Le di uno de mis poemarios a Louis. Él había terminado su turno y disfrutaba de un lonche en una de las mesas frente al televisor. Tomaba café con leche y había untado dos panes con mantequilla. Detuve el carro y bajé de prisa porque pensaba, erróneamente, que ya estaba por irse. Louis se sorprendió. -¡¡¡Aún la panadería no cierra, doctora!!!-, se divirtió conmigo. Sus amigos estallaron en risotadas. -Estás de buen humor hoy, Louis-, dije, jalé una silla y me senté junto a él. -Y ahora estoy el doble al verla, bella doctora-, me sonrió él muy galante. -Ese lonche huele muy rico-, se me hizo agua la boca. Louis estallé en carcajadas. -¡¡¡Zachary, otro café con leche y dos panes con mantequilla para la señorita!!!-, alzó la voz. Su compañero alzó el pulgar y casi al momento yo también ya disfrutaba de la deliciosa merienda. -Te tengo una sorpresa-, le dije al fin, haciendo brillar mis ojos y le di uno de mis poemarios, autografiado. Louis parpadeó asombrado. Él ya sabía
Llegué temprano a la clínica. Deseaba olvidar todo, empezar mi vida otra vez de cero, pero no sabía cómo hacerlo. Marcus Green había escapado no sé a dónde con Julissa, una mujer casada, interrumpiendo su tratamiento y su madre lo abandonó a su suerte y prefirió irse a Escocia con su otra hija. Yo había quedado como una tonta, perdidamente enamorada de él y ahora no sabía ni cómo rehacer mi propia existencia. El cuarto de Frederick Hughes estaba vacío, además. Siempre había sido un refugio cuando me sentía deprimida o decepcionada y me encantaba verlo dibujar y me contaba afanoso qué era lo que sentía al plasmar sus sentimientos en un lienzo o una cartulina. Ahora él era feliz con la periodista Katty Woodward y ya formaban un hogar dichoso y consolidado. Había dejado de escribir al portal de poesías, también. Al fin y al cabo, a mí lo único que me animaba era escribirle versos a "Flecha" pero ahora él sostenía un tórrido romance con mi mejor amiga, Leonela. Estaban muy enam
En todo eso pensaba cuando llegué muy de mañana a la clínica. Marqué mi ingreso, me puse mi mandil, me serví un café muy humeante, abrí un paquetito de galletas y empecé a repasar las historias clínica de los pacientes que estaba atendiendo, cuando Brown me llamó desde su casa. -Me llamaron de la comandancia de policía, Andrea-, me contó. Mordí una galleta y sorbí el café. Estaba delicioso. -¿Qué ocurre?-, estaba indiferente, sin embargo. -La policía encontró a Karlson metido en una casucha de los suburbios-, me contó. Él me quería muerta. No sé por qué me tuvo tanta tirria. Yo solo aporté mi entusiasmo a la clínica, sin embargo Karlson me vio siempre como una enemiga, que le había quitado sus privilegios y había hecho que Brown se diera cuenta que era un mal profesional cuando en realidad él mismo provocó su propia caída. -¿Lo detuvieron?-, volví a morder una galleta. -Lo mataron a tiros-, me dijo Brown desconsolado. Quedé boquiabierta y pasmada y creo empal
Fue una semana intensa. Los fiscales llegaban al hospital a cada momento para interrogar a Trevor. La muerte de Karlson, abatido por la policía, había abierto una caja de pandora porque se le encontró todos los contactos, chats, mensajes, fotos y coordinaciones con los ex socios de Trevor y que estaban siendo investigados por diversos crímenes en la ciudad y el robo de los fármacos en nuestra clínica. El juez a cargo del caso que conmocionaba al país, había emitido una orden facultando a los fiscales entrevistarse con mi paciente. Uno de los fiscales me preguntó si Trevor estaba en condiciones de declarar y yo le dije que sí, que los cuadros de paranoia, fobia y esquizofrenia que padecía estaban controlados, él había respondido favorablemente a los tratamientos y las terapias y "estaba en franca mejoría", como les subrayé a los representantes del ministerio público. Yo, sin embargo, seguía convencida que Trevor se había hecho el enfermo, de que padecía de trastornos y estaba
Decidí no hablarle a Trevor, incluso le pedí a Brenda que le hiciera las terapias que le restaban antes de recibir el alta. Trevor protestó malhumorado con mi amiga. -Andrea es igual de terca que hermosa-, le dijo fastidiado, emitiendo muchos bufidos. Él estaba acostumbrado a mis evaluaciones y, como les digo, se sentía seguro y protegido conmigo. Ese mediodía él me encontró almorzando en la cafetería. Yo había pedido pollo a la plancha con muchas papas fritas y una sopa de fideos. Todo estaba exquisito. Trevor jaló una silla y se sentó junto a mi mesa. Un enfermero le alcanzó la dieta que le corresponde a los pacientes. -No quiero hablar contigo ni te voy a escuchar-, lo desafié sin mirarlo, encharcando las papitas fritas en mostaza. -Por eso es que no tienes novio, Andrea, porque eres terca y testaruda, los hombres se asustan contigo, tú eres intimidante-, estaba él muy molesto. -Al contrario. Tú estás acostumbrado a que las mujeres te sirvan, Michel, pero los tie
Tadeus Howard se suicidó antes de ser detenido por la policía. Los fiscales y los investigadores confirmaron que, en efecto, era el líder de la organización criminal que asolaba al país y que traficaba con las medicinas de nuestra clínica haciendo una inmensa fortuna con los fármacos que debían venderse bajo receta. También lo hacía con diversas y peligrosas drogas, extorsionaba a comerciantes y empresarios, manejaba un ejército de sicarios y se dedicaba a estafar al estado con licitaciones fantasmas, además que cometía sucesivos delitos de lavado de dinero y de corrupción de funcionarios. Howard era un mal hombre. Yo me sentía culpable de todo. Animé a Trevor a declarar y ahora en la clínica había un ambiente fúnebre y de desolación. Encontré a Brown meciéndose en su silla, con la mirada perdida en los rincones de su consultorio. Ya llevaba dos días allí, en su oficina, tenía la barba crecida y estaba desaliñado. -¿Sabías que Howard me ayudó a pagar este edificio?-, me dijo s
Trevor fue absuelto. Presentar las pruebas que mostraban a Howard como el responsable de esa ola de crímenes que asolaban el país, le valió mucho en la decisión del juez y finalmente quedó libre de toda culpa. Su drama había terminado. Ese jueves, por la tarde, Trevor se dispuso a marcharse. -No puedes irte si note doy el alta-, le dije divertida, mientras él intentaba hacer sus maletas. Con mucho cuidado guardaba las revistas deportivas que le gustaba leer y que lo acompañaron todo eso tiempo que estuvo internado en la clínica. También acomodó los zapatos donde ocultó el chip que, ciertamente, le había salvado la vida. Le ayudé a doblar sus camisas y sus pantalones. Él no era muy ducho en eso. Me dio risa viéndolo hacer unas horribles bolas. -Usted me dijo que ya estaba sano, doctora-, me sonrió Trevor distendido, despreocupado, como si se hubiera sacado un gran peso de encima. -Brenda me dijo que reprobaste en su último examen-, le recordé. -Esa doctora es una malhu
Por primera vez hice el amor con Louis. Eso fue un martes por la noche, regresando de la clínica. Lo vi despidiéndose de su jefe, después de acomodar todas sus empanadas, calentitas y sabrosas en las vitrinas Él estaba bien arregladito, peinado, sus zapatitos lustrados, abrigado porque hacía frío y muy sonriente, haciendo bromas a sus compañeros que que se quedaban, haciendo turno. -¿Quiere que lo lleve a su casa, gallardo caballero?-, me detuve en seco con mi auto. -Oh, mi bella dama, será un honor subirme a vuestra calesa y pueda llevarme hasta mi humilde morada-, echó a reír él, muy palaciego, haciéndome una venia virreinal. No pude contener mis risotadas. -Pues pareces uno de los mosqueteros-, seguí riéndome y Louis, encandilado de mi risa, del brillo de mis ojos y la fiesta pintada en mi carita de cielo, me besó muy apasionado, vehemente, fervoroso y febril, haciendo que los fuegos de mis entrañas se alzaran como un gran lanzallamas, calcinándome por completo y al instan