Louis se despertó primero luego de nuestra fantástica velada, tan pasional, deliciosa, romántica y erótica que pasamos en su casa. Yo aún humeaba de tanto fuego que nos calcinó y él se alzó de los edredones despacito, sin hacer ruido para no despertarme. Yo seguía cansada, rendida, saboreando de mi sensualidad, encantada, en realidad, durmiendo apaciblemente . Se empinó sobre sus codos y me quedó mirando largo rato, acariciando mis pelos. Todo le parecía un sueño, un cuento de hadas, y hasta imaginaba que nada de lo que había ocurrido entre nosotros era cierto. Me veía tantas veces pasar, comprar, llegar a mi casa, y me veía como un algo imposible, inalcanzable, distante y lejano. ¿Cómo un sencillo panadero podría enamorar y conquistar a una hermosa doctora, tan bella, elegante y majestuosa, dueña de un cuerpo tan perfecto, excitante y sensual? Eso no podía ser, pensaba él, y se resignaba tan solo en soñarme, en venerarme, en imaginarme suya y en hacerme su amor platónico al que ja
El romance con Louis se hizo, entonces, muy lindo y poético, distinto, muy apacible, como un remanso en un valle, un oasis paradisíaco o una postal que solo hablaba de cosas hermosas, de pasiones profundas y grandes emociones. Él me esperaba en la panadería, muy atento, con sus parabólicas encendidas, aguardando de que yo llegara de la clínica, siempre con una bolsita de empanadas calentitas que él mismo había hecho con mucho afán y amor. Nos íbamos entonces a pasear por la ciudad, a la playa, a ver morir el Sol y despertar la noche, a cualquier parque o a ver alguna película, muy acaramelados, besándonos a cada instante, riéndonos y haciéndonos bromas. -¿Por qué hoy se escribe con h si ayer no tenía?-, me dijo él poniendo la cara de tonto. Me dio mucha risa. -Idiota-, le dije engolosinada con su boca, con sus ojitos tan tiernos y dulce y su sonrisa gentil y apasionada que me encantaba, me prendaba y me seducía, porque realmente estaba demasiado enamorada de ese hombre tan gentil,
La primera vez que Louis cenó con mis padres, un viernes por la noche, mi madre estaba fastidiada. -¿Ese chico, el panadero, es tu novio?-, alzó su naricita. No le gustaba eso. Ella esperaba que iniciara un romance con alguna eminencia de la medicina, un empresario millonario o un deportista campeón mundial. -Mamá, Louis es un buen hombre y yo lo quiero, además bien que comes y disfrutas los panes que él hace-, me molesté. Louis y mi padre, por el contrario, congeniaron muy bien, como les conté, incluso, de tiempo atrás. -Así es don Džiugas, el mundo necesita un buen ferretero, urgente-, dijo mi enamorado y mi papá no entendió nada. -¿Un ferretero? ¿para qué?-, preguntó. Louis estalló en risas, -porque al mundo le falta un tornillo, don Džiugas, un tornillo ja ja ja-, no dejaba de reír alborozado. -Hombres-, me dije para mis adentro viendo a Louis y a mi padre, riéndose a gritos. Cuando le conté a Louis que había estado muy enamorada de un paciente mío que alucinaba venir d
Yo pensaba y estaba segura que mi poemario ya había quedado en el olvido, de que fue tan solo una fiebre momentánea y que finalmente mi experiencia como poetisa fue meramente fugaz y acabó sin pena ni gloria, sin embargo Antonella me envió un mensaje a mi móvil informándome que habían lanzado una segunda edición debido a la gran demanda de los fanáticos de las rimas y los versos. -Tus poemas son la locura, Andrea, tus libros tienen gran acogida no solo aquí en el país, sino también en otras ciudades del mundo-, me escribió ella muy entusiasmada. No sabía qué significa eso "de segunda edición" y me imaginaba que la acogida en otros países era también, algo efímero y circunstancial y que pronto, igualmente quedaría en el olvido. Sin embargo esa mañana, me llamaron de un portal en el internet dedicado al arte. Un tipo que se identificó como periodista me pidió hacerme una entrevista por video conferencia. -Son solo cinco minutos para no distraer su trabajo-, me dijo. Yo estaba en la
Yo había seguido escribiendo poemas. Después que Marcus Green se fugó con Julissa, empecé a garabatear muchos versos, queriendo plasmar en rimas la inmensa decepción que me había significado él. Yo estaba, en realidad, muy herida y lastimada y sentía que él me había pagado bastante mal. Y en ese trance fue que se apoderó de mi corazón, Louis. Y entonces cambié mi depresión por numerosos versos enamorados y románticos, prendada de aquel hombre que se había apoderado, de repente, de mis pensamientos. -Tengo algunos poemitas-, arrugué coqueta mi naricita. -Lo quiero ya-, mordió un pan Antonella haciendo estallar muchas esquirlas. Esa noche le mostré mis poemitas a Louis mientras paseaba con él por el parque que está cerca a la casa. -Los hice pensando en ti-, le confesé. Mi enamorado parpadeó sorprendido y empezó a leer ávido mis rimas y versos. -Este me encanta-, me dijo, dándome un besote en la boca. Se llamaba "Te amo". Me pidió riéndose que se lo recitara y que lo se
Llamé, entonces, a la madre de Green, a Glasgow. Yo tenía su número, ella me lo había dado cuando las cosas iban de maravillas con Marcus. Pensé que la mujer me había bloqueado, sin embargo su móvil timbró y al rato contestó ella. -¿Doctora Povilaityté?-, se sorprendió. -No he tenido informaciones de Marcus, desde que se fue con Julissa, nadie da razón de él-, le dije la verdad. Yo no sé si la mamá de él sabía que yo estaba muy enamorada de su hijo, como lo había notado Marcia. Nunca me lo dijo tampoco. El trato con ella siempre fue frío, calculador, distante, gélido, incluso. -Yo tampoco sé nada de él, doctora, desapareció de nuestras vidas por completo-, lamentó ella muy dolida. La madre de Green se dedicaba a sus negocios. Tenía muchas empresas y eso le absorbía su tiempo. Estaba muy feliz, además, con sus nietos, los hijos de su hija, la hermana de Marcus, que vivía en Escocia. -Si lo ves o hablas con él, dígale que es un ingrato-, me dijo ella molesta y colgó. C
Louis me invitó a cenar. Eso fue en la mañanita que fui a comprar pan para el desayuno. También mantequilla y aceitunas. Nos dimos un besote en la boca sin importarnos la larga fila de personas que querían comprar, igualmente, sus panes. -¿Me aceptas el honor de cenar contigo?-, me dijo él muy romántico, encandilado a mis ojos, sonriendo tímidamente. Abaniqué mis ojos encantada. -Pero que sea una opípara cena-, me reí. Los amigos de Louis lanzaron un largo oooohhhh que nos azoró a los dos. Igual acepté. Cuando me iba rumbo a la casa, Louis me dijo que me pusiera muy bonita porque era una ocasión especial. A mí todas las citas con Louis me parecían especiales, je. Él me había devuelto la sonrisa, la alegría y la poesía que las perdí con la terrible desilusión que me significó Marcus. Los poemas que le presenté a Antonella para el nuevo libro estaban, en un noventa por ciento, inspirados en mi nuevo amor. Y el resto, no lo voy a negar, le cantaba a mi decepción de no haber sido cor
Tuve que atender otros casos, también leves, cuadros de paranoia en su mayoría, y una chica adolescente que se rehusaba hablar y que era porque su padre le prohibió verse con su enamorado, un compañerito de colegio que resultaba bastante conflictivo, y el papá consideraba que se trataba de una mala influencia para su hija. Yo había llevado mi vestido rojo, entallado, largo, con una audaz abertura hasta el medio muslo, para la cita con Louis. Me puse pantimedias y también había llevado mis zapatos rojo, con tacto catorce, además de una cartera de mano y mis alhajas. Me maquillé muy bien y dejé que mis pelos resbalen sobre mis hombros para tener un aire más seductor. -¿Preparándote para una noche inolvidable?-, me sorprendió Jessica, ya cambiada, perfumándome en los vestidores de la clínica. -Ay, una se demora dos para ponerse hermosa pero los hombres nos desnudan en menos de un minuto ja ja ja-, me reí. -Ay, mi novio es tan impaciente que ya me ha estropeado un centenar d