En todo eso pensaba cuando llegué muy de mañana a la clínica. Marqué mi ingreso, me puse mi mandil, me serví un café muy humeante, abrí un paquetito de galletas y empecé a repasar las historias clínica de los pacientes que estaba atendiendo, cuando Brown me llamó desde su casa. -Me llamaron de la comandancia de policía, Andrea-, me contó. Mordí una galleta y sorbí el café. Estaba delicioso. -¿Qué ocurre?-, estaba indiferente, sin embargo. -La policía encontró a Karlson metido en una casucha de los suburbios-, me contó. Él me quería muerta. No sé por qué me tuvo tanta tirria. Yo solo aporté mi entusiasmo a la clínica, sin embargo Karlson me vio siempre como una enemiga, que le había quitado sus privilegios y había hecho que Brown se diera cuenta que era un mal profesional cuando en realidad él mismo provocó su propia caída. -¿Lo detuvieron?-, volví a morder una galleta. -Lo mataron a tiros-, me dijo Brown desconsolado. Quedé boquiabierta y pasmada y creo empal
Fue una semana intensa. Los fiscales llegaban al hospital a cada momento para interrogar a Trevor. La muerte de Karlson, abatido por la policía, había abierto una caja de pandora porque se le encontró todos los contactos, chats, mensajes, fotos y coordinaciones con los ex socios de Trevor y que estaban siendo investigados por diversos crímenes en la ciudad y el robo de los fármacos en nuestra clínica. El juez a cargo del caso que conmocionaba al país, había emitido una orden facultando a los fiscales entrevistarse con mi paciente. Uno de los fiscales me preguntó si Trevor estaba en condiciones de declarar y yo le dije que sí, que los cuadros de paranoia, fobia y esquizofrenia que padecía estaban controlados, él había respondido favorablemente a los tratamientos y las terapias y "estaba en franca mejoría", como les subrayé a los representantes del ministerio público. Yo, sin embargo, seguía convencida que Trevor se había hecho el enfermo, de que padecía de trastornos y estaba
Decidí no hablarle a Trevor, incluso le pedí a Brenda que le hiciera las terapias que le restaban antes de recibir el alta. Trevor protestó malhumorado con mi amiga. -Andrea es igual de terca que hermosa-, le dijo fastidiado, emitiendo muchos bufidos. Él estaba acostumbrado a mis evaluaciones y, como les digo, se sentía seguro y protegido conmigo. Ese mediodía él me encontró almorzando en la cafetería. Yo había pedido pollo a la plancha con muchas papas fritas y una sopa de fideos. Todo estaba exquisito. Trevor jaló una silla y se sentó junto a mi mesa. Un enfermero le alcanzó la dieta que le corresponde a los pacientes. -No quiero hablar contigo ni te voy a escuchar-, lo desafié sin mirarlo, encharcando las papitas fritas en mostaza. -Por eso es que no tienes novio, Andrea, porque eres terca y testaruda, los hombres se asustan contigo, tú eres intimidante-, estaba él muy molesto. -Al contrario. Tú estás acostumbrado a que las mujeres te sirvan, Michel, pero los tie
Tadeus Howard se suicidó antes de ser detenido por la policía. Los fiscales y los investigadores confirmaron que, en efecto, era el líder de la organización criminal que asolaba al país y que traficaba con las medicinas de nuestra clínica haciendo una inmensa fortuna con los fármacos que debían venderse bajo receta. También lo hacía con diversas y peligrosas drogas, extorsionaba a comerciantes y empresarios, manejaba un ejército de sicarios y se dedicaba a estafar al estado con licitaciones fantasmas, además que cometía sucesivos delitos de lavado de dinero y de corrupción de funcionarios. Howard era un mal hombre. Yo me sentía culpable de todo. Animé a Trevor a declarar y ahora en la clínica había un ambiente fúnebre y de desolación. Encontré a Brown meciéndose en su silla, con la mirada perdida en los rincones de su consultorio. Ya llevaba dos días allí, en su oficina, tenía la barba crecida y estaba desaliñado. -¿Sabías que Howard me ayudó a pagar este edificio?-, me dijo s
Trevor fue absuelto. Presentar las pruebas que mostraban a Howard como el responsable de esa ola de crímenes que asolaban el país, le valió mucho en la decisión del juez y finalmente quedó libre de toda culpa. Su drama había terminado. Ese jueves, por la tarde, Trevor se dispuso a marcharse. -No puedes irte si note doy el alta-, le dije divertida, mientras él intentaba hacer sus maletas. Con mucho cuidado guardaba las revistas deportivas que le gustaba leer y que lo acompañaron todo eso tiempo que estuvo internado en la clínica. También acomodó los zapatos donde ocultó el chip que, ciertamente, le había salvado la vida. Le ayudé a doblar sus camisas y sus pantalones. Él no era muy ducho en eso. Me dio risa viéndolo hacer unas horribles bolas. -Usted me dijo que ya estaba sano, doctora-, me sonrió Trevor distendido, despreocupado, como si se hubiera sacado un gran peso de encima. -Brenda me dijo que reprobaste en su último examen-, le recordé. -Esa doctora es una malhu
Por primera vez hice el amor con Louis. Eso fue un martes por la noche, regresando de la clínica. Lo vi despidiéndose de su jefe, después de acomodar todas sus empanadas, calentitas y sabrosas en las vitrinas Él estaba bien arregladito, peinado, sus zapatitos lustrados, abrigado porque hacía frío y muy sonriente, haciendo bromas a sus compañeros que que se quedaban, haciendo turno. -¿Quiere que lo lleve a su casa, gallardo caballero?-, me detuve en seco con mi auto. -Oh, mi bella dama, será un honor subirme a vuestra calesa y pueda llevarme hasta mi humilde morada-, echó a reír él, muy palaciego, haciéndome una venia virreinal. No pude contener mis risotadas. -Pues pareces uno de los mosqueteros-, seguí riéndome y Louis, encandilado de mi risa, del brillo de mis ojos y la fiesta pintada en mi carita de cielo, me besó muy apasionado, vehemente, fervoroso y febril, haciendo que los fuegos de mis entrañas se alzaran como un gran lanzallamas, calcinándome por completo y al instan
Louis se despertó primero luego de nuestra fantástica velada, tan pasional, deliciosa, romántica y erótica que pasamos en su casa. Yo aún humeaba de tanto fuego que nos calcinó y él se alzó de los edredones despacito, sin hacer ruido para no despertarme. Yo seguía cansada, rendida, saboreando de mi sensualidad, encantada, en realidad, durmiendo apaciblemente . Se empinó sobre sus codos y me quedó mirando largo rato, acariciando mis pelos. Todo le parecía un sueño, un cuento de hadas, y hasta imaginaba que nada de lo que había ocurrido entre nosotros era cierto. Me veía tantas veces pasar, comprar, llegar a mi casa, y me veía como un algo imposible, inalcanzable, distante y lejano. ¿Cómo un sencillo panadero podría enamorar y conquistar a una hermosa doctora, tan bella, elegante y majestuosa, dueña de un cuerpo tan perfecto, excitante y sensual? Eso no podía ser, pensaba él, y se resignaba tan solo en soñarme, en venerarme, en imaginarme suya y en hacerme su amor platónico al que ja
El romance con Louis se hizo, entonces, muy lindo y poético, distinto, muy apacible, como un remanso en un valle, un oasis paradisíaco o una postal que solo hablaba de cosas hermosas, de pasiones profundas y grandes emociones. Él me esperaba en la panadería, muy atento, con sus parabólicas encendidas, aguardando de que yo llegara de la clínica, siempre con una bolsita de empanadas calentitas que él mismo había hecho con mucho afán y amor. Nos íbamos entonces a pasear por la ciudad, a la playa, a ver morir el Sol y despertar la noche, a cualquier parque o a ver alguna película, muy acaramelados, besándonos a cada instante, riéndonos y haciéndonos bromas. -¿Por qué hoy se escribe con h si ayer no tenía?-, me dijo él poniendo la cara de tonto. Me dio mucha risa. -Idiota-, le dije engolosinada con su boca, con sus ojitos tan tiernos y dulce y su sonrisa gentil y apasionada que me encantaba, me prendaba y me seducía, porque realmente estaba demasiado enamorada de ese hombre tan gentil,