gusto. Hughes había aprendido a controlar sus emociones. Ese lunes lo llamé a mi consultorio. Hughes recién se había duchado, se puso una ropa casual y se aprestaba a desayunar, cuando uno de los enfermeros le dijo q
Trevor le organizó una despedida para Hughes junto a los otros pacientes de la clínica. Le pidió a Brown el comedor y sirvieron muchos panes con mantequilla que le encantaban bastante a Frederick. Mi paciente se emocionó hasta las lágrimas viendo tanto alborozo y algarabía por haber recibido el alta y el hecho que pueda regresar a casa. -Qué gusto haber conocido a un pintor que será famoso con el tiempo-, lo abrazó Trevor mientras los otros internos aplaudían eufóricos, tributándole estruendosos aplausos. Hughes le hizo caricaturas a todos los pacientes, a los enfermeros, a los doctores, a Gladys, a Brown y a su secretaria, también al personal administrativo y los vigilantes. Sus trabajos pendientes los guardó en una maleta, con sus pinceles, cartulinas y el usb con la música de Lituania que tanto le fascinaba y lo volvía muy apacible. -Es lo que más me relaja-, me dijo. Yo me colgué de mi brazo y lo acompañé hasta la puerta. Katty ya lo esperaba en el estacionamiento de la clí
Le di uno de mis poemarios a Louis. Él había terminado su turno y disfrutaba de un lonche en una de las mesas frente al televisor. Tomaba café con leche y había untado dos panes con mantequilla. Detuve el carro y bajé de prisa porque pensaba, erróneamente, que ya estaba por irse. Louis se sorprendió. -¡¡¡Aún la panadería no cierra, doctora!!!-, se divirtió conmigo. Sus amigos estallaron en risotadas. -Estás de buen humor hoy, Louis-, dije, jalé una silla y me senté junto a él. -Y ahora estoy el doble al verla, bella doctora-, me sonrió él muy galante. -Ese lonche huele muy rico-, se me hizo agua la boca. Louis estallé en carcajadas. -¡¡¡Zachary, otro café con leche y dos panes con mantequilla para la señorita!!!-, alzó la voz. Su compañero alzó el pulgar y casi al momento yo también ya disfrutaba de la deliciosa merienda. -Te tengo una sorpresa-, le dije al fin, haciendo brillar mis ojos y le di uno de mis poemarios, autografiado. Louis parpadeó asombrado. Él ya sabía
Llegué temprano a la clínica. Deseaba olvidar todo, empezar mi vida otra vez de cero, pero no sabía cómo hacerlo. Marcus Green había escapado no sé a dónde con Julissa, una mujer casada, interrumpiendo su tratamiento y su madre lo abandonó a su suerte y prefirió irse a Escocia con su otra hija. Yo había quedado como una tonta, perdidamente enamorada de él y ahora no sabía ni cómo rehacer mi propia existencia. El cuarto de Frederick Hughes estaba vacío, además. Siempre había sido un refugio cuando me sentía deprimida o decepcionada y me encantaba verlo dibujar y me contaba afanoso qué era lo que sentía al plasmar sus sentimientos en un lienzo o una cartulina. Ahora él era feliz con la periodista Katty Woodward y ya formaban un hogar dichoso y consolidado. Había dejado de escribir al portal de poesías, también. Al fin y al cabo, a mí lo único que me animaba era escribirle versos a "Flecha" pero ahora él sostenía un tórrido romance con mi mejor amiga, Leonela. Estaban muy enam
En todo eso pensaba cuando llegué muy de mañana a la clínica. Marqué mi ingreso, me puse mi mandil, me serví un café muy humeante, abrí un paquetito de galletas y empecé a repasar las historias clínica de los pacientes que estaba atendiendo, cuando Brown me llamó desde su casa. -Me llamaron de la comandancia de policía, Andrea-, me contó. Mordí una galleta y sorbí el café. Estaba delicioso. -¿Qué ocurre?-, estaba indiferente, sin embargo. -La policía encontró a Karlson metido en una casucha de los suburbios-, me contó. Él me quería muerta. No sé por qué me tuvo tanta tirria. Yo solo aporté mi entusiasmo a la clínica, sin embargo Karlson me vio siempre como una enemiga, que le había quitado sus privilegios y había hecho que Brown se diera cuenta que era un mal profesional cuando en realidad él mismo provocó su propia caída. -¿Lo detuvieron?-, volví a morder una galleta. -Lo mataron a tiros-, me dijo Brown desconsolado. Quedé boquiabierta y pasmada y creo empal
Fue una semana intensa. Los fiscales llegaban al hospital a cada momento para interrogar a Trevor. La muerte de Karlson, abatido por la policía, había abierto una caja de pandora porque se le encontró todos los contactos, chats, mensajes, fotos y coordinaciones con los ex socios de Trevor y que estaban siendo investigados por diversos crímenes en la ciudad y el robo de los fármacos en nuestra clínica. El juez a cargo del caso que conmocionaba al país, había emitido una orden facultando a los fiscales entrevistarse con mi paciente. Uno de los fiscales me preguntó si Trevor estaba en condiciones de declarar y yo le dije que sí, que los cuadros de paranoia, fobia y esquizofrenia que padecía estaban controlados, él había respondido favorablemente a los tratamientos y las terapias y "estaba en franca mejoría", como les subrayé a los representantes del ministerio público. Yo, sin embargo, seguía convencida que Trevor se había hecho el enfermo, de que padecía de trastornos y estaba
Decidí no hablarle a Trevor, incluso le pedí a Brenda que le hiciera las terapias que le restaban antes de recibir el alta. Trevor protestó malhumorado con mi amiga. -Andrea es igual de terca que hermosa-, le dijo fastidiado, emitiendo muchos bufidos. Él estaba acostumbrado a mis evaluaciones y, como les digo, se sentía seguro y protegido conmigo. Ese mediodía él me encontró almorzando en la cafetería. Yo había pedido pollo a la plancha con muchas papas fritas y una sopa de fideos. Todo estaba exquisito. Trevor jaló una silla y se sentó junto a mi mesa. Un enfermero le alcanzó la dieta que le corresponde a los pacientes. -No quiero hablar contigo ni te voy a escuchar-, lo desafié sin mirarlo, encharcando las papitas fritas en mostaza. -Por eso es que no tienes novio, Andrea, porque eres terca y testaruda, los hombres se asustan contigo, tú eres intimidante-, estaba él muy molesto. -Al contrario. Tú estás acostumbrado a que las mujeres te sirvan, Michel, pero los tie